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Mark Bowden es un periodista especializado en conflictos bélicos. El año pasado publicó en EE.UU. un excelente libro sobre la Guerra de Vietnam, recientemente traducido al español por la editorial Ariel, Hué 1968. El punto de inflexión de la Guerra de Vietnam. Anteriormente se había ocupado de temas como los conflictos interétnicos y las fallidas intervenciones norteamericanas en África o la Guerra de Irak, entre otros. Es el autor del libro en el que se basa la conocida película de Ridley Scott, Black Hawk derribado.
La buena noticia es que el libro de Bowden se convertirá en serie de televisión. Michael Mann y Michael De Luca adquirieron los derechos del libro y negociaron la realización de la serie con FX. Las noticias sobre la serie aparecidas en diferentes medios indican que el estreno se realizará entre finales del 2018 y principios del 2019 y que la serie constará de unas 10 horas de duración. ¿Estaremos, finalmente, ante el Hermanos de sangre de la Guerra de Vietnam? La pregunta, que puede parecer malintencionada, no pretende desmerecer los productos televisivos que, desde diferentes puntos de vista, han tratado el largo y sangriento conflicto de Vietnam, sino que uno siente enorme curiosidad por ver cómo los autores de la serie consiguen trasladar la complejidad del libro de Bowden a la pequeña gran pantalla.
Hué era en 1968 una importante y bella ciudad de Vietnam del Sur, la segunda en importancia tras Saigón, situada cerca de la zona desmilitarizada y del paralelo 17 que dividía las dos zonas del país, conectada a través del río con el Mar de China y a medio camino de las zonas y bases militares de Khe Sanh y Da Nang. Contaba con una bonita ciudadela, una universidad moderna, casas ajardinadas, una pujante clase media, un comercio fluvial importante y una cierta tranquilidad que saltó por los aires tras la ofensiva del Tet, iniciada el 31 de enero de 1968. Las tropas de Vietnam del Norte aprovecharon la festividad del Año Nuevo Lunar para lanzar una gran ofensiva sobre el Sur. Bowden cuenta el minucioso trabajo de preparación que algunos activistas y miembros del Vietcong desarrollaron antes de la ofensiva, introduciendo armas en Hué, reclutando gente para promover un alzamiento tras la ofensiva militar y, en resumen, organizando clandestinamente un ataque que resultó ser un milagro de logística subversiva.
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Una parte importantísima de Hué cayó en manos del Norte tras la ofensiva sorpresa del 31 de enero. El Vietcong y el EVN –el Ejército regular de Vietnam del Norte- lograron aprovechar el efecto sorpresa para acorralar al ERVN –El Ejército de la República de Vietnam- y a los efectivos del ejército norteamericano que se encontraban en la zona. Las primeras horas fueron agónicas para unos defensores de la ciudad que se vieron superados en número, acorralados en algunos edificios clave, y que comprobaron cómo la bandera del Vietcong ondeaba triunfante sobre la Ciudadela. La defensa fue heroica y Bowden la cuenta de manera vívida, sin triunfalismos ni excesos retóricos. Los protagonistas que han prestado sus voces para que el periodista construya su relato son conscientes de que el tiempo ha hecho su trabajo y de que aquella batalla, aparentemente menor, ya no le interesa a casi nadie.
Pero Bowden demuestra de forma convincente que Hué no fue una batalla menor sino el teatro de operaciones en el que pudieron constatarse los elementos clave de una contienda que, a partir de la ofensiva del Tet, empezaría a preocupar cada vez más a una insatisfecha opinión pública norteamericana. Los errores de cálculo se produjeron por ambas partes, eso sí. El Norte subestimó la capacidad de convocatoria del Vietcong para lograr un alzamiento contra las autoridades del Sur. La población local se escondió, huyó, intentó pasar inadvertida pero no se unió al ataque de las fuerzas del Norte. El comunismo no les era tan próximo como los comisarios políticos pensaron.
