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El solar sigue exactamente igual. Infinitas veces durante su estancia en la cárcel había anhelado volver a este lugar aunque fuera por un triste segundo. Solo es un maldito descampado repleto de hierbajos y tres tubos de cemento olvidados en el centro, pero para él significa mucho más; para él simbolizaba la libertad. Saca del bolsillo de su chaqueta un paquete de cigarros arrugado y se pone uno en la boca lentamente, saboreando el dulce alivio del preso que ha dejado de serlo. Su barba de tres días, negra y descuidada, hace juego con unas ojeras que reflejan una mente demasiado castigada como para dormir con placidez. La condena del duermevela. Expulsa el humo de la primera calada mientras deja caer la cabeza hacia atrás y observa el precioso día que le ha regalado Tokyo hoy. El sol saluda orgulloso desde un cielo completamente azul, tan azul que a Nobita no le queda otra salida que recordar. Furiosos océanos de recuerdos, olas gigantes de dolor.
La adolescencia golpeó a Nobita con la fuerza de cien titanes, despertando en su interior sensaciones que en ese momento no podía llegar a manejar con la madurez necesaria. Su amor por Shizuka dejó de ser solo platónico para convertirse también en algo más físico, más carnal. Ya no solo le bastaba con verla bañándose, quería estar en ese agua con ella. Tocarla, acariciarla, ser uno. Como no podía ser de otra manera, su torpeza vital marcó sus intentos de conectar con las mujeres. No es que Nobita no ligara, es que simplemente era incapaz de cruzar dos frases con una chica sin arder por dentro y tener que huir avergonzado y derrotado. Con diecinueve años la losa de la virginidad era una carga brutal, más cuando en el instituto todos sabían que Dekisugi y Shizuka hacían algo más que los deberes juntos desde hacía tiempo. Nobita estaba desgarrado, necesitaba dejar de sentir esa terrible agonía. Así que pidió ayuda a su mejor amigo. Doraemon se mostró reacio en un principio, pero nada que cuatro lágrimas de cocodrilo no pudiera arreglar. El pequeño robot azul cedió y entregó a Nobita un invento que años atrás ya habían usado, pero de forma mucho más inocente: las pegatinas del amor. Dos pegatinas en forma de corazón que bastaba enganchar en dos personas para que éstas cayeran irremediablemente enamoradas la una de la otra. El resto es fácilmente imaginable. Nobita las usó con Shizuka y el amor estalló como fuegos artificiales en pleno desierto. No se despegaban el uno del otro, los besos se fusionaban con susurros al oído y los abrazos envolvían sus cuerpos como la nieve un refugio de montaña. Pasaron seis meses, un año, dos. La felicidad era absoluta. Pero un ataque de nobleza lo aniquiló todo.
«El mundo descubrió la presencia de un ente del futuro que durante años había convivido con una familia japonesa sin que a nadie le pareciera raro»
Una mañana cualquiera, tras una noche de fuego perenne, Nobita observaba a Shizuka durmiendo plácidamente. Pensó -pobre de él- que tras dos años juntos algo en el subconsciente de su amada le habría hecho enamorarse de él y que la pegatina del amor ya no era necesaria. Y se la quitó. Y Shizuka despertó. Y quedó horrorizada al encontrarse desnuda al lado de Nobita sin tener la menor idea de cómo había acabado allí. Gritó, lloró, insultó y amenazó. Nobita, presa del pánico de perder a quien lo era todo para él, le explicó que los dos últimos años habían sido pareja gracias a uno de los inventos de Doraemon pero que ahora era momento de seguir con su amor sin necesidad de ningún tipo de tecnología. Al ver el rostro desencajado y lleno de odio de la chica, Nobita supo que todo había acabado. Pero no sospechaba el infierno que se desataría. Una denuncia de Shizuka por violación reiterada lo llevó ante los duros tribunales nipones. El abogado de ella argumentó que al encontrarse bajo los efectos de las pegatinas del amor el sexo con Nobita no había sido consentido. Los tribunales no lo dudaron y encontraron culpable a un destrozado Nobita, al que condenaron a 25 años de cárcel. Pero al castigo penal se sumó el castigo psicológico. El caso tuvo una repercusión mediática sin precedentes, y el mundo descubrió la presencia de un ente del futuro que durante años había convivido con una familia japonesa sin que a nadie le pareciera raro. Nada más salir el caso a la palestra, Estados Unidos, China y Rusia negociaron interminables horas con el gobierno japonés para acceder a Doraemon y poder estudiar tanto sus inventos como la tecnología con la que estaba confeccionado. El acuerdo finalmente se cerró, creándose un equipo internacional científico-militar compuesto por grandes mentes de los países más potentes del mundo cuyo objetivo sería el estudio del simpático robot. Lo que empezó con cierta armonía y con amables preguntas a Doraemon se transformó en disputas internas y experimentos cada vez más agresivos. El desastre se consumó en abril de 2029, cuando se comunicó de forma oficial que Doraemon, el robot venido del futuro, había cesado en su funcionamiento regular (eufemismo de fallecer usado para robots con sentimientos y comportamientos humanos) tras un intento fallido de extraer su chip central situado en la parte trasera de la cabeza. Una lobotomía demasiado ambiciosa había acabado con Doraemon.
