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Vuelven los péplums por Semana Santa, como manda esa tradición a la que parecía haberse dado esquinazo: de aquellas tardes con Quo Vadis o Barrabás en la UHF a la comedia un punto amarga de Justo antes de Cristo, la recién estrenada serie de Movistar+ creada por Montero & Maidagán, autores de la exitosa Cámera Café (y de Los del túnel, film que pasó más desapercibido de lo que merecía).
Con dos temporadas rodadas del tirón (la segunda llegará en unos meses), esta sátira de aires más berlanguianos que montypythonianos cuenta con dos directores (llamémosles) invitados de relumbrón: Borja Cobeaga, que firma los episodios 3, 4 y 5, y Nacho Vigalondo, cuyos capítulos forman parte de la segunda entrega.
Cineasta (Pagafantas, No controles, Negociador, Fe de etarras) y coguionista de éxitos ajenos (Ocho apellidos vascos, Superlópez), Cobeaga hizo historia en televisión en no tan lejanos tiempos de plomo y cadáveres, cuando Euskadi era un polvorín: en aquel mítico Vaya Semanita, ya formando equipo en la escritura con su casi inseparable Diego San José, no se temía a la chanza sobre el mundo abertzale, regalando oxígeno y carcajadas a una sociedad que vivía con las persianas entrecerradas.
Han pasado 15 años y ‘Vaya Semanita’ sigue siendo un referente. En un momento especialmente sanguinario de ETA, aquel fue un programa importante por lo que significó, y significa.
No lo sé, fue liberador, pero creo que sólo fuimos la expresión de algo que estaba en la calle. No tengo la sensación de haber sido un factor de cambio, sino una demostración del hartazgo que había a nuestro alrededor. Nosotros no nos inventamos casi nada, simplemente recogimos los chascarrillos de las conversaciones de colegas y los pusimos en pantalla.
Quizás, pero ¡había que ponerlos en pantalla!
Sí… la gran lección a la que he llegado es que pudimos hacer todo aquello porque, al principio, el programa iba muy mal de audiencia. El fracaso nos hizo ser más atrevidos, esa liberación de que no te está viendo nadie… y tampoco llamaba nadie para quejarse. Siempre he pensado que el fracaso tiene un lado buenísimo. Luego llegó el éxito, en parte gracias a los programas de zapping, que nos daban mucha visibilidad. A ETB, además, que quería una imagen de apertura, de no hacer una tele cateta, eso le iba fenomenal.
«Si en 2003 hubiera existido Twitter, con todas estas polémicas digitales… no estaríamos hablando de ‘Vaya Semanita'»
El triunfo de Vaya Semanita fue una conjución de cosas. Y visto con ese paso del tiempo también había mucha inconsciencia juvenil. Estábamos trabajando 16 horas todos los días, metidos en una oficina o en un plató, y no éramos muy conscientes de lo que pasaba fuera. Así que inconsciencia, sí. ¿Importancia? Sí que aquello derivó en un género en sí mismo, pero también te puedo decir que cuando Enrique Urbizu vio Fe de etarras lo único que me dijo fue: «Ya vale, ¿no?» (risas).
Es curioso que, en aquel clima de violencia, era más fácil realizar según qué productos que ahora.
Es muy llamativo, sí. Hoy no sería posible hacer algo como Vaya Semanita. Mejor dicho, si en 2003 hubiera existido Twitter, con todas estas polémicas digitales… no estaríamos hablando de Vaya Semanita. Ni de nada. Quizá me estarías preguntando por el último arreglo de tuberías que hubiera hecho…
Esas absurdas controversias en las redes… Hace poco protagonizaste una, estéril e interesada (fue en la alfombra roja de Los Goya, cuando le preguntaron si rodaría una película sobre Blas de Lezo, tal y como reclamaba VOX; su respuesta: «¡no me da la puta gana!»). ¿Lo pasaste mal?
Veníamos del cumpleaños de Javi Ruiz Caldera (Mira lo que has hecho, Superlópez). Aquel día aprendí dos lecciones: quién era Blas de Lezo y no pasar por una alfombra roja viniendo de una fiesta. No tenía ninguna necesidad de meterme en semejante follón, pero vamos… lo bueno es que a los tres días había una polémica nueva. Lo de las redes sociales es tan olvidadizo… También es verdad que a los pocos días leí el titular: No me da la puta gana. Y estaba bastante de acuerdo. Lo hubiera dicho sobrio (risas), con las mismas palabras pero con un tono menos festivo.
