'El visitante': Romper el hielo
'El visitante'

Romper el hielo

Comparamos el final de la modélica adaptación de ‘El visitante’ con el de la novela original de Stephen King.

«La realidad es una capa de hielo muy fina, pero la mayoría de la gente patina sobre ella durante toda su vida y nunca caen y se hunden del todo». Esta es la reflexión de uno de los personajes más interesantes en la obra reciente de Stephen King, la investigadora Holly Gibney, una Casandra moderna, profeta de lo sobrenatural en tiempos de descreimiento y suficiencia tecnológica, en los que aceptamos sin reparos que unas ondas invisibles nos permitan invocar todo tipo de información en la palma de la mano o que un cachivache de 400.000 kilos pueda mantenerse a flote en el aire durante unas cuantas horas, pero en cambio nos cuesta creer en cualquier amenaza a nuestra supuesta cordura que sea imposible de explicar de modo racional o científico.

Las palabras de Holly en la novela El visitante (Plaza y Janés, 2018) nos sirven también para condensar el espíritu de la adaptación televisiva firmada por Richard Price, más interesada en analizar la confusión de unos seres forzados a patinar sobre un hielo quebradizo, el que han ido conformando leyes físicas y morales a través de los años, que en los detalles detectivescos de una investigación marcada por la paradoja elemental de un hombre presente en dos lugares al mismo tiempo.

De la conjunción de dos creadores con universos algo divergentes ha surgido la que aquí mismo Toni Garcia Ramon definía en un artículo fantástico, con toda la razón, como la mejor adaptación de Stephen King jamás vista en televisión. Conociendo a King, sabíamos desde el primer momento que Terry Maitland no había sodomizado y asesinado brutalmente a Frankie Peterson y que un monstruo acechaba en las sombras, aunque esta vez no fuera disfrazado de payaso multicolor sino de miembro ejemplar de la comunidad, por aquello de diluirse en lo cotidiano.

Sabiendo cuáles son las preferencias de Price, intuíamos que en su versión trataría de explorar todavía más la psicología torturada de quien se ve obligado a procesar una nueva normalidad mejor pronto que tarde. Tan acostumbrado a ahondar en las tendencias criminales del ser humano en tramas policiales tensas y meticulosamente construidas, enraizadas en un realismo árido y muy bien documentado, casi periodístico, esta aproximación de Price a una maldad que no tiene rostro, teniendo a la vez todos los rostros posibles, ha servido para ratificar un talento todo terreno.

La referencia al payaso de unas líneas atrás resulta muy pertinente. Al leer El visitante, la estimulante novela de Stephen King, nos invadía en parte una sensación muy familiar que ya habíamos experimentado al conocer al enemigo mortífero de la pandilla protagonista de It, es decir, la de partir de una premisa brillante para ir perdiendo fuelle y acabar llegando a un clímax digno pero algo rutinario, un duelo al sol (o mejor a la sombra) que aportaba poco más a lo ya expuesto durante unos cuantos centenares de páginas previas.

It acababa deshinchándose como uno de esos globos que flotaban en el cielo de Derry. Algo de eso hay en la historia protagonizada por el perplejo agente de policía Ralph Anderson, la aplicación de cierto molde que siempre funciona mejor en el tramo inicial, ese instante en que todas las teorías son posibles y las expectativas se mantienen en alto. Afortunadamente, en El visitante el conjunto está más equilibrado, convirtiendo su traducción en imágenes en un noir existencial especialmente logrado.

Con los años los lectores de King han asumido con naturalidad que el último acto de muchas de sus ficciones será un enfrentamiento cara a cara con el monstruo, una reformulación en clave de western de la máxima de Nietzsche según la cual «cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti». Del mismo modo que los fans de Agatha Christie esperan esa agradable reunión de todos los sospechosos del crimen, en la que incluso el culpable se entretiene tomando té con pastas y escucha pacientemente mientras Hércules Poirot, Miss Marple o el investigador que esté de guardia va desenvolviendo la madeja sin ninguna prisa hasta llegar a pronunciar su nombre en tono acusatorio.

Quizás no debiéramos achacarle al autor de tantos best-sellers de éxito lo que es prácticamente una opción de estilo. Al fin y al cabo, su materia prima es el mal en estado puro, el que actúa de manera dolorosamente arbitraria. Y de ese mal, a diferencia del que encarnan los asesinos imaginados por Agatha Christie o los villanos megalómanos de la saga Bond, no se puede esperar un soliloquio en el que pretenda justificar sus acciones, tanto si iban encaminadas a cobrar una herencia como a dominar el mundo. De hecho, es de agradecer que no lo intente y se limite a enseñar sus fauces.

