'The Alienist': ¿Qué nos pasa, doctor? - Serielizados
'El Alienista'

¿Qué nos pasa, doctor?

'El Alienista' es la última aproximación al viaje más alucinante posible: la mente humana.
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El doctor Laszlo Kreizler (Daniel Brühl) en 'The Alienist'

Los desordenes mentales presentes en mayor o menor grado en cada uno de nosotros, desde una preocupación puntual a una psicopatía de manual, han sido siempre materia prima muy codiciada por los creadores de mundos imaginados, interesados en escarbar en nuestra propia realidad. Tenemos muy asumido desde hace varias generaciones que el viaje más alucinante posible no tiene que ver con espacios siderales, selvas frondosas o estepas congeladas, sino que es aquel que emprendemos hacia nuestro interior, donde nos espera una odisea repleta de amenazas y obstáculos, con el aterrador agravante de que los cantos de sirena que nos impiden avanzar los entona nuestra propia mente.

Por este motivo es tan habitual la presencia de psiquiatras en la ficción, cicerones en esta ruta laberíntica hacia los traumas que nos han ido modelando y que pueden seguir condicionándonos. Son profesionales acostumbrados a lidiar con la cara oculta de la luna, en la que Syd Barrett, miembro fundador de Pink Floyd, es tan solo un colono más entre miles. Afortunadamente ya nadie con dos dedos de frente se atreve a considerar a la persona con problemas psicológicos como «apestado», el habitante de un gueto mental al margen del resto de la sociedad. Entre otros motivos porque llamar “loco” a alguien, una etiqueta en afortunado desuso, supone activar una ruleta rusa que te puede tocar desafiar el día menos pensado. Cualquier hecho traumático que debamos afrontar en la vida puede resquebrajar, ni que sea temporalmente, ese aparente equilibro sobre el que hemos aposentado nuestra rutina.

Estas afirmaciones propias de un libro de autoayuda barato, pese a ser obvias, no siempre han estado tan claras. No lo estaban a finales del siglo XIX, cuando se consideraba que el loco actuaba movido por fuerzas ajenas a sí mismo, como poseído por un espíritu maligno. Comprender que los instintos más agresivos vienen incorporados de serie no era plato de buen gusto. Por ello a los pioneros de la psiquiatría se les llamaba también alienistas y a los enfermos mentales, alienados. Y por ello Caleb Carr escribió en 1994 la novela El alienista, un thriller de época tan popular como fundacional, un best seller que ha mantenido su influencia sobre otras ilustres muestras del género.

Sin ir más lejos, El alienista fue una de las inspiraciones declaradas de Marc Pastor al escribir La mala dona, la adictiva intriga sobre la persecución de la vampira del Raval en la Barcelona de inicios del siglo pasado (cuando nadie hablaba de un supuesto “efecto 1900” porque los problemas eran mucho menos virtuales). Llevamos años esperando que La mala dona se convierta en serie, quién sabe si bajo el título de Barcelona shadows, que es el de la traducción inglesa. De momento podemos adentrarnos en El alienista, la adaptación de la novela de Carr en una serie de diez episodios de TNT distribuida por Netflix fuera de los Estados Unidos, producida por Anonymous Content, responsable en los últimos años de Mr. Robot, The OA o Counterpart.

‘El alienista’ no analiza la locura como un elemento ajeno; al contrario, la contempla como una parte esencial de la condición humana

Estamos en Nueva York, en 1896. Un asesino misterioso se dedica a sacrificar, en rituales cada vez más escabrosos, a niños condenados a vagar por los estratos más bajos de una sociedad clasista por definición, olvidados y obligados a prostituirse vestidos de mujer. Para hacerle frente, el nuevo comisionado de la policía de Nueva York y futuro presidente de los Estados Unidos Theodore Roosevelt pide la ayuda del doctor Laszlo Kreizler, obsesivo alienista de familia alemana, y de John Schuyler Moore, dibujante en el New York Times y eterno aspirante a escritor (un posible eco de su homónimo literario, puesto que en la novela Moore no es caricaturista sino reportero de sucesos). Bajo el mando algo autoritario de Kreizler el equipo se completa con la incorporación de Sarah Howard, secretaria de Roosevelt dispuesta a ser la primera mujer policía de la ciudad, y a dos agentes más, hermanos gemelos de origen judío, Marcus y Lucius Isaacson.

