'Peaky Blinders': Darle la mano al diablo - Serielizados
'Peaky fuckin' Blinders'

Darle la mano al diablo

'Peaky Blinders' muestra los peajes morales del crimen organizado, retratando la mugre física y mental de unas vidas condenadas a mantener una inercia destructora.
lluvia Peaky Blinders Josep Maria Bunyol Serielizados

“En la tormenta que se avecina / llega un hombre alto y apuesto, / vistiendo un polvoriento abrigo negro, / con la mano derecha roja”. Las palabras escritas por Nick Cave para su canción “Red right hand” (en el inglés original y con la voz cavernosa de Cave suenan algo más amenazadoras) encajan como un guante en Peaky Blinders, el relato del ascenso de una familia proletaria de Birmingham, los Shelby, por un tortuoso camino al margen de la ley, el que lleva del control de las apuestas al contrabando de licor y otros negocios menos confesables.

Ciertamente, los miembros de la familia Shelby se ven obligados a estrechar en más de una ocasión la mano roja del diablo, el cual, como ya es bien sabido, tiene muchas caras. Tantas que la misma familia acaba siendo una de sus encarnaciones más tentadoras, especialmente si nos referimos al más apuesto del clan, Thomas Shelby, un inconmensurable Cillian Murphy, actor de mirada azul y glacial. Debe ser muy difícil resistirse a ella. Si viéndola a través del filtro de una pantalla, desde la comodidad y la relativa protección de un sofá, ya sería capaz de convencernos de ceder todos nuestros ahorros a la ONG “Save the Shelby”… qué no podría conseguir en la distancia corta.

En unos momentos en que cada semana parece que se estrena la serie del año, o incluso del siglo, Peaky Blinders nos ha hecho el favor de finalizar su cuarta temporada manteniéndose como una de las grandes. Podemos afirmarlo sin miedo a exagerar o a ser acusados de un exceso de euforia. En Gran Bretaña es un auténtico filón que ha sobrepasado el ámbito televisivo. Las características gorras de la banda (esas que según A walk down Summer Lane, novela de John Douglas, permitían llevar una navaja de afeitar escondida tras la visera) se venden más que nunca. También están en marcha algunas rutas turísticas para dar a conocer los callejones y los pubs de Birmingham por los que se movían los auténticos Peaky Blinders, en la zona de Small Heath, y un proyecto de musical teatral. De confirmarse, ojalá cuenten con los temas de Nick Cave, PJ Harvey, Radiohead, The White Stripes, Arctic Monkeys, David Bowie y tantos otros que han conseguido armonizar con este drama de entreguerras, en un anacronismo musical especialmente afortunado, lo más parecido a organizar una edición del Primavera Sound en plena Revolución Industrial.

Explora las raíces europeas de dos mitologías tan recurrentes en la ficción americana como son la del western y la de los gánsters

No es casual que la primera escena nos mostrara a Thomas Shelby entrando en la ciudad, entre el humo de las fábricas y las chispas de las soldaduras, a lomos de un caballo. Peaky Blinders explora las raíces europeas de dos mitologías tan recurrentes en la ficción americana como son la del western y la de los gánsters. En el centro de este crisol de géneros emerge con fuerza el clan de los Shelby, consagrado a la preservación y la protección mutua, en sintonía con su origen gitano. Junto a Tommy, el líder carismático, brilla con luz propia Arthur Shelby (Paul Anderson, quien cuesta creer que no haya nacido realmente en los suburbios de Birmingham a inicios del siglo XX), el hermano mayor resignado a ceder el sillón de mando al más listo de la familia y a aceptar el papel de escudero leal. Los resquemores iniciales, más o menos comprensibles, no amenazan con quebrantar su fidelidad. Arthur es un hombre impulsivo y primario, feliz cuando puede pregonar a los cuatro vientos cualquier decisión impuesta por orden del clan. “By order of the Peaky fuckin’ Blinders”. Al fin y al cabo -por lo que respecta a la opción de no hacer recaer en el primogénito la máxima responsabilidad, sino en el hermano más preparado- la ley de los Blinders es más razonable que la de tantas monarquías preindustriales todavía vigentes.

Sin embargo, tener más en cuenta a las mujeres de la familia ya sería pedirles demasiado. Ellas han tenido que batallar por el respeto, convirtiendo cada muestra de abuso y arbitrariedad masculina sobre su persona en una muesca simbólica en su carácter endurecido. Tanto la tía Polly, una mujer curtida por los golpes, figura imprescindible interpretada por esta gran actriz, habitual en los escenarios británicos, que es Helen McRory, como Ada Shelby (Sophie Rundle), en su lenta evolución del idealismo político al pragmatismo genético, representan dos caras de una misma moneda que se resiste a formar parte de la calderilla.

El creador de esta filigrana audiovisual, en que cada escena de los 24 episodios vistos hasta el momento da la impresión de haber sido esculpida con precisión de artificiero, es Steven Knight, guionista de películas tan inquietantes como Negocios ocultos de Stephen Frears, Promesas del Este de David Cronenberg, o Locke, dirigida por él mismo, superando con nota el reto de recluir a esta bestia parda de la interpretación llamada Tom Hardy dentro de un coche. Hardy ha sido un cómplice más de Knight en Peaky Blinders, al asumir el personaje del mafioso judío Alfie Solomons, un aliado poco fiable de los Shelby, cínico y calculador, un tipo que más que pronunciar las palabras las masca y las escupe. Su entrada en juego, en la segunda temporada, avanzando por los pasillos de la panadería que le sirve de tapadera mientras la cámara le sigue a sus espaldas como un secuaz inquieto, es una de las presentaciones de personaje más efectivas vistas en mucho tiempo.

