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Phoebe Waller-Bridge irrumpió en nuestras vidas por asalto hace un par de años con Fleabag. Aunque ya había jugado el doble papel de creadora y protagonista anteriormente en Crashing, fue la serie sobre una londinense desorientada y a menudo desagradable la que la colocó bajo el radar de los seriéfilos. Fleabag, el personaje y la serie, son inclasificables. Disfrazada de dramedia, que sirve para salvaguardar cualquier trama, Fleabag nos dio una primera temporada que era un viaje doloroso pero también cáustico a la experiencia del duelo y de la culpa, dos sentimientos que acechan a la protagonista y que ella esquiva a base de polvos poco saludables y desastres varios. Su actitud la lleva a ser repudiada por la gente de su entorno, que la consideran inmadura, egoísta e irracional.
La serie de Waller-Bridge se nos ha vendido como una comedia pero de risas hay pocas, como se encarga de recordarnos la recién estrenada segunda temporada, que nos reafirma en que la londinense es una voz televisiva única. La nueva entrega se siente más madura y reflexiva que la anterior y nos obliga a preguntarnos si no será ésta una de las mejores cosas que veremos este año. La respuesta es sí: en esta segunda temporada, Waller-Bridge te agarra por la solapa y te lleva a recorrer todos los estados vitales, desde la risa al corazón roto.
Después del altercado con su cuñado pusilánime que cierra la primera temporada, Fleabag ha decidido emprender un camino de recuperación personal en el que el sexo ha sido desterrado. Sus buenas intenciones se enfrentan a un reto mayúsculo: el futuro enlace entre su padre y su madrina –¡qué buena es Olivia Colman y qué bien que los espectadores empiecen a reconocerla!-. Este nuevo escenario implica la aparición del Cura, interpretado por Andrew Scott, el Moriarty de Sherlock, un hombre desconcertante que pone la vida de Fleabag patas arriba cuando parecía que empezaba a controlar la difícil tarea de sobrevivir a la vida diaria.
Aquí no estamos ante El pájaro espino, Waller-Bridge se las apaña para explicar algo mucho más profundo de una manera exquisita y desarmante: la necesidad de conectar con alguien; en definitiva de dar y recibir amor. Partiendo de una visión de la vida muy diferente, el Cura, con un Scott irresistible, consigue llegar a la parte más oculta de Fleabag. La guionista y productora explicó al New York Times que para la segunda temporada sentía que tenía que «buscar algo más fuera de la propia psique de Fleabag». Esto la llevó a pensar en Dios. «La vida moderna y la religión parecían los perfectos imperfectos compañeros», explica.
«Es absolutamente opuesto a ella por lo que respecta a sus creencias y cómo quiere vivir, y aún así hay una conexión. Fleabag escoge una vida de sexo casual, él escoge una vida de celibato. Las dos elecciones son consecuencia de sus experiencias personales y de lo que ellos creen que necesitan para sobrevivir», detalla Waller-Bridge. La combinación tiene como resultado una relación fascinante –siempre con la sombra de lo prohibido sobrevolando- y una química inigualable.
Hay muchos otros tipos de amor que Waller-Bridge pone bajo la lupa: el paterno filial, el fraternal y el amor hacia Dios
Pero la segunda temporada de Fleabag no se queda en la comedia o en el drama romántico porque su concepto del amor va bastante más allá. Revoloteando alrededor de la curiosa figura de la protagonista hay muchos otros tipos de amor que Waller-Bridge pone bajo la lupa: el paterno filial (entre Fleabag y su padre), el fraternal (a pesar de sus diferencias, Fleabag y su hermana Claire se apoyan de manera incondicional) e incluso el amor hacia Dios (el Cura). Todos ellos hacen acto de presencia en una temporada que plantea de forma bastante explícita y sin caer en la cursilería el debate sobre nuestras contradicciones a la hora de querer. Una reflexión que alcanza su momento cumbre con el sermón final del cura, un discurso de esos que dan ganas de imprimirlo y enmarcarlo.
A pesar del éxito de crítica de esta temporada Fleabag no continuará, por deseo de Waller-Bridge. Pero antes de clamar al cielo por perder esta joya deberíamos hacer un minuto de silencio y saborear la escena final de esta temporada, uno de los mejores cierres de serie que hemos visto y un nuevo ejemplo de lo brillante que puede llegar a ser su creadora.