El experto en la mente humana desafía al resto con sus teorías poco ortodoxas, tendentes a empatizar con el criminal, a ponerse en su piel para desentrañar los motivos que le impulsan a actuar de un modo tan horrible. Pese a su denominación profesional, el alienista no pretende analizar la locura como un elemento ajeno, como la nota discordante de nuestra condición humana; más bien al contrario, la contempla como una parte esencial de dicha condición, como una posibilidad siempre acechante en la vida de cualquiera. En este sentido, el doctor Kreizler sería el bisabuelo espiritual de Holden Ford, el agente del FBI protagonista de Mindhunter, a quien también hemos conocido recientemente.

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Laszlo Kreizler (Daniel Brühl), John Schuyler Moore (Luke Evans) y Sarah Howard (Dakota Fanning) en ‘El Alienista’

Aunque en el actual panorama seriéfilo, anabolizado más allá de lo audiovisualmente asumible, trazar paralelismos involuntarios con otras tramas y personajes sea tan inevitable como injusto, en el caso de El alienista el paso del tiempo ha jugado a la contra. En 1994, la publicación de la novela de Caleb Carr supuso un revulsivo en la narrativa histórica con elementos de misterio. En 2018, el espectador de series le pide a cada nuevo estreno algo más que corrección académica o una buena ambientación, incluso aún demostrando que Budapest puede dar el pego como una Nueva York primigenia. Carr fue modelo para ficciones posteriores y la serie resultante, en cambio, parece beber de referentes más o menos próximos.

A lo largo de sus diez capítulos, El alienista quiere conducirnos por las alcantarillas de una ciudad marcada por los contrastes, en la que los restaurantes y los teatros de ópera envueltos en terciopelo se sitúan a pocas esquinas de los burdeles más sórdidos, allá donde algunos de los más distinguidos caballeros cuelgan por unos minutos su brillante sombrero de copa para descorrer la cortina que les llevará al epicentro del lumpen. En esta cruzada por mostrar la podredumbre física y moral, la serie se queda a medio camino entre la artificialidad de cartón piedra de algunas producciones y la maestría revolucionaria de Peaky blinders. Incluso en el dibujo del trío protagonista, a la hora de mostrar cómo personas de pasados turbulentos y orígenes divergentes se unen alrededor de un afán de justicia, uno puede encontrar algún ejemplo reciente más afortunado (y más cercano), el de los personajes principales de El ministerio del tiempo.

Amelia Folch hubiera hecho buenas migas con Sarah Howard. Ambas son dos mujeres plenamente capacitadas, enclaustradas en un mundo empeñado en tratarlas con condescendencia, que ni siquiera les permite votar. El problema es que Dakota Fanning no le imprime a su personaje la fuerza que descubrimos en el trabajo de Aura Garrido. Ya puestos, tampoco Daniel Brühl acaba de convencer con su encarnación del alienista torturado, enfrentado a sus propios demonios al entrar en contacto con los ajenos. Para rastrear sus traumas debemos escarbar mucho en la mirada del actor más políglota del momento. Únicamente Luke Evans le imprime la garra necesaria a su personaje de John Moore, el vértice necesario en este triángulo emocional, la bisagra que conecta y engrasa el intelecto del doctor y la sagacidad de la aspirante a policía mediante unas gotas de fuerza bruta.

Paco Cabezas, que ya se encargó de una serie de atmósfera similar, ‘Penny Dreadful’, dirige dos de los mejores episodios

El alienista no llega a explotar todo su potencial pese a la factura impecable y a una envidiable nómina de guionistas. Allí está Eric Roth, ganador del Óscar por el guion de Forrest Gump y nominado por los de El dilema, El curioso caso de Benjamin Button o Munich. O John Sayles, escritor y director de pequeñas joyas del cine norteamericano más a contracorriente, con conciencia social, obras como Hombres armados o Lone Star. Entre los productores ejecutivos destaca Cary Joji Fukunaga, para muchos quien realmente estampó el sello de calidad en la hiperalabada primera temporada de True Detective, con permiso de su guionista Nic Pizzolato.

