Querido David: contigo empezó todo
'The Undoing'

Querido David: contigo empezó todo

Siempre escondido, poco amigo de dárselas de showrunner, la impresionante carrera de David E. Kelley se marca otro hit(azo) con 'The Undoing'.
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David E. Kelley

Simon, Chase, Ball, Milch, Fontana o Sorkin. En los muros del imaginario panteón en el que se encuentran esculpidos los nombres de aquellos que moldearon la televisión moderna, no se entra por casualidad. Tampoco hay lugar para el enchufe, las casualidades o los advenedizos. El panteón de la tele es un sitio inaccesible y los muros muy pequeños. Solo llegan allí los que de verdad lo merecen: como David E. Kelley.

Kelley no tiene el mismo predicamento que los anteriormente citados, probablemente porque sus méritos sean distintos: el de Maine nunca pretendió trascender, porque enseguida entendió que el legado no es cosa de uno, sino de los demás. Su arranque catódico, en 1986, fue uno de los éxitos más sonados jamás emitidos por una cadena generalista estadounidense. Se llamaba La ley de los ángeles y era la serie de abogados. No solo una serie de abogados, sino la serie de abogados.

Al mando estaban dos genios del tema: Steven Bochco y Terry Louis Fisher. Kelley escribió 68 episodios y puso la primera piedra de una carrera descomunal, siempre con un pie en los juzgados (en los de ficción). La ley de los ángeles mostraba la actividad de un despacho de litigantes metidos en casos de todo tipo y pelaje, muy alejados de los territorios de buenos y malos por los que habían transitado Ironside o Perry Mason. Tribunales llenos de cabrones, trileros, farsantes y caraduras. Sitios en los que la justicia había salido en viaje de negocios.




El guionista dejó a los picapleitos a lo suyo en 1989 para construir otra serie mítica: Un médico precoz. En la misma, Kelley ya figuraba como showrunner y desde el terruño de un producto pensado para el gran público se encargó de interiorizar los códigos del género en clave comercial y de pulir sus dotes para la comedia. Y todo porque en 1992, el estadounidense crearía el que para muchos sea su mejor show. No el más importante (ese tiene otro nombre), pero sí el mejor. Su nombre era Picket Fences y era una extraña mezcla entre Pipi Calzaslargas, Twin Peaks y Se ha escrito un crimen.

Picket Fences relataba la vida en un pequeño pueblo al que no dejaban de sucederle cosas raras, como si Jessica Fletcher fuera por ahí con un lanzallamas y luego quisiera investigar los incendios. La serie se beneficiaba de un extraordinario reparto en el que resplandecían Tom Skerrit y Kathy Baker, y de un elenco de secundarios que hubiera hecho las delicias de Tod Browning y en el que uno podía atisbar los rostros de Don Cheadle, Walston o la mítica Zelda Rubinstein.

Con ‘Ally McBeal’ la televisión generalista entra en una etapa de destape: el drama, la comedia, el musical y el horror se dan codazos para salir del armario

Sus cuatro temporadas, y ahí no hay duda que valga, son historia de la tele. El problema es que solo un año después de dejar Picket Fences en el Olimpo de las series olvidadas, Kelley crearía Ally McBeal y con ella, un icono televisivo que pocas veces se ha repetido. Con Calista Flockhart en la piel de una abogada cuyos juicios palidecen en comparación con su tormentosa vida personal: una versión urbana de la temporada de huracanes caribeña, con vientos que no dejan ni un maldito árbol sin arrancar.

Con Ally McBeal, la televisión generalista entra en una etapa de destape sin límites. Los géneros ya no son una valla insalvable, los formatos clásicos se retuercen para meterlos en las cuatro esquinas del tubo. El drama, la comedia, el musical y el horror se dan codazos para salir del armario y hasta el western se reivindica: no hay bolas de heno, ni nadie cabalga al amanecer para encontrarse con el forajido del pueblo, pero hay duelos en cada episodio y -casi siempre- alguien cae herido de muerte. Eso sí: no es una muerte literal, más bien un disgusto gordísimo.

ally mcbeal serie

Las cinco temporadas de ‘Ally McBeal’ se emitieron de 1997 a 2002.

