‘Así nos ven’: las claves del mayor despropósito judicial de Nueva York
'Así nos ven'

Las claves del mayor despropósito judicial de la Historia de Nueva York

1989, Nueva York. Esta es la historia de cinco adolescentes de color que fueron condenados de 7 a 13 años de prisión por un crimen que no cometieron: 'Así nos ven'.

'Así nos ven' (When they see us') se estrenó en Netflix el pasado 31 de mayo.

Los amantes de las series de televisión ya tenemos en Netflix una nueva producción con la que seguir perdiendo nuestra fe en la humanidad. Otra vez la pequeña pantalla nos lleva a plantearnos demasiadas preguntas, dejando respuestas que probablemente no terminen de gustarnos. La nueva encargada de angustiar al espectador más curtido, de anclarlo al sofá durante cinco horas para dejarlo con el pañuelo en la mano es Así nos ven. La miniserie creada y dirigida por Ava DuVernay narra la historia de Antron McCray, Kevin Richardson, Yusef Salaam, Raymond Santana y Korey Wise, conocidos desde 1989 como «los 5 de Central Park».

En la noche del 19 de abril todos ellos estuvieron en el conocido parque neoyorquino, el mismo lugar en el que fue violada y brutalmente apaleada Trisha Meili. En las horas posteriores a este suceso, más de una veintena de jóvenes fueron detenidos como sospechosos de este y otros delitos que se cometieron en la zona. McCray, Richardson, Salaam, Santana y Wise, de entre 14 y 16 años, fueron acusados de violar, sodomizar, asaltar e intentar asesinar a Meili. Unos delitos que confesaron aunque nunca cometieron.

A lo largo de cuatro capítulos DuVernay relata los hechos que llevaron a los adolescentes a pasar su juventud privados de libertad, desde el momento en el que decidieron pasar un rato en el parque hasta su juicio y posterior condena. Cinco particulares infiernos que pasaron entre 7 y 13 años entre rejas aunque, afortunadamente, encontraron la redención en 2002. Un relato tan real como sorprendente que, para muchos, es todavía una de las mayores vergüenzas judiciales de la historia de Estados Unidos. Pero ¿cómo fue posible semejante despropósito?

Los cinco chicos sentados en el banquillo de los acusados / Crédito: James Estrin (THE NEW YORK TIMES).

1. Los años 80 en Nueva York

Entre las pocas pegas que se puede poner a la miniserie de Netflix está el escaso tiempo que la producción dedica en su primer episodio a contextualizar la historia que cuenta. Lejos de la cosmopolita y moderna imagen que Nueva York tiene hoy, en 1989 la ciudad atravesaba uno de sus peores momentos. «La capital mundial de la violencia», rezaban algunos titulares, mientras el ambiente se caldeaba y los linchamientos estaban a la orden del día. Con una media de seis crímenes diarios, Nueva York sufría las consecuencias de la llegada del crac y la banalización de la vida, representada por chiquillos adolescentes cargados con pistolas.

La preocupación del padre de Santana cuando le pide que vaya al parque porque en la esquina había problemas, no era casual. Mientras Manhattan prosperaba, y Wall Street se convertía en el centro del universo económico, barrios como Harlem o Queens, de mayoría negra y latina, vivían inmersos en la violencia y la inseguridad. Para el sufrido progenitor la tranquilidad estaba a unas calles de distancia, al sur de la 110, donde comenzaba Central Park, y el Nueva York apacible. O eso creía él.

2. Policías y fiscales

En los 80 la policía de Nueva York no perdía el tiempo a la hora de utilizar la violencia verbal o física para coaccionar a los detenidos

Las escandalosas cifras de criminalidad que la ciudad vivió durante años apuntaban directamente al cuerpo de policía. Los homicidios sin resolver se acumulaban en los escritorios mientras que los criminales seguían en las calles, y los delitos se multiplicaban. En la década de los 80 varios casos pusieron en entredicho los métodos de la policía, que no perdía el tiempo a la hora de utilizar la violencia verbal o física para coaccionar a los detenidos. Algo que parece confirmar el sufrimiento de los cinco protagonistas, con interrogatorios que duraron entre 14 y 30 horas.

La fiscalía de Nueva York tampoco salía bien parada en el análisis de la situación que vivía la ciudad, y la desesperación de Fairstein, el personaje de Felicity Huffman, es buena prueba de ello. Su ceguera a la hora de agarrarse a la versión que más le convenía contrasta con el escepticismo de Lederer (Vera Farmiga), el rostro visible del departamento, que tuvo que seguir adelante con el caso a pesar de sus propias dudas. Recelos que, para algunos, tal vez hayan servido para lavar algo su imagen.

3. «El crimen del siglo» y Trump

Central Park era sagrado. Si algo así hubiese sucedido en otro lugar sería terrible, pero no tan terrible. Fue para muchos, no para mí, «el crimen del siglo». Así lo explicó en 2012 Tom Koch, alcalde de Nueva York entre 1978 y 1989, el interés mediático que despertó el caso en una ciudad tristemente acostumbrada al crimen. Pero las malas noticias solo eran verdaderamente malas cuando se veían envueltos dos grupos raciales diferentes, y uno de ellos era el de los blancos, o cuando sucedían en Manhattan.

