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Howard Silk (J. K. Simmons) en Counterpart.
Todo comenzó en 1987, en Berlín. Pero esto lo sabemos cuando ya han pasado más de una docena de capítulos y Counterpart tiene a sus espectadores conectados con una intriga anclada en la fantasía aunque completamente despegada de ella. Ocurre en la segunda temporada, en el sexto capítulo, titulado Twin Cities.
Los personajes que fundan el mundo que se narra en Counterpart aparecen en escena. La música de la banda alemana Alphaville sirve para que todos, personajes y espectadores, nos percatemos de que el universo histórico conocido está en orden y que los hechos de la Europa de aquellos años ochenta cuentan con una línea temporal a la que le podemos sentir aún sus latidos y consecuencias.
Sin embargo, la narración se inició, desde la primera temporada, con el desplome mismo de esa idea y nos puso sobre una situación de la que difícilmente podíamos quedar indemnes. La historia se había fracturado y, como un espejo roto, la imagen del pasado se distorsionaba.
Bueno, ¿de qué va Counterpart? Nuestra realidad ha seguido el rumbo que tenemos medianamente claro como contenido histórico. Por lo menos, podemos tener presente un hecho como la caída del muro de Berlín. Pero, en «otra realidad», este hecho no se ha dado, y los personajes, ustedes y yo, continuamos una vida sin tener presente ni siquiera que tal colapso hubiera sido posible.
De esta forma, la serie se la juega por establecerse en una marco de referencia doble: “nuestro lado”, cercano a nuestra experiencia histórica, y el “otro lado”, una dimensión de experiencia histórica alternativa, algo que, en términos literarios, llamamos ucronía.
Sin embargo, en ese “otro lado”, existen los mismos Felipes, Carlos y Andreas que existimos aquí. No obstante, nuestros reflejos no son nosotros. Su vida no es dependiente de la nuestra y, a su vez, nuestra existencia no es dependiente de la de ellos. En esa otra dimensión, cuestión de suerte y decisiones, a esos reflejos les va mejor o peor, pero viven como si portaran nuestras edades y fisonomías.
Debe tenerse en cuenta, no obstante, que en ese “otro lado” de Berlín, las cosas siguen la dinámica que llevaría la Alemania que no vio la caída del muro y que los organismos de inteligencia y la burocracia del Estado fomentan prácticas que en “nuestro lado” ya tienen otros parámetros y hasta otra tecnología.
Son pocos los que saben que la experiencia del planeta se ha fracturado, pero esos pocos se encargan de que vivir entre un lado, el “nuestro”, y el otro tenga unas condiciones políticas y diplomáticas, por lo mismo, altamente maliciosas.
Sin embargo, la idea original del creador ha sido constituir una trama de espionaje entre dos mundos reales que se pueden olisquear
Presentada así, la serie Counterpart puede parecer divertida; sí, como si se tratara más bien de una de las aventuras de Rick y Morty en las múltiples dimensiones de su exploración de la realidad. También puede resultar surreal o existencial, como en historias contadas en series como The Leftovers, The OA o en la también reciente Russian Doll.
Sin embargo, la idea original del creador de Counterpart, Justin Marks, ha sido constituir una trama de espionaje entre dos mundos reales que se pueden olisquear y percibir a través de pasillos, estaciones, rutas de acceso y aduanas.
¿Cuál sería, entonces, la diferencia entre otras historias de espías en las que se necesitan pasaportes y falsificadores para llegar a los enemigos? Como se ha anticipado, la diferencia está en el doble, el “otro yo” que con toda nuestra parentela se configuró como real desde que a unos científicos espías les dio por experimentar con la realidad y las célebres curiosidades cuánticas.
Nuestro Howard Silk
Para enfrentar la definición de ese intrigante contorno, necesitábamos un personaje que nos guiara a través de la revelación de la realidad impuesta. Aquí es donde la interpretación de J. K. Simmons comienza a tomar relevancia. Él es nuestro Howard, un empleado sin mayor importancia en una oficina de traducción de mensajes y códigos. Se supone que él sabe que trabaja para una agencia en la que se transita con la información de “otro lado”, pero está lejos de imaginar lo que sea realmente ese lugar. Y así ha pasado buena parte de su vida, como un hombre sencillo que ama a su mujer, a la que visita todos los días en el hospital. Ella ha sufrido un accidente y se encuentra en coma. Él simplemente le lleva flores y le lee la obra de Rilke. Nuestro Howard es un buen hombre.
Pero parece que lo del accidente de la esposa, Emily, ha sido el detonante de un descubrimiento superior, y ahora los servicios de Howard cobran mayor importancia porque es su otro, el Howard Silk del “otro lado”, quien como agente de su realidad advierte que algo siniestro está poniéndose en ejecución y que el atropellamiento que nuestra Emily ha sufrido es un suceso más en una cadena de eventos en la que se evidencia que alguien (o algo) quiere alterar la buena diplomacia entre los dos mundos.
