'Mano de hierro', crítica de la serie (Netflix): Barcelona Connection
Crítica de la serie (Netflix)

‘Mano de hierro’: Barcelona Connection

'Mano de hierro' se presenta como un thriller sobre el narcotráfico entreverado de drama familiar, con el puerto de Barcelona como epicentro de la distribución de estupefacientes a gran escala

El cast al completo de 'Mano de hierro', el nuevo estreno de Netflix.

Desde una perspectiva logística, escribir sobre series de televisión no supone ninguna tarea ardua, más allá de los intereses y las competencias de cada uno (somos libres de complicarnos más o menos la vida en nuestros análisis). La cosa cambia, no obstante, cuando la crítica ha de atender a las servidumbres de la actualidad. En ese punto, la labor puede tornarse engorrosa, fea y hasta un tanto inútil. Mano de hierro.

En realidad, importa poco que la fecha de publicación de un texto coincida con la del estreno de la teleserie de la que se ocupa. Al contrario que en los lanzamientos cinematográficos – y asumiendo la cada vez más corta vida de las películas en las salas-, las series de televisión quedan almacenadas en esos contenedores gigantes que son las plataformas, transformados en contenido al que el espectador tiene acceso por tiempo casi ilimitado. Digamos que en la nueva televisión la urgencia crítica es menor. Hay menos prisas, y eso es bueno para desarrollar aproximaciones más meditadas. También hay excepciones. Mano de hierro.

Ese casting te vende una serie, una máquina para hacer abdominales o palitos de merluza congelados

De vez en cuando llega una serie importante. En este caso, el adjetivo asume varias acepciones que a veces se dan simultáneamente y otras no. Importante es una teleficción escrita por Tom Fontana (Monsieur Spade está al caer) o dirigida por Wong Kar-Wai (Blossoms Shanghai suponemos que se podrá ver algún día en alguna de las múltiples plataformas que pagamos religiosamente). Importantes son los nuevos blockbusters seriales como Los anillos de poder o La casa del dragón. Y, por último, se visten de importancia producciones arropadas por campañas promocionales cuyo coste alcanza cifras que la realidad aritmética de nuestras cuentas bancarias nos impide calibrar (verbigracia Citadel).

Mano de hierro

Eduard Fernández y Jaime Lorente controlando el puerto de Barcelona en ‘Mano de hierro’.

Cuando una de esas series importantes llega, trae consigo el apremio. “Saquemos la review el día en que se estrena” son las palabras que rebotan en la cavidad craneal de los editores. Nosotros, los críticos, no pensamos de forma muy distinta (no seamos ingenuos): si el texto sale el día D a la hora H, tendrá mayor repercusión. Ahí empiezan los problemas.

Todo esto viene a cuento del lanzamiento de Mano de hierro, producción de Netflix liderada por el director y guionista catalán Lluís Quílez. Mano de hierro es una de esas series apriorísticamente importantes. Y lo es porque en su reparto aparecen los nombres de Eduard Fernández (tres Goyas), Natalia de Molina (dos Goyas), Sergi López (un César), Enric Auquer (otro Goya), Chino Darín, Jaime Lorente, Daniel Grau o (en pie y saluden) Ana Torrent. Ese casting te vende una serie, una máquina para hacer abdominales o palitos de merluza congelados. A Eduard Fernández con un garfio por mano izquierda te lo compra hasta el señor Burns con migraña.

Sin embargo, para que ahora tengan ante ustedes esta reseña –nótese la intencionalidad en el uso del término– ha habido que pagar ciertos peajes. El primero, firmar un documento por el cual nos comprometemos a no revelar unos cuantos giros de la trama. Esto es habitual y, aunque empobrece el análisis siempre y cuando aquello de lo que no se puede hablar no sea decisivo para desentrañar los mecanismos de la propuesta, puede vadearse sin demasiada dificultad.

Nos encontramos con un narcothriller trufado de drama familiar

El segundo asunto es más peliagudo. En bastantes ocasiones no tenemos acceso a la totalidad de los episodios de la serie antes de su emisión (que en el caso de Netflix consiste en temporadas completas). De Mano de hierro sólo se han podido ver dos de sus ocho capítulos. En esa tesitura, la labor crítica queda reducida a un ejercicio de intuición, pues partiendo de las imágenes vistas tenemos que aventurar algunas conclusiones y emitir juicios de valor que bien podrían ser erróneos pues carecemos de todos los datos para apuntalar esas ideas.

Estamos, pues, ante un examen incompleto y, con toda probabilidad, injusto (en todo caso mucho menos pertinente que si hubiésemos visto la temporada entera que es, para quien esto suscribe, la unidad mínima de análisis –o preferente, si se quiere– en lo que a series de televisión se refiere. Y si no, piensen en la última entrega de True Detective y cómo cambia el cuento si solo se analizan los tres primeros capítulos en lugar de los seis que la conforman).

Mano de hierro

Eduard Fernández y el garfio en cuestión.

