Comparte

Patricia Arquette y Joey King dan vida a Dee Dee Blanchard y Gypsy Rose Blanchard en 'The Act'.
«¿Puede caminar?»; «Hija de perra». Hace cuatro años, una calurosa tarde de mediados de junio, Aleah y su madre Amy observaban con estupor su televisor. Días atrás, habían encontrado a su vecina Dee Dee brutalmente asesinada en su propia casa, pero los medios apenas habían informado de la situación de Gypsy, su hija. Inesperadamente, la joven apareció en la pantalla, vestida con un mono naranja mientras ocupaba su asiento en la corte. Habían pasado unos días, pero Amy no había conseguido quitarse de la cabeza las palabras del sheriff del condado, cuando deslizó frente a los medios que «las cosas no siempre son como parecen».
El asesinato de Dee Dee en junio de 2015 conmovió a la sociedad norteamericana, pero la resolución del caso consiguió horrorizarla. Aquel verano impar, sin deportes que llevarse a la boca, se alimentó de una historia de terror que durante años transcurrió frente a sus propios ojos. Ríos de tinta, a los que siguieron documentales como el de HBO en 2017, Mommy Dead and Dearest, y dramatizaciones de la historia, como The Act, la miniserie antológica de Hulu que ya podemos ver en Starzplay.
Historia de superación
Con Patricia Arquette en el papel de Dee Dee, y Joey King como Gypsy, The Act arranca en 2008, cuando madre e hija llegan a la apacible localidad de Springfield, en Missouri. Con la pequeña aquejada de diversas enfermedades, y Dee Dee dedicada por entero a su cuidado, ambas sufrieron la destrucción del paso del Katrina. Tras tres años de espera, la solidaridad de cientos de personas hizo posible que llegasen a un acogedor vecindario en el que podían contar con un techo sobre sus cabezas. Porque, teniendo a Gypsy a su lado, Dee Dee no le pedía a la vida mucho más.
La frágil Gypsy vivió una particular lucha interna entre los deseos de su madre y las evidencias que le mostraba su cuerpo
Para la prensa, esta abnegada madre que había criado a una hija dependiente sin la presencia de un padre era una heroína maternal moderna dedicada, en cuerpo y alma, a lidiar con la administración y los médicos para que su hija contase con los mejores cuidados. Aunque un cúmulo de desgraciados acontecimientos hizo posible que la única fuente que los especialistas tenían para conocer las dolencias que sufría Gypsy fuese su propia madre, y ningún informe médico previo.
Con una imagen y una mentalidad de una niña de doce años, y una edad real de casi 18, la frágil adolescente vivió una particular lucha interna entre los deseos de su madre y las evidencias que le mostraba su cuerpo. ¿Es la nata montada tan mala para ella como su madre le ha hecho creer? La pregunta puede parecer estúpida, pero llevar años alimentándote a través de una sonda conectada a tu estómago aporta cierta perspectiva (gustativa) a la cuestión. Y la respuesta fue la primera de las muchas puertas que Gypsy tendría que abrir para descubrir el verdadero infierno en el que vivía.
«No me dejó crecer»
Dee Dee pasaba los días atendiendo las necesidades de su hija, preparando su inacabable medicación, triturando su comida, disfrutando de una película de Disney con ella. Pero también pasaba mucho tiempo evitando que la joven se relacionase con otras personas. Al igual que había puesto mucho empeño en ser la única que se encargase de la crianza de Gypsy. La única literalmente, sin colegio ni familiares cercanos que pusieran en duda sus sobreprotectores métodos.
Del «tengamos hijos juntos» a «mata a mi madre» solo hay un paso y tres años de videollamadas interminables
Como la joven dijo tras ser detenida, su madre no le «dejó crecer», y se empeñó en simular la carencia de relaciones sociales con peluches que se acumulaban en camas y sofás después cada visita médica. Gypsy, por su parte, hacía todo lo posible por acercarse a la única imagen cercana que pudo encontrar, su vecina Aleah, Lace en la ficción. Y aunque le costó más de lo que le hubiera gustado, encontró las herramientas que le ayudarían a abandonar aquella cárcel que sólo ella podía ver.
En 2012 Internet y una página de citas cristianas hizo posible que cada noche Gypsy pudiese dejar atrás su silla de ruedas y su apariencia infantil para convertirse en el desvelo de Nic, un joven de Wisconsin que también tenía problemas para hacer amigos. Aunque fuesen de otro tipo. Cuando el sexo online y la iniciación al «bondage» lo permitían, ambos suspiraban por pasar la eternidad juntos, y del «tengamos hijos juntos» a «mata a mi madre» solo hay un paso y tres años de videollamadas interminables. La necedad de su mentalidad adolescente y las redes sociales hicieron que los detectives apenas tuviesen que despeinarse a la hora de resolver el asesinato de Dee Dee. El estupor llegaría después.
Cenicienta angustiada
Si alguien se hubiese detenido a examinar a esa sobreprotectora madre, que vivía con nerviosismo las dudas médicas, que atosigaba a su hija y apenas le dejaba hablar, habría descubierto una patología responsable de maltrato infantil, el síndrome de Munchausen por poderes. O lo que es lo mismo, inventarse síntomas o provocarlos para enfermar a la criatura y hacerla dependiente. Para cuando el diagnóstico llegó, Gypsy ya había ejecutado su particular cuento de princesas, con el que aprendió que el «felices para siempre» no llega, precisamente, siempre. Ni siquiera para ella, la más sufrida de las Cenicientas.
Protagonistas de su particular cuento de adas, Dee Dee y Gypsy son en realidad los personajes principales de un thriller de suspense angustioso. Una historia dosificada con inteligencia, que sabe unir causas y consecuencias en el momento justo de la narración y no pierde un ápice de emoción a pesar de su conocido desenlace.
Con Arquette al nivel de Fuga en Dannemora, King embarcada en una montaña rusa emocional y secundarios de renombre como Chloë Sevingy, Margo Martindale o Juliette Lewis, The Act arranca la antología criminal de Hulu con una temporada notable. Ocho capítulos que podrían colarse en algunas categorías del género más interesante de los Emmy, el de las miniseries, junto a producciones como Así nos ven o Chernobyl. ¿Quién necesita la ficción cuando la realidad es tan estremecedora?