Comparte
Fox Mulder y Dana Scully son historia de la televisión, una pareja icónica de la ficción a la que he shippeado más que a Almaia de OT durante estos últimos tres meses. La adoración por ellos tendría que ser suficiente para recibir una nueva temporada de Expediente X – la undécima- con vítores, serpentinas, luz y color. Sin embargo, el primer episodio de esta nueva entrega deja claro una cosa: cualquier tiempo pasado fue mejor y las teorías conspiratorias sin visos de solución son cada vez más difíciles de soportar.
[amazon_link asins=’B01EIPTVDO’ template=’SerielizadosProduct’ store=’serielizados-21′ marketplace=’ES’ link_id=’be8282f6-14aa-11e8-a427-5bf3c52e3edc’]
En el tercer capítulo de la temporada –un atisbo de luz después de dos primeros episodios casi infames- Scully se pregunta si está demasiado mayor para seguir persiguiendo extraterrestres y qué futuro le espera. La reflexión puede ser entendida como un guiño al espectador, que también acaba dudando de si vale la pena continuar viendo cómo Mulder y Scully corren detrás de lo desconocido. Es una pregunta que ya resonaba en la cabeza del espectador cuando se emitió el último episodio de la anterior temporada, el enésimo giro de guion para seguir estirando el chicle de esa verdad que se empeña en escaparse.
La realidad es que no se trata de una cuestión de edad, sino de interés. Siendo sinceros hace tiempo que los episodios “mitológicos” – esos que forman el corpus principal de la serie de Chris Carter– perdieron el norte y son percibidos como una suma sin tregua de despropósitos ejemplificados en William, el hijo milagro y de paternidad dudosa de Scully. Para rematarlo, el niño es uno de los ejes invisibles de esta nueva resurrección.
Los intentos de Carter por revivir la que fue una de les series más excitantes de mediados de los noventa se quedan en una cosa sin sustancia. Cuando Expediente X apareció en la televisión recuperó elementos de The Twilight Zone y le añadió conceptos de cosecha propia. Mostró a la audiencia que se podía construir un personaje femenino rompedor, una continuación natural de Clarice Starling, capaz de inspirar a nuevas generaciones, dando origen al llamado ‘efecto Scully’, nombre con el que se conoció el fenómeno por el cual aumentó el nombre de chicas que se decidían por una carrera de ciencias, medicina o se alistaban en un cuerpo armado o de inteligencia.
Pasados los años, el personaje sigue siendo igual de atractivo que entonces pero se detecta una cierta desgana tanto en Gillian Anderson, que ya ha anunciado que no volverá a meterse en la piel de la agente especial, como en el espectador, que ya ha visto miles de copias y fotocopias de Scully en series posteriores. Otro de los problemas es que parte de la esencia original de Scully ha desaparecido: el personaje tenía un poso ‘nerd’ – acentuado por un vestuario que era de todo menos glamuroso– que ya no se percibe. La Scully, que viste como podría vestir una ejecutiva, ha dejado de ser entrañable.
Carter lo pone muy difícil al seguidor de la serie que, quizás, harto de que le tomen el pelo, preferirá asomarse a otras propuestas también ambientadas en la ciencia ficción
Mulder tampoco está mucho mejor en esta nueva incursión y a sus vaciles constantes les falta la gracia de sus inicios. La inercia que subyace en esta temporada hace que todo parezca impostado y poco fiel al encanto que nos sedujo hace 25 años. Carter lo pone muy difícil al seguidor de la serie que, quizás, harto de que le tomen el pelo, preferirá asomarse a otras propuestas también ambientadas en la ciencia ficción y recién estrenadas, como Counterpart, por mucho que se le haya colgado el sambenito de ser una revisión de Fringe.
La nueva temporada de Expediente X es la demostración de que hay que saber frenar a tiempo y dar un final justo a los personajes que queremos. En caso contrario, acabamos como Scully: preguntándonos en nuestro sofá qué sentido tiene todo el tiempo que hemos dedicado a esta serie.