Ingmar Bergman: esteticismo mundano - Serielizados
Televisión de autor (1)

Ingmar Bergman: esteticismo mundano

Repaso a las aportaciones al medio televisivo de algunos de los creadores más importantes de la historia del cine. Hoy es el turno de Ingmar Bergman.
Ingmar Bergman

Ingmar Bergman (1918-2007, Suecia)

Los entendidos en la materia hablan con frecuencia de épocas de esplendor durante la historia de la televisión. Aunque se habla de grandes series de forma constante sin necesaria pertenencia a algunos de estos momentos, parece que la subdivisión en tres etapas doradas diferenciadas tiene sentido en el plano teórico del desarrollo de la ficción televisiva, siempre bajo el amparo de la ficción angloparlante y, en especial, estadounidense. Tres etapas que comprenden las edades de oro de la televisión: la primera, en los inicios de la segunda mitad del siglo pasado; la segunda durante los ochenta, y la tercera desde finales de los noventa hasta la actualidad.

El desarrollo histórico de la ficción televisiva norteamericana, por descontado, no contempla las cuestiones referidas al amplio espectro geográfico que sale de la zona estadounidense, si bien esta tercera etapa sí podría considerar otras producciones no estadounidenses debido a la globalización e internacionalización de los productos televisivos -tales son los casos de La casa de papel, Dark o Black Mirror, donde tiene mucho que ver Netflix, o el Nordic Noir con la tríada BorgenBroenForbydelssen-.

La atención a una suerte de televisión de autor no tanto entendido como genio narrativo sino como marionetista del plano formal brilla por su ausencia en la ficción televisiva estadounidense reciente, si bien existen magníficas excepciones como Legión o Atlanta y la omnipresente Twin Peaks -aquí nos da igual si hablamos de las temporadas noventeras o del acontecimiento histórico que fue The return-.

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Pero no por su desconocimiento mayoritario debemos olvidar esta vertiente del medio televisivo en lo que a la ficción se refiere, que nos recuerda por sus innovaciones y planteamientos más al cine-arte y la vanguardia que a la ficción serial televisiva clásica y canónica. Muchos son los participantes de esta vanguardia o cine artístico que utilizaron como vehículo de expresión el televisivo, con resultados sorprendentes por su precocidad en la experimentación de las formas de este medio.

En este artículo y los que seguirán a este reportaje, haremos un repaso de las aportaciones al medio televisivo de algunos de los creadores más importantes de la historia del cine, teniendo en cuenta no sólo sus trayectorias y filmografías particulares sino también el contexto en el que la desarrollaron y el interés de los artefactos televisivos que realizaron. Para intentar acotar, y sabiendo de la dificultad de no caer en el error de dejar a algún creador en el tintero, dedicaremos un artículo a cada realizador, repasando su legado en el medio televisivo. Y nuestra primera víctima será Ingmar Bergman.

Ingmar Bergman

Bergman realizó varias miniseries que son claves para el audiovisual de la segunda mitad del siglo XX, como ‘Secretos de un matrimonio’ y ‘Fanny y Alexander’

El multipremiado y mítico realizador sueco es uno de los más aclamados y venerados creadores de la historia en lo que a la cinematografía se refiere. En su vasta filmografía no sólo se incluyen, eso sí, películas, sino también montajes teatrales y una extensa labor por la revalorización de la cultura sueca. En el campo que nos atañe, el televisivo, Bergman realizó numerosas películas para la pequeña pantalla -muchas de ellas más tarde estrenadas en salas de cine-, así como varias miniseries que son claves para el audiovisual de la segunda mitad del siglo XX. Las versiones adaptadas para exhibición cinematográfica de estas últimas son bastante más conocidas que los interesantes montajes originales: hablamos de Secretos de un matrimonio y Fanny y Alexander.

Aunque no fue el primero en dedicar reflexiones y producciones en torno al medio televisivo y el interés que le suscitaba, quizá Bergman fue uno de los cineastas más precoces en experimentar con las posibilidades narrativas de la televisión. Sven Nykvist, director de fotografía fetiche de la segunda mitad de la carrera de Bergman, comparte una reflexión que es clave para entender el devenir de la filmografía del director desde que se adentró en el mundo de la televisión:

«What Bergman has made for television are not simply films on television, they are television films» – Sven Nykvist, director de fotografía de Bergman

Y es que no sólo hay aspiraciones estéticas muy diferenciadas del Bergman televisivo al más simbólico, sino también temáticas y representaciones que nos podrían hacer pensar en dos creadores diferentes. Secretos de un matrimonio (1973), primer trabajo televisivo de Ingmar Bergman es, además de una de las obras más significativas de su carrera, un punto de ruptura en la línea de su filmografía. Frente al misticismo, la religiosidad y el interés en el símbolo, Bergman se adentra en la vida cotidiana y los problemas más mundanos que se hacen más accesibles no sólo por su forma de expresarse sino por el medio para el que se crean: la televisión. De hecho, tras la exitosa miniserie, la mayoría de las producciones que estrenaría Bergman se plantearían para televisión, a pesar de que más tarde tuvieran estreno en salas cinematográficas.

Secretos de un matrimonio nos cuenta en seis capítulos la historia de Johann y Marianne, un matrimonio feliz de clase media. Sin aditivos ni condimentos más allá de largos y elaborados diálogos con una sobria puesta en escena en la que abundan planos cortos, la miniserie desgrana los problemas de la vida en común de la pareja y el desgaste de la convivencia marital. La austeridad se refleja en todos los aspectos, puesto que la imagen queda superpuesta y al servicio de la expresión de la idea de la que parte el creador al pensar en el argumento: mostrar que el ideal burgués de seguridad corrompe la integridad emocional de las personas.

