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Ryan Phillipe, una reliquia del pasado rescatado en 'Big Sky'.
A David E. Kelley no hace falta presentarlo a estas alturas. Ya lo hizo el compañero Toni García Ramón no hace mucho. Abogado convertido en guionista, la trayectoria televisiva de Kelley empezó como colaborador del gran Steven Bochco (Canción triste de Hill Street) en series como La Ley de Los Ángeles y Un Médico Precoz. Posteriormente y ya por libre, se convirtió en un nombre fijo de la televisión yanki durante más de tres décadas.
En ese periodo ha estado detrás de títulos como El abogado, Picket Fences, Ally McBeal, Boston Legal, Chicago Hope o Profesores de Boston, por citar solo algunos. Todos ellos de networks mayoritarias en Estados Unidos. En los últimos años, eso sí, David E. Kelley ha sabido equilibrar las series en networks de toda la vida, con trabajos en cadenas de cable y plataformas. En esta última línea se enmarcan Mr. Mercedes, Goliath o Big Little Lies y The Undoing en HBO.
Así pues, David E. Kelley va navegando entre dos mares que, para muchos, parecen contradictorios. Sin ir más lejos, podríamos trazar dos líneas gráficas contrapuestas en las que las que veríamos cómo la evolución y el crecimiento de las series de plataformas y cadenas de cable va en detrimento de las series de las networks clásicas –como ABC, NBC, CBS o FOX–. No lo haremos. Mi sueldo no da para tanto. Sí que da, eso sí, para dar mi opinión de vez en cuando y poder proclamar aquí mismo, que me lo estoy pasando en grande con Big Sky.
La serie es una de las creaciones de David E. Kelley más reciente para una cadena clásica, la ABC estadounidense y, por lo tanto, debemos enmarcarla como tal. Un producto clásico, con sus limitaciones y estructuras propias de la televisión de toda la vida pero que nada tiene que envidiar a algunos trabajos más tediosos del mundo cable y plataformas. Sino, que se lo digan al mismo David E. Kelley –sí, me refiero a The Undoing–.
Aunque estemos ya acostumbrados a otro tipo de «contenido», ver una serie como ‘Big Sky‘ se transforma en una experiencia totalmente proustiana
De acuerdo, aquí vemos Big Sky en una plataforma, Disney+ y se nos presenta como una serie original de ‘Star’, su flamante sexta marca. Pero nunca debemos olvidar el origen de muchas de las series que consumimos en esta u otra plataforma. No todo es producción propia ni alardes de ambición corporativista por crear «contenido» a punta pala. Aún existe un rincón de mundo catódico en el que las televisiones producen y programan series con capítulos de 45 minutos –oh, gloriosa duración, ideal para el sofá!– estructurados al rededor de las pausas publicitarias.
Cuando el producto es bueno, cada uno de esos fundidos a negros en los que sabes que originalmente seguirían una retahíla de anuncios, saben a gloria. Aunque estemos ya acostumbrados a otro tipo de «contenido», ver una serie como Big Sky se transforma en una experiencia totalmente proustiana. ¡Viva la magdalena de Big Sky!
Una trama criminal en un pueblo de mala muerte
Big Sky sigue la historia de tres investigadores. Dos de ellos son pareja laboral, con una agencia de detectives. Se trata de Cody Hoyt (Ryan Phillippe) y Cassie Dewell (Kylie Bunbury). Pero la relación laboral ha pasado a relación sentimental y aquí entra Jenny Hoyt (Katheryn Winnick), antigua policía que se está separando de su esposo, Cody Hoyt. Un triángulo en el que las dos mujeres serán fundamentales.
Y un triángulo amoroso en toda regla que se ve empujado a trabajar juntos cuando desaparecen dos hermanas. Una de ellas es la novia del hijo de Cody y Jenny, que venía de visita a Montana. Como veis, todo queda en familia en Big Sky. La serie tiene la innegable habilidad de saber enmarcarse dentro de esa estética Americana en la que predominan los grandes valles, las carreteras infinitas, los diner de carretera y los pueblos en los que todo el mundo se conoce.
Entran aquí otros tres elementos esenciales para este particular y entretenido retrato de la América Profunda que es Big Sky. El primero es el siempre entrañable John Carrol Lynch, interpretando al policía estatal Rick Legarski. Él es el encargado de ayudar al personaje de Ryan Phillippe en el primer episodio.
Su comportamiento afable y hasta tontorrón puede resultar tan apetecible como una buena taza larga de café aguado de goteo. Pero esconden una maniobra de distracción que emplea muy bien David E. Kelley y que agradece –y mucho– el bueno de John Carrol Lynch. Sin mencionar un giro final en el primer episodio que eleva la apuesta de esta serie por este personaje.
Sin embargo, ‘Big Sky’ es una carambola a tres bandas constante y para eso, hace falta un tercer triángulo
El segundo elemento es el malo malísimo inicial. Un aniñado camionero interpretado por Brian Geraghty (Ray Donovan) que se muestra brutal y frágil a partes iguales. Su ruta incluye el secuestro de chicas solitarias, prostitutas la mayoría de ellas, que acaban en una red de tráfico sexual. Este personaje sigue la tradición del thriller de manual de primero de psicología.
