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Es curioso cómo el tiempo distorsiona los recuerdos y los magnifica a su antojo. Es un manipulador frío y hábil, capaz de engañar a tu cerebro sin más esfuerzo que el de dejar que las agujas del reloj avancen. Te hace creer que tus recuerdos son nítidos e impolutos, cuando la realidad es que lo que ahora se proyecta en tu mente no es más que una sombra desfigurada de lo que en su día viviste, pensaste o sentiste. Y de esto me di cuenta cuando terminé de ver por segunda vez Dexter.
Vi por primera vez Dexter, la serie del asesino de asesinos, hará unos cuatro años aproximadamente. Me fascinaron sus primeras temporadas, pero esa octava y última fue como si me clavaran un puñal en el corazón. Nunca había visto nada tan decepcionante. Fue como educar a un hijo toda una vida para que al final se acabe apuntando al casting de Gran Hermano. El desencanto fue tal que desde ese momento siempre he usado Dexter como ejemplo de serie que no puede terminar peor. Con el paso del tiempo, fui crucificándola cada día un poco más hasta generar en mi imaginario una opinión nefasta ya no solo de esa última temporada, también de las dos o tres las anteriores.
Hasta que, en un intento de introducir a mi pareja en el mundo de las series -¡lo conseguí!-, volví a dar una oportunidad al forense más famoso y loco de Miami. Hoy he terminado de ver Dexter por segunda vez y mi opinión ha cambiado. El final sigue siendo tan malo como el Ébola, pero he identificado el porqué. Y lo más importante, me he dado cuenta de que hasta la séptima temporada, Dexter es sobresaliente. Incluso la última temporada tiene detalles dignos. Pero hablemos de los pecados de la serie, de los momentos que convirtieron el final de uno de los mejores psicópatas de la historia en una verdadera calamidad. Si sois alérgicos a los spoilers, recomiendo que dejéis de leer en este preciso instante.
El final de la séptima temporada de Dexter es magnífico. Inmejorable. Tras toda la temporada viendo cómo Deb lidia con el descubrimiento de que su hermano es un asesino en serie y Laguerta investiga de forma obsesiva al propio Dexter, todo confluye en el contenedor marítimo donde Dexter vio de pequeño a su madre ser descuartizada. Laguerta ha descubierto el verdadero Dexter y Deb, ante el dilema de cumplir con su deber como policía o ayudar a su hermano a evitar la silla eléctrica, se decanta por Dexter y mata de un disparo a Laguerta. El pasajero oscuro de Dexter provoca que Deb, seguramente la única persona en el planeta que lo ama de verdad e incondicionalmente, se torne también en un monstruo. Las bases para una última temporada de traca estaban sentadas. Entonces, ¿qué fue lo que falló?
En primer lugar, la figura de la Doctora Vogel es un error clamoroso. Un torpedo directo a la línea de flotación de uno de los pilares de la serie: el código que Harry, el padre adoptivo de Dexter, le enseñó al protagonista de la serie durante su juventud. Resulta que, tras ocho temporadas, nos enteramos de golpe y porrazo que Harry no es el ideólogo del código; lo es una psicóloga especialista en psicópatas de la que hasta ahora no se sabía nada de nada. ¿En serio? ¿En serio había la necesidad de desposeer de toda su relevancia al padre con este parche de guion? Lo interesante de la figura del padre de Dexter -como hemos comentado antes sobre su hermana Deb- es el tremendo conflicto interior que se plantea entre su deber como policía y el amor por su hijo.
En esta encrucijada, se saca de la chistera un código con el cual su hijo pueda matar pero con cierta moralidad. Es espectacular. Pero la aparición de la Doctora Vogel lo que hace es convertir al padre de Dexter únicamente en un pobre desgraciado perdido en la vida al que una loquera le da una idea de bombero que él, desesperado, decide llevar a cabo. Todos los consejos del “fantasma” de Harry a Dexter durante la serie pierden su valor por culpa de la revelación de este secreto. La aparición de la Doctora Vogel destruye la figura simbólica de guía que siempre había representado el padre de Dexter.
Los guionistas deciden es rizar el rizo de forma bastante cuestionable y meter en escena el hijo-muerto-que-realmente-no-estaba-muerto de la Doctora Vogel
La temporada sigue avanzando a empujones, el espectador no sabe en ningún momento si debe centrar su atención en el asesino principal de la temporada, el Neurocirujano, o en el chaval joven que se presenta como el posible Dexter del futuro (Dexter accede a enseñarle su código). Pues al final ni uno, ni otro. Con dos huevazos. A mitad de temporada desaparece uno -el Neurocirujano- y a falta de cuatro o cinco capítulos para terminar la temporada, el otro. En este momento de la serie, el espectador se siente huérfano. ¿Por qué se me han estado contando dos historias que terminan tan pronto? ¿Y ahora qué? Pues lo que los guionistas deciden es rizar el rizo de forma bastante cuestionable y meter en escena el hijo-muerto-que-realmente-no-estaba-muerto de la Doctora Vogel, el que ha sido el malo malísimo de la temporada desde el principio sin que nadie lo supiera. Pero de eso te enteras en el capítulo ocho. Tarde. Muy tarde. Muy mal. Con tan pocos capítulos por delante, no hay tiempo suficiente para que su figura se alce como un antagonista tan legendario como lo fue Trinity en la cuarta temporada o Travis Marshall, el Asesino del Juicio Final, en la sexta. Y con un antagonista que ni funciona ni te crees en ningún momento, la temporada termina de hundirse.
