Crítica 'Las Noches de Tefía': matar a Franco
Crítica de la serie (Atresplayer)

‘Las Noches de Tefía’: matar a Franco

'Las noches de Tefía' cierra su andadura con el acierto de su brillante elenco (Criado, Yuste, Elejalde) pero sufriendo en el equilibrio de sus líneas argumentales, las arbitrariedades del guion y el esteticismo ampuloso de su puesta en escena.
Las noches de tefia

A la miniserie creada por el dramaturgo Miguel del Arco en colaboración con el guionista Antonio Rojano para Atresplayer nadie puede negarle el riesgo y la valentía. Otra cosa muy distinta es que la gravedad de los temas que aborda –tanto por su dureza como por su desconocimiento– justifique una aproximación más que cuestionable.

En todo caso, Las noches de Tefía nos sumerge en la desgarradora experiencia que sufrieron todos aquellos que, en la década de los 60 y en virtud de la ley de vagos y maleantes instaurada por el régimen franquista, dieron con sus huesos en los llamados campos de reclusión. Para dar testimonio de tan olvidado episodio nacional, el autor de Las furias (2016) divide la historia en tres niveles.

El primero ilustra, en un contrastado blanco y negro, el calvario sufrido por los prisioneros que contravinieron tan repulsiva ley (la mayoría de ellos homosexuales, aunque no faltaran algunos demócratas inconscientes que se envalentonaban a base de –aguardiente y lanzaban soflamas ideológicas ante una audiencia remisa en la que nunca faltaba algún Guardia Civil).  La fotografía de Jon Aguirresarobe, la banda sonora original de Alex Cassanyes, Sandra Vicente y Arnau Vilà  (¡ese violín!) y el diseño de personajes como el del director del campo, Don Anselmo (Israel Elejalde), remiten de manera nada disimulada a La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993).

En este primer bloque, y en el seno de una propuesta atiborrada de referencias, también se pueden detectar guiños a dramas carcelarios como La leyenda del indomable (Stuart Rosenberg, 1967) –Roberto Álamo llevaría sus gafas de sol aunque lo mandasen de expedición a una mina abandonada –o La colina (Sidney Lumet, 1965) –la inflexibilidad de los militares, la dureza monocorde y sisífica de los trabajos forzados.

Una portentosa interpretación de Patrick Criado, amo y señor del show

El segundo nivel lo conformaría el Tindaya, una sala de fiestas imaginaría inventada por Charli (Miquel Fernández), cuyo talento fabulador abre, durante todas y cada una de las noches de encierro, la puerta a un mundo de fantasía que moldea los problemas de la invivible cotidianeidad de los presos, bien añadiendo personajes ajenos a su realidad –principalmente el de Nisa (Carolina Yuste)–, bien procurándoles reconfortantes soluciones ficcionales. Aquí Del Arco, secundado en tareas de realización por Rómulo Aguillaume, se marca una versión prêt-à-porter del Moulin Rouge (2001) de Baz Luhrmann, invoca el espíritu de musicales despendolados como Burlesque (Steven Antin, 2010) e incluso, aprovechando su tono vodevilesco, se atreve a replicar la anécdota argumental que activaba La maldición del escorpión de jade (Woody Allen, 2001).

Sucede que ni la cita cómplice ni los anacronismos musicales disimulan la pobreza coreográfica de la mayoría de los números, que apenas logran mantenerse en pie gracias al talento vocal de Carolina Yuste (que ya demostraba sus dotes como cantante en El cover de Secun De La Rosa) y a la portentosa interpretación de Patrick Criado, amo y señor del show. Quizá el mejor ejemplo de esto sea el número ‘A vivir’, situado al inicio del quinto episodio, en el que Del Arco se avanza cinco años al look de David Bowie para diseñar un número musical con muy pocos pasos de baile que se intenta engrandecer desde el montaje (muchos cortes, distintos emplazamientos) pero que solo Criado sostiene con su arrebatadora actuación.

Las noches de Tefia

Patrick Criado es Manuel en ‘Las noches de Tefía’.

Tampoco las canciones resultan particularmente enjundiosas, salvándose ‘Mujer, mujer, mujer’, que le da una vuelta a los mandamientos de la sección femenina del Movimiento para reivindicar nuevos modelos de feminidad. Ahora bien, otro de los problemas de la serie lo encontramos, precisamente, en esos anacronismos que de lo musical trascienden a lo discursivo para poner a hablar a personajes de la década de los 60 como mujeres y hombres de 2023 (Del Arco juega aquí la carta de la fabulación como pretexto para introducir tan extemporáneas reflexiones, por lo demás alegatos frontales carentes de toda sutileza, algo que se traslada, también, al diseño de los personajes, principalmente a los ‘nacionales’).

