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Desde de que F.W. Murnau llevase al mundo del celuloide en 1922 la figura del vampiro con Nosferatu, interpretado por Max Schreck, el cine de terror quiso explotar a ese monstruo hasta la saciedad. ¿El motivo? Posiblemente porque ese ser sea, en cierto modo, un claro espejo de lo que es la humanidad. La muestra física de lo que nos hace humanos y de lo que no. De lo límites que podemos traspasar y los que no. La respuesta a esa anhelada pregunta sobre qué hay después de la muerte y si existe el infierno. Y, del mismo modo, si realmente poseemos alma o somos una simple construcción química.
Murnau, sin embargo, lo que quería en realidad era hacer una adaptación de Drácula, la novela de Bram Stoker, pero al no conseguir los derechos tuvo que cambiar diversos elementos de la historia original para poder crear su película. Por ejemplo, el conde Drácula aquí se llamó conde Orlock. Empero, ni eso fue suficiente para evitar las denuncias de la viuda de Stocker, que provocaron la quema inmediata, en 1923, de la mayoría de copias de Nosferatu, un hecho que dificultó bastante su restauración.
Sea como fuere, el film de Murnau abrió la veda de una larga ristra de películas que recogerían su testigo para perpetrar el legado gótico y expresionista alemán en el cine de género. Dando lugar al largo universo de monstruos de Universal o al nacimiento de la Hammer Films, hasta la implacable Drácula de Bram Stoker de Francis Ford Coppola, que devolvió al director a lo más alto. Sin olvidar la mini-serie, convertida posteriormente debido a su éxito en película, El misterio de Salem’s Lot, adaptación de Stephen King que Tobe Hooper se encargó de dirigir en 1979 y que posteriormente tuvo un remake en 2004.
Esa tradición de películas de terror y fantásticas que levantó Murnau con Nosferatu no se quedó, por suerte, solo en la gran pantalla, ya que el vampiro también llegó en formato serial a los televisores de nuestras casas –y en masa- para así convertirse en una pesadilla monstruosa de la que no se podía escapar ni evitando las sesiones de terror de las salas de cine. El personaje de Drácula es el eje central sobre el que giran la gran mayoría de ficciones televisivas –y cinematográficas- que tratan la figura del vampiro. Y digo mayoría porque, a parte, también hay un grupo bastante grueso de series que vieron la luz gracias al espectacular éxito en taquilla de la saga Crepúsculo. Sin entrar en si la franquicia juvenil de hombres lobo y vampiros por excelencia del siglo XXI es buena o no –porque entraríamos en una espiral muy profunda de la que sería difícil salir- su impacto en la cultura fantástica audiovisual es innegable.
El primer film de la saga se estrenó en 2008 de la mano de Catherine Hardwicke, ese mismo año la televisión aprovechó el bufo dejado por Edward Cullen y Bella Swan en el cine para lanzar un arsenal de seriales de chupasangres: Being Human, Crónicas vampíricas y True Blood –que aunque se estrenasen meses antes o después que Crepúsculo, el germen de los romances adolescentes entre vampiros y hombres lobo ya estaba flotando por territorio yanqui-.
Cierto es que True Blood está inspirada en la serie de novelas Southerm vampire, pero su tratamiento sobre los vampiros y las claras conexiones con Crepúsculo –esa protagonista que puede leer la mente, invirtiendo los papeles con Edward y Bella- son evidentes. Y la una bebe de la otra en su reflejo de audiencia y taquilla. Lo mismo sucede con Crónicas vampíricas, que refleja una figura vampírica semejante a la de True Blood, pero de un modo un poco más tradicional y no tan moderno, puesto que en aquella los vampiros son un tipo de raza más en de la Tierra, y se acepta –o pseudoacepta- su existencia hasta el punto de que hay puntos de venta de sangre para ellos y reglas establecidas entre humanos y vampiros para que la convivencia entre ambos sea productiva. Mientras que Crónicas vampíricas intenta mantener cierta esencia gótica y, a la vez, clásica alrededor de las criaturas nocturnas chupasangre. Y habría sido un punto inmenso a su favor si no hubiera metido tanto exceso de romanticismo y controversias de adolescentes en sus guiones.
‘Buffy, Cazavampiros’ respetó las bases de horror establecidas por Murnau y las películas de Drácula realizadas posteriormente
Pero, por suerte, antes de esa visión tan millenial de los vampiros –tan reducida a la actualidad y exiliada de su esencia terrorífica- hubo una serie que sí respetó esas bases de horror establecidas por Murnau y las películas de Drácula realizadas posteriormente. Buffy, Cazavampiros fue, y todavía es, una de las series más destacadas dentro del mundo de género. En 1997, retomando el guion del film de 1992 con el mismo nombre, Sarah Michelle Gellar se llenó los bolsillos de estacas para convertirse en la elegida y acabar con todos los monstruos que se le pasaran por delante. Buffy, Cazavampiros dotaba a esos no-muertos un aspecto sumamente terrorífico; podían aparentar humanos, pero si descubrían sus poderes vampíricos se convertían en criaturas horrorosas, con el ceño amplio y fruncido, los ojos casi de reptil y sus colmillos afilados. Un aspecto muy similar al de los vampiros de Abierto hasta el amanecer de Robert Rodríguez –que también ha tenido su adaptación televisiva recientemente- que llegó en 1996, un año antes que la serie se lanzase a televisión.
