'Space Force': Por una comedia más radical
'Space Force'

Por una comedia más radical

La nueva comedia espacial de Netflix tiene algunos momentos rescatables, pero por lo demás es incapaz de alzar el vuelo, enterrada bajo el peso de su propia ambición.

Steve Carell observa el lanzamiento de un cohete en 'Space Force' / Netflix

Space Force tiene el dudoso honor de ser una de las series de humor más caras que he visto en toda mi vida. Todo en ella resplandece, brilla, está hermosamente fotografiado. En Space Force hay monos y perros creados mediante CGI, hay (¡varios!) cohetes despegando, hay despachos y casas exquisitamente decorados y centros de mando y hangares cuidadosamente recreados. En Space Force hay un protagonista (ya sabes, Steve Carell, ¿cómo no ibas a saberlo?) que se rumorea que ha cobrado un millón de dólares por episodio. Space Force es una comedia televisiva con una aparente ambición poco menos que inconcebible hace, no sé, quince años. Y a pesar de todo esto (sospecho que por culpa de todo esto), es un fracaso. La comedia más cara de la historia de Netflix no es divertida.

Sospecho que esto ocurre porque Space Force es una serie con una fuerte crisis de identidad. Veamos: ¿es una sátira? El hecho de que el proyecto surgiese como respuesta a la loquísima pretensión de Trump de crear una Space Force real, con el objetivo de llegar a la Luna, parece indicar en esa dirección. El problema es que no se puede satirizar a un gobierno que va más allá de lo que cualquier Kubrick se habría atrevido a imaginar. La comedia tiene éxito al hallar quiebros, grietas, inesperados giros en lo cotidiano que nos sorprenden por alejarse de aquello a lo que estamos acostumbrados. ¿Cómo encontrar la norma que se escapa de lo cotidiano si lo cotidiano ha dejado de tener normas?

Quizá por darse cuenta de esto, la serie deshecha rápidamente la opción de convertirse en una sátira, y opta por ser una workplace comedy amable, muy al estilo de su creador, Greg Daniels. El guionista logra algunos momentos realmente divertidos, sobre todo al inicio y al final de la temporada (que, por otro lado, se hace eterna, con episodios estirados de forma absurda), pero más allá de la dupla Steve Carell-John Malkovich (lo mejor de la serie de lejos), no tiene muy claro qué narices hacer con los personajes.

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Decíamos que la buena comedia subvierte la realidad, pero también hace otra cosa: extraer su gasolina de nuestras partes más oscuras. La buena comedia bebe de nuestros defectos, pero de los de verdad: de nuestro narcisismo, egoísmo, incapacidad para madurar. La mayoría de personajes de Space Force son poco menos que genios: literalmente los mejores militares y los científicos más brillantes de EE.UU. ¡Pero es que además son buena peña! Tienen, claro está, sus momentos locos, sus inseguridades, sus dudas. Pero, al final, la serie no llega a la masa crítica de personajes necesaria para que las interacciones funcionen de verdad, y por mucho que haya alguna discusión, al final del día todos sabemos que la carrera espacial es un asunto de héroes, no de gente miserable. Y así es como se comportan casi todos.

‘Space Force’ acaba siendo un compendio de soluciones de marketing: «¿Y si juntamos a Carell con alguna locura que haya dicho Trump? ¡Seguro que funciona!»

Las tensiones de esta dualidad héroe/humano se notan sobre todo en el personaje de Steve Carell, el responsable de la base secreta encargada de volver a poner a un estadounidense en la Luna. Su Mark Naird es, dependiendo del capítulo (y a veces incluso de la escena), una persona sencilla pero altamente intuitiva y centrada en los demás, o un absoluto incompetente con ideas tan peregrinas como reparar un satélite utilizando un chimpancé. Esto no sería un problema, en realidad, si la serie lo apostara todo a esta dicotomía (y, como en tantas comedias, Naird se viese incapaz de equilibrar una y otra cosa); pero Space Force introduce un tercer elemento, su conflicto familiar como marido y padre, que lleva todo definitivamente al terreno del drama personal y deshecha cualquier atisbo de radicalización del personaje.

Porque la buena comedia muchas veces es radical, en el sentido más amplio de esta palabra. Radical en su premisa, en la exageración de sus personajes, en su voluntad de llevar las situaciones hasta las últimas consecuencias. En una época de tormento político, quizá mucha gente prefiera una comedia amable, pero para eso solo tenemos que volver a ponernos The Office (la estadounidense, por Dios) o Parks and Recreation, dos buenísimas comedias de Daniels. Dos comedias que encontraron el Norte cuando decidieron volverse radicales: cuando consiguieron aunar una vocación exageradamente absurda con un trasfondo rotundamente humano.

Space Force no funciona en ninguno de estos frentes, y acaba siendo más un compendio de soluciones de marketing («¿Y si juntamos a Carell con alguna locura que haya dicho Trump? ¡Seguro que funciona!») que otra cosa. La mejor comedia de este año, What We Do In The Shadows, ha demostrado una vez más que en humor el presupuesto no es importante. Lo importante es tener la valentía de ser lo bastante excéntrico como para que millones de personas puedan sentirse como en casa.

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