Por su parte, EE.UU. subestimó igualmente la capacidad militar de las fuerzas combinadas del EVN y el Vietcong. Llevaba ya tiempo haciéndolo, librando una lucha para la que estaban poco preparados pero que, hasta ese momento, no había adquirido una dimensión tan grande. De repente los marines de EE.UU. se vieron envueltos en una batalla urbana para la que tampoco habían sido entrenados. Su forma de luchar en un primer momento era completamente inadecuada en un escenario enmarañado, lleno de fuego cruzado que les impedía avanzar, con calles y edificios que bloqueaban el movimiento de los tanques, y con la prohibición inicial de utilizar artillería y apoyo aéreo para evitar excesivos daños entre los civiles y los edificios de una ciudad que era patrimonio histórico del país.
Durante los tres primeros días de batalla en Hué se habían enviado marines sin un plan claro y sin una imagen precisa de lo que allí estaba ocurriendo
Al final Hué quedó arrasada. Las prohibiciones se esquivaron a medida que la batalla se recrudecía. Con el paso de las horas empezaron a llegar refuerzos norteamericanos. La logística, pobre y con poca previsión de futuro por parte del Norte, decidió, a la larga, la sangrienta batalla de Hué. La Ciudadela, un edificio majestuoso y bien construido, conquistado y reconquistado una vez y otra, quedó arrasado. Bowden cuenta episodios realmente notables en su libro. Detalles aparentemente nimios pero que acaban caracterizando perfectamente lo sucedido. En este sentido la actuación del comandante Ernie Cheatham, apodado Ernie “el Grande”, resume bien los problemas a los que se enfrentaban los marines en Vietnam. Cheatham se dio cuenta que durante los tres primeros días de batalla en Hué se habían enviado marines sin un plan claro y sin una imagen precisa de lo que allí estaba ocurriendo. La inteligencia militar hablaba de cosas sin sentido, como un puñado de francotiradores en Hué y de un ataque a baja escala. El comandante comprendió que los mandos simplemente estaban metiendo suministros y hombres en la ciudad sin ni siquiera saber a qué se les enviaba.
Cheatham recordaba que la última batalla urbana de entidad que habían librado los marines había sido en Seúl, en 1950. Así que rápidamente asumió que sus hombres no estaban entrenados para lo que se les estaba pidiendo. Preparó la batalla leyendo dos manuales de campo que halló en las taquillas del Quinto de marines: Combate en zonas edificadas yAtaque a posiciones edificadas. A partir de la lectura requisó los materiales y armas que mejor le servirían a su propósito, incluyendo lanzagranadas que databan, curiosamente, de la guerra de Corea. Y diseñó la táctica que usaría para reconquistar las calles de Hué; avanzar abriendo boquetes en los edicios colindantes, entrando por las paredes laterales, limpiar el edificio estancia a estancia para seguir avanzando hasta el siguiente edificio. Una auténtica guerra de guerrillas urbana en donde la calle rodeada de edificios sería el lugar más peligroso y mortal para sus tropas, y por tanto el espacio a evitar.
Aquellos dos viejos libritos olvidados contenían todo aquello que el general William Westmoreland -comandante en jefe de las fuerzas norteamericanas- no sabía sobre Vietnam. Desde los despachos de los altos oficiales y los políticos de Washington el barro de Vietnam no existía. Los recuentos de bajas arrojaban cifras muy altas de enemigos muertos. Eso es lo que Westmoreland exhibía en sus ruedas de prensa para justificarse y evitar las críticas, todavía leves muchas de ellas, antes del Tet. Pero esa ofensiva lo cambió todo. El obstinado general insistía en que los ataques del Tet eran un preámbulo del auténtico ataque que él esperaba en Ke Sahn. El fantasma de Dien Bien Phu seguía presente y Westmoreland seguía aferrado a la historia y a una muy pobre comprensión de lo que era el teatro de operaciones de Vietnam.