Buffy retomaba esa esencia de terror dentro de lo juvenil, sin necesidad de convertir la serie en una especie de melodrama –como en Crónicas vampíricas o True Blood– pero sin tampoco renunciar a esa frescura adolescente que bañaba la serie. ¡Y Drácula también hacía acto de presencia! Solo que, por desgracia, pasaba por la serie sin pena ni gloria, más allá de ser un superseductor.
Seguramente, ahora pensaréis que Buffy, Cazavampiros logró esa pureza en su mitología vampírica debido a que fue anterior al boom de Crepúsculo. Pero no es así del todo. He preferido comentar primero aquellas series que han trascendido bastante, pero que no respetan para nada, o se toman sus libertades para representar la figura de Drácula y por ende la de vampiro, así como tampoco tener presente lo que supone el monstruo. Por suerte, en 2014 llegaron dos titanes: Penny Dreadful y The Strain. Dos de las mejores series de vampiros que la televisión ha traído –junto con la ya vista Buffy, Cazavampiros-.
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Penny Dreadful cuenta con todo lo necesario para que la figura del vampiro sea la protagonista de la función y pueda gozar de su más pura esencia. La trama se desarrolla en el Londres victoriano a finales del siglo XIX, por lo que esa estética gótica de puro terror con la que Terence Fisher construyó su imperio de monstruos de la Hammer Films está más que servido. Además de narrar los orígenes del doctor Frankenstein, Dorian Gray o explicarnos la procedencia de la maldición del Hombre lobo, Penny Dreadful utiliza a Drácula como antagonista principal de su circo de los horrores. Aquí sí se recupera al personaje como tal, sus motivaciones amorosas, su romanticismo tan puramente maligno –que va absolutamente ligado a la protagonista, Eva Green-, su crueldad sin límites y la sangre como elemento vital para el vampiro. Y no como un juguete fácil de conseguir como en otros seriales. Se incorpora a sus filas, incluso, a la doctora Seward, que es la versión femenina del doctor Seward de la novela de Bram Stoker. Un detalle minucioso que revela que la serie está siguiendo una tradición clásica alrededor de Stoker, pero que quiere romper con los cánones masculinos establecidos hasta la fecha para renovar a los personajes.
Algo que también ha podido verse con la serie de Van Helsing de Netflix, donde el propio Van Helsing es ahora una mujer, intentando que se recupere, en cierto modo, ese protagonismo femenino que tenía Buffy en su serie de los 90. Aunque, por el contrario, Van Helsing no abraza el modus operandi de Penny Dreadful e intenta darle una visión algo distinta a los vampiros: más bien los trata como una infección –al estilo zombi, con escenarios postapocalípsticos que recuerdan a la película 28 días después (2002, Danny Boyle) y a su tipo de infectado lleno de rabia y adrenalina característico- y vuelve a traer los problemas del consumo de sangre. Agrupando a los vampiros como una secta de gánsteres modernos.
La madre de todas las bombas llega de la mano de Guillermo del Toro –sí, el reciente ganador al Oscar a mejor director y mejor película por La forma del agua también ha pasado por la televisión- con The Strain. Del Toro echa toda la carne en el asador para construir una trama centrada exclusivamente en sus vampiros, que además de ser marca de la casa –siguen el formato presentado en Blade II (2002, Guillermo del Toro)- tienen un pasado novedoso. Una historia que les hace únicos y que les permite crearse su propio universo ficticio, haciendo que sus dotes o diferencias de las demás figuras vampíricas presentadas hasta la fecha no puedan ser discutibles, porque están respaldadas por un guion sólido. Y ni con esas Del Toro es capaz de no incluir a Drácula en su producto. A pesar de que en ‘The Strain’ este no tenga ese nombre y pase a llamarse “El Amo”, un apodo que también lucía el príncipe de las tinieblas en la novela de Stoker en boca de Renfield, su fanático siervo que anhela ser liberado y tener la vida eterna –personaje que está presente del mismo modo en The Strain con el actor Richard Sammel enfocado desde el punto de vista de una relación de vasallaje-.
Los vampiros de ‘The Strain’ tienen un pasado novedoso, una historia que les hace únicos y que les permite crearse su propio universo ficticio
Los vampiros de Del Toro son una especie de seres extraños que no pueden metamorfosearse en humanos de nuevo. Su estado es permanente y absolutamente irremediable. Además, su manera de alimentarse es mediante una lengua extensa que lanzan a modo de arpón a sus víctimas y que, a su vez, es el conducto por el que las infectan. Ya no hace falta que un vampiro te chupe la sangre para infectarte, con una simple rozadura basta para que quedes maldito para siempre.
A día de hoy estamos bastante escasos de monstruos clásicos en la pantalla pequeña desde que Penny Dreadful y The Strain cerraron sus puertas. Por suerte, Guillermo del Toro está preparando una serie antológica de terror con Netflix, a la que esperamos impacientemente, ya que el director mexicano ha demostrado a lo largo de su carrera que el fantástico, y los monstruos, son lo suyo.