'Gomorra': La criminal belleza - Serielizados
'Gomorra 4'

La criminal belleza

Para hablar del comienzo de la cuarta temporada de ‘Gomorra’ primero hay que describir cómo nos hizo sentir el final de la tercera.

Genny Savastano (Salvatore Esposito) en la cuarta temporada de 'Gomorra' / Foto: Sky

El mundo es un páramo. Estás solo, rodeado de hojarasca y vastedad. Tu única compañía son dos piedras del tamaño de un puño. Les pones nombre, te inventas sus vidas, tejes sus -ficticios- recuerdos y, sin darte cuenta, las acabas queriendo. Amas a esas dos piedras. Pero llega el invierno. Tienes frío. La hojarasca sobre tu cuerpo no calienta lo suficiente. Necesitas fuego. Y tienes dos piedras. Las amas, pero debes hacerlo. Empiezas a picar una contra otra. Primero con suavidad, luego con más fuerza. Más. Las dos piedras chocan incesantemente y el sonido del impacto atrona dentro de tu cabeza. Finalmente, salta una chispa. En ese mismo instante, una de las dos piedras se quiebra en mil pedazos. La chispa cae sobre la hojarasca y prende. Te quedas con una piedra en la mano, la otra ya no existe. El mundo está en llamas y tú has perdido a tu piedra. Miras a la que ha sobrevivido. Es lo único que te queda. A pesar del fuego, sigues teniendo frío. Y así es exactamente como te quedas tras ver el último capítulo de la tercera temporada de Gomorra. Ahora sí, ya podemos hablar de la cuarta.

Gomorra es una serie que me fascinó desde el principio. Gomorra, el libro de Roberto Saviano, es un trabajo periodístico colosal y sublime, un ejercicio de valor sin parangón que le ha costado a Saviano vivir bajo amenaza de muerte -más que el resto de nosotros, quiero decir- el resto de sus días. Gomorra, la serie, ha sabido ir un paso más allá y añadir el factor humano a toda esa retahíla de datos y nombres que leímos en el libro. Desde el primer capítulo, Ciro y Gennaro -extensible al resto de personajes que vamos conociendo a medida que avanza la serie- se destapan como criminales, sí, pero por encima de eso se destapan como seres humanos. Para lo bueno -bastante- y para lo malo -mucho-, y es en esa dicotomía donde hallamos el secreto de por qué Gomorra es la gran serie que es. Como Arturo Bandini en los libros de John Fante, son personajes que a veces nos dan ganas de abrazar y otras de golpear con toda nuestra furia. Eso siempre es garantía de que los guionistas/escritores han hecho un gran trabajo.

‘Gomorra’ sigue siendo ‘Gomorra’

La cuarta temporada arranca con una corta introducción en el que se nos presentan personajes y escenario nuevo. No sabemos quienes son esas personas ni donde están, aunque intuimos que debe ser la campiña de las afueras de Nápoles. No hace falta desvelar ahora la identidad de esos personajes, se descubre pronto, pero lo que sí cabe destacar de esta introducción es que se trata de una escena que podría ser perfectamente sacada del libro de Saviano. La salvajada que vemos en pantalla es descrita con frialdad por Saviano en las páginas de su libro: camorra, muerte y canteras. Es un buen augurio que la temporada arranque fiel a la fuente de la que emanó; dicho buen augurio se torna en realidad palpable cuando has terminado de ver los dos primeros episodios de la temporada. Gomorra sigue siendo Gomorra, a pesar de la ausencia de [insertar aquí el nombre que el lector crea conveniente].

Los arrabales napolitanos se nos aparecen en la serie como un lugar peligroso, empobrecido y hermético, y, sin embargo, bonito

Para entender qué significa que Gomorra siga siendo Gomorra, primero debemos saber qué es Gomorra. Gomorra -juro no volver a usar el nombre de la serie hasta el final del artículo- es la criminal belleza. O la belleza criminal. El orden de los factores no altera el producto en este caso concreto. La serie nos plantea una red de tramas y personajes donde lo salvaje prima por encima de todas las cosas. Hay delincuencia, hay traiciones, hay muerte, hay amor. En orden inverso. Pero el gran truco de magia de Gomorra es saber vestir de belleza a toda esta sordidez delictiva, sirviéndose de una gran variedad de elementos para ello.

Uno de estos elementos es la fotografía. Los arrabales napolitanos se nos aparecen en la serie como un lugar peligroso, empobrecido y hermético. Sin embargo, es un lugar bonito. Es bonito el plano de dos tipos en moto, sin casco, callejeando por Secondigliano; es bonito -a la par que monstruoso- el enorme edificio de Scampia en cuyos corredores Gennaro se derrumba al principio del primer capítulo de la nueva temporada; es bonito el inframundo de Nápoles, sin que ello signifique que sea menos inframundo. Como antes contábamos, es ese equilibrio entre cielo e infierno -algo desequilibrado a favor del infierno, véase el capítulo 02×04- el gran secreto de Gomorra. Lo siento, sí, he escrito Gomorra otra vez. Gomorra.

El vestuario de los personajes y su caracterización también ayudan. No importa que se trate de un personaje principal, secundario, residual o figurante. Las pintas de todos y cada uno de ellos son una oda a la elegancia de los bajos fondos. Chándales ceñidos, oros colgando, peinados virtuosistas a base de toneladas de gomina, vello facial con formas imposibles, tacones de aguja altos como secuoyas, tatuajes que son obra de Picasso y Caravaggio al mismo tiempo. Magnífico. El tópico dice de muchas películas y series que el paisaje es un personaje más. En el caso de Gomorra, opino que es el vestuario.

El último elemento que me gustaría destacar es la música. No me refiero a las canciones de trap italiano que de vez en cuando suenan -con toda lógica- antes de las fechorías de las distintas bandas, estoy hablando de esta maravilla de Mokadelic:

Esta pieza de pausada distorsión electrónica logra el milagro de crear una atmósfera tan tensa y tan tierna a la vez que nos resulta imposible discernir si es mejor llorar resucitando el pasado o gritar temiendo al futuro. Siempre antecede a los grandes momentos de cada capítulo y siempre logra que metafóricamente -o no, quién sabe- me abrace a mí mismo. El poder de la música es real y el binomio Gomorra-Mokadelic es prueba fehaciente de ello. En vuestra habitación, con las luces apagadas, cerrad los ojos para más oscuridad si cabe y escuchad esta canción. Resulta imposible no evocar todo lo que nos hace débiles y fuertes a la vez.

Esta lista de ingredientes que he ido enumerando -hay que incluir otros más evidentes, como la historia en sí y la evolución de los personajes, especialmente Gennaro- son para mí los grandes culpables de que las tres primeras temporadas de Gomorra me dejaran pasmado. En los primeros capítulos de la cuarta temporada he sentido exactamente lo mismo. He devorado cada segundo de pantalla, absorto por la criminal belleza. Y es que eso y nada más que eso es Gomorra. Criminal belleza. Criminal. Belleza.

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