Reprimido a más no poder y dominado por una madre psicológicamente abusiva. Ella es el tercer elemento de este triángulo de la América Profunda que en Big Sky recoge toda una tradición de referentes televisivos y cinematográficos. Interpretada por Valerie Mahaffey (Mujeres Desesperadas), otro de esos rostros clásicos de las networks, su personaje acaba de dar ese punto entre decadente y hogareño que explica el origen de tantos y tantos problemas domésticos y sociales.
Un juego de triángulos
Dos triángulos, por lo tanto, que entran en acción en Big Sky y se atraen entre sí. Uno, el amoroso y policial que forman los Hoyt y Cassie Dewell, que marca el corazón emotivo y el núcleo narrativo del género investigativo de la serie. El otro, el «triángulo redneck» que da un marco formal y visual a la serie, además de cultivar la semilla del mal, muy al estilo Twin Peaks. Eso es, el mal escondido entre los pasajes más entrañables de un cuadro costumbrista de la América Profunda. Sin embargo, Big Sky es una carambola a tres bandas constante y para eso, hace falta un tercer triángulo.
Es ahí donde completa la carambola el triángulo de las víctimas. Tres personajes que, desde el inicio, están condenadas a caer en las garras del mal aunque, a diferencia de las típicas víctimas random de cualquier psicópata de serie o cine, parece que lucharán por sobrevivir. Viendo el primer episodio de Big Sky y la presentación inicial de las dos chicas secuestradas, es fácil pensar en El silencio de los corderos y esa joven víctima casual, cantando el ‘American Girl’ de Tom Petty, contenta en su coche sin saber lo que le sucederá pronto. No es casual que esa chica random de la película de Jonathan Demme de 1991, interpretada por Brooke Smith (Anatomía de Grey) sea ahora también quien interpreta en Big Sky a la esposa del policía al que da vida John Carrol Lynch.
Sin embargo, la diferencia de las chicas de Big Sky con la víctima random de El silencio de los corderos será el cambio de un rol pasivo, de víctima total, a un rol activo, de superviviente que intentará salir de esa sin esperar a la ayuda externa. En este sentido, es clave también el tercer punto de este triángulo, el personaje de Jerrie Kennedy, la prostituta transexual interpretada por Jesse James Keitel, que se identifica como no binario en la vida real. Su historia y su relación con las otras dos chicas puede ser ese elemento que ayude a Big Sky a no ser vencida por tanto tópico y cliché clásico.
Y aunque ese es precisamente el encanto principal de Big Sky, anclarnos hacia un pasado de clichés y estructuras que habíamos empezado a olvidar, se agradece también que David E. Kelley busque maneras de hacer evolucionar esos mismos clichés. Es con detalles pequeños y personajes de calado interesante como el interpretado por Jesse James Keitel, que la serie sale un poco de ese marco mental de semi-reliquia de la era de los anuncios y las cadenas generalistas.
Sin embargo, está por ver cómo evoluciona Big Sky. Si mantiene lo bueno de los dos primeros episodios o si, como tantas, se pierde por el camino. En Disney+ tenemos por ahora dos episodios y irán llegando más de forma semanal. En Estados Unidos, la serie está aún en emisión y encarando el tramo final de la primera temporada. Pero ahí también esta la gracia de recuperar la experiencia semanal.
Vuelven las series semanales
Vale, las series semanales no han dejado nunca de existir. Pero parecíamos vivir todos en una realidad que, por lo menos, rozaba su negación. Aún quedan resortes de la serialización semanal, tanto en networks clásicas como en cadenas de cable como HBO, AMC o Showtime que, poco a poco eso sí, están transicionando hacia plataformas. Sin embargo, no deja de ser curioso que sea la plataforma de una super-corporación mundial como es Disney+ la que nos esté reportando alegrías más propias de tiempos pasados. De hecho, quizás no es curioso ni casual, ya que la nostalgia y el confort de las cuatro paredes que suponen conceptos como «familiar» y «hogareño» ha sido durante décadas la materia prima sobre la que la compañía ha construido su dominio mundial.
Recientemente Disney+ está apareciendo como un refugio que ofrece cobijo a quienes estén saturados de tanto estreno semanal en dosis maratonianas. Estrenos que empachan, llenos de temas oscuros, funestos y de una trascendencia sólo aparente. En esta línea, la plataforma de Mickey Mouse nos esta haciendo recuperar parte de ese encanto semanal de la televisión reliquia.
Ahí está la satisfacción que ha producido en muchos de nosotros volver a disfrutar del género de aventuras con sorpresas semanales como fue The Mandalorian. O la ansiedad cada siete días que nos trae el ejercicio de virtuosismo formal que es WandaVision.
O ahora mismo, la distracción fácil y tan cómoda que proporciona una serie como Big Sky. Tan cómoda y satisfactoria como un sillón con asiento reclinable en el que el tiempo parece congelarse y avanzar a un ritmo mucho más lento hasta llegar a esa plácida cabezadita a la que todos nos dirigimos inevitablemente al final del día.