Ahora bien, aceptadas las reglas del juego –que ustedes están obligados desde ahora a compartir–  ¿qué nos ofrece Mano de hierro en sus primeros compases? Nos encontramos con un narcothriller trufado de drama familiar protagonizado por el clan Manchado, detentor de la terminal cuatro del puerto de Barcelona. Los intertítulos iniciales de la serie ya nos dejan claro de qué va el asunto: El puerto marítimo de Barcelona recibe casi 6.000 containers al día. Mercancías procedentes de todo el mundo que, en un solo año, pueden ocultar más de 30.000 kg de cocaína, convirtiendo la ciudad en una de las puertas de entrada más importantes de Europa en el negocio del narcotráfico”.

Joaquín Manchado (Eduard Fernández) maneja todo cuanto ocurre en esas instalaciones, desde meter en vereda a los estibadores menos obedientes o demasiado espabilados, hasta provocar ataques de miopía en los agentes de la guardia civil, pero, sobre todo, se encarga de custodiar una red criminal que garantiza que la distribución de estupefacientes sigue su curso mientras deja un reguero de dinero a su paso. Dinero que, lógicamente, se acumula en los bolsillos de Joaquín y en los de sus colaboradores. Joaquín no trabaja solo. Su hija, Rocío (Natalia de Molina), ejerce como controladora en la terminal, y su yerno, Néstor (Jaime Lorente), es el responsable de aduanas. Su otro hijo, Ricardo (Enric Auqer), se encarga del transporte. En su prolijo equipo no falta una guardia de corps compuesta por estibadores con sobresueldos, agentes de la ley ávidos de pagas extraordinarias y traficantes de casi todas las latitudes.

La longitud serial permite ir más allá de la construcción de una trama adictiva […] se observa un intento por adentrarse en las carencias conductuales de los personajes y explorar su pasado

La cosa se complica cuando un cargamento que llega desde México dando un buen rodeo para evitar ser capturado por las autoridades, sufre, primero, un ataque por parte de piratas somalíes para, pocos días después, encontrarse con un cuello de botella –una acumulación de navíos pendientes de atraque– a su llegada a Barcelona. Los retrasos en la entrega provocarán que la red internacional de dealers, cuyos envíos dependen de la eficiencia de Manchado y los suyos, empiece a ponerse nerviosa. La sintomatología de los ataques de ansiedad de capos, narcos y demás señores de la droga suele manifestarse en forma de masacres, torturas y desapariciones repentinas. Así que ya pueden suponer que la tensión se dispara como la presión arterial de Tony Soprano después de sofocar sus angustias en un buffet libre.

Mano de hierro

Sergi López y Jaime Lorente gestionando «mercancías».

En su arranque, los guiones firmados por Quílez junto a Artur Ruíz Serrano (Sequía, El destierro) se muestran más férreos que el de Bajocero (Lluís Quílez, 2021), donde cualquier tipo de coherencia era sacrificada en el altar de la serie B. No faltan los golpes de efecto –verbigracia los cliffhangers al final de cada capítulo impeliendo a la audiencia a lanzarse al binge watching– pero la vertiente criminal se presume bien construida (no falta, claro está, el grupo policial que vigila de cerca a la organización para desarticularla en el punto álgido de la operación: esa es una de las cosas que no podemos contarles).

‘Mano de hierro’ tiene ese punto naturalista que emana de la visión del trabajo diario

La longitud serial permite a los guionistas ir más allá de la construcción de una trama más o menos adictiva. Se observa un intento no solo por adentrarse en las carencias conductuales de los personajes –debilidades, como la ludopatía de Ricardo, que tienen consecuencias sobre el negocio– sino por explorar su pasado. El segundo episodio se remonta a 1981, con la llegada de la familia de Joaquín a Barcelona y nos muestra la colocación de la primera piedra de lo que (suponemos) será la construcción de su imperio delictivo. Hay en ese pasaje una lectura sobre la inmigración y la búsqueda de oportunidades en tierra hostil, como también la hay, en el presente narrativo, otra sobre la instalación en las capas nobles de la sociedad de opositores a mafiosos como Joaquín Manchado (la elección del apellido ya es bastante elocuente).

Mano de hierro

Enric Auquer es Ricardo en ‘Mano de hierro’, disponible en Netflix desde el 15 de marzo.

Mano de hierro tiene ese punto naturalista que emana de la visión del trabajo diario, del movimiento de esos grandes contenedores, de los problemas que enfrentan algunos de los currelas que habitan esta serie coral (por más que respondan a arquetipos muy definidos), rasgos que la acercan a otra ficción contemporánea sobre estibadores, corrupción y tráfico de drogas como la francesa De Grâce (Maxime Crupaux & Baptiste Fillon, 2023), todavía inédita en España (cualquier asociación con la segunda temporada de The Wire se antoja excesiva).

Sin embargo, el apartado visual se resiente cuando la acción se cruza: en la balacera en el carguero que transporta el gran alijo de cocaína, situada en el primer episodio, la espectacularidad deriva en confusión (los disparos llegan de ángulos insospechados), y el accidente con el que se cierra el segundo capítulo (otro de esos giros de guion de los que no podemos hablarles) posee una resolución fílmica brusca y aparatosa.

Vistos sus dos primeros episodios, lo mejor que podemos decir de Mano de hierro es que invitan a seguir con el resto –algo que no se puede afirmar de otros estrenos Netflix como Bandidos (Pablo Tébar, 2024), una catástrofe desde su primera secuencia… y aquí sí les bastará con ver solo un capítulo–, si bien es demasiado pronto para valorar el conjunto como satisfactorio.

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