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Si nos sumásemos a la moda y pusiésemos un tuit con dos imágenes de la ficción serielizada en España en 2009 y en 2019, primero nos encontraríamos una tele plana en la que se estrenan producciones como Águila Roja, Acusados o Lola, la miniserie. Y después una pantalla de un teléfono, o una tableta, con las aplicaciones de todas las plataformas de streaming que han llegado a nuestro país en los últimos años. Y en algunas de ellas hay series españolas que se han convertido en un éxito mundial.
Entre ambas fotografías, como si de nosotros mismos se tratase, hay un montón de experiencias, de historias, de cambios, a veces inesperados, otros previstos. Hace diez años nos hubiésemos reído si alguien nos hubiese dicho que podríamos ver una serie en el autobús, mientras íbamos al trabajo. También que una producción española sería comentada en todo el mundo.
En 2019 ya es innegable que buena parte de los cambios que ha experimentado la industria televisiva mundial tienen nombre propio, Netflix. Sin embargo, como si se tratase de un amistoso recordatorio, la década termina con uno de los mejores momentos de las siglas que cambiaron la televisión a finales del siglo XX, HBO.
Cuando el canal de cable norteamericano puso fecha al desenlace del fenómeno que durante años le convirtió en el espejo que cualquier compañía quería mirarse, fuimos muchos los que pensamos que llegaban tiempos difíciles para HBO. Tras ser la compañía que enseñó al mundo que se podían hacer series de otra forma, encontró en Juego de Tronos la producción con la que llegar al gran público. Pero tenía que encontrar cómo retenerlo o, por lo menos, cómo seducir a otro tipo de espectadores y que no se notase la inigualable ausencia.
Y estábamos tan entretenidos discutiendo si ese final servía como final, que nos perdimos el arranque de una nueva era. Y lo hacía con uno de los acontecimientos más terribles del siglo XX, la catástrofe nuclear de Chernóbil. Sin tiempo a reponernos de la posible decepción, la miniserie de Craig Mazin convirtió la ciudad en destino turístico, la Historia en interés general y las tramas en carne de SEO. Y lo que es mejor, confirmamos que no hacía falta Juego de Tronos para que una emisión semanal se convirtiese en una emergencia personal, por miedo a encontrarnos con «spoilers» en cualquier tuit o cualquier conversación.
A Chernobyl le siguieron Euphoria, Gentleman Jack, la confirmación de que Succession es uno de los mejores dramas en emisión con su segunda temporada, y el imparable interés por la sobrecogedora Years and Years, que llegó a comienzos de año. Con esta sucesión de aciertos es difícil que uno se plantee prescindir de una plataforma que ya no te da aquello por lo que (quizá) te suscribiste, pero sigue siendo la culpable de tus mejores momentos frente a la televisión. Y antes de acabar el año llega Watchmen y te planteas si tiene sentido mantener el resto de tus suscripciones cuando ya sabes dónde vas a encontrar lo que de verdad merece la pena.
El ratio de ficciones notables en comparación con la cantidad de series que produce Netflix es irrisorio, y ha dejado muy claro que ya no es esa compañía que «no cancela nada»
A Netflix solo le ha hecho falta media década para cambiar una industria que ya no vive solo de las últimas páginas de los periódicos, sino que ha conseguido colarse en secciones como cultura o economía. Lo que comenzó como un videoclub a distancia se ha convertido en una de las empresas sin las que sería imposible entender los tiempos en los que vivimos. Las películas han salido del cine, las series dejaron la televisión y juntas han transformado ambas industrias y han inspirado la creación de compañías que aspiran a competir con Netflix.
El logro es encomiable, y la plataforma colorada se ha ganado a pulso su lugar en la Historia. Lo que es una lástima es que, cinco años después, nos haya quedado claro que a pesar del reciente entusiasmo cinematográfico, y la Reina, Netflix está más interesada en los fenómenos pasajeros que en las producciones que perduran en la memoria o la historia de la ficción audiovisual. El ratio de ficciones notables en comparación con la cantidad de series que produce es irrisorio (no creo que en 2019 podamos encontrar más de cinco) y en los últimos dos años ha dejado muy claro que ya no es esa compañía que «no cancela nada».
Al igual que hay series para cada momento, hay plataformas para cada circunstancia, y si algo hemos aprendido en los últimos tiempos es que los maratones de fin de semana son para Netflix y las series con enjundia para HBO. La cadena de las tres siglas nunca ha dejado de serlo, lo que sorprende es que con su presupuesto, y su fama, la compañía de Los Gatos se preocupe, inútilmente, por la cantidad y no por la calidad.
Netflix puede entrar este año en la Historia de los Globos de Oro por la puerta grande, pero los honores se los debe al cine, esa industria que le veta en los festivales y le afea la conducta en cuanto tiene la más mínima oportunidad. A base de millones pudo hacer realidad uno de los sueños creativos de un tal Scorsese, y asombrar a la crítica y al público con una conveniente reunión de estrellas y una película jodidamente larga.
Mientras tanto insiste en alargar innecesariamente sus producciones estrella, cancela proyectos en circunstancias propias de tiempos pasados y la acumulación de estrenos es tal que ha empezado a programarlos los jueves. El problema es que ha disimulado poco a la hora de evidenciar que estrenar antes del día habitual, el viernes, es sinónimo de desastre.
La sobreinformación acerca de ‘Stranger Things’, y la ausencia de noticias de la tercera temporada de ‘Mindhunter’, evidencian para quién construye su catálogo Netflix
HBO ha tenido más tiempo para deslumbrar, pero también ha sabido escoger mejor. Y, le pese a quien le pese, además del innegable fenómeno, en unos días cerrará una etapa en la que True Detective, Veep, Girls, The Leftovers, The Night Of, Big Little Lies o The Jinx fueron el título con el que se vendía una marca, se ofrecía una experiencia. En el mismo tiempo Netflix ha dejado claro cuándo una serie es una apuesta personal, y abarrota las marquesinas de los autobuses, y cuándo es una gran serie pero nada más. Y la sobreinformación acerca de Stranger Things, y la ausencia de noticias de la tercera temporada de Mindhunter, desde agosto, evidencian perfectamente cómo y para quién construye la plataforma su catálogo. Entre medias hay decenas de proyectos que, en otros tiempos, no habrían encontrado hueco en la televisión porque no tienen nada que merezca, de verdad, el tiempo de los espectadores.
En estas entrañables fechas en las que todos acostumbramos a hacer balance, y yo la primera, es bastante probable que los titulares se llenen de épica para resaltar la hazaña de esa empresa (otra) que nació en un garaje y conquistó el mundo. Pero esto es como lo del dedo y la luna. Que mientras perdemos el tiempo mirando el satélite no nos damos cuenta de que lo importante de verdad es quién señala el camino. Y en este último año ha quedado claro que, por mucho que la ignoren los premios, la ruta que debe seguir la ficción serielizada la marca HBO.
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