Crítica de 'Exit' (serie): "Fiordos, dinero y monstruos"
'Exit' (T2)

Fiordos, dinero y monstruos

En esta segunda temporada de la aclamada serie noruega, las montañas de droga y las orgías continúan teniendo un papel relevante aunque empezamos a ver la oscuridad al final del túnel.
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¿Qué se esconde tras la belleza stendhaliana de un fiordo noruego? En mi caso, una herida. Fue en el verano de 2015. Me encontraba en el fiordo de Lyse. Viajaba solo, que es como sólo se viaja cuando uno no se siente solo. Sentado cerca del borde de un acantilado gris y brutal, tan alto como el sol de mediodía, mis ojos estaban sumergidos en un paisaje que parecía tallado por las manos de un artesano divino. Este lugar, este fiordo, es precioso, me decía a mí mismo, un completo desconocido.

En ese preciso instante, a miles de kilómetros de distancia, fallecía mi abuela. Mientras veía la más bonita de las postales, un trozo de mi corazón se apagaba. Y ni tan siquiera era consciente de ello. Aunque nos construyamos sobre contradicciones, hay contradicciones demasiado hirientes para salir indemnes de ellas. Aquel día, en aquel fiordo, aquel tipo dejaba de ser aquel que siempre había sido. Desde entonces, no soy capaz de confiar en los fiordos ni en su perfección traicionera.

Exit, serie noruega cuya dos primeras temporadas -se habla ya de una posible tercera- se pueden ver en Filmin, es también una buena muestra de que no debemos dejar engañarnos por el encanto de los fiordos, cuchilladas de mar y granito: también pueden ser hogar de monstruos. Es cierto que la serie se desarrolla en Oslo, capital del país, y no en los fiordos que salpican las costas noruegas, pero obviamente estamos hablando en clave metafórica. El fiordo no es más que esa admiración ciega que profesamos a los países nórdicos -a veces justificada-, una admiración que en ocasiones nos impide prestar atención a las muchas sombras que también definen esas sociedades.

El nordic noir, más allá de los asesinatos macabros que le sirven de premisa, lleva tiempo dándonos pistas sobre ello, puesto que suele señalar con acierto graves carencias sociales que azotan esos lares. El mérito de Exit, sin embargo, es que trata una faceta oscura de las sociedades nórdicas, la noruega en este caso, que hasta ahora no conocíamos en profundidad: la financiera y los espantosos seres humanos que mueven sus hilos.

Los desequilibrios y carencias afectivas son uno de los dos grandes ejes sobre los cuales orbita la segunda temporada de la serie

La serie, basada en historias y anécdotas reales, sigue la -frenopática- vida de Adam, Henrik, William y Jeppe, cuatro corredores de bolsa de Oslo tan podridos de dinero como huérfanos de todo valor ético o moral. Sus esposas, en especial Hermine, la sufrida compañera de vida de Adam, también tienen un papel determinante en la serie, pero de ellas hablaremos un poco más tarde. Estos tiburones de las finanzas, que bien podrían tratarse de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis a lomos de Lamborghinis y Bugattis, viven una vida de excesos regada de dinero, chanchullos de alto copete, sexo esquizofrénico y cantidades ingentes de estupefacientes. No en vano el gran Óscar Broc definió Exit como «la serie con más drogas del mundo». Y eso, viniendo del padre junto a Toni Garcia Ramon en Seriefobia del ínclito Farlix, es mucho decir.

Sí, en Exit hay mucha cocaína. Tanto en la primera como en la segunda temporada. Pero el tratamiento que la serie le dispensa, y por extensión a otras adicciones de los protagonistas como son el sexo o el consumismo salvaje, es muy diferente en cada una de ellas. La primera temporada es más efectista. La ventaja que le proporciona el factor de la novedad y la frescura de sus personajes principales permite a los guionistas recrearse en los abusos y excentricidades de estos, a veces incluso con cierta ligereza. El espectador, ávido de morbo, lo compra todo sin rechistar.

La serie no se limita a encadenar escenas sórdidas en dicha primera temporada, por suerte: los problemas de fertilidad de Adam y Hermine, por ejemplo, siembran la semilla de un antagonismo que estallará en la segunda temporada, y servirán para ir desvelando la psicopatía de un Adam que en muchas ocasiones nos recuerda al Patrick Bateman de American Psycho. En los ocho capítulos que conforman la primera entrega de Exit queda claro que las actitudes y actos repulsivos de Adam, Henrik, William y Jeppe responden -sin que ello sirva de justificación- a los graves desequilibrios psicológicos y emocionales de estos. Precisamente estos desequilibrios y carencias afectivas son uno de los dos grandes ejes sobre los cuales orbita la segunda temporada de la serie.




