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El personaje de Charles Manson durante la segunda temporada de Mindhunter. Imgen: Netflix.com
Cuando Netflix estrenó Mindhunter Mariano Rajoy era presidente del Gobierno, el final de Juego de Tronos nos parecía algo muy lejano y a Charles Manson le quedaba un mes de vida. En un año y diez meses han pasado muchas cosas, y muchas series, pero aquellos que caímos rendidos ante los encantos de los criminales más terroríficos de la Historia de Estados Unidos no perdimos la esperanza de que Holden Ford y Bill Tench regresasen para acercarnos a los seres más despreciables.
Afortunadamente, la espera ha terminado y la serie producida por Charlize Theron y David Fincher ha regresado.
Compuesta por nueve episodios, dos menos que la temporada anterior, la creación de Joe Penhall nos llevará a compartir celda con personalidades ilustres del mundo del crimen, a palpar la tensión que crea un asesino en serie suelto y a seguir empapándonos de psicología criminal y de mentes sin escrúpulos. Los esfuerzos de la plataforma por promocionar el regreso, con un tráiler publicado tres semanas antes del estreno y sin visualización previa para la prensa especializada, no pasarán a los anales del marketing. Pero el ansiado minuto de adelanto, algunas entrevistas y el libro de John E. Douglas, que inspira el personaje de Jonathan Groff, nos ayudan a saber por dónde irán los homicidas en los nueve nuevos episodios (uno menos que la temporada anterior) de Mindhunter.
El gurú
El pasado 9 de agosto se cumplieron cincuenta años del asesinato de la actriz Sharon Tate y la ficción audiovisual lo “celebra” recuperando la figura de su asesino, Charles Manson. Porque un día antes del estreno de la segunda temporada de Mindhunter llegará a los cines Érase una vez en Hollywood… la novena película de Tarantino que tiene a Manson, y a Tate, como personajes secundarios. En ambas producciones el encargado de dar vida al célebre asesino es Damon Herriman, al que hemos podido ver en series como Justified o Quarry.
Manson ya fue una fijación de Ford en la primera temporada, cuando vimos que seguir las normas, y solicitar una entrevista con él, no servía de nada. Según cuenta Douglas en Mindhunter. Cazador de Mentes, publicado en España por la editorial Crítica, pasaron diez años desde los asesinatos hasta que consiguió entrevistarle en la prisión californiana de San Quintín. Allí llegó a la conclusión de que “se parecía mucho a Ed Kemper y a tantos hombres con los que habíamos hablado: también había tenido una infancia y una educación terribles, si es que esos dos términos se pueden usar para describir el pasado de Manson.”
A pesar de que Douglas mantuvo varias entrevistas con él, Herriman solo aparece acreditado en un capítulo, por lo que es probable que todo el metraje se centre en su primer encuentro y en las conclusiones que ofreció a los detectives para su estudio de la psicología criminal. Para el detective en el que se basa Ford, las dinámicas de liderazgo que le describió el asesino de Tate y otras seis personas se repitieron en Waco, con David Koresh, y en el suicidio masivo de Guyana, de la mano de Jim Jones. Manson era un delincuente común ajado por su continuo trasiego dentro del sistema penal, que llegó a tiempo al “verano del amor” y se convirtió en un “gurú carismático” para la inconformista generación floreciente.
Berkowitz, hijo de Sam
Entre finales de 1979 y principios de los 80 Douglas tuvo la oportunidad de entrevistar a otra sangrienta celebridad, David Berkowitz, más conocido como “El hijo de Sam”. Fue en una sala de la neoyorquina prisión de Attica, semanas después de que el criminal sufriera una agresión en la que hicieron falta 50 puntos de sutura en el cuello. El detective consiguió ganarse la confianza del asesino de seis jóvenes, que causó heridas a otras siete, ofreciéndole la oportunidad de contar su historia, algo que no había podido hacer al no testificar en el juicio.
Douglas pudo confirmar que el odio de Berkowitz hacia las mujeres estaba detrás de su modus operandi, atacando desde el lado del asiento del copiloto en aparcamientos conocidos por su actividad nocturna. La distancia, y un calibre 44 que también le sirvió de apodo, le valieron para poseer a la mujer que su traumática infancia había creado en su imaginación. Y cuando no encontraba a la víctima oportuna, regresaba a zonas en las que había tenido éxito para después masturbarse en su casa. Su tendencia al retorno ayudó al experto a corroborar una creencia presente en la comunidad investigadora, que los “asesinos volvían a los escenarios del crimen, pero no podían demostrar ni explicar exactamente por qué lo hacían”.
“Berkowitz estaba enfadado por cómo le habían tratado su madre y otras mujeres de su vida, y se sentía un inepto con ellas” apunta Douglas que añade que “su fantasía de poseerlas se convirtió en una realidad letal”. Afortunadamente sus delirios terminaron justo un año después del comienzo, cuando Berkowitz fue detenido por una multa de tráfico. Lejos de tratar de huir recibió a la policía con un lacónico “bueno, ya me tenéis”, aunque fue más imaginativo a la hora de explicarles lo que le había llevado a cometer los asesinatos.
Atlanta, cuento de terror infantil
A principios de los 80, con 150 casos al año, Douglas se sentía “como Lucille Ball intentando avanzar en la cinta transportadora del sketch de Yo amo a Lucy”. En noviembre de 1980 fue enviado a Atlanta junto a un profesor de la Unidad de Ciencia del Comportamiento, Roy Hazelwood, para colaborar en un caso que ya tenía 16 homicidios por resolver. Desde julio del año anterior, la ciudad se enfrentaba a varios asesinatos de niños negros. Sin embargo, hasta que no superaron las diez víctimas las fuerzas del orden locales no valoraron la posibilidad de que se tratase de un asesino en serie.
Cuando se incorporaron, Douglas y su compañero revisaron los “voluminosos archivos de los casos”, entrevistaron a familiares y visitaron los lugares en los que habían encontrado los cadáveres. Mediante declaraciones separadas ambos descartaron que el Ku Klux Klan, señalado entre los sospechosos, tuviese algo que ver con las muertes. Y confirmaron que se trataba de un asesino en serie que, muy probablemente, fuese de la misma raza que las víctimas.
El caso del asesinato de niños en Atlanta llevará a Ford y Tech a cambiar las celdas de anticuadas prisiones por unas calles que recelan de visitantes blancos y ansían encontrar al responsable de los asesinatos. Dado lo avanzado de la investigación, los detectives tirarán de imaginación para encontrar un culpable que lleva demasiado tiempo escondido. Pero la burocracia estará ahí, para dificultar sus planes, al igual que las pistas falsas o, cómo no, los medios de comunicación. A pesar de todo esto Douglas recuerda este trabajo como “un gran triunfo para el arte de la elaboración de perfiles y el análisis de investigación criminal”.
El juicio, que también supuso algún quebradero de cabeza para Douglas, no se celebró hasta 1982, pero parece poco probable que en nueve episodios, la producción pueda llegar hasta ese momento. A esta investigación, y los comentados Manson y Berkowitz, hay que sumarle el regreso de un viejo conocido, Dennis Rader, al que pudimos ver en la primera entrega de Mindhunter a través de secuencia muy cortas (y truculentas). Además de la desastrosa vida personal de Ford, la maravillosa, pero probablemente breve, Wendy Carr de Anna Torv y, cómo no, la estrella del espectáculo, Ed Kemper.
Maldita sea Netflix, es tan larga la espera, y tan cortas las temporadas…