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Nabhaan Rizwan es el informante paquistaní de una brigada antiterrorismo inglesa / Crédito: BBC.
La BBC se ha ganado a pulso el puesto como patrón oro de las televisiones públicas de todo el planeta por su continuada apuesta por diseccionar desde la ficción las entrañas de las instituciones públicas del país. Su tesis, a grandes rasgos, es que la buena salud de un Estado depende del inventario que se haga de todas las patas que lo sostienen, desde las huestes parlamentarias hasta las fuerzas de seguridad; entre otros motivos, por la certeza de que concentrar demasiado poder en cualquiera de estas instituciones podría deshumanizarlas, someter al individuo de a pie al control ciego de una superestructura que, asegurando que vela por su seguridad, despliegue estrategias de control cada vez más sofisticadas.
Las ficciones de la corrupción, el espionaje y la paranoia, combinadas en las últimas dos décadas con la carta blanca supranacional de la Guerra Contra el Terror (lo que sea con tal de proteger al ciudadano, incluso eliminar derechos fundamentales), han trufado en años recientes la cadena pública ganándose el favor de crítica y público (pensemos en Bodyguard, inconcebible éxito de audiencia reciente).
Tal vez por eso, la BBC logra algunas de sus series más interesantes cuando, con los mimbres básicos descritos arriba, se permite empezar a subvertir todo lo que uno esperaría de un thriller político de los suyos. Pasó con Killing Eve (que bajo una aparente trama de espionaje internacional y difusas alianzas oculta una personalísima y muy irónica reflexión sobre la obsesión) y vuelve a suceder con Informer, que es una serie sobre terrorismo en la que los terroristas no hacen acto de presencia hasta el último episodio. Lo cierto es que su nombre ya nos da las coordenadas básicas de la oscura geografía urbana en la que nos vamos a mover: la de los informadores de una brigada antiterrorismo inglesa, peones en la lucha del país contra los extremistas. Nada de superestructuras o complejas conspiraciones: Informer va discurriendo tan a ras de suelo (el suelo regado de conflictos étnicos del East End londinense) que casi parece que uno va a mancharse de curry en cualquier momento.
Los mimbres básicos: Gabe Waters (un muy atribulado Paddy Considine) es un agente de la brigada antiterrorismo con la misión de descubrir si Ahmed El Adoua, notable extremista responsable de ataques con bomba en varios países europeos, dejó una célula lista para atentar en Londres cuando visitó la ciudad, hace unos meses. Con el tiempo en contra, Gabe reclutará a Raza Shar (estupendo y debutante Nabhaan Rizwan), joven pakistaní al que muy pronto empezará a chantajear para convertirlo en su informante. Cada episodio comienza con el inevitable atentado, confirmándonos que, ocurra lo que ocurra, acabará produciéndose, pero ocultándonos a su autor. El asunto engancha muy fácilmente. Uno empieza a construir teorías. Y entonces la serie da la vuelta a nuestras expectativas.
Porque lo cierto es que, como decíamos, Informer no va tanto sobre los lazos invisibles de la conspiración como sobre los muy cercanos lazos de la amistad o la familia. Porque la serie va desplegando una constelación de personajes, una tupida red de relaciones, a las que se presta muchísima atención y acaba constituyendo el tema principal de la temporada. Las distintas formas de crear una red. La familia y la “familia”, en fin. La toxicidad de establecer lazos demasiado sólidos. El control que un solo individuo enajenado puede ejercer sobre el resto de la red, y las inesperadas consecuencias que, como un pulso invisible, acaban provocando sus acciones. Estamos ante una serie que bajo su dura fachada es una auténtica pieza de orfebrería narrativa, un castillo de naipes cuya fragilidad uno no comprende hasta que ya es demasiado tarde.
El horror vive arriba
Gabe y Raza, la autoridad y el informante, son los dos polos principales de esta red, y entre sus dos mundos y la progresiva contaminación de uno al otro nos va llevando Informer: el traumático pasado del primero y su relación con Holly (Bel Powley), su nueva compañera; la lucha del segundo contra los prejuicios raciales y la progresiva certeza de que cuanto más se acerca a la ley más se aleja de la luz. La tercera edad de oro de la televisión nos reconcilió con los protagonistas moralmente reprobables; con los imbéciles, en pocas palabras.
Lo interesante del personaje de Considine es que al final su tormento individual se acaba transmitiendo al resto de vínculos de la cadena, acaba contaminando el resto de la red, y en estos movimientos Informer se revela como una serie mucho más compleja de lo que podría parecer en un principio. Aquí no hay espionaje, manos negras, alguien afirmando entre las sombras que este asunto llega hasta arriba del todo. No. Aquí hay un círculo infernal hilado por unos personajes que querrían huir pero carecen de todas las piezas del puzle. La lección final de Informer es valiente: el horror no te espera allá abajo, en la oscuridad, sino que comparte mesa contigo. Porque vacío es lo que aparece cuando estiras demasiado una red.