The Boys (T2): Detrás del antifaz
'The Boys' (T2)

Detrás del antifaz

La segunda temporada de la serie de Amazon sigue jugando con todo lo que funcionaba de la primera para entregar una historia que es delirio pop y personajes fascinantes a partes iguales.

Los superhéroes de The Boys no llevan máscara. Como puntas de lanza de una gran corporación privada que se encarga de pagar sus facturas y hacer caja con sus logros, no les hace falta cubrirse el rostro. No se diferencian del resto de mortales por su secreto, por la ocultación de sus poderes: se diferencian de ellos, de hecho, por todo lo contrario. Por la sobreexposición absoluta de cada uno de los aspectos de su día a día. Por su estatus de súper estrellas dentro de un conglomerado mediático. Y, sin embargo, The Boys es una serie incapaz de escapar de las máscaras. No se ven, pero ahí están.

The Boys no es una serie sutil en las formas (en la primera temporada explotó un delfín, en esta digamos que la apuesta en cuanto a explosiones de cetáceos se eleva) porque la articulación de su feroz sátira política, heredada del cómic y brillantemente trasladada al panorama mediático contemporáneo y el auge de la cultura superheroica, necesita apoyarse constantemente en el más difícil todavía. Pero si solo fuese una locura tras otra, no sería ni la mitad de buena de lo que es: The Boys mantiene el interés en la segunda temporada no por el espectáculo gore o la sátira de brocha gorda, elementos sobre los que se apoyó sobre todo en su anterior entrega, sino porque en el fondo es una serie mucho más inteligente de lo que parece.

Tomemos a Homelander (Antony Starr), trasunto del Capitán América y líder del grupo de superhéroes conocido como Los Siete. Homelander, como el resto, no lleva máscara, pero la brillante actuación de Starr, que oscila entre la mirada muerta del muñeco de ventrílocuo y el rictus siniestro del asesino, no deja lugar a dudas: su propia cara ya es una máscara. Una máscara en constante movimiento, porque no podría ser de otra forma: bajo la piel de Homelander, hierven todos los vicios del «American Way of life»: el neoliberalismo implacable, el ultraconservadurismo, el catolicismo radical, el machismo, el racismo. Homelander es el centro temático de la serie y de su crítica a la colonización cultural estadounidense del mundo. Homelander es el hombre ideal para un pasado mítico que nunca existió. «Make America Great Again«. Un psicópata. Un nazi, vamos.

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Antony Starr interpreta a Homelander en ‘The Boys’

El juego con la máscara elemento más o menos evidente en toda la historia del cómic de superhéroes, no es nuevo; pensemos en el Watchmen de Alan Moore y en su discurso sobre la fetichización del fascismo, en su reinterpretación negrísima de la tradición superheroica. The Boys le debe, es evidente, muchísimo a la obra seminal de Moore y Dave Gibbons, y más aún en una segunda temporada que apuesta por profundizar psicológicamente (con resultados dispares, eso también) en su elenco de personajes. Pero la serie no es solo cinismo, no parece interesada en abocarnos al vacío nihilista que uno siente al acabar de leer Watchmen. The Boys también guarda luz bajo la superficie de su máscara iconoclasta, salvaje e irónica. Y por eso, como la reciente interpretación de Watchmen creada por Damon Lindelof, vale tanto la pena.

Hay en The Boys, al igual que en Doom Patrol, mucha alma en medio de la locura, en medio de la oscuridad. Hay gente contando historias de su infancia sin un ápice de ironía, padres y madres capaces de hacer cualquier cosa por sus hijos, parejas que cantan canciones de Billy Joel mientras van en coche. Sentimientos muy sencillos. Empatía. Amor. Perdón. La serie se sostiene sobre el equilibrio entre esto y los cráneos que explotan. Y, la mayor parte de las veces, funciona.

Las intérpretes han tenido la oportunidad de brillar mucho más en esta segunda temporada, corrigiendo la tendencia de recrearse en lo masculino

Es un equilibrio que su creador, Eric Kripke, tuvo la oportunidad de afinar en la también interesantísima Sobrenatural, una serie que precisamente está encarando sus episodios finales estos días. Allí, los episodios más brillantes eran siempre aquellos en los que se combinaba la locura fantástica con la exploración psicológica de sus personajes. Aquellos que les enfrentaban a lo extraordinario para acabar reflexionando sobre la cosa más ordinaria del mundo: la forma particular en la que cada uno tiene amueblada la cabeza.

The Boys sigue siendo una brillante sátira, un espectáculo gore y una opción confiable si buscas algunas buenas escenas de acción. Pero se mantiene gracias al corazón que late bajo todo eso, sostenido por el talento de un elenco que, literalmente, va a por todas, y cuyas intérpretes han tenido la oportunidad de brillar mucho más en esta segunda temporada, corrigiendo la tendencia de la anterior entrega a recrearse en lo masculino.

La trama de Chace Crawford, el hombre-pez que entra en una secta para redescubrirse y que no tiene absolutamente nada que ver con el resto de cosas que ocurren en la serie (!) es modélica en ese sentido y un microcosmos del funcionamiento interno de una serie que no debería ser tan buena: es una absoluta locura, pero qué quieres que te diga, funciona.

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