Como en aquella ocasión, en una fase inicial del proyecto Fukunaga proyectaba dirigir todos los episodios de El alienista, dotando al conjunto de ese aura autoral más o menos justificado, pero problemas de agenda le llevaron a mantenerse en la producción cediendo la dirección a otros colegas. Entre ellos, por cierto, está el sevillano Paco Cabezas, que ya se encargó de cuatro capítulos de una serie de atmósfera similar, Penny Dreadful, y que aquí firma dos de los mejores episodios, el sexto y el séptimo, los que consiguen apretar el acelerador en este ejercicio de tensión decimonónica enfocado a los cambios que se intuyen en el nuevo siglo.

Como testigo de una encrucijada histórica, la serie cumple con creces lo apuntado en la novela. El retrato convulso de un “New York in progress”, en plena construcción sobre cimientos de barro, le servía a Carr para identificar los puntos débiles de una democracia relativamente joven, enfrentada al avance imparable del capitalismo feroz que empezaba a invadir todos los ámbitos de la sociedad y a colarse incluso en las chabolas hacinadas en los distritos más lúgubres de la futura capital económica mundial (la que sólo treinta años más tarde iba a quebrar, poniendo de manifiesto ese componente de timo de la estampita que siempre suele ir asociado a las promesas de prosperidad a granel).

A lo largo del juego de pistas sobre el que se edifica la trama, El alienista se detiene en algunos de los meandros más cenagosos de la época (también de la nuestra): la marginación de las clases populares, la subordinación de la mujer, el poder omnipresente de la banca, la corrupción policial al servicio de los poderosos… Este último elemento argumental aparece esbozado con una brocha algo gorda, representado por villanos de opereta, mucho más unidimensionales y caricaturescos, en el fondo, que el asesino de niños. Tan histórico como Roosevelt, es el banquero J.P. Morgan, padrino simbólico de la nueva era dominada por Don Dinero. Su aparición sirve para recordar a un malvado imprescindible del cine de los años 80, Michael Ironside, presencia perturbadora en Scanners o Desafío total.

El doctor Kreizler es el ilustre antepasado de un noble linaje de terapeutas como la doctora Jennifer Melfi (‘Los Soprano’)

La lista de secundarios incluye un par de sorpresas más: la recuperación de Sean Young como madre de un niño bien con tendencias maníacas (no es un Blade Runner del siglo XIX, pero su mirada gélida y despreocupada podría sugerir lo contrario) y la divertida intervención de Grace Zabriskie, cómplice habitual de David Lynch, quien a pesar de vestir a la moda constreñidora del momento consigue aquí soltarse el pelo más que nunca. La madre de Laura Palmer es ahora la abuela de John Moore, una mujer de la alta sociedad neoyorquina anclada en el pasado, que se asusta cada vez que en su plácida mansión suena un teléfono primitivo recientemente instalado.

En esa sociedad de fin de siglo, los nuevos inventos pueden resultar tan amenazadores para algunas almas biempensantes como el estudio de la mente humana. El doctor Laszlo Kreizler es el ilustre antepasado de un noble linaje representado por terapeutas de ficción como la doctora Jennifer Melfi (Lorraine Bracco), más conocida como la psiquiatra de Tony Soprano, o el doctor Paul Weston (Gabriel Byrne), personaje central de la intensa In treatment. Me siento tentado a incluir a Jean Holloway, la psiquiatra de la fallida Gypsy (que alguien le dé a Naomi Watts un papel a la altura de su talento, por favor), una profesional más que cuestionable que se dedica a cruzar todo límite ético para inmiscuirse en la intimidad de sus pacientes, adoptando una doble vida. Por todos ellos sabemos que diseccionar la oscuridad ajena no te salva de experimentarla en propia carne, ahora como hace cien años.

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