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La producción española de Netflix continúa imparable y hace unos días llegó a la plataforma Hache, un thriller «basado en hechos reales» y ambientado en los años 60 en Barcelona. Adriana Ugarte y Javier Rey son los protagonistas, con ella interpretando a Helena, «con hache», una mujer de armas tomar que pasa por un mal momento económico, y él siendo Salvador Malpica, dueño de un club nocturno en la ciudad y traficante de heroína. Con hache también.
Cuando ella entra en el club, huyendo de un hombre al que acaba de robar tras prostituirse, él no puede evitar pagar algo más por un servicio algo más salvaje. Porque Malpica lleva «el dolor con dolor se olvida» por bandera, y para olvidar el martirio de una pierna dañada de por vida, disfruta dando rienda suelta a su ira. Y tratándose con morfina.
El fugaz encuentro se convierte para Helena en una vía de escape que le permitirá pagar el alquiler, las medicinas de la amiga con la que vive, la comida de su hija pequeña y el abogado de su «no-marido». Y hace todo lo posible por volver a ponerse en el camino de Malpica. Cuando lo consigue queda inevitablemente vinculada a él, porque ha sido testigo de un crimen. «Tenemos dos opciones, o te quedas libremente conmigo o te mato», le dice Malpica tras descubrirla.
Aunque la obligación de hacer algo «libremente» elimina el último matiz, y a esto podríamos llamarlo secuestro, esta «romántica» unión de fuerzas de la naturaleza se convierte en una bonita relación en la que él le consulta todo a ella. Para asombro de los esbirros de Malpica, que lo temen y lo respetan a partes iguales, mientras trajinan el narcotráfico de heroína desde Europa hasta Estados Unidos.
«Hache», que es como termina llamándose Ugarte, no se olvida de su hija ni del padre de ésta mientras nada en la abundancia. El narco, con conexiones en el consulado norteamericano, no anda escaso de enemigos. Pero la producción tiene tiempo de contar la historia del detective Vinuesa. Un hombre que se acaba de trasladar desde Madrid, con todo el tiempo del mundo para resolver los crímenes que se suceden en Barcelona. Sucesos que preocupan a los proveedores de Malpica, y que terminarán llevando al detective al club nocturno.
Aunque su arranque pueda desanimar a los paladares más exigentes, el desarrollo de la historia le permite matizar sus defectos gracias en buena parte al trabajo de Ugarte y Rey. Pero Hache no deja de ser en ningún momento una serie española de Netflix, con lo que eso implica a estas alturas. La fórmula de la casa, combinada con enredos de todo tipo, romances imposibles y algún peligro en forma de ley o de malvado. Aderezado con una ambientación de época al uso y el recurrente (para la producción propia de Netflix) tráfico de drogas. Un pasatiempo para los espectadores, un trabajo para el equipo y una serie internacional más para la industria española.
Malos (re)tratos
Lo que me molesta de Hache es que a estas alturas haya que recurrir a una relación tóxica y a una mujer maltratada (por mucho que devuelva los golpes, lo es) para sostener la historia y construir el personaje femenino principal. Para dejar claro que Hache es una mujer con carácter, esta responde con un mordisco, y episodio tras episodio demuestra que no se deja amilanar por un hombre que le persigue, por un detective de mano larga o por aquel que quiere convertirle en un elemento decorativo. Pero lo demuestra después de haberse llevado unos buenos puñetazos, de ser el desahogo de hombres frustrados, de verse empotrada en la pared con una mano apretando su cuello.
Hache puede ser la heroína de la historia, pero para conseguirlo se ha convertido en el capricho de un hombre que vive aferrado a su dolor y se dedica al narcotráfico. Peligro tras peligro para una mujer que no ha dejado de creer en su causa, pero tampoco ha dejado de aprovecharse de todo el que podía para conseguirla. Por si no queda claro lo poco que importan las mujeres en esta historia protagonizada por una mujer, me gustaría apuntar que de los tres personajes femeninos que vemos habitualmente en la pantalla a dos se les ven los pechos. Y que ha sido creada por una mujer, Verónica Fernández, guionista de El Príncipe, Cuéntame, El Comisario, Seis hermanas o Velvet Colection.
De los malos tratos que recibe Hache me inquieta que las jóvenes asuman que esos comportamientos son normales
Cada uno escribe lo que quiere y como quiere, pero creo innecesario llevar a la pantalla otra relación tóxica para contar otro éxito del narcotráfico. Es obvio que Netflix no tiene ningún compromiso con la educación de sus suscriptores, pero si te gusta enfundarte la bandera LGTBI cuando te conviene, tal vez debas ser más cuidadoso con los contenidos que produces. Porque, para bien o para mal, no influyes en los espectadores solo cuando a ti te conviene.
De los malos tratos que recibe Hache no me inquieta que algún cenutrio pueda ver avalados sus erróneos planteamientos vitales por culpa de Malpica o de «manolarga» Eladio. Porque esos cenutrios no son el target de la serie. Me preocupa que las jóvenes que sí lo son asuman que esos comportamientos son normales. Nos guste o no, y a nosotros también nos ha pasado y nos pasa, lo que vemos, lo que oímos, cada día, termina haciéndonos como persona. Y al igual que las comedias románticas de los 90 llevaron a muchas adolescentes a creer, incluida yo misma, que las relaciones eran una montaña rusa de emociones con final feliz, en ellos algo quedará de Élite, de Euphoria o, por qué no, de Hache. Y las dos primeras me preocupan menos que la última.
En una industria que cada vez se preocupa más porque sus historias y su lenguaje sean inclusivos, seguimos encontrando creaciones en las que se dan por buenos comportamientos tan reprochables como innecesarios. Es posible contar la historia de una mujer que se abre paso en el narcotráfico sin recrearse en la violencia contra ella. Se puede contar una historia machista sin serlo, e incluso tener un personaje que afee las conductas a todos, y no solo de vez en cuando. Porque a Vinuesa le queda muy bonito que las mujeres no pertenecen a nadie, pero a Eladio no le hizo ni un reproche cuando le partió la cara a Hache.
Al igual que deberíamos dejar de arrancar las series de asesinatos con el cadáver de una mujer, como ya pidió Álvaro Onieva, deberíamos dejar a un lado las historias en las que los malos tratos forman parte de las motivaciones de los protagonistas y las mujeres son las víctimas. Que la línea entre buenos y malos se haya desdibujado completamente no es una razón para valerse de una lacra que remarca el carácter de los personajes, pero nunca se intenta corregir. Hache podía haber contado lo mismo con menos niebla, menos música de ascensor y menos Malpica pidiendo a la gente que abandone la sala. Pero también con menos golpes a la protagonista principal.