El final de 'The Americans': Dasvidania, Amerikánsk! - Serielizados
Final 'The Americans'

Dasvidania, Amerikánsk!

Cinco motivos para brindar por los Jennings y despedirnos de 'The Americans', una obra maestra de la historia reciente de la televisión.
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Con la misma discreción con que suponemos que actuaban los espías más eficaces en plena Guerra Fría, agentes dormidos, ocultos, dobles o triples, de los que nunca aparecieron en la portada de un periódico a cuenta de una operación chapucera o los que huyen de la pirotecnia espectacular de algunos camaradas de profesión especialmente mediáticos (y especialmente ficticios). Así se ha despedido una obra maestra de la historia reciente de la televisión, perfecta en su fusión de géneros, con el mismo sigilo con que se fue colando poco a poco en nuestras vidas. Sin darnos cuenta, casi de incógnito, nos convertimos en cómplices pasivos de Philip y Elizabeth Jennings, propietarios de una agencia de viajes, casados y residentes en una acomodada urbanización residencial cercana a Washington. Fuimos de los pocos en conocer desde el principio su gran secreto, aquello que ni tan siquiera sabían sus hijos, cachorros del capitalismo a inicios de los años 80. Los nombres reales de Philip y Elizabeth eran Mischa y Nadezhda. Habían sido reclutados por el KGB, adiestrados para infiltrarse en la civilización enemiga simulando ser americanos de pura cepa, desterrando su identidad y su idioma natal. Los Jennings, como le debía pasar a Aznar cuando ponía los pies en la misma mesa camilla que su colega George Bush, incluso hablaban inglés en la intimidad de su alcoba.

El punto de partida de esta ficción creada por un antiguo agente de la CIA, Joe Weisberg, desarrollada junto a Joel Fields y auspiciada por el productor ejecutivo Graham Yost (quien también hizo posible Justified), no tan sólo era de infarto sino que desafiaba las más estrictas leyes murphyanas de la casualidad: mira que hay casas unifamiliares esparcidas por los Estados Unidos… y justo enfrente del hogar de los fake americans venía a instalarse un agente de la división del FBI encargada de desmantelar el espionaje soviético. El pobre Stan Beeman, con el tiempo gran amigo y confidente de los Jennings, ha rivalizado con el mítico inspector Gadget en su incapacidad para intuir aquello que ocurría delante de sus narices.

¿Por qué The Americans no ha llegado a ser la serie de la que habla todo el mundo? ¿Es de esos productos de prestigio, para una minoría selecta, apto para que los críticos se regodeen en su conocimiento y se las den de enterados? No parece que sea el caso. De hecho las audiencias han sido más que aceptables, sin llegar a cifras de vértigo. Si bien es cierto que el ritmo de este melodrama familiar camuflado bajo el disfraz de un thriller de espionaje, plagado de tensas esperas, tiempos muertos y diálogos afilados como un estilete, no ha sido el habitual en una serie de acción, la odisea de los Jennings ha sostenido su interés más allá de la dictadura del cliffhanger, gracias a la creación de una atmósfera progresivamente irrespirable, al cerco lento pero inexorable sobre unas vidas sacrificadas por fidelidad a ciertos ideales ya olvidados en el contenedor de la historia después de tantas misiones de secuestro, extorsión sexual y muerte. Unas vidas que, tal como afirman lúcidamente un par de personajes en el desenlace, quizá han sido tan sólo una broma. Una broma pesada al servicio de aquella causa nebulosa que algunos llaman patriotismo y que llevada al extremo resulta incompatible con la placidez personal y familiar.

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Margo Martindale en ‘The Americans’ y en ‘BoJack Horseman’

Los premios más importantes de la televisión han sido algo rácanos a la hora de nominar este constante trasiego de disfraces y pelucas. No es ninguna novedad, ya ocurrió lo mismo con The Wire. En los Emmys han llegado a distinguir en dos ocasiones a la maravillosa Margo Martindale, una mujer con suficiente retranca como para poner voz a una versión animada de sí misma, convertida en eterna Actriz Secundaria, en Bojack Horseman, y a la vez hacernos creer sin problemas que es una implacable agente soviética, Claudia para los enemigos, una mujer aparentemente entrañable, capaz de resultar tan gélida como una concentración nudista en la estepa siberiana. Sólo dos Emmys y ningún premio para Keri Russell y Matthew Rhys, o para la serie en su conjunto.

