'Lo que hacemos en las sombras': Vampiros en Barcelona
'Lo que hacemos en las sombras'

Vampiros en Barcelona

La Sala Phenomena se llenó de criaturas nocturnas para disfrutar de una de las series más originales de la temporada en una nueva edición de Serielizados Fest Premieres.

La primera norma al escribir cualquier novela, reportaje o crónica periodística es que éstas jamás deben iniciarse con una descripción meteorológica del lugar donde acontecen los hechos. Denota una enorme falta de creatividad de su autor y sienta las bases de un relato posterior con mucha floritura pero poco que decir. Pues bien, en Barcelona llovía y las nubes en el cielo parecían empujarse unas a otras, batallando para ser la elegida que descargara su lluvia sobre el gentío que aguardaba para ver Lo que hacemos en las sombras (HBO España) en el Phenomena.

En este caso concreto, empezar hablando de la lluvia en Barcelona del día 3 de abril de 2019 tiene un sentido más allá de mi evidente farsa literaria. Aquella era una jornada especial en los cielos de la Ciudad Condal. La luz se iba retirando poco a poco, como haciendo una reverencia tras la montaña de Collserola. El gris de las nubes recordaba a ballenas saliendo a respirar en un mar embravecido. Me las miraba con celo, sabía que algo escondían. Si cerraba los ojos y agudizaba mis oídos, percibía un rítmico batir de alas; no eran golondrinas, a pesar de la llegada de la primavera. Los vampiros acechaban. Eso era un enorme problema para mí, claro: soy cero negativo. Mi sangre es un manjar para los vampiros, es gazpacho en verano y sopa de la abuela en invierno. Lamenté no tener ningún jersey de cuello largo en mi armario. Más que de cronista, aquel día en el Phenomena ejercía de corresponsal de guerra.

El Phenomena mismo no ayudaba a apaciguar mis nervios. Todo era rojo. Todo. La moqueta, la luz iluminando el nombre del cine, el telón sobre el que se proyectaba Lo que hacemos en las sombras, HBO España, la cabina de teléfono… Maldita cabina de teléfono. Escenario del asesinato de mi pizza en la premiere de True Detective. Entré dentro reprimiendo un llanto iracundo. Pensé en llamar, quizás esta vez tuviera agallas. Solo debía abrir la cartera y desplegar el papel amarillento y desgastado en los bordes. No, mejor no. Su voz me devolvería al espejismo de la luz. Aquel era día de sombras.

Jordi Sánchez-Navarro presenta la sesión ante el público asistente a Phenomena / Foto: Laura Sheridan.

La gente sacudía sus paraguas al entrar al cine, las varillas se agitaban como huesos en una pista de baile. La mayoría de esas personas -las que eran de fiar- pidieron una cerveza al entrar. Me fijé en una mujer de unos cuarenta años según su piel y cuatrocientos según sus ojos. Con su elixir dorado entre las manos, lanzó una mirada a lado y lado para comprobar que nadie se estaba fijando en ella; no me vio verla. Entonces se clavó la larga uña de su índice izquierdo en el dorso de su mano derecha. Se derramó una gota de sangre que con cuidado vertió en la cerveza. Con el mismo dedo índice mezcló los líquidos de oro y rubí hasta que se convirtieron en uno. Echó un trago y las sienes le estallaron en un orgasmo. Apunté en mi libreta: «asistencia de vampiros confirmada«.

Cuando el telón se partió por la mitad y descubrió la pantalla, los vítores invadieron el cine y, protegidos por la oscuridad, la gente se dejó llevar por el salvajismo

Lo corroboré cuando instantes después fui al lavabo antes de que se iniciara la proyección. Me lavé las manos al lado de un sujeto que, a pesar de su pelo impolutamente engominado y una barba recortada al milímetro, no se reflejaba en el espejo. No debía tener alma. También era cierto que a tenor de su chaleco de plumas, la camisa rosa palo de debajo y los mocasines del siglo XVI quizás su ausencia de alma respondía a otros motivos, pero ese es otro tipo de vampirismo del que aquí no nos vamos a ocupar. Salí a toda prisa de los servicios cuando el sujeto me miró la yugular como un prisionero mira la playa desde su celda.