El arranque del segundo episodio deja claro la presión mediática que sufrían las familias, que veían cómo sus pequeños eran tema de conversación a todas horas. A ese carro de ruido y destrucción no dudó en subirse Donald Trump, que por aquel entonces solo era un estrafalario empresario. El dinero que invirtió en pedir la muerte de unos inocentes bien merece sus propios minutos de metraje, pero la extensión de la escena del salón parece más un ajuste de cuentas que una necesidad narrativa. Especialmente cuando había otras figuras políticas con las que rendir cuentas como el gobernador Cuomo o el propio Koch. Poco después del suceso, en su último año como alcalde de la ciudad, invitó a los espectadores a no creer a las abuelas que decían que los detenidos eran «buenos chicos» y calificó el juicio de un «test para el sistema».

4. El papel de los medios

Los agujeros del caso eran tan evidentes en 1989 como lo son ahora. «Desearía haber sido más escéptico como periodista, mucha gente no hizo su trabajo», reconoce el reportero del New York Times Jim Dwyer en el documental sobre el caso que la PBS estrenó en 2012. «Las autoridades dieron a la prensa una cronología de los hechos, los periódicos aman las cronologías. Y la ruta habitual de la corredora comparada con la línea del tiempo proporcionada por la policía situaba a los culpables en otro punto del parque», reconoce Dwyer antes de apuntar que en los vídeos de las confesiones de los chavales es evidente que los adolescentes «no saben dónde se produjo el crimen ni cómo».

Un metraje y una concepción diferente de la producción (más capítulos, más cortos) habrían sido comprensibles si hubiesen introducido personajes esenciales en la historia como la policía o los medios de comunicación. El arranque poético del segundo capítulo concede su minuto de triste gloria a la profesión, pero la secuencia sabe a poco teniendo en cuenta el poder que los medios tuvieron en el caso. Ellos denominaron a los jóvenes «manada», e introdujeron en el vocabulario popular el término «wilding» (liarla) que posteriormente fue utilizado para criminalizar a jóvenes negros y latinos. Y, como suele ser habitual en estos casos, apenas dedicaron una décima parte del tiempo que invirtieron en comentar su culpabilidad a explicar y analizar su inocencia.

5. Padres y abogados

Madres y padres, movidos por la presión del momento y el desconocimiento, se dejaron llevar por personas que les coaccionaban

En la sucesión de desgracias que hicieron posible que los jóvenes pagasen por un crimen que no habían cometido también jugaron un papel fundamental sus progenitores. Madres y padres que, movidos por la presión del momento, el desconocimiento o la falsa promesa de regresar a casa, se dejaron llevar por personas que les coaccionaban mientras sus hijos suplicaban el fin del calvario. La presión a la que nadie quiere verse sometido, que encarnan a la perfección Richardson y su hermana, cuando ésta firma la confesión entre la presión de los detectives y los ruegos del joven, aún sabiendo que no debería hacerlo.

Salaam pudo escapar de esa treta policial, gracias a la llegada de su madre, pero no tuvo tanta suerte cuando eligió abogado. Como reconoce el ayudante de Lederer, por mucho que la fiscal trate de calmar su entusiasmo, los abogados elegidos por los jóvenes allanaron el camino de la acusación y solo Michael Joseph tenía las ganas y la experiencia suficiente para luchar en un caso que además contaba con los medios de comunicación de su parte. En el mencionado documental de la PBS Salaam llega a decir que vio a su letrado dormitando durante el juicio, y que cuando éste quiso creer en el caso ya era demasiado tarde.

Noticia del Daily News del 22 de abril de 1989 / Fuente: PBS

6. El jurado

Entre las numerosas entrevistas con las que cuenta el largometraje de la cadena pública se encuentra la del jurado número cinco, que reconoce que la sentencia que emitieron se apoyaba en buena parte por las confesiones en vídeo de los jóvenes. «Era difícil imaginar por qué se iban a inventar algo lleno de detalles», comenta después de apuntar que las confesiones «parecían verdaderas, no ensayadas».

El jurado número cinco, seleccionado entre más de 500 personas, reconoce que en varios momentos del juicio pensó que «lo que decían los detectives no tenía sentido». Cuando llegó el momento de deliberar, la defensa se sentía más esperanzada con cada nuevo día, como reconoció Michael Joseph, pero en el jurado las sensaciones eran muy distintas. Aquellos que dudaban de que los jóvenes fuesen culpables se sentían «agotados» y tras diez jornadas de deliberación, vencieron aquellos que, mucho o poco, los creían culpables.

7. «Ya no me queda mala suerte»

Las pegas al desarrollo cronológico de la segunda mitad de la miniserie pueden ser comprensibles, pero DuVernay sabía lo que se hacía. Aunque habría tenido más sentido que las cinco historias transcurriesen a la vez, Korey Wise merecía su propio metraje en el último episodio, porque el destino fue especialmente cruel con él. «Tenía 16 años y me sentía como si tuviese 12», explicó en el documental el joven que terminó en la cárcel por ser un buen amigo. Aunque Así nos ven no hace referencia explícita a ello, Wise sí habló en la producción de la PBS de sus problemas cognitivos a partir de una sordera no tratada que sufrió siendo niño. Dificultades que Jharrel Jerome plasma en su personaje con una naturalidad y una certeza dignas de reconocimiento.

Su fecha de nacimiento hizo que viviese su propia aventura en una cárcel para adultos. «Rikers Island hacía de Spofford», el reformatorio al que fueron enviado los otros chicos, «un club de campo», declaró Wise sobre su experiencia en la cárcel de Nueva York cuya fama era sobradamente conocida en aquella época. «Puedo perdonar pero no olvidar. No hay dinero para recuperar esos momentos», dijo el joven en 2013.

Escrito por Aloña Fdez. Larrechi en .

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