Los Globos de Oro, en una demostración que más que una antesala de los Oscars a veces no llegan ni a trastero, tan sólo se acordaron de nominar a la pareja protagonista en este 2017. Dos únicas nominaciones en cinco años. Tras la emisión de su brillante y tensa sexta temporada, académicos y compañeros del gremio tienen una última oportunidad para darle el reconocimiento que se merece, aunque no apostaríamos ni un chupito de vodka por su victoria. Y eso que los Jennings no van a volver, pase lo que pase a este lado del telón de acero. Los rusos no son tontos: más vale Reagan conocido que Trump por conocer. Por si acaso aquellos que tienen potestad para elevar The Americans a lo más alto necesitan más motivos para decidirse, aquí les vamos a dar cinco. Es una excusa como cualquier otra para hacer balance de una serie histórica en todos los sentidos y llenar un poco el vacío que nos ha dejado su despedida.

1. Todo es según el color del cristal con que se mira

En los años 80 en que se sitúa la acción de The Americans, la ficción audiovisual norteamericana había trazado una línea cómoda y maniquea. Los rusos constituían un pueblo resentido, siempre dispuesto a amargar la presunta felicidad occidental por tierra, mar y aire. Que se lo digan a Sylvester Stallone, enfrentado a militares soviéticos de sadismo refinado en la saga Rambo o al cruel boxeador Iván Drago cuando se ponía los guantes de Rocky Balboa. A mediados de esa década de glasnost y perestroika algo empezó a cambiar. Primero, Sting nos advirtió cantando que los rusos también debían querer a sus hijos. Poco después, Schwarzenegger se ponía en la piel de Ivan Danko, dispuesto a colaborar con la policía de Chicago para demostrar que los soviéticos escondían buenos sentimientos. A pesar de este esfuerzo de empatía, la atomizada mafia rusa ha seguido siendo el macguffin perverso de muchas series y películas del nuevo siglo.

Por muchos peones más o menos inocentes que les hemos visto ejecutar sanguinariamente a lo largo de estas seis temporadas, hemos seguido sufriendo por ellos

The Americans arroja al espectador al otro lado de la trinchera. Sabemos que los Jennings han crecido en una Rusia depauperada y hambrienta, en una posguerra muy dura que ha marcado a fuego su compromiso con la madre patria, pero a menudo, viéndolos en su cotidianidad yanqui de barbacoas y partidos de hockey, se nos olvida. Por muchos peones más o menos inocentes que les hemos visto ejecutar sanguinariamente a lo largo de estas seis temporadas, hemos seguido sufriendo por ellos, hemos asistido expectantes a sus vacilaciones ante el cumplimiento de un deber que, en el contexto de progresivo deshielo entre las dos potencias, empieza a quedar desfasado. A las dudas de Philip, quien había encajado más fácilmente en el estilo de vida americano, cabe añadir las más esporádicas de Elizabeth: ahí está el genial noveno capítulo de la tercera temporada, “¿Sueñan los robots de correo con ovejas eléctricas?”, centrado en un dilema moral de nuestra heroína, que en cualquier película de treinta años atrás hubiera sido una villana sin matices.

También nos hemos identificado con el personal de la Rezidentura, los rusos que se muestran como tales, especialmente Nina Krilova y Oleg Burov, personajes que hablan en su idioma natal, algo inédito en la tradición made in USA, en que los extranjeros se pasan al inglés al cabo de dos frases, como alumnos de intercambio que necesitaran practicar. Las piruetas magistrales en las tramas nos han llevado a estar del lado de Stan Beeman en una escena y de los agentes soviéticos en la siguiente, dejando patente que el bien y el mal son cuestión de perspectiva, a menudo condicionada por razones de Estado que la razón no entiende.