La miniserie destaca no sólo por su exquisito y respetuoso tratamiento del mundo cotidiano, sino también por la comprensión de Bergman en lo referido a la psicología humana. Los aspectos psicológico-emocionales se proyectan en sus brillantes diálogos, pero también se recrean e intuyen gracias a la cuidada planificación, que nos acerca directamente a las caras y expresiones más cercanas de los personajes.

Esta insistencia en planos cortos y primeros planos, inviable a priori en salas cinematográficas por los tamaños de las pantallas y la sensación de angustia que podría causar en el espectador, toma una potencia estética muy significativa en la pantalla televisiva al permitirnos adentrarnos en una imagen mucho más cercana. Pues la televisión es el mejor medio para la exploración psicológica de los personajes por dos motivos: primero, el acercamiento de la imagen sin que ésta incomode al espectador, y segundo, la continuidad y duración de los productos televisivos, no sometidos a la concreción temporal fílmica.

Además de todos los logros que Secretos de un matrimonio supone para el medio televisivo por sus experimentaciones, también fue un éxito de audiencia en la televisión sueca: el penúltimo episodio de la miniserie fue visto por unos 3,5 millones de personas, lo que, para la fecha, era virtualmente la mitad de la población del país. Los divorcios de matrimonios suecos, en cotas discretas, se dispararon a principios de los años setenta tras la emisión de la miniserie de Bergman, que caló hondo en la sociedad de la época. Un año más tarde, el director realizaría un montaje más corto para la exhibición de Secretos de un matrimonio en salas cinematográficas, cosechando, una vez más, el reconocimiento internacional de la crítica. Saraband (2003) retomaría las vidas de Johann y Marianne y se convertiría en la última película de Ingmar Bergman -estrenada, además, en televisión-, así como su testamento artístico.

A pesar de su pulsión creadora, que le llevó a seguir realizando producciones teniendo más de ochenta años, Bergman tenía clara cuál quería que fuera su última película: Fanny y Alexander. Probablemente una de sus obras de mayor calado autobiográfico, también fue una de sus piezas más premiadas y aclamadas por la crítica. Planteada en inicio como una miniserie al estilo de Secretos de un matrimonio, los riesgos económicos que suponía la inversión llevaron al director a realizar una versión para la exhibición cinematográfica, con una duración aproximada de tres horas, y la originalmente concebida. Ingmar Bergman declararía que la versión cinematográfica era tan solo un fragmento, recortado obligatoriamente y que eliminaba partes vitales de la historia, por lo que el montaje para televisión era el que mostraba su verdadera visión.

Fanny y Alexander nos relata, a modo de fábula, la infancia de dos niños de una familia dedicada al teatro en el Estocolmo de principios del siglo XX. De calado evidentemente autobiográfico para los conocedores de la vida del realizador sueco, la miniserie se convierte en un vehículo de expresiones diversas que refleja desde su comienzo las grandes obsesiones de Bergman: el ideal burgués, el arte, el teatro, la religiosidad, la familia y la muerte.

A diferencia de Secretos de un matrimonio, mucho más austera en lo formal, la carga estética Fanny y Alexander está marcada desde el inicio de la historia. Manteniendo gran cercanía al teatro, la brillante escena del prólogo se encarga de presentarnos las cuestiones sobre las que orbitará toda la obra: de inicio, el teatro como marco de ensueño que aleja al joven Alexander de la realidad, la impronta de la religión y la espiritualidad en la vida de este, la muerte como cimiento shakespeareano -otra de las fijaciones de Bergman- y fantasmagórico, en clara sintonía de fábula…

En ‘Fanny y Alexander’ asistimos a la consumación estilística y temática de Bergman, tomando trazos de su obra anterior y removiendo sus obsesiones

Pero, además, la significación que se extrae de la construcción formal de esta primera escena y que también marca las constantes estéticas de toda la obra: frente a la construcción teatralizada y la planificación fija que combina planos generales y primeros planos de los personajes en escena, Alexander siempre es el que marca nuevos ritmos. Cuando el joven protagoniza la escena, la cámara le sigue y realiza numerosos movimientos que aportan un dinamismo cuyo interés recae en la marca que diferencia: se contrapone a través de la forma el mundo de los adultos, una fantochada, una suerte de obra de teatro, mediante planos largos habitualmente fijos y con poco o ningún movimiento, con el universo de lo infantil, juguetón e inquieto, lleno de dinamismo y ritmo a través de travellings, seguimientos al personaje y angulaciones marcadas.

En Fanny y Alexander asistimos a la consumación estilística y temática del Bergman más maduro, tomando trazos de su obra anterior y removiendo sus obsesiones en la que es una de las obras más completas de su vasta filmografía. Resulta llamativo que una de las creaciones bergmanianas más importantes sea una miniserie, no solo por el reconocimiento de público y crítica, sino también de su propio autor, como antes decíamos.

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La impronta de Ingmar Bergman en la historia del celuloide es mayúscula tanto por su capacidad imaginativa como por sus logros artísticos y estéticos. Pero el creador sueco no sólo fue un visionario en la elección de sus historias y la forma de narrarlas, sino también en el medio que utilizó. A través de la televisión, Bergman contó historias que se adentraron en el mundo de los televidentes, lo que podría explicar la deriva hacia el mundo privado y lo cotidiano en su obra. Sin estar seguros de esto último, pero a sabiendas de su originalidad e ingenio, la obra televisiva de Bergman, tanto por Fanny y Alexander como por Secretos de un matrimonio, merece ser rescatada como parte clave no ya de su filmografía sino de la autoría en televisión.

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