La serie coincide en el tiempo con Buffy Cazavampiros y no es difícil llegar a la conclusión de que en cierto modo se retroalimentan: una se atreve a hacer algo imposible y la otra lo lleva un poquito más lejos. Si además, tenemos en cuenta que los protagonistas son los mismos (vampiros vs abogados; prácticamente primos hermanos), caben pocas dudas de que Kelley y Josh Wheddon, el showrunner de Buffy, se pasaron unos cuantos años mirándose de reojo.

Ally McBeal reinventó la abogacía en términos narrativos, le colocó hombreras audiovisuales y abrió paso a series que bebían de su sofisticación conceptual como la mismísima Sexo en Nueva York. Era una serie rápida, perversa en su propio código de conducta, morbosa en ocasiones/recatada en otras, siempre inteligente y -sobre todo- tremendamente moderna. HBO acababa de empezar su andadura televisiva cuando Kelley ya llevaba años tocando un piano de cola en la cuerda floja.

Luego llegarían la maravillosa El abogado o Boston legal, pruebas de cargo en la idea de que el de Maine poseía un talento inaudito para la creación de personajes y tramas, estrechando siempre el espacio entre el monstruo y su público: como si pudiera resucitarse a Frankenstein cada cierto tiempo y éste fuera cada vez una criatura completamente distinta. David E Kelley reescribió tantas veces el destino del drama legal como cápsula catódica que uno podía engullir una y otra vez, que resulta totalmente imposible pensar en un abogado de ficción que no esté directamente vinculado a sus escrituras, dicho sea esto del modo menos secular posible.

Y finalmente, el matrimonio tantas veces ensayado se produjo: en 2017, Kelley se encontró con HBO y decidió que ya estaba bien de coquetear. Así nació Big Little Lies.




Protagonizada por uno de los mejores repartos de la historia de la tele, un auténtico abecedario de actrices sin mácula, la serie de HBO parece un tratado, un recetario de todo aquello que un druida necesitaría para hacer el show perfecto. Laura Dern, Zöe Kravitz, Reese Witherspoon, Nicole Kidman y Shailene Woodley podían -por sí solas- convertir el pis de cabra en gasolina (parafraseando a los Blues Brothers), pero además Kelley se ocupó de darles un armazón argumental de hormigón armado.

Así fue como un murder mistery de manual acabó siendo una epopeya dramática de primera clase, que buceaba en esos recovecos del ser humano en los que es mejor no mirar o no hacerlo fijamente. Cuatro Globos de Oro y ocho Emmys después, Kelley ya formaba parte oficialmente de la realeza catódica.

‘The Undoing’ prueba que el laboratorio de Kelley sigue funcionando a plena potencia, dando lustre a personajes con más capas que el armario de un mosquetero

Con los galones ya adjudicados, adoptado por la casa de it’s not TV, Kelley vuelve a la carga con The Undoing (Disponible en HBO España). Otra de esas sesiones de buceo en la desquiciada psique de un humano, encarnada de nuevo por Kidman, esta vez en la piel de una terapeuta aparentemente feliz que pierde pie con su propia existencia después de descubrir que nada de lo que creía es en realidad cierto. Un bodegón con asesinato, caja(s) de Pandora y un camino al purgatorio que deja lo de Dante en un paseo por el parque.

The Undoing prueba de nuevo que el laboratorio de Kelley sigue funcionando a plena potencia, siempre brillante en la medular de sus shows, dando lustre a personajes con más capas que el armario de un mosquetero, capaz de vestir las tramas a través del diálogo y afilarlas con un espléndido criterio para escoger siempre al intérprete preciso.

La singularidad del estadounidense ha residido siempre en esa habilidad para la escritura desacomplejada, buscando constantemente el presunto techo de cristal que suponía desarrollar proyectos para la televisión generalista. Su respeto por el intelecto del espectador, por su capacidad para mutar y no conformarse con los sospechosos habituales, ha acabado llevándole de forma orgánica a HBO. Un lugar en el que la disrupción es belleza.

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En el horizonte asoman nuevas series, nuevos proyectos y nombres ya conocidos.

El más jugoso parece ser The Institute, una adaptación de la última novela de Stephen King, con quien Kelley ya se vio las caras en Mr. Mercedes. Pocos creadores pueden presumir de llevar tantos años dándole candela al medio, antes de que éste empezara a ser considerado trascendente e irrumpiera con fuerza en las mesas de todo el mundo. Antes de que los cuñados, los yernos, los suegros, los padres, las madres, los hermanos y las hermanas, los hijos y las hijas, supieran más de series que cualquier profesional del medio.

De eso -también- es responsable David E. Kelley.

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