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Hay series que logran complementar sus historias con un sentido de la musicalidad tan fuerte que, solo con ese despliegue de gracia, logran que florezca en la pantalla una belleza adicional. Es una ganancia con la que los espectadores no contábamos, pero con la que cada vez cuentan más los realizadores.
David E. Kelley sigue demostrando que sabe darle sustancia a las recetas con aquel condimento tan especial para todos. En el caso de Big Little Lies, la música y la selección de las canciones agregan un impacto que las escenas por sí solas no tendrían. Las mujeres de la historia tienen música en sus oídos. En las casas hay parlantes que retumban las listas (hoy playlists) que coquetean en los móviles de los habitantes. Los niños aprenden canciones, las bailan, las sienten como elemento fundamental de sus relaciones.
No, Big Little Lies no es un musical, si a esta altura se piensa algo parecido. Es un drama con un intenso playlist que da vigor a lo que en cada tramo de la historia transcurre.
La música de cabecera es una bella canción de uno de esos talentosos artistas jóvenes que viene sonando realmente bien: Michael Kiwanuka, “Cold Little Heart”. Hay modos de conectarse con una serie, pero si al verla por primera vez, como en el caso de Big Little Lies, también terminas escuchando una gran canción que te introduce a una atmósfera emocionante, mejor aún. Entre canción y canción vamos comprendiendo las amistades de las mujeres protagonistas y los elementos narrativos por los cuales se quiere contar la historia. Es tiempo de que detengas la lectura y pongas en tus oídos “Cold Little Heart”.
Ahora tenemos una banda sonora que nos acompaña y una atmósfera que nos lleva a conocer a las mujeres de las historia: Celeste, Madeline, Jane, Renata, Bonnie.
Como en las recientes novelas de corte feminista, cada una carga con una herida en su mundo. Sí, algo parecido a lo que suelen narrar escritoras como Marcela Serrano, autoras que ponen en sus personajes los dolores de todas las madres, esposas, amantes, hijas, niñas, amas y esclavas. Seguramente Liane Moriarty —la autora de la novela en la que se ha basado la serie— ha hecho un ejercicio literario de presentación similar, pues sus personajes en la historia van mostrándonos sutilmente sus padecimientos en la clave de un decorado al que han llegado por particulares esfuerzos.
«Las mujeres de la trama se encuentran, se conocen, se quieren y se odian, como fruto de las relaciones que se dan entre sus hijos y el colegio al que asisten»
El universo narrativo se entreteje en una pequeña ciudad del estado de California. Las mujeres de la trama se encuentran, se conocen, se quieren y se odian, como fruto de las relaciones que se dan entre sus hijos y el colegio al que asisten. El relato brinda una percepción adicional que va de la mano de la mirada de los profesores y directivas de la misma institución. Y en medio de todo, un abanico de opciones y expectativas narrativas a partir de un asunto criminal por resolver.
En todo el conjunto, lo que se nos va contando se acentúa en que los espectadores participemos de una sospecha, y a medida que se van sumando los capítulos se nos ofrecen más opciones para ir decantando nuestras propias expectativas acerca del desenlace. Es una fortuna que cuando la historia se va cerrando los giros narrativos nos dejen un gesto de satisfacción en el rostro.
Celeste
Esposa, madre de un par de incontrolables gemelos, la abogada Celeste Wright es una mujer despampanante e inteligente que siempre tiene las mejores palabras para sus amigas. No sobra decir que ella, en buena parte de la historia, tiene muy metido en la cabeza el papel de esposa afortunada y que, al adentrarse en las agitadas mieles de la sexualidad humana, destaca como la que más disfruta y a la par padece sus consecuencias.
Su esposo, Perry Wright, acentúa como figura de un hombre supremamente tradicional a quien le gusta mucho más la idea de que su mujer permanezca en casa criando a los niños. Como esto no es del todo posible, Celeste trata en todo momento de reivindicar sus fortalezas adicionales. La relación tiene una carga dramática intensa en cuanto a lo que define el amor, la pasión, los tradicionales roles que se han dado (por naturaleza o por cultura) a los ideales de una familia. Seguramente, entre las múltiples manifestaciones de una dirección actoral impecable y de unos artistas completos de la actuación, aquí tenemos uno de los retos más provechosos para dar firmeza a un destacado producto dramático. Nicole Kidmann (Celeste) y Alexander Skarsgård (Perry), sin tener que demostrarnos cuán duro trabajan para hacer ver las cosas fáciles, dan aquí una suprema muestra de maestría.
Y para completar el marco, la música que suena en los oídos de la bella abogada (esposa y madre) es, entre otras, la de la Reina del Soul de Nueva Orleans, Irma Thomas. Aquí nos conectamos con los pensamientos de Celeste.
Madeline
Disparatada, irreverente, divertida, siempre hablando más de la cuenta, oscilando emocionalmente como si fuera en una montaña rusa y tratase de buscar el punto de partida, Madeline McKenzie es un poco como el alma de la amiga en la que siempre se puede encontrar la necesaria sacudida, la cachetada metafísica.
Exesposa, madre, amante, esta mujer interpretada por Reese Witherspoon nos ofrece una cálida visión de la vida en la ejecución de las pasiones cotidianas de una mujer elitista. La cordialidad al recién llegado, la enemistad con aquel a quien ya se le conocen las mañas, la voz de protesta en el colegio al que van sus hijas, la mirada hipócrita ante lo que pasa con su ex pareja y la nueva pareja de éste (aquí aparece Bonnie) y las dificultades de que a la crianza de las niñas se le sumen más opiniones distintas de la suya.
Dentro del universo de riqueza que se quiere ofrecer como contexto para la ejecución del drama, la vida de Madeline es la más engañosa. Juega a hacer de todo un poco, incluso a veces pareciera que intentara ser una buena enemiga y una mala amiga. Sin embargo, cuando la misma vida cotidiana le ofrece sus golpes, la vemos sumergirse en los inquietantes efectos que produce su propio pensamiento y los espectadores sentimos que sobre ella recae todo el peso de la historia y de los crímenes.
Y aquí lo que Chloe Mackenzie, hija de Madeline, nos lleva a escuchar mientras la familia comparte en su amplia cocina.
Jane
La chica que no acaba de encajar, la madre soltera, la que ha llegado al nido de víboras, la que parece enfrentar los mayores obstáculos y completamente sola, así es Jane Chapman. Aunque pasa fácilmente inadvertida, Jane tiene la consistencia para ser muy original en su esencia dramática. En su historia se ocultan los dolores del abuso y de la violencia. Su aventura existencial oscila entre salir adelante, como lo ha venido haciendo, y buscar la venganza, que reaparece en sus sueños y hace alarde de su fuerza cuando ella pretende sencillamente desestimar su dolor. Para darle un ánimo a su existencia, su hijo Ziggy es el objetivo de todo lo bueno que puede salir de ella y, de hecho, es la fuente de equilibrio para una vida desgarrada y pesimista.
Shailene Woodley se anota aquí uno de los puntos más preciados en sus años de formación actoral; la interpretación que hace del drama de Jane no pasa tan inadvertido: los espectadores nos damos cuenta rápidamente que ser así de simplona ante las cámaras no es algo que se haga de forma sencilla. Incluso la música que puede acompañar sus días y la que llega a sus oídos es una muestra de ese minimalismo en el que todo parece tan sencillo pero que está bien alentado por un soporte existencial y hasta espiritual supremo.
Los hombres
Celeste tiene a Perry, el alma gemela y oscura de su vida palaciega, de reina que no puede salir de su castillo. Madeline tiene a su nueva pareja, Ed, un chico noble que personifica el rol de un mayordomo al servicio de su ama, pero al que vemos ir desplegando su consistencia a medida que avanza la serie, sobre todo en la confrontación con el exesposo de Madeline, Nathan. De hecho, los tres hombres en mención “juegan” a ser Elvis en la actividad colegial en la que los padres deben ir disfrazados de Elvis y las madres de Audrey Hepburn, una fiesta temática que hace imperdible uno más de los capítulos de esta temporada.
Hay que sumar también a Gordon, el esposo de Renata, la archienemiga de las mujeres protagonistas, y su carácter conciliador cuando todo parece en contra de la amistad y las buenas maneras entre las madres de familia. Y como no puede faltar en estos dramas un poco de infidelidad al recorrido de la historia, ahí aparece también Joseph, un chico que va perdiendo los estribos por no saber contener las emociones que le despierta una de las tres bellas damas protagonista de la serie.
Los niños
Definidos como hijos de este tiempo, sus ojos viven en las pantallas de los teléfonos o en las redes sociales. Aunque juegan y parecen divertirse, sus vidas son anodinas y están cargadas de soledad y de tristeza. Hay grandes atisbos de rebeldía para sus escasos años, como si se les adelantara la adolescencia. No les llama la atención Disney y sus fantasías, pues parece que ya son muy conscientes de todo lo que con ello se les oculta. Los niños de este drama viven una sed continua. Lo tienen todo, pero no pueden cargar con lo que les falta por vivir; son niños que a veces parecen demasiado viejos. Piensan como adultos, aconsejan como adultos, sufren como adultos. Siguen siendo niños cuando la música está de fondo. Pero, ¿quién no vuelve a serlo cuando la música nos reinterpreta la vida?