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Los Estados Unidos se han convertido en la mayor prisión de tigres del planeta. En su territorio hay más felinos enjaulados que libres en todo el mundo y, a pesar de la creciente presión de los grupos animalistas para liberarlos, sus propietarios se aferran a su modelo de negocio hasta las últimas consecuencias.
De esa oscura pugna nace Tiger King, una fascinante serie documental con aires de reality show que retrata la perturbadora vida del coleccionista de animales salvajes Joseph Maldonado-Passage, más conocido como Joe Exotic. Sociópata, troll de internet, obseso de las armas, cantante de country, homosexual, polígamo y condenado a 22 años de prisión por crueldad hacia los animales y orquestar el asesinato de Carole Baskin, supuesta defensora de los animales a quien sus enemigos acusan de haber arrojado a su exmarido a los tigres para quedarse con una herencia millonaria.
Machos alfa, zoos que operan como cultos sexuales, traficantes de droga, empresarios corruptos y asesinos a sueldo revisten esta docuserie de Netflix que, en pleno confinamiento por el coronavirus, se ha convertido en un fenómeno tan incontestable al otro lado del Atlántico que incluso ha llegado a la Casa Blanca. Pero más allá del morbo sensacionalista, este circo de los horrores nos ofrece una visión feroz, nítida y trágica del capitalismo tardío que ha abocado al país al trumpismo. Vamos a verlo.
Capitalismo salvaje
Minimizar costes, maximizar beneficios. En su desesperada carrera por el dinero, el éxito y la fama, Joe se aferra a ese credo del capitalismo despojándolo de todo gesto de empatía. No sólo hace negocio de enjaular animales, sino que cuando éstos ya no generan más ingresos opta por venderlos o ejecutarlos. La radical honestidad del personaje nos permite ver la cara más salvaje del neoliberalismo, también con sus empleados. «Nunca me voy a recuperar económicamente de esto», dice, tras saber que un tigre le ha destrozado el brazo a una de las trabajadoras del zoo. Lejos de concienciar, la frase se ha convertido en uno de los memes del momento.
Así, no sorprende que cuando decide dar el salto a la política lo haga como libertario. Joe defiende la propiedad privada, el uso de las armas y la no implicación del gobierno en su vida. O, de otra manera, que en su territorio sea él quien mande, decida e imponga sus leyes. «Este es el problema con los Reyes, se acostumbran a hacer todas las reglas», explica la fiscal federal Amanda Green.
Explotación laboral
Hay muchos motivos para quedarse boquiabierto con Tiger King y uno de ellos es las pésimas condiciones laborales de las que se sirven estos parques privados. Las ofertas de trabajo en el G.W. Zoo, propiedad de Joe Exotic, eran claramente inhumanas: jornadas interminables, habitaciones con ratas y sin agua y una dieta a base de comida caducada de la basura. Todo ello con sueldos que oscilaban entre los 100 y 150 dólares a la semana.
Su caso es el más claro, pero no el único. En el lujoso Myrtle Beach Safari, ‘Doc’ Antle capta a chicas jóvenes y las ata a una especie de inquietante culto místico sobre su figura. El personaje se hace llamar Bhagavan, nombre indio para designar a Dios. Jornadas de hasta 16 horas sin descanso, sin vacaciones, vestidas o disfrazadas a voluntad del líder y controladas económicamente. «No es un trabajo, es un estilo de vida», relata durante el metraje. Una antigua empleada incluso relata que ‘Doc’ les pedía operarse los pechos y que para escalar de posición debían acostarse con él.
Ni las organizaciones supuestamente éticas se libran de esas condiciones deplorables. Así, el llamado santuario animalista Big Cat Rescue de la millonaria Carole Baskin se sirve del trabajo de becarios a los que se clasifica por rangos con camisetas de distintos colores. Entre sonrisas, la propia Carole explica que se les pide que si quieren ascender deben renunciar a las vacaciones para dedicarse en cuerpo y alma al proyecto. La misma fórmula.
Estos parques operan bajo la Right to Work Law, ley que permite a los empresarios aplicar recortes sin tener que enfrentarse a sindicatos
No es casual, estos parques están en Oklahoma, Carolina del Sur y Florida, tres de los 27 estados que operan bajo la Right to Work Law, una ley antiobrera que retira la financiación obligatoria a los sindicatos para destruirlos. Así, los empleados pierden su fuerza y su derecho a negociar sus convenios laborales y los empresarios pueden aplicar recortes de salarios, pensiones y de personal sin tener que enfrentarse a protestas.
En términos marxistas, la base de la acumulación capitalista (las ganancias) es la plusvalía extraída al trabajador. En otras palabras, los negocios retratados en Tiger King ilustran la crisis estructural del sistema: para que los de arriba ganen cada vez más los de abajo están condenados a ganar cada vez menos.
Cuestión de clase
Inherente en la sociedad, Tiger King no puede escapar de las diferencias de clases que se manifiestan de forma especialmente feroz en los rincones más deprimidos, como el parque de Joe Exotic. ¿Quién aceptaría esas paupérrimas condiciones laborales? Para asegurarse una fuerza de trabajo que se plegase sin rechistar a tales condiciones, Joe se sirvió de exconvictos, vagabundos y drogadictos, gente desesperada, víctimas de una vida precaria y desestructurada. Acogidos como miembros de esa familia, normalizaron los abusos como forma de supervivencia. Lo que fuese con tal de no regresar a la marginalidad.
Aunque la preocupación de los trabajadores por los animales puede ser real, sucumben a su explotación porque de ella depende su vida. Un círculo vicioso, estructural, que puede extrapolarse a otros sectores económicos e incluso a la esfera privada. Prueba de ello son las parejas de Joe: adolescentes descarriados, sin presente ni perspectiva de futuro que, incluso siendo heterosexuales, se aferran al rey tigre como mayor postor y garante de cierta estabilidad.