2. Escenas de un matrimonio

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Su creador Joe Weisberg lo ha dicho a menudo. The Americans es, ante todo, la historia de un matrimonio, uno tan atípico que incluso le hubiera resultado difícil de analizar a Ingmar Bergman. La boda de Philip y Elizabeth fue convenida por el KGB, más allá de cualquier sentimiento. Estos dos agentes secretos unieron sus vidas sin saber nada el uno del otro, destinados a ser el único punto de apoyo mutuo cuando se infiltraran en territorio enemigo. Sabían que debían formar una familia feliz, la tapadera perfecta, pero también que a ambos se les encargaría seducir a otras personas y llevárselas a la cama para conseguir información. ¿Es posible llegar a querer a alguien en el roce cotidiano cuando el amor es impuesto por poderes superiores y la infidelidad es una orden? ¿No será que en todo matrimonio existe un componente de representación teatral, de farsa planteada de cara a la galería?

Los altibajos en la relación entre Philip y Elizabeth han permitido abordar cuestiones tan espinosas como estas y diseccionar las interioridades de una pareja como pocas veces hemos visto en pantalla. A menudo, en las escenas más íntimas de alcoba han saltado tantas chispas como en aquellas en que los Jennings han tenido que seguir a un objetivo o han huido del asedio del FBI. Teniendo en cuenta que para la mayoría de espías de ficción el amor ha sido un instrumento de usar y tirar, el mérito es aún mayor. El hecho de que Keri Russell y Matthew Rhys hayan acabado siendo pareja en la realidad le añade una cuota extra de interés pensando en esa vertiente chafardera y morbosa irredento que anida en nuestro interior.

3. ¿De tal palo, tal astilla?

No nos olvidamos de Paige y Henry, el complemento que necesitaba este matrimonio consumado por decreto para reforzar su fachada de armonía y estabilidad, para completar una imagen familiar digna de un anuncio de seguros. A partir de la tercera temporada, The Americans desplegó otro de sus grandes temas, el peso del legado que cargamos sobre las futuras generaciones. Cuando hablamos de herencias, solemos pensar en los bienes materiales acumulados a lo largo de toda una vida. Al fin y al cabo hemos sido educados en el capitalismo, qué le vamos a hacer. A cualquier mortal con descendencia debería preocuparle aún más la transmisión de valores, la capacidad de educar a los hijos sin contagiarles traumas y culpabilidades del pasado, y siempre que sea posible, sin secretos inconfesables.

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Podemos suponer que esta resulte una cuestión todavía más acuciante para quien mantiene una doble identidad. Philip y Elizabeth aman a sus hijos con locura, pero su fidelidad máxima se la deben a la madre patria, que para más inri no es la misma de sus vástagos. Cuando el teléfono puede sonar a cualquier hora de la madrugada para comunicar un mensaje en clave, compaginar la vida laboral y familiar, ayudar a hacer los deberes mientras esperas una nueva misión, más que un reto, es una utopía condenada al fracaso. El personaje de Paige ha sido clave en el planteamiento de este dilema crucial.

4. Un equipo de altura

Los guiones perfectamente milimetrados de The Americans se han elevado todavía más gracias a un reparto estelar. Keri Russell ha abandonado a Felicity en el baúl de los recuerdos y ha pasado al panteón de personajes inmortales en la piel de Elizabeth Jennings, un personaje femenino poderoso e independiente, más que un témpano de hielo, pura emoción contenida, adrenalina a punto de estallar. El galés Matthew Rhys le ha transmitido a Philip esa perpetua mirada confusa y desangelada, de quien se sabe exiliado de sí mismo, huérfano de toda patria, sin que le haya temblado el pulso en los momentos éticamente más cuestionables. La relación entre ambos, dentro y fuera de la pantalla, se ha medido tanto por las palabras como por los silencios. Noah Emmerich les ha dado el contrapunto perfecto como Stan Beeman, el agente del FBI entregado a la causa de la contrainteligencia, sacrificando su propia familia por otro bien superior.