El otro gran tema de la segunda temporada de Exit, como hemos comentado antes, es el papel de las esposas: Hermine, Celine, Rebecca y Tomine. Las dos primeras, en especial Hermine, tienen un papel preponderante. No es casualidad que se traten de las dos mujeres que deciden plantar cara a sus maridos, Adam y William. Hermine, cansada de la pesadilla que supone tener a Adam en su vida, decide batallar contra su marido atacando allí donde más le duele: yendo a por su dinero. Celine, por su parte, responde a los ninguneos de William y la violencia vicaria ejercida por este orquestando un plan para recuperar la tutela de sus hijos en común.

Que los Adam, Henrik, Jeppe y William sean reales, monstruos que existen, hace que ‘Exit’ también sea una serie de terror

Las otras dos esposas, Rebecca y Tomine, igual de vapuleadas y agredidas por la tiranía de sus maridos, no consiguen reunir fuerzas para enfrentarse a ellos. Es descorazonador comprobar cómo, a pesar de todo lo sufrido, no escapan y al final siguen subyugadas a Henrik y Jeppe. Creo precisamente que ese es uno de los grandes aciertos de la segunda temporada: en la vida, por desgracia, no todo el mundo es capaz de huir de sus monstruos. Rebecca y Tomine son buena muestra de ello. Celine y Hermine son la otra cara de la moneda. En ese sentido, Exit es fiel a la verdad.

A ellas cuatro debemos sumar dos personajes femeninos de gran relevancia en esta temporada. Una es Magdalena, prostituta cuya presencia recuerda a Henrik, hombre devorado por su propio pene, que tiene algo parecido a un corazón; digo parecido porque algo tan pútrido deja de ser corazón para convertirse en agujero y culpa, desesperación y asco hacia uno mismo. La otra mujer a la que nos referimos es Louise, corredora de bolsa que ayuda a Hermine en su objetivo de llevarse una jugosa tajada de los beneficios de Adam, a espaldas de este. En boca de Louise escuchamos una de las grandes frases de la temporada: «Me encanta entrar a una sala de juntas llena de hombres que me subestiman. Es como una droga». Sobre esa idea se cimientan todas sus futuras victorias y ganancias. Ser tan o más cabronaza que los que te rodean es también una forma de empoderarse.

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La actriz noruega Agnes Kittelsen es Hermine, la mujer de Adam, en ‘Exit’.

Hay ciertos aspectos de la segunda temporada que chirrían, en especial sus subtramas, poco creíbles y muchas veces con tufo a relleno. Jeppe intentado reconciliar a sus ancianos padres, el viaje a Marbella y Gibraltar del colaborador de William y su inverosímil amorío platónico con una española de nombre -redoble de tambor- Esmeralda, la cámara de espionaje increíblemente poco disimulada que Adam coloca en el piso de Hermine… pequeños detalles que le restan quilates a la serie, pero que a mi parecer no consiguen emborronar un producto global de nivel notable. Quedan compensados, por ejemplo, con las detalladas explicaciones sobre cómo funciona la bolsa, la compraventa de acciones y, al fin y al cabo, los sistemas a través de los cuales la gente asquerosamente rica es cada día más rica.

Los Adam, Henrik, Jeppe y William no solo se esconden en los fiordos, están por todo el mundo. Son una plaga de langostas que se desplaza en yate y que arrasan con todo lo verde y lo blanco. Son reales, monstruos que existen, lo que hace de Exit, en parte, también una serie de terror. Pero yo no les tengo miedo, a estos monstruos. En un fiordo, aquel verano ya lejano que nunca se me ha ido de la cabeza, perdí una parte de mí mientras toda la belleza del mundo me colmaba los ojos. Quizás por eso puedo disfrutar de Exit y a la vez mandar un mensaje final a los despojos en los que se basan sus protagonistas: vuestro dinero no compra eternidades. Un día ya no estaréis aquí. Yo tampoco. Entonces los fiordos volverán a ser solo fiordos, catedralicios y serenos, hermosos, ajenos a la toxicidad del pensamiento humano. Los cubrirá la bruma, que a lo mejor no será más que los vestigios del fino y evanescente recordar de un nieto a su abuela.

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