El Howard que llega es soberbio, agresivo, temerario, completamente distinto de nuestro Howard. Solo verlos caminar y enfrentar con sus gestos y su tono de voz a las situaciones de la vida es contemplar un par de hombres del todo diferentes. Los espectadores asistimos complacidos a un magnífico ejercicio interpretativo y, seguramente también por ello, nos prendamos aún más de la serie, pues queremos saber cómo los dos Howards (y el único e irrepetible Simmons) resuelven o complican las situaciones.
Los matices están a pedir de boca. Nuestro Howard no logra ascender en el trabajo y es desacreditado por sus jefes. Cabe pensar incluso que su mujer lo engañaba antes del accidente. Al otro Howard, al contrario, nada parece importarle tanto como su arrebato de oscura heroicidad. Ya su mujer ni siquiera lo soportaba y tiene una hija con la que la relación está más que perdida. Los mundos de ambos sufren de extraños síntomas de fracaso.
En el avance de la historia, no obstante, las posibilidades de remediar las cosas se encuentran, a la par, en las contrapartes.
Medio mundo se quiere comer al otro medio
La calidad de los personajes femeninos en esta serie también es notable. Los bellos rostros de Olivia Williams, Nazanin Boniadi y Sara Serraiocco dan rasgos a las respectivas fisonomías de Emily, Clare y Baldwin, por supuesto, en ambos lados de la historia. Lo llamativo es que, si bien unos, los de aquí, y otros, los de allá, podrían llevársela bien, no hay forma de que estas mujeres, por ejemplo, se encuentren sin que surjan los inconvenientes. Aparecen personajes a los que la fórmula de conocerse y hacerse amigos les ha salido bien, como Claude Lambert, pero no es la norma.
La Emily de nuestro lado, en la cama convaleciente, tiene una historia oscura que le ha ocultado a su esposo y en la que también interviene como némesis de la Emily del otro lado, ex mujer del otro Howard y agente de la burocracia de aquella versión de Berlín. Será esta quien nos ayude a redescubrir lo que oculta la nuestra.
Baldwin, la chica que interpreta Sara Serraoicco, es una asesina contratada para ir acabando con algunos de los personajes de nuestro lado. Obviamente, sirve a los intereses del lado de allá. Es fría, despiadada, implacable; muy distinta de la versión que tiene en nuestro lado, en la que no se llama Baldwin sino Nadia Fierro, y es, a su vez, una célebre concertista de violín en los grandes escenarios del mundo.
El rostro dulce de la chica iraní Nazanin Boniadi ya ha hecho parte de otras series en las que también ha quedado muy bien referenciado su talento. La recuerdo puntualmente por haber hecho parte de How I Met Your Mother como una de las amigas especiales de Barney Stinson, y también como una de las chicas que se pone tras bambalinas de la CIA en los altamente sofisticados enredos del espionaje en Homeland. En Counterpart cobra aún mayor importancia que en las series anteriores siendo una de las chicas fundamentales para entender un movimiento terrorista fundado al otro lado llamado Índigo.
La historia sobrevive gracias a la estructura de una trama clásica de espionaje con un muy buen reparto actoral
Clare, el personaje de Boniadi, es la piedra de toque de un juego de espionaje tendido desde la más tierna infancia, algo cercano a lo narrado en Red Sparrow, la película de 2018. Índigo es un proyecto para deshacer nuestro lado del mundo, y si no para destruirlo por lo menos para irlo deteriorando. Fundado en la idea de que nuestro mundo ha sido el responsable de un virus de gripa incontenible que llevó a la muerte de miles de personas en el otro lado, Índigo es un programa de salvación y de venganza en el que se preparan los agentes que suplantarán a sus otros en nuestro mundo. Como se puede sospechar, es desde esta brasa ardiendo desde donde la trama se va haciendo cada vez más poderosa.
Este es el decorado de una serie en la que no cabe pensar demasiado en los problemas que plantea la idea de nuestros dobles reales al cruzar un check-point. Al verla, se acepta ese planteamiento base y luego se disfrutan los detalles de su narrativa. El desborde de los lineamientos lógicos puede poner en aprietos el desarrollo, pero es natural que ocurra así cuando la idea que sustenta la narración es en sí misma tan inquietante y frívola. No por ello la serie se cae. Al contrario, la historia sobrevive y se mantiene en un buen nivel gracias al ajuste de la estructura de una trama clásica de espionaje con un muy buen reparto actoral que logra potenciar aquellos rasgos que son, de entrada, improbables.