La noticia llegó a oídos de Nobita cuando aún le restaban varios años de condena. Algo en su interior dejó de latir. Sintió que la muerte de su amigo era culpa suya. Única y exclusivamente suya. Pasó el resto de la condena recibiendo abusos y vejaciones del resto de los reclusos, pero ya no tenía Doraemon a su lado para salvarle. Lo único que evitó que lo mataran en prisión fue la intermediación de un antiguo amigo que por avatares de la vida había acabado en la misma cárcel que él. Gigante, repleto de tatuajes y respetado matón de la Yakuza, se encontraba encerrado en el mismo centro que Nobita tras haber sido hallado por la policía con un cuchillo ensangrentado en las manos y el cadáver de Suneo Honekawa a sus pies. Suneo sepultó la herencia de sus padres en cocaína y partidas de póquer clandestinas, llegando a alcanzar una deuda con la mafia japonesa que no podía pagar. La Yakuza encargó a Gigante saldar la deuda de Suneo con la vida, y a éste no le tembló el pulso a la hora de acabar con su otrora mejor amigo. Pero la finura nunca fue uno de los puntos fuertes de Gigante, que tras el asesinato decidió hacerse un karaoke en casa de Suneo con la víctima de cuerpo presente. La policía no tardó en llegar y llevárselo preso. Aunque Gigante y Nobita nunca habían sido los mejores amigos del mundo, incluso un animal como Gigante sintió pena de un Nobita que paseaba por los pasillos de la cárcel arrastrando los pies y con la mirada perdida. En el fondo Doraemon también le había ayudado a él multitud de veces, así que decidió devolverle ese favor a modo póstumo manteniendo con vida a Nobita. Y la condena de éste, sin que se diera ni cuenta, terminó. A la salida de la cárcel Nobita recogió sus objetos personales: unas gafas, un mechero, una foto suya con Doraemon y un extraño objeto con hélices. Oficialmente, al entrar en prisión y depositarlo, lo declaró como un juguete. Nada más lejos de la realidad. Era el gorrocóptero, invento de Doraemon que habían usado infinitas veces él y todos sus amigos para volar de un lugar a otro y surcar los cielos. Se lo metió en el bolsillo y empezó a andar sin rumbo, perdido. Seguramente fue esa brújula interior de la niñez que todos tenemos lo que le guió hasta el solar.
Nobita apura el cigarro del paquete arrugado, recostado contra los tubos de cemento. Sigue mirando al cielo. Un día precioso, piensa. Saca el gorrocóptero del bolsillo. Lo acaricia, sonríe y se lo coloca en la cabeza. Un escalofrío recorre su espina dorsal, la nostalgia mezclada con una tristeza inabarcable le hace temblar. Sus pies se separan lentamente del suelo, despega. Asciende verticalmente, siempre mirando hacía arriba. El color azul del cielo cada vez está más cerca. Una día precioso, piensa. La velocidad del ascenso va aumentando y las casas son ya pequeños cuadrados a sus pies y el solar una mancha verde perdida en la inmensidad de Tokyo. Pero Nobita sigue subiendo. Cuanto más cerca está de la gran bóveda azul, más cerca se siente de su amigo. Levanta un brazo, intentando alcanzar lo inalcanzable. Está tan alto que sus ojos solo ven ya color azul por todos lados. Un día precioso, piensa. Por primera vez en más de 25 años se siente en paz. Siente como si lo tuviera al lado, como si estuviera abrazando una última vez a su amigo Doraemon. Sigue mirando el cielo. Una lágrima baja suavemente por su mejilla, lamiendo su piel caduca. Todo es azul. Un día precioso, piensa. Nobita se quita el gorrocóptero. La gravedad lo lleva sin remedio de vuelta a tierra, pero él no deja de mirar el cielo azul. Tan azul. Un día precioso, piensa.
Escrito por Marc Renton en 13 febrero 2017.