Sin rumbo ni guía, terminan atrapados en una relación tóxica plagada de control y donde la adición a la metanfetamina y el cannabis se convierten en mecanismos de evasión de una realidad insoportable. No es casualidad que Oklahoma sea uno de los epicentros de la epidemia de narcóticos que devasta silenciosamente a los Estados Unidos. Más de 6.000 personas han muerto ahí por sobredosis de opioides desde el año 2000. La falta de acceso a la sanidad condena por partida doble a su población.
Ese sesgo clasista también se ve más allá de la pantalla. Resulta revelador que tras la emisión de la serie ‘Doc’ Antle haya esquivado las acusaciones que pesan sobre él asegurando que él es «normal», no un «drogadicto» como Joe. Claro, su parque ha recibido a celebrities como Beyoncé o Jay Leno y sus animales han participado en películas como Ace Ventura. No son sus inquietantes métodos los que le diferencian de Joe, sino que él ha sabido adaptarse al sistema.
Una historia de violencia
Cuando en 1787, James Madison, George Washington y los otros miembros de la Convención de Filadelfia diseñaron la Constitución de los Estados Unidos establecieron una Carta de Derechos revolucionaria para la época. Entre las diez enmiendas recogidas en la carta magna se protegió la libertad de expresión, de prensa, de religión, de asamblea pacífica y petición al gobierno. Sin embargo, también incluyó el derecho a portar armas.
«Este es mi pequeño pueblo. Soy el alcalde. El fiscal. El policía. Y el verdugo» – Joe Exotic
Más de dos siglos después, el país más militarizado del mundo sigue fascinado con una violencia que vertebra gran parte de su sociedad. Así, la resistencia contra la injusticia que predicó Thomas Jefferson para reclamar la autodeterminación americana frente a la colonización británica es utilizada ahora por las comunidades libertarias que rechazan cualquier tipo de ley. «Este es mi pequeño pueblo. Soy el alcalde. El fiscal. El policía. Y el verdugo», explica Joe Exotic. Esa misma lógica se repite ahora con las protestas de seguidores de Trump, grupos armados y conspiracionistas antivacunas contra las medidas de confinamiento por la covid-19.
Cuando la investigación hace tambalear su sistema de explotación animal incluso amenaza con convertir su zoo en un «pequeño Waco«, en relación a la población de Texas donde en 1993 una secta religiosa acusada de múltiples violaciones sexuales a menores y de posesión ilegal de armas se atrincheró durante 51 días para evitar su detención. El asedio causó 80 muertes. Ese acto inspiró al supremacista antiestatal Timothy McVeigh para perpetrar, dos años después, un ataque bomba contra un edificio federal que dejó 168 muertos y casi 700 heridos, el peor atentado terrorista doméstico de la historia del país.
Perversión de la libertad
La libertad de expresión, su primera enmienda constitucional, es otro de los pilares del federalismo democrático estadounidense que se ha visto pervertido hasta límites surrealistas. Aunque en su momento tal idea supuso una emancipación sin precedentes, el free speech se ha instrumentalizado para permitir discursos de odio y la estigmatización de colectivos vulnerables, un dogma capitalizado por esa ola de los políticamente incorrectos que también ha llegado a las costas europeas. «Este es un país libre, así que puedo decir o hacer lo que quiera», repite esa concepción puramente individualista. Empresario corrupto, violento, homófobo y machista hasta la médula, Jeff Lowe es el personaje más trumpiano de Tiger King.
Esa libertad de expresión permite que neonazis se paseen con antorchas pidiendo una América blanca o que Joe Exotic publique vídeos en los que tirotea a muñecas hinchables con la cara de Carole Baskin. «Aquí actuamos después de que sucedan los hechos», confiesa el sheriff que lleva el caso.
Un lastre climático
En un segundo plano, pero no menos importante, Tiger King relata cómo el sistema capitalista se nutre de la destrucción del ecosistema. Prueba de ello es que entre solo 100 corporaciones concentran más del 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero desde 1988 o que en Estados Unidos hay entre 5.000 y 10.000 tigres en cautividad mientras que sólo quedan unos 4.000 libres en el resto del mundo. La docuserie expone la frialdad con la que el hombre se apropia de otros animales y se lucra explotando sus vidas como mero espectáculo.
Y ahí entra otro problema de la desregulación estadounidense: sólo 13 estados prohíben la posesión privada de animales exóticos. En otros como Oklahoma solo se requiere una licencia oficial y un permiso. El 2017 la Big Cat Safety Act, una ley que busca la prohibición total menos en zoos o santuarios, llegó al Congreso, pero desde entonces no ha conseguido suficientes apoyos políticos para ser aprobada.
Voyeurismo
Ver Tiger King es una experiencia interesante. Se pasa de una fase de rechazo a sus personajes a otra de atracción por ese desconcierto, de puro morbo kitsch. Pero esa extraña fascinación nos sirve como espejo para reflejar los tics sensacionalistas de esta docuserie y la responsabilidad del espectador ante ese espectáculo grotesco que observa boquiabierto como quien paga para contemplar tigres enjaulados.
Así pues, se entienden las críticas que acusan a este casi true crime de voyeurismo y de explotar los estereotipos de mundo redneck, apoyo peyorativo que describe al hombre blanco, conservador y precario de la América rural. Aunque es cierto que en Tiger King la realidad supera la ficción, también lo es que esa exposición puede llevar a la mofa y condescendencia de la audiencia con esos personajes. De ser así, la serie se revelaría como otro producto de un sistema y de una cultura del espectáculo que transforma el sufrimiento y las miserias de ciertas capas sociales en el gozo de otros.