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Vuelve Doctor en Alaska (Northern Exposure) y las redes sociales muestran la satisfacción de aquellos que la vieron, allá por los 90. Ojalá, gracias a Filmin, pronto veamos mensajes de satisfacción de quienes la descubran por primera vez. Porque es una serie que nunca pretendió ser disruptiva ni “moderna” y, a día de hoy podemos calificarla –sin tapujos– como un clásico, que es lo que llegan a ser quienes empiezan siendo disruptivos (de verdad, no de boquilla) y modernos. Muchas series de ese momento se han quedado antiguas. Doctor en Alaska, no.
Doctor en Alaska fluye fresca y directa al corazón del espectador pese a que maneja dos conceptos más viejos que el canalillo: la fórmula base del pez fuera del agua con un pez (a veces bastante maniable) y la de la tensión sexual no resuelta entre Rob Morrow y Janine Turner. Por momentos, bordea los límites de lo naïf, de lo ñoño… Pero acaba regateando todos esos hándicaps con la clase de Messi.
Regreso a Cicely
¿Cómo lo consigue? Esencialmente por la creación de una atmósfera mágica y emocional en la que el espectador encuentra un espejo amable, pero que no elude la realidad. Que sabe conjugar lo cómico con lo amargo (que se puede mostrar sin jugar a ser Bergman, lo aseguro). Y, por supuesto, por unos personajes excepcionales (base de toda buena serie que se precie) que acaban convirtiendo la serie en coral. Que nunca sueltan por su boca estupideces ni tópicos (y si lo sueltan es para que nos riