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Me pongo delante de la pantalla y abro Word. La página en blanco es gigantesca en este monitor, y se me hace incluso más inmensa en el momento en el que recuerdo Devilman: Crybaby. Llevo más de medio año en locura transitoria a la espera del tercer anime que estrena Netflix (tras Castelvania y Neo-Yokio, ambos con equipos estadounidenses bajo modos de producción y estilo anime) y que es una de sus apuestas más ambiciosas. Todo este tiempo, he fantaseado con escribir un artículo sobre la serie, de la que tenía expectativas de proporciones bíblicas. Mantenía mi ilusión de hablar de la última obra de Masaaki Yuasa, el mejor director de animación japonés en activo -le pese a quien le pese- y uno de los mejores de todo el mundo. Pero me pongo delante del ordenador y me veo incapaz de hablar de lo que ha supuesto este visionado.
Ya he hablado del portentoso talento de Yuasa repasando su obra televisiva, a la que se suma su espectacular progresión fílmica. Eso no me sirve. También se ha hablado mucho de Devilman, la obra original de Gō Nagai, uno de los mangas más destacados de la historia y una obra imprescindible en el acervo nipón. Y sigue sin ser suficiente. ¿Por qué se ha vuelto tan complicado hablar de animación, con lo cómodo que me siento en este terreno?
El estilo de Masaaki Yuasa ha llegado a un nivel tan personal que una comparación con otros autores no haría justicia a su forma de crear
Creo que, sobre todo, es porque me veo incapaz de hacerle justicia. La comparación que me viene más a mano con los diez capítulos de Devilman: Crybaby es Twin Peaks: The Return, en especial el octavo capítulo, esa leyenda instantánea de la televisión desde que se emitió. Y, en realidad, no hay mucho parecido en lo estético o narrativo. Pero en este octavo episodio lynchiano hay algo fundamental y que lo hace histórico: las sensaciones que despierta en el espectador. Desconcierto, confusión, asombro, sobreinformación. Acabas el capítulo y estás abrumado. Han ocurrido demasiadas cosas y necesitas tiempo para intentar procesarlas.
De ahí radica la gran similitud entre Yuasa y Lynch: ambos son capaces de maravillar ante la incomprensión del espectador. Y eso es Devilman: Crybaby: confusión, sensación abrumadora. Porque el espectáculo visual prima ante cualquier otra cosa, llevando los límites de la animación a otro nivel. Ya no vale decir que el estilo de Masaaki Yuasa recuerda al de otros, porque su depuración ha llegado a un nivel tan personal que una comparación no haría justicia a su forma de crear.

Aunque este texto incluya imágenes sobre el magnífico arte y diseños del anime, éstas también empobrecen el análisis. Porque lo que brilla, por encima de todo, es una animación colorida, delirante, que bordea los límites de la realidad y coquetea con la deformación constante en pos de la creación de un movimiento antinatural y ultraestilizado. El trabajo del equipo de animación, donde pesa especialmente Eun Young Choi1, tiene sus puntos más significativos en el principio y el final de la temporada. Especial interés tiene la espectacular escena del Sabbath, con una orgía abrumadoramente barroca. La animación de Devilman: Crybaby es, al mismo tiempo, una suerte de goce bárbaro, un salvajismo que se acepta como estético, un manifiesto del exceso.
El replanteamiento de lo humano a través de la pérdida de la propia humanidad es una de las preocupaciones constantes
Como en toda obra de Yuasa, el avance de la temporada denota un desinterés en el contexto de la propia historia, pasando el foco a los personajes. Ahí brilla el guion de Ichirō Ōkouchi, que ya ha trabajado en Code Geass o Kabaneri of the Iron Fortress. En esta última destaca la contraposición humano no-humano que tanto gusta en el anime y que refleja la idiosincrasia de muchas sociedades actuales y el racismo -también vale aquí True Blood-, uno de los tópicos centrales de la serie. El replanteamiento de lo humano a través de la pérdida de la propia humanidad es una de las preocupaciones constantes, con preguntas sobre la ética y la moralidad en la dicotomía del triángulo demonio-devilmen-humano (medio demonio, medio humano).
No queda ahí la profundidad de Devilman: Crybaby, que tiene un gran número de capas de lectura que dificultan centralizar el análisis. Esa es otra de las virtudes de la serie: que, al mismo tiempo que se configura como un visionado estético, también es una obra de personajes, una declaración ético-moral, e incluso una extraña neurosis respecto a los sentimientos y a la autodestrucción del ser humano en clave freudiana: la lujuria depravada del inconsciente es causa directa del fallo de la humanidad como especie, lo que convierte la sexualidad exacerbada en una suerte de perdición para la raza humana, provocada por la propia humanidad en sus deseos reprimidos.
Otro de los puntos significativos del anime es su tremendo respeto a la obra original de Gō Nagai, que muchos conocerán sin saberlo por ser el mangaka creador de Mazinger Z. Las historietas de Devilman se publicaron entre 1972 y 1973, y aunque no se ha editado aún en España -quizás el anime de Netflix puede ser clave para ello- es uno de los mangas más influyentes, tanto por su premisa como por su particular filosofía y relativización del bien y el mal. Yuasa y su equipo muestran admiración y originalidad al mismo tiempo, confiriéndole a Devilman: crybaby un maravilloso entramado autorreferencial con un universo en el que la obra existe como ficción y se convierte en realidad.
El manga ‘Devilman’ fue clave en el desarrollo de ‘Neon Genesis Evangelion’, de la que ‘Devilman: Crybaby’ bebe y es heredera directa
La obra de Nagai, sin ser del género mecha, sienta cátedra en posteriores obras del género, tal como lo hiciera su predecesora, Mazinger Z. No en vano Devilman es influencia directa de Neon Genesis Evangelion, obra legendaria de la animación japonesa, donde vemos relación directa en el plano de la sexualización, la asunción de responsabilidades y la relativización en el plano ético. Si estableciéramos un plano de influencias, paradójicamente, el manga de Devilman -o su versión animada, del mismo año y de 39 capítulos de duración, cuyo final cambia respecto al manga- sería clave en el desarrollo de Neon Genesis Evangelion, de la que Devilman: crybaby bebe y es heredera directa.
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Especialmente significativa para la obra de Yuasa es la película The end of Evangelion, final alternativo del anime con la que Devilman: crybaby comparte premisas estéticas y cierto calado de aires metafísicos. Ni qué decir sobre la relación entre el personaje de Shinji Ikari y el Akira de Crybaby, así como la dupla Kaworu-Ryo y su relación con los respectivos protagonistas.
Otro de los aspectos brillantes del anime es el apartado musical, que tiene dos funciones: contextualizar la historia e intensificar la sensación del visionado. La banda sonora original, obra de Kensuke Ushio -que ya había colaborado con Yuasa en Ping-pong: The animation y que trabajó en la película A silent voice uno de los últimos fenómenos de la animación japonesa-, se ayuda de música ultrarrítmica, casi de rave, para acompañar el exceso que es Devilman: Crybaby. Paralelamente, los raperos callejeros, personajes fundamentales en la historia, son parte de la conexión emocional que se establece con el espectador. Pero es que, además, son los que, junto a la recreación de las calles, explican la situación de una sociedad deprimida, que olvida a muchos de sus participantes y los relega a la inmundicia, a la lacra. Las letras a cappella contrastan de forma directa con la tecnificación musical, y claman contra un mundo injusto, perverso y ultraindividualista. La relación con nuestra realidad es indiscutible.
Este texto está más bien compuesto de apuntes sobre una historia inmensa que se basta de diez capítulos de veinticinco minutos de duración para hablar de trascendencia, establecer un manifiesto estético y sintomatizar la sociedad de nuestro tiempo. La correcta disección y análisis de Devilman: crybaby necesita de tiempo, espacio y comprensión. Su trabajo en torno a dualidades, sus inmensas virtudes técnico-estéticas y su declaración de respeto a la legendaria obra de Nagai la convierten en clásico instantáneo. Podemos hablar, ya sin miedo, de Masaaki Yuaasa como el animador japonés más importante de la actualidad, acomodado su trono en el olimpo más codiciado del país nipón. Si querían un adalid posterior a Hayao Miyazaki, no lo duden: vean a Yuasa, vean Devilman: Crybaby.