Pocas veces una ficción televisiva ha conseguido sumergirnos tan rápido en el lodazal anímico… una mezcla de perversión sobrehumana y errores demasiado humanos

Acongojados por el visionado de El visitante, muchos cruzábamos los dedos esperando una conclusión a la altura. Pocas veces una ficción televisiva ha conseguido sumergirnos tan rápido en el lodazal anímico, desde esos planos aéreos de una población a punto de ser aplastada por una desgracia voraz, como lo son todas las desgracias, una mezcla de perversión sobrehumana y errores demasiado humanos. No hay paños calientes. Los dos primeros capítulos son demoledores. No es aplicable la ilusión vana de que ante un hecho trágico la vida te va a acabar compensando por otras vías. Por no hablar del papanatismo subyacente en esa máxima según la cual toda crisis es una oportunidad.

En El visitante son más de Murphy que de Coelho: una crisis no es una crisis, es una debacle emocional. Mira que hemos teorizado sobre la influencia de Juego de tronos en la preparación del público ante cualquier hecho traumático. Comparado con el descenso a los infiernos de los Peterson (o de los Maitland), los percances de los Stark ya no nos parecen tan graves. Al fin y al cabo aquellos tenían pastos y una barraca de lujo para pasar el invierno. Aquí, sin tiempo de conocer a los personajes y encariñarse con ellos, el «bebedor de lágrimas» que está detrás de los hechos activa una tragedia en cadena para poder cebarse a gusto. Los afectados van cayendo uno tras otro como fichas de un dominó despiadado, advirtiéndonos de que nadie está a salvo. Ni siquiera nosotros mismos.

‘El Visitante’ ya está al completo en HBO España.

En la construcción de esta atmósfera de desesperanza absoluta juega un papel muy importante el ritmo, un discurrir cadencioso del drama que lejos de confundirse con una lentitud innecesaria consigue atrapar cada vez más al espectador en su maraña. Curiosamente, en una trama marcada por los golpes de efecto, el acento real está puesto en el poso que esos sobresaltos van depositando en los ánimos de los supervivientes. El mérito es atribuible en buena medida a los guiones: siete los firma Richard Price en persona, decidido a trascender el fast-food gozosamente oculto en todo best-seller literario. No fueron pocos los comentarios sobre The Wire que en el monumental fresco de la sociedad de Baltimore esbozado por David Simon identificaban trazos de la ambición de Balzac y Dickens a la hora de retratar el París y el Londres de su época.

Uno de los miembros imprescindibles de aquel dream team del guion era precisamente Richard Price, observador agudo y dialoguista preciso, autor de novelas tan interesantes como La vida fácil (Random House, 2016) y creador de una miniserie imprescindible para entender los resortes maquiavélicos de la justicia americana, The Night Of. Tampoco podemos olvidar que un par de capítulos de El visitante los ha escrito Dennis Lehane, el autor de novelas llevadas al cine con éxito como Adiós, pequeña, adiós, que llevó a Ben Affleck a debutar en la dirección, Shutter Island, que le sirvió en bandeja a Martin Scorsese un buen thriller psicoanalítico, y sobre todo Mystic River, convertida en película por Clint Eastwood, una elegía de la inocencia perdida de la manera más cruel que conecta de alguna manera con el drama de los Peterson.

La nómina de realizadores de los diferentes episodios no es menos decisiva. Junto a veteranos como Andrew Bernstein (encargado de episodios de House, Mad Men o The Americans) o la realizadora Karyn Kusama (directora de The invitation, vencedora en el Festival de Sitges de 2015, o Destroyer. Una mujer herida), también el actor y productor Jason Bateman, además de reservarse el sufrido papel de Terry Maitland, ha dirigido los dos primeros capítulos, sentando las bases de esta realidad empantanada de manera notable.

Hay algo en la imagen de El visitante, en su tono plomizo, filtrado por una neblina real y metafórica, que contribuye a situarnos en un laberinto moral de ramificaciones complejas. Esa ha sido la contribución de los cuatro directores de fotografía, Kevin McKnight, Zak Mulligan, Igor Martinovic y Rasmus Heise. ¿Y qué decimos del reparto sin parecer exagerados ni quedarnos cortos? De entrada, que es uno de los castings más ajustados en lo que llevamos visto esta temporada. Mencionábamos a Jason Bateman, estrella de la serie Ozark y productor ejecutivo de este proyecto. La perplejidad que transmite el entrenador de béisbol acusado de ser un monstruo no tiene apenas espacio para desarrollarse; aun así cala hondo y nos recuerda sin descanso la necesidad de hacer justicia, desafiando ideas preconcebidas y muestras de ADN.