Dejando de lado el asunto de los vampiros, la premiere de Lo que hacemos en las sombras guardaba bastantes similitudes con la de True Detective. En la calle se formó una enorme cola que daba la vuelta a la esquina; una vez dentro, la gente reía animada; en la sala, muy pocas butacas quedaban libres; cuando el telón se partió por la mitad y descubrió la pantalla, los vítores invadieron el cine y, protegidos por la oscuridad, la gente se dejó llevar por el salvajismo en forma de gritos y emoción frenética. Les encantó la película que triunfó en Sitges y sabían que les encantaría la serie. El ser humano se vuelve en un loco cuando juega sobre seguro.

Los asistenes a la premiere hacen cola en Phenomena antes del inicio de la sesión / Foto: Laura Sheridan.

Los dos episodios proyectados de Lo que hacemos en las sombras -el segundo en preestreno- dieron la razón a la muchedumbre: gustaron igual o más que la película. El género del falso documental es un seguro de éxito desde hace años en el mundo de las sitcoms –The Office, Parks and Recreation, Modern Family– gracias a la perenne frescura del formato y el derribo de la cuarta pared, un hecho que el espectador siempre agradece. Curiosamente, a título personal el personaje que menos gracia me hizo fue el protagonista, Nandor, cuyas punch lines en general me parecieron algo mediocres. Mediocres en plan bien, tipo un postre que te comes pero no repetirías, no mediocres en plan mal, tipo un postre al que tras dos cucharadas acabas ofreciendo con falsa amabilidad al resto de comensales.

Pero la magia de Lo que hacemos en las sombras se gesta en el universo de personajes que rodea a Nandor: el desgraciado y adorable mayordomo Guillermo; la intensa y alocada Nadja; el deslenguado e inútil -todo el mundo ama a Matt Berry, todo el mundo- Laszlo;  y, cómo no, el odioso y chupavidas Colin Robinson. Como me reí con Colin Robinson, Dios. Y cuantos Colin Robinson hay en el mundo, desgraciadamente. Si en diez segundos no eres capaz de nombrar a tres Colin Robinson en tu vida, lo siento pero eso es señal de que tú mismo eres uno de ellos. Y te odio. Te odiamos todos.

Cavilando sobre la serie, salí de la sala mientras sus luces se encendían. Ese golpe de luz cegó a muchos e incluso a un elemento alto y de tez blanquecina le salió humo de la frente. Se fue corriendo mientras se cubría la cara con una capa negra pasada de moda siglos atrás. Me ofendí con la de chorradas que llega a vestir la gente hoy en día para destacar por encima del resto. Me abroché la chaqueta agujereada de mi padre y salí del Phenomena mientras la gente se daba abrazos muy raros tras de mí, como inclinando mucho el cuello y chillando y desparramando sangre por todos lados como si se hubiera activado la alarma de incendios.

Ya en la calle, jugué a adivinar cuál sería la siguiente premiere que nos brindaría el Serielizados Fest. En mi mente revoloteaban muchas propuestas, aunque no dejé que ninguna volara más alto que el resto. Me gusta que me sorprendan, y estos lunáticos de Serielizados siempre lo consiguen. Las nubes seguían amurallando la noche en Barcelona, pero ya no llovía. Mejor, así llegaría antes a casa. Di una vuelta sobre mí mismo, me torné en murciélago y me fui volando mientras soltaba carcajadas preventivas imaginando el tercer capítulo de Lo que hacemos en las sombras. No sé en qué momento me había convertido en vampiro, pero me gustaba ser uno de ellos. Y a ti también te gustará. No te gires.

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