Llegamos al meollo, al penúltimo y último capítulo. Aquí se encuentran los tres grandes errores finales. La Santísima Trinidad de cagadas que convierten el final de Dexter en un mojón catedralicio. Nos situamos. Dexter a punto de escapar con su hijo y Hannah a Argentina; Deb vuelve a la policía de Miami tras su etapa como investigadora privada repleta de clichés; una tormenta tropical está a punto de llegar a Miami. ¿Situados? Pues dentro los tres puntos negros:
- Dexter ha capturado al hijo psicópata de la Doctora Vogel -malo muy malo lleno de maldad que ya ha asesinado incluso a su propia madre- y cuando está a punto de matarlo, algo cambia en su interior. No necesita matarlo. Ahí lo llevas. Lleva matando toda la serie, tiene enfrente al mayor hijo de mil hienas del reino y de golpe su pasajero oscuro desaparece y decide que lo mejor es entregar el asesino a la policía. Le dice a Deb que lo capture ella y se pira. No tiene lógica narrativa alguna. Por supuesto, con Dexter marchándose, el malo consigue deshacerse de sus sujeciones y le pega un tiro a Debra. Aplausos. Todo listo para el último capítulo.
- Tras el momento de clímax más patético de toda la serie -el malo va al hospital a matar a Deb y lo detiene Batista antes de entrar en la habitación-, llega el Deus ex-machina por excelencia de Dexter. Los médicos han dicho que Deb se recuperará del disparo, afortunadamente no ha sido mortal. Dexter respira aliviado. Pero cuando vuelve al hospital, Deb ha sufrido “complicaciones post-operatorias”. Habéis leído bien. Así, porque sí, de la nada. Una norma sagrada de la escritura de ficción es que nada pasa al azar, el escritor no se puede ayudar de “golpes de suerte” para dirigir la historia hacia donde quiera. Pues eso hicieron los guionistas con Deb. Con lo fácil que hubiera sido que tras la operación se hubiera dicho que su estado era crítico, dejando en bandeja así una última conversación con un hilillo de voz con Dexter. Pero no. La dejan en estado vegetativo así por las buenas, por unas complicaciones que se sacan de la manga, y adiós. Dexter la desconecta de la respiración asistida -reconozco la belleza del hecho que la última persona que mate Dexter en la serie sea a su hermana y lo haga por amor, no por su psicopatía- y se la lleva en su barco directamente al desastre final de guion.
- ¿Recordáis que antes hemos hablado de un huracán llegando a Miami? Pues Dexter coge su barco y se va derechito a él con su hermana muerta. Deposita a Deb en el agua, ella se hunde -momento lacrimógeno- y él vuelve a arrancar el barco y se mete en la tormenta. En la siguiente imagen, ya con el mar en calma, se ven los pedazos destrozados del barco de Dexter. Naufragó en la tormenta. Dexter ha muerto. No podía vivir con la culpa, supone el espectador. Una mierda que te comes. Sin saber cómo, Dexter ha sobrevivido a un naufragio en medio de un huracán y suponemos que ha llegado a nado hasta Alaska o quizá Canadá, donde ha empezado una nueva vida como leñador. Y se ha dejado barba. Es tan ridículo, tan calamitoso, que dan ganas de partir el televisor a cabezazos. La serie termina con un plano que se va cerrando hasta que Dexter mira directamente a los ojos del espectador. Y el espectador, donde debería sentir complacencia, solo siente pena. Pena porque aunque los guionistas se hayan empeñado en que Dexter siga vivo, lo han matado en los corazones de los incondicionales de la serie.
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Hay más errores a comentar, como por ejemplo la nefasta clausura que se hace de las historias de los personajes secundarios. De hecho, directamente no se cierran sus tramas. Batista, Masuka y Quinn quedan en un limbo narrativo realmente grosero, un destino que no merecían puesto que se habían convertido en personajes muy queridos a lo largo de la serie. Pero no nos vamos a ensañar más con Dexter. Lo que perseguía este artículo era dejar claro que su final es terrible, malo con avaricia, pero eso no debe hacernos olvidar -y con eso me quedo de mi segundo visionado de la serie- que hasta esa última temporada, Dexter es una de esas series que merecen un lugar de honor en el Olimpo seriéfilo. Tonight is the night.