De la combinación de esos dos primeros estadios narrativos, y en virtud de una voluntad de impacto que queda definida por todas y cada una de las decisiones visuales tomadas (el uso de los drones para retratar el paisaje, las artificiosas transiciones entre un mundo y otro, …), Las noches de Tefía se emparenta con la muy discutible La vida es bella (Roberto Benigni, 1997) –que a nadie se le ocurra mentar La gran ilusión (Jean Renoir, 1937)– y, pese a lo reivindicable de su planteamiento, termina acuñando secuencias de dudosa ética –es preciso aquí acordarse de Jacques Rivette y su insoslayable texto sobre Kapò (Gilo Pontecorvo, 1959)– como la de la primera violación de Airam (Marcos Ruíz), embellecida hasta la náusea mediante combinación con un número musical protagonizado por Manuel (Patrick Criado), planos de realidades distintas que terminan fundiéndose en un plano que imita La creación de Adán de Miguel Ángel. Pura espectacularización del horror.

Al final, no queda más que atender a la consigna que Charli lanza cada vez que se inaugura una noche en el Tindaya: déjense llevar, acepten lo increíble

Con todo, el clímax llega con la yuxtaposición a través del montaje paralelo de la visita de un director general del régimen al campo de concentración para pasar revista, y la presencia de Francisco Franco (¡acompañado por Kennedy!) al Tindaya, culmen dramático que Del Arco aprovecha para emular Malditos bastardos (Quentin Tarantino, 2009) y entregarse a un ejercicio de justicia poética. La ucrónica muerte del Caudillo responde a la frontalidad ideológica de una serie que vindica, entre otras muchas cosas, el legado del gobierno socialista de Rodríguez Zapatero (la ley del matrimonio homosexual, específicamente) y que en un momento de efervescencia ultraderechista (el último episodio se emitió el día de las Elecciones Generales que supusieron la caída de VOX) combate desde la ficción las corrientes reaccionarias que buscan socavar algunas de las libertades alcanzadas en los últimos años.

Sucede que, por más que quien esto firme enarbole la misma bandera, las formas utilizadas por Del Arco actúan, paradójicamente, desde la imposición. A fuerza de querer abrirnos los ojos a propósito de realidades olvidadas se cierran las puertas de la reflexión y se apuntala un discurso monolítico, sin fisuras, carente de contradicciones y fundamentalmente dirigista, puesto que nos indica qué y cómo debemos pensar en cada momento.

Las noches de Tefía

‘Las noches de Tefía’ está disponible en Atresplayer.

La tercera capa diegética nos sitúa en 2004 y se centra en el fortuito reencuentro entre Airam (Jorge Perugorría) y La viga (Roberto Álamo), víctima y verdugo en el purgatorio desértico de Tefía que ahora, como en La muerte y la doncella (Roman Polanski, 1994), vuelven a ver cómo sus caminos se cruzan. Hilo narrativo sobre la necesaria vindicación de la memoria histórica, la trama peca de obvia y repetitiva (con Airam dándole vueltas una y otra vez a dar o no la cara, a revivir su traumático pasado de manera pública), además de estar repleta de inconsistentes decisiones de guion.

Verbigracia: Águeda (Ana Wagener), esposa de Airam, pidiéndole por el bien de sus hijos que no revele su largamente ocultada condición homosexual para, dos secuencias después, sacarle del armario contra su voluntad en plena comida familiar. Frente al tenebrismo de Tefía y a la orgía de color que pone el Tindaya a vibrar, el tercer hilo argumental es un drama social de corte naturalista, machacón como un telefilme de sobremesa y repleto de pueriles sobreexplicaciones.

Al final, no queda más que atender a la consigna que Charli lanza cada vez que se inaugura una noche en el Tindaya: déjense llevar, acepten lo increíble”. Para entrar en Las noches de Tefía no queda otra que anular el sentido de la credulidad, asumir las arbitrariedades del guion y el esteticismo ampuloso de su puesta en escena, dejarse seducir por el talento de buena parte de su elenco (Criado, Yuste, Elejalde), y sí eso les es suficiente, aceptar la propuesta de Miguel Del Arco.

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