Pero la ofensiva general de Norte y la batalla de Hué, a pesar de que toda la operación fue un fracaso en términos militares para el Vietcong y el EVN, provocaron un cambio en la opinión pública estadounidense. El mítico Walter Conkrite se enfundó su casco y se marchó a Vietnam para comprobar de primera mano qué estaba sucediendo allí. Pudo constatar que las cosas no encajaban con el discurso oficial de la Casa Blanca, ni con las apreciaciones de Westmoreland. Todavía la opinión pública no había oído hablar de los papeles del Pentágono, y pocos sospechaban la gran cantidad de mentiras que se habían explicado sobre la guerra y sus motivos reales, también sobre su desarrollo.
Durante los días en los que Hué estuvo bajo control del Norte se produjeron arrestos y ejecuciones sumarias de partidarios del Sur, como funcionarios y gente que había trabajado para el ejército norteamericano. El alcance de esa depuración es difícil de establecer, pero sí sabemos que se produjo y que se ejecutó a mucha gente por traición. Era un aviso de lo que estaba por llegar el día que el Norte pudiese ocupar las ciudades que ahora estaban defendidas mayormente por EE.UU. A Hué también fue a parar el periodista Michael Herr, corresponsal en ese momento de la revista Esquire. Su libro Despachos de guerra es un clásico del periodismo bélico. Años después Stanley Kubrick le contrataría para escribir el guion de La chaqueta metálica.
Vietnam ha formado parte de la ficción cinematográfica norteamericana desde hace muchos años. Y también de la información periodística televisiva. Pero ha estado menos presente en las series de televisión. Es un conflicto que tuvo una cobertura mediática impresionante. Periódicos, televisiones y revistas escribieron y emitieron imágenes durante años. Pero se diría que toda esa atención cristalizó de forma más recurrente en películas, documentales y reportajes, incluso en la literatura que en la ficción televisiva.
Algunos espectadores recordarán dos estupendas series sobre el tema. Playa de China (China Beach, ABC, 1988-1991) se centraba en un hospital, ubicado en la zona de Da Nang, al que eran enviados los heridos en combate a recuperarse de sus heridas. Era una serie bastante cruda y realista, que, por un lado, trataba el combate como un eco lejano pero que, por otro, lo concebía como algo con efectos dolorosamente reales. La otra serie es Camino al infierno (Tour of Duty, CBS, 1987-1990). Aquí la emitió Telecinco y algunos la recordarán porque la canción de entrada de la serie era el «Paint it black» de los Rolling Stones. Sus escenas eran muy crudas en ocasiones. Y en Camino al infierno sí descendías al barro, a los arrozales, a las patrullas nocturnas, a los combates sin sentido por un trozo de tierra que los soldados tomaban para luego abandonarlo. La locura, la suciedad, la enfermedad, el suicidio y la drogadicción rodeaban, aplastaban y hundían a los personajes de la serie. Se trató de un producto excelente, pero tras tres temporadas se canceló.
Quienes estén interesados en el tema, más allá de su traducción ficcional, no deben perderse la serie de 10 episodios que se estrenó en 2017 y que lleva la firma de Ken Burns, The Vietnam War. Es un trabajo ejemplar en todos los sentidos. A lo largo de sus capítulos desfilan una serie de personajes de inigualable interés. En el último capítulo pueden ver y oír al novelista Tim O’Brien, el autor de la impresionante Las cosas que llevaban los hombres que lucharon. Ha sido una gran noticia que, tras tantos años y tantos documentales sobre Vietnam, Burns y su equipo hayan construido un producto capaz de establecer un relato tan claro, preciso y humano a un mismo tiempo sobre lo que allí aconteció. Esperemos que Michael Mann y su equipo puedan hacer lo propio desde la ficción con el estupendo libro de Bowden.