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A ellos debemos sumar la experiencia contrastada de dos de sus supervisores en el KGB, interpretados por Margo Martindale y el gran Frank Langella, a medio camino de la severidad debida y la compasión necesaria, y la de una larga lista de secundarios excelentes. También será difícil olvidarse de Martha, la esposa de Philip en otra de sus falsas identidades, un gran trabajo de la actriz Alison Wright a la hora de retratar la ingenuidad de una mujer condenada a la soledad. A ellos les suponíamos una hoja de servicios intachable, algo que en principio no hubiéramos esperado de Holly Taylor. La joven actriz que ha dado vida a Paige Jennings ha conseguido superar el reto en el que muchas otras series se han estrellado, el de construir un personaje adolescente que no le resultara odioso al espectador.

5. Los ochenta son nuestros

Pese a que en 2010 el auténtico FBI destapó una red de diez agentes rusos durmientes que vivían encubiertos en suelo norteamericano, los creadores de The Americans tuvieron claro desde el principio que a sus personajes les convenía un contexto histórico más ambiguo y complejo, de Guerra Fría pura y dura. Para ello se pensó en echar la vista atrás hasta los años setenta, pero finalmente se juzgó muy acertadamente que la era Reagan, el presidente que se creyó Obi-Wan Kenobi al referirse a la Unión Soviética como el “Imperio del mal” pero que acabó negociando la paz nuclear con Gorbachov, ofrecía muchas posibilidades.

La decisión de ambientar la serie en los ochenta permitió desplegar una colección de referentes de la cultura popular de la década que está en lo más alto de los rankings nostálgicos

Reagan fue el precedente de otros inquilinos de la Casa Blanca especialmente hábiles en el manejo del lenguaje populista, una especie de antecesor espiritual de los Bush o Trump. La decisión de ambientar la serie en los primeros ochenta, en una operación retro similar a la que disfrutamos en Mad Men respecto a los sesenta, permitió desplegar una afortunada colección de referentes de la cultura popular de la década que sigue estando en lo más alto de los rankings nostálgicos. Los guiños han sido constantes: desde el momento en que los Jennings consultan en la cartelera de estrenos qué película pueden ir a ver y se deciden por En busca del arca perdida, hasta aquel otro en que todos los personajes contemplan boquiabiertos el estreno en la cadena ABC de El día después, que imaginaba las consecuencias de un conflicto nuclear a gran escala.

Y qué decir de las ilustraciones musicales de algunas escenas decisivas, a menudo en los cierres de temporada, una auténtica recopilación de lo mejor del llamado Adult Oriented Rock de los setenta y los ochenta, carne de Shazam si no fuera porque la mayoría de canciones ya estaban incorporadas a nuestra banda sonora particular. Los montajes videocliperos tan comunes en todo tipo de series y películas jamás habían tenido tanta intención narrativa, pocas veces habían acompasado con tanta eficacia la desesperación, la rabia y la confusión. Las desventuras de los Jennings se abrieron con la intensidad rítmica de “Tusk”, de Fleetwood Mac, y se han cerrado con el uso más angustioso del “With or without you” de U2 que seamos capaces de recordar.

Por el camino han quedado “In the air tonight”, de Phil Collins; “Here comes the flood”, de Peter Gabriel (de quien también fue prácticamente obligado recuperar “Games without frontiers”); “Who by fire”, de Leonard Cohen; “The chain” (de nuevo Fleetwood Mac, encajando inesperadamente en los momentos más trepidantes); “Goodbye, yellow brick road”, de Elton John; “Under pressure”, de Queen con David Bowie; “Tainted love”, de Soft Cell; “Brothers in arms”, de Dire Straits… Después de tantas acrobacias morales, a los espectadores pasados, presentes y futuros de The Americans nos queda una certeza: la vida de los Jennings puede haber sido una broma o un simulacro, pero brindamos por su existencia.

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