Comparte

3 de Octubre de 1986. Steven Avery es declarado culpable de agresión sexual e intento de asesinato en primer grado de Penny Beerntsen, una mujer de mediana edad que fue sorprendida por un atacante mientras salía a correr por la orilla del lago Michigan. Pese a la insistencia del acusado en su inocencia y las contradicciones de la pruebas presentadas, el juez Fred Hazlewood del condado de Manitowoc condena a Avery a 32 años de prisión.
9 de Octubre de 2003. Nuevas pruebas de ADN demuestran que tras 18 años encarcelado, Steven Avery no cometió aquel crimen, sino un tal Gregory Allen.
12 de noviembre de 2004. Steven Avery denuncia al condado de Manitowoc, al fiscal del distrito Denis Vogel y al Sherriff Tom Kocourek, demandando una compensación que asciende a 36 millones de dólares. 18 años que pesan como una losa bien valen su peso en oro. 18 años de una vida lanzados al retrete no sólo por errores procedimentales sino por una red de mentiras, traiciones y negligencias varias que aún cuestan de entender. 18 años que pueden cambiar la vida de cualquier ser humano, bueno o malo. Steven Avery siempre ha mantenido una sonrisa. Pero, ¿18 años de injusta reclusión pueden convertir a alguien en asesino?

3 de noviembre de 2005. Se declara oficialmente la desaparición de Teresa Halbach, una fotógrafa freelance de 25 años. Unos días antes, Halbach visita a Steven Avery para fotografiar una furgoneta para una revista de compraventa de vehículos. Steven Avery es la última persona que ve con vida a Teresa Halbach. Pronto la búsqueda de pruebas se centra en los terrenos de la finca de los Avery hasta que el coche de Halbach es encontrado en ellos. Steven pasa a ser el principal sospechoso, con la implicación de Brendan Dassey, su sobrino adolescente. Tras dos años de investigaciones, interrogatorios y vistas judiciales Steven Avery y Brendan Dassey son sentenciados a cadena perpetua, acusados de diversos cargos relacionados con la violación y asesinato de Teresa Halbach.
18 de diciembre de 2016. Netflix estrena Making a Murderer una serie documental de 10 episodios sobre el caso Avery. La serie es un éxito insospechado, con el que muy pocos contaban. Ni la HBO, que la rechazó tiempo atrás. Making a Murderer se hace un hueco en la vida de las personas durante las vacaciones de navidad. Semana a semana, su éxito es fulgurante, causando todo un terremoto mediático en Estados Unidos. ¿Por qué? Pues porque Making a Murderer, con su retórica basada en el cliffhanger –una última escena que genera suspense–, ha conseguido enganchar a la pantalla a toda persona que se digne a ver el primer episodio. Una puñalada trapera al espectador acomodado en su suscripción de Netflix, que no podrá disfrutar de los miles de títulos por los que paga una suscripción mensual ya que Making a Murderer le atrapará y le consumirá todas sus horas de ocio y más.
Si Making a Murderer es un nuevo fenómeno digno de mención es además porque la serie ha atacado directamente al sistema penal estadounidense, hiriendo de pleno a la conciencia ética de un país que se creía orgulloso de su justicia.
«Presenta un trabajo de montaje encomiable que convierte una trama que podría ser escurridiza y aburrida en adictiva»
Los 10 episodios de la serie documental se sustentan en una cantidad inmensa de metraje –grabaciones caseras, juicios grabados enteramente, entrevistas, interrogatorios policiales, etc.– que durante una década acumularon las directoras Moira Demos y Laura Ricciardi. La serie presenta un trabajo de montaje encomiable que convierte una trama que podría ser escurridiza y aburrida en una de las series más adictivas del momento, capaz de pegar al sillón a un amplio espectro de público, desde el más ocioso al más paranoico-conspirativo.
Horas de entretenimiento tratadas con un rigor por el detalle sobresaliente y un sentido del espectáculo muy claro y directo. Un ingrediente, éste, que no puede faltar en ningún buen cóctel televisivo llegado de Norteamérica. Hay tiempo para la reflexión, la duda, la crítica, la rabia, la frustración, la emoción y hasta para mostrar lo devastadoramente inhumano que puede llegar a ser un proceso judicial. Pero siempre con el entretenimiento como rumbo final y con los giros de guión muy bien estudiados para mantener nuestro estado de adictos y dejar que Netflix autoreproduzca cada capítulo siguiente sin que lleguemos a pestañear.
El impacto de Making a Murderer
Durante las primeras semanas en las que Making a Murderer debutó mundialmente en Netflix su impacto fue gradualmente tremendo, extendiéndose como una mancha de petróleo en un tranquilo mar. Un fenómeno que Twitter y el submundo de lo viral ayudaron a explotar de pleno, como no podía ser de otra forma. Un fenómeno del que aún no se conoce el impacto en audiencia –la compañía abanderada del binge-watching no suele presentar sus números de visionados– pero del que sólo basta hacer una búsqueda en Google o Twitter para ver los millones de resultados y la cantidad ingente de tinta digital que ha provocado la serie.

«Se ha elevado la popularidad del género del “true crime” en su forma de documental en serie»
El boom de un producto como Making a Murderer sin embargo no se puede entender sin la buena acogida que unos meses atrás tuvo la serie documental de la HBO The Jinx y otros meses atrás el podcast Serial. Estos tres trabajos forman una particular tríada que ha elevado la popularidad reciente del género del “true crime” en su forma de documental en serie –personalmente la más interesante por ahora y que viene de un largo recorrido en el mundo del cine documental–.
La respuesta en paralelo en el mundo de la ficción a este creciente interés no se ha hecho esperar: Ryan Murphy, siempre uno de los más listos de la clase, está aprovechando con éxito este fervor criminal con American Crime Story basada en el caso de O.J. Simpson. También la ABC recoge el guante y mete el dedo en las llagas del sistema penal americano en American Crime. Esto es sólo el principio de una nueva moda.

«Cada episodio te siembra más dudas a la vez que te revela los errores del sistema que ha destrozado la vida de Steven Avery»
¿Hasta qué punto la justicia puede ser manipulada? ¿Cuál es la diferencia entre pagarte un buen abogado o tener uno de oficio? ¿Cuánta coerción puede darse en un interrogatorio policial? Cada episodio de Making a Murderer te siembra más dudas que el anterior a la vez que te revela cada uno de los errores, más bien intencionados, del sistema que ha destrozado la vida de Steven Avery y su familia. Y lo más desconcertante si cabe de la orientación de esta serie documental es que se construye partiendo de la base de que Steven Avery es inocente. No hay atisbo de duda por parte de las cineastas y los protagonistas que ejercen de ancla moral. Es más, Making a Murderer no titubea en presentar, a través de la escritura en la sala de montaje, un conflicto maniqueo en el que podemos identificar claramente unos villanos y unas víctimas.
Los nombres de los miembros de la familia Avery o el de los abogados Dean Strang y Jerome Butling nos sonarán a héroes mientras despreciaremos hasta odiar a personas como el fiscal Ken Kratz, los policías Gene Kusche, James Lenk y Andrew Colborn o al abogado de oficio Len Kachinsky. Una galería increíble de personajes, todos ellos tan reales como la vida misma, aunque nos cueste creerlo. Ahí radica la aterradora grandeza de este formato documental seriado. Todo es real y sin embargo, todo se puede cuestionar y poner en duda.

El gran mérito de Making a Murderer es que, a pesar de partir desde la clara idea que Avery es inocente, somos testigos de una cantidad tan apabullante de negligencias penales e injusticias sociales, de giros de 360 grados y rencillas vecinales, que la desesperación que puede causar en un ser humano el desgaste de una vida entre prisiones y juzgados, nos lo hace cuestionar todo y dudar de todos.
Quien haya visto la serie quizá pensará que incluso este texto ya ha revelado demasiados detalles del caso. Pero no os preocupéis, queridos paranoicos del spóiler, no hay detalles que valgan para arruinar Making a Murderer y su obligado visionado. Una vez os hayáis sumergido en las idas y venidas del caso de Steven Avery, necesitaréis una pared grande, chinchetas, recortes de periódico, fotografías y cordel –preferiblemente rojo– para aclararos la mente y dibujar un esquema detectivesco de todos los pormenores del caso, todas las personas implicadas de una forma u otra y preguntaros, quizá sin esperanza, qué es lo que realmente pasó con el cuerpo de Theresa Halbach y otros misterios de la trama. Y es que por mucho que juguéis a ser detectives, abogados criminalistas, adolescentes encarcelados, documentalistas intrépidos o madres desconsoladas por defender la inocencia de su hijo, quizá nunca lo llegaréis a entender. Así de jodida es la vida cuando la mierda en el condado de Manitowoc llega tan arriba.