Posteriormente Steven Knight y Tom Hardy, junto al padre del actor, el escritor Chips Hardy, han creado la serie de HBO Taboo, una nueva oportunidad de lucimiento con otro personaje asilvestrado y algo histriónico de los que tanto le gustan a Hardy. Por lo visto hasta ahora, quizás hubieran hecho mejor ampliando la historia de Alfie Solomons en un spin-off. Otras estrellas se han ido comprometiendo temporalmente con Peaky Blinders, alianzas favorecidas por la estructura de seis capítulos anuales, que no exige dedicación exclusiva. Ahí están Sam Neill como el implacable y reprobable inspector Chester Campbell, némesis de Thomas Shelby en las primeras temporadas; Aidan Gillen, que ha pasado de ser el maquiavélico Petyr Baelish de Juego de tronos a encarnar otro personaje turbio, el asesino a sueldo Aberama Gold, una especie de “Meñique” con greñas; o Adrien Brody, quien ha coqueteado con la imagen y la voz ronca de un mafioso italiano de manual, Luca Changretta. Muchos de ellos parecen haber sido poseídos en sus interpretaciones. ¿Habíamos dicho ya que el diablo tiene muchos rostros?

Steven Knight asegura que se ha basado más en las anécdotas que le contaban en su casa de pequeño que en los libros de historia

Pese a que en Peaky Blinders han aparecido personajes reales libremente modificados, como los mafiosos Billy Kimber y Darby Sabini, o más recientemente la líder sindical comunista Jesse Eden, Steven Knight asegura que se ha basado más en las anécdotas que le contaban en su casa de pequeño que en los libros de historia (parece que la banda tuvo su máximo esplendor unas décadas antes de las retratadas, hacia 1890). El padre de Knight recordaba cómo a los ocho años fue enviado a entregarle un mensaje a su tío -apellidado Sheldon- y se encontró en una habitación repleta de gente, reunida alrededor de una mesa inundada de billetes. De los Sheldon a los Shelby había sólo un paso.

Por lo visto, la intención de Steven Knight sería acompañar a los Shelby hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, en 1939. Teniendo en cuenta que hemos llegado a 1926, con un tal Alphonse Capone asomando la patita al otro lado del Atlántico, la intención inicial de su creador de limitar la serie a cinco temporadas parece muy susceptible de ser vulnerada. La cuarta temporada, crónica de una vendetta anunciada que ha obligado a los Shelby a reagruparse y volver al redil, quizá no ha mostrado la intensidad emocional de otras, pero ha mantenido el pabellón alto y ha abierto un melón que en el fondo siempre estuvo allí, el de las relaciones de Thomas Shelby con la política. No olvidemos que el cabecilla del clan, miembro de la Orden del Imperio Británico, ha lidiado con los comunistas, con Churchill y con el mismísimo rey. Ni siquiera las más altas instituciones del orden establecido están nunca libres de sospecha.

foto família Peaky Blinders Josep Maria Bunyol Serielizados

Algunos jueces rigurosos (los mismos que cuestionan tantas otras producciones de acción como si fueran responsables de nuestros peores instintos y no su simple ilustración) podrían alegar que la serie dota a la violencia de un halo de glamour, basándose en el esteticismo de esos planos recurrentes a cámara lenta, acompañados de la banda sonora más molona posible, en que los Blinders dejan aletear sus abrigos como si fueran las capas de un grupo de mutantes al rescate de sí mismos. Sería un juicio demasiado superficial. Tommy Shelby no permanece impasible ante el daño que provoca entre propios y ajenos. Sus esfuerzos por revestir de legitimidad las actividades familiares y cumplir la promesa contraída con el decisivo personaje de Grace (Annabelle Wallis) suelen verse obstaculizados por factores internos y externos. Este es uno de los logros de Peaky Blinders, el de mostrar los peajes morales de una vida dedicada al crimen más o menos organizado, retratando la mugre física y mental de unas vidas condenadas a mantener una inercia destructora aún a su pesar.

En los nuevos episodios Knight se ha encargado de recordarnos una de las constantes de esta historia: el mayor enemigo de Thomas Shelby es él mismo, o más exactamente los fantasmas que arrastra con él tras regresar del frente de la Primera Guerra Mundial, de las trincheras de Verdún y el Somme. Tommy fue zapador, encargado de cavar túneles para depositar explosivos bajo las líneas enemigas, pero al mismo tiempo, sin saberlo, estaba dinamitando su conciencia. En la cuarta temporada hemos conocido detalles de su vida previos a la experiencia devastadora como soldado, ideales políticos de juventud vinculados a un primer amor, que refuerzan esta impresión. Tommy no siempre quiso ser míster Shelby, el padrino de Small Heath. La mayor amenaza para su supervivencia no proviene de ninguna banda rival, ni de las redes políticas y de espionaje con las que se ha marcado a menudo más de un farol, sino de su propia psique torturada por los recuerdos y aguijoneada por los estupefacientes. Cuando la mafia no le haga temblar, la neurosis de guerra se encargará de remover los recovecos ocultos de una mente fracturada. Allí dentro se esconde el demonio más temible, uno al que, si le ofreces la mano, quizá no te la devuelva.

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