«Esa neblina real y metafórica, que contribuye a situarnos en un laberinto moral de ramificaciones complejas».

A su trabajo tenemos que añadir el de Bill Camp, Jeremy Bobb, Yul Vázquez, Mare Winningham o Julianne Nicholson (el paper de Glory Maitland, Marcy en la novela, cobra una nueva dimensión bastante más combativa en la adaptación para HBO). Y sobre todo el de dos intérpretes que encarnan a la perfección la disputa dialéctica entre razón empírica e intuición ultraterrenal, dos mundos condenados a entenderse si quieren sobreponerse al duelo final (en la novela la complicidad llega a ser todavía mayor). Cynthia Erivo, una actriz negra recientemente nominada al Oscar por Harriet, asume el papel de Holly Gibney, la investigadora con problemas de relación y cierto trastorno obsesivo compulsivo que Stephen King ya nos presentó en la trilogía de Bill Hodges. De hecho, en la serie inspirada en esa saga, Mr. Mercedes, Holly Gibney adopta los rasgos caucásicos de Justine Lupe, a quien ahora vemos en otra producción de éxito, la perversa crónica familiar de Succession.

Tan sólo por la sutil metamorfosis de su rostro en los últimos segundos del octavo episodio, Mendelsohn ya se merecería todos los premios habidos y por haber

Si la Holly de El visitante es afroamericana fue por deseo de Jason Bateman, que le quería dar el papel a Erivo. King únicamente pidió que se mantuviera el nombre. Lo cierto es que la actriz le aporta el punto justo de fragilidad nerviosa, esa inseguridad congénita que en el fondo sirve de escudo. Lo que para otros es superstición, para ella son certezas. Cuando Holly es contratada para ayudar en el caso Maitland y empieza a comprender lo que acecha en las sombras, no habrá timidez patológica que la frene. Deberá vencer el escepticismo del agente de la ley sobrepasado por la improbabilidad de los hechos, Ralph Anderson, el otro eje emocional sobre el que bascula la trama, un personaje que a diferencia de la novela arrastra un trauma familiar que lo define y lo limita.

Ben Mendelsohn, recordado por los seriéfilos por haber sido la oveja negra en Bloodline, se adueña de la serie con una interpretación memorable, expresando la lucha interior del inspector Anderson mediante cada uno de sus gestos de impotencia y de incredulidad, a través de su mirada de animal herido y sus hombros caídos, rendidos progresivamente a la evidencia de que la verdad está mucho más afuera de lo que podía sospechar pero habrá que ir a buscarla. Tan sólo por la sutil metamorfosis de su rostro en los últimos segundos del octavo episodio, Mendelsohn ya se merecería todos los premios habidos y por haber. Y ese es sólo un instante entre muchos.

El actor Ben Mendelsohn interpreta al agente Ralph Anderson en ‘El Visitante’.

Todos los esfuerzos técnicos y artísticos que hemos ido repasando han culminado en un final más que correcto, desviándose lo justo de lo narrado en la novela para que los que dan el golpe definitivo sean diferentes en una y otra versión. El de la serie es un último acto consciente de lo difícil que hubiera resultado superar el impacto inicial, atreviéndose incluso a plantar la semilla de una posible segunda temporada. El meticuloso análisis psicológico de los primeros capítulos deriva hacia una caza de la bestia en su guarida, y lo hace en un momento en que la introspección puede ceder el paso a la acción crepuscular sin que la echemos de menos.

Hay un tiroteo salvaje, sí, y hay un breve intercambio de impresiones con el Coco en un escenario que parece la versión espeleológica de un túnel del terror. Las verdaderas cicatrices ya han dejado su huella mucho antes, cuando la capa de hielo ha cedido bajo el peso ilógico del horror genuino, un horror que en El visitante, y en buena parte de la obra de King, reviste una naturaleza sobrenatural, pero que por desgracia, como sabemos por muchas de las historias de Price y por la prensa diaria, también puede ocultarse en nuestro entorno cotidiano. Eso es lo que cuesta más de aceptar.

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