Ante esta búsqueda de clicks, lo mejor es tener un perfil bajo, no azuzar más estas polémicas. Cuando presentamos Fe de etarras en el Festival de Donosti, se creó una controversia absurda con el cartel gigante que colgó Netflix. Ni siquiera se había desplegado aún cuando alguien hizo una foto y la prensa sacó un titular: Polémica en el Festival de San Sebastián. Eso explica muchas cosas: hay una necesidad de generar noticias y falsos líos cada dos segundos. Es cuestión de saber lidiarlo. Pero vamos, que cuando en una entrevista me preguntan, digo lo que pienso sin ningún problema.
Trabajar para otros, trabajar para ti
Volviendo a lo que nos ha traído hasta aquí, es infrecuente en la trayectoria de Borja Cobeaga lo de ponerse al servicio de historias creadas por otros. «Hay que trabajarse un poco el ego», confiesa, con la confirmación, en forma de maullido en segundo plano, de su gata, Antonia. «Tienes a los guionistas junto al monitor sugiriendo cambios, rodar de otra manera, más tomas de una escena… Al principio te choca, sobre todo por falta de costumbre, pero luego… siempre tienen razón. Creo que en lo que sugerían, no se han equivocado nunca».
Tampoco tiene demasiada experiencia en series de televisión. Y quizá lo más parecido a esta nueva experiencia sería, también como invitado, aquel episodio de El Ministerio del Tiempo que escribió con Diego San José, dirigido por Javi Ruiz Caldera. En cualquier caso, Cobeaga no tuvo dudas a la hora de aceptar la propuesta de Pepón Montero y Juan Maidagán: «Me fiaba a ciegas de ellos, porque habían hecho el episodio piloto de una serie que se llamaba José Ramón, que no se hizo realidad pero que me vuelve loco. Al leer los guiones vi que tenían el mismo tipo de diálogos, de situaciones corales, pero con el incentivo para mí que era hacer algo de época.»
Como guionista, debes aplaudir el control y reconocimiento que, gracias a las series, ha tomado la figura del showrunner.
Sí, claro, yo soy de los suyos. Los guionistas y creadores están pillando mucho poder, y eso me parece fenomenal. Rodando, por un lado sentía algo de envidia, pero por el otro, ¡menudo marrón! Una película se concentra en un rodaje muy intenso. En una serie no paras: mientras estás montando un episodio, estás reescribiendo alguna cosa que vas a rodar, y a la vez estás controlando lo que ya se está filmando… Me ha dado envidia el control que tienen, pero la cantidad de trabajo es descomunal.
¿Has tenido margen para dejar tu sello en la serie?
No mucho. Pepón y Juan me daban esa posibilidad, pero la verdad es que me gustaban mucho los guiones tal y como estaban. Mi obsesión como director de encargo era adaptarme al tono que ellos querían y hacer la serie que ellos tenían en la cabeza. Y se parecía mucho a la que yo imaginaba, no había ningún conflicto.
Una de las mejores cosas es que cada uno de los tres episodios que he dirigido me han permitido tocar géneros diferentes: el 3 es una especie de zarzuela, de vodevil; el 4 es de aventurillas, y el 5, un drama romántico a lo Brokeback Mountain. No me habría gustado dirigir sólo un capítulo.
El primero de tus episodios, ‘Un momento de paz’, empieza con el protagonista cagando. Casi tu debut en el humor del caca, culo, pedo, pis…
Sí, y lo odio. Una de las cosas que más me preocupaban era que se entendiese que el personaje de Julián estaba cagando sin que se viera nada. Mi obsesión era cómo hacerlo sin ser obvio… Es que la escatología no me gusta nada, más que molestarme no me hace gracia: ni los chistes de porros ni los de pedos. En Superlópez hay un momento en que suena un pedo, que no hacía ninguna falta ni por guion ni por rodaje… me tocó el orgullo. Debió ser cosa de Javi Ruiz Caldera, porque los catalanes sois muy escatológicos.
Antes de lanzarse esta primera temporada se hablaba de ‘La vida de Brian’ como gran referente. Viendo la serie, va por otros derroteros.
Sería como M.A.S.H. con toques de Berlanga. Transcurre en plena guerra, de fondo se está librando la batalla por el poder entre Octavio y Marco Antonio, pero se sitúa en un campamento de mierda, como ocurría en M.A.S.H.: tenía esa cosa antiépica, allí era un campamento médico-militar en el que los personajes estaban más preocupados por conseguir comer y beber bien, tener una vida más o menos plácida, que por otras cosas. Y aquí pasa lo mismo, aunque tenga algo más de folletín, por las intrigas palaciegas y las muertes: a la mínima nos cargamos personajes.
«‘Justo antes de Cristo’ está más cerca de la sitcom que de la sátira de ‘La vida de Brian'»
Justo antes de Cristo está más cerca de la comedia costumbrista, de la sitcom, con la tienda de campaña haciendo de piso de los protagonistas, la taberna sustituyendo al bar donde se reúnen… Respecto a lo de M.A.S.H., me di cuenta al ver que los directores de arte, Arri y Biafra, manejaban como referentes las fotos de la tienda de Alan Alda en la serie. Pero le veo muy poco de La vida de Brian, que era una peli más satírica, más paródica, y nosotros manejamos un humor más de situación.
Conoces muy bien al protagonista de la serie, Julián López, que es casi tu actor fetiche. ¿Qué virtudes dirías que tiene?
Julián es una máquina de la comedia. Es muy inteligente, sabe ver enseguida dónde está la gracia de las cosas, tiene un descomunal sentido del ritmo para la comedia. Y es muy buen actor, con muchos registros: más allá de su clarividencia con lo que es gracioso y lo que no, es muy versátil y muy buen actor. Y creo que está pidiendo a gritos un drama, se nota que le apetece, y el más listo se lo va a dar. A mí me gustaría verle como a López Vázquez en El bosque del lobo o como a Alfredo Landa en Los Santos Inocentes. Lástima que no se lo pueda escribir yo, porque a mí me sale siempre la comedia, no puedo evitarlo.
‘Justo antes de Cristo’ se une a otras series que, en los últimos tiempos, han renovado la comedia. Algo que el cine no consigue, estancado en la fórmula Ocho apellidos. Un poco de culpa tienes…
Es verdad que series como Vergüenza, Arde Madrid o Vota Juan han dejado claro que hay otros caminos. Creo que ese es el temazo: hace unos años, con directores como Daniel Sánchez Arévalo o Javi Ruiz Caldera, apareció una nueva comedia que se ha quedado ahí, y las historias sobre tópicos regionales, o los remakes de films italianos y franceses de éxito, han tomado el mando. Se repiten los esquemas, huyen de cualquier originalidad… y además, este año están fracasando en las salas. No hay un pelotazo, y ya ni siquiera me remito a Ocho apellidos… Hay un estancamiento, la fórmula se ha agotado. Y sí, parte de culpa es de Ocho apellidos. Supongo que el público se ha cansado.
Cuando llegan comedias como las series que citábamos, pues son propuestas refrescantes, que no aplican fórmulas, tienen algo muy original. En algún momento se decidirá que las comedias en cine ya no funcionan, hasta que alguien encuentre algo distinto que sí lo haga y que nadie espere, y el ciclo vuelva a empezar. No es que las series hayan superado al cine, odio la expresión de que el mejor cine se hace en televisión… Pero es verdad que ahora la comedia más llamativa, más original, se hace en la tele.
Tras daros un poco de aire, vuelves a escribir con Diego San José, tu media naranja. ¿Qué estáis perpetrando?
Pues aún está muy en pañales, acabamos de empezar. En el momento en que Diego terminó Vota Juan y yo acabé Justo antes de Cristo, nos sentamos y sacamos todas las ideas que, mientras escribíamos Fe de etarras y Superlópez, habían ido surgiendo y dejábamos de lado, y apostamos por una. No te puedo contar nada, porque a lo mejor te digo de qué va y dentro de dos semanas va de otra cosa. Pero teníamos muchas ganas de volver a escribir juntos.
Antes tienes una peli en cartera, que has escrito en solitario.
Sí, es lo más inmediato. Pronto nos pondremos a buscar financiación para rodarla, si es posible, a principios del año que viene. La haré con mi productora, como Negociador. Es una comedia de suspense. La protagonista es una chica, quería hacer un retrato femenino, y pensé que quedaría gracioso metiéndola en una historia de intriga. Será una película ligera, festiva. Se llama Intríngulis, pero podría llamarse Misterioso asesinato en Malasaña, o Misterioso asesinato en Gràcia, y sí, es un poco Woody Allen. Volví a ver su peli y pensaba que estaba plagiándole demasiado (risas).