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Lilette Suarez (Auli'i Cravalho) en 'Rise' y Kate Messner (Peyton Kennedy) en 'Todo es una mierda'
Por mucho Física o química, Compañeros o Merlí que hayamos visto en nuestra infancia o adolescencia conocemos mejor el microcosmos de un instituto norteamericano que uno local. Desde el pijero cósmico de Sensación de vivir a la oscuridad de Por 13 razones, hemos paseado más, televisivamente hablando, por los pasillos de un ‘high school’ yanqui que por uno que se parezca mínimamente al nuestro.
Nos sabemos de memoria la escala social que ahí se cuece: si eres ‘cheerleader’ tienes muchos números para ser una hija de una hiena, si te dedicas al fútbol americano seguramente tus notas sean un desastre y si te interesa el arte estas condenado al ostracismo. Como nuestra inmersión no ha sido suficientemente intensa, dos nuevas series intentan dar la enésima vuelta de tuerca al relato generacional: Todo es una mierda y Rise.
A pesar de las diferencias evidentes –la primera se enmarca dentro de la nostalgia noventera, mientras que la segunda se ambienta en la actualidad– hay elementos que las unen, más allá de la formalidad de tener un instituto como escenario. Uno de ellos, es el papel del club de teatro o de audiovisuales como una vía para que los estudiantes encagen en el mundo, o en el instituto, en su defecto. No es algo nuevo: Glee habló largo y tendido sobre ello y lo hizo intentado escapar de los tópicos con un mensaje de inclusión real.
‘Rise’ recoge la herencia de ‘Glee», aunque su ambientación sea más sombría e intente ser tan realista que está al borde del culebrón
En parte, Rise, creada por Jason Katmis, responsable de Friday Night Lights, recoge la herencia de la serie de Ryan Murphy (Glee), aunque su ambientación sea más sombría e intente ser tan realista que está al borde del culebrón (o de una copia baratunga de El club de los poetas muertos).
La serie de NBC, que aquí emite Movistar+, la protagoniza Josh Radnor, el Ted Mosby de Cómo conocí a vuestra madre, que aquí es Lou Mazzuchelli, un profesor de literatura inglesa que, hastiado de la poca respuesta de sus alumnos a sus clases, decide buscar una ocupación más motivadora: revolucionar el grupo de teatro, hasta ahora dirigido por Tracey Wolfe (Rosie Perez). Él hará saltar por los aires las dinámicas que hasta ahora tenía el grupo y también el instituto al escoger al mejor jugador del equipo de fútbol americano como protagonista de la obra que va a poner en marcha.
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La vía para dar la vuelta al grupo es apostar por Spring Awakening, un musical con el que los estudiantes se pueden sentir identificados pues habla de situaciones y temas que ellos están experimentado. Con música de Duncan Sheik y libreto de Steven Sater, este musical, que en Broadway fue interpretado por Lea Michele (Glee) y Jonathan Groff (Mindhunter y Glee), explica sin edulcorantes la historia de un grupo de chicos y chicas en la Alemania del siglo XIX que se enfrentan a la adolescencia en un ambiente represivo y puritano.
El rechazo a hablar de la sexualidad de forma clara y sin secretismo origina una sociedad enferma y traumatizada. No es difícil establecer un paralelismo con el pueblo de Stanton, una población conservadora del cinturón industrial de los Estados Unidos que no ve con buenos ojos que el profesor haya escogido una obra en la que se habla sin temor de identidad sexual, abusos, suicido e incesto, entre otras cuestiones. El grupo de teatro es el espacio seguro en el que los chicos y chicas que no acaban de encajar encuentren su sito.
Quizás esta obra le iría bien a Kate (Peyton Kennedy), la protagonista de Todo es una mierda (Netflix), que siempre se ha sentido un bicho raro. Sin duda, la hija del director del instituto del pueblo de Boring (literalmente “aburrido”) no es la chica más popular del centro, algo a lo que no contribuye ser miembro del club de audiovisuales, donde ejerce de cámara del informativo estudiantil.
Si en ‘Rise’ es un musical el que hace salir del caparazón a los estudiantes, en ‘Todo es una mierda’ es una película amateur
Este no es el mayor de sus problemas: Kate arrastra un halo de tristeza con ella, producto, entre otras cosas, de las dudas sobre su orientación sexual y la pérdida de su madre cuando era muy pequeña. La aparición de Luke, un novato que se enamora de ella, será el pistoletazo de salida para que Kate se acepte a sí misma y viva la vida que ella quiera. En el camino de conocimiento que es la adolescencia, se dará cuenta que prefiere mil veces más los desplantes de Emaline, una histérica estudiante del grupo de teatro, que las continuas atenciones de Luke, que confía en que a base de insistir conseguirá que caiga rendida a sus pies.
Si en Rise es un musical el que hace salir del caparazón a los estudiantes, en Todo es una mierda una película amateur, con algún guiño a los films de serie B de ciencia ficción, se convierte en el elemento transformador de la vida de los protagonistas.
Todo es una mierda recuerda por momentos a Stranger things, aunque sin el componente fantástico. Aquí se cambia las referencias a Ghostbusters o E.T. por música de Oasis y Tori Amos, pósters de Jonathan Taylor Thomas y Tamagochis. Un surtido variado de nostalgia que no desmerece una historia que va más allá de la época en la que se enmarca. Porque si algo demuestra esta serie, pero también Rise, e incluso Spring Awakening, es que las incertidumbres y los temores que acompañan el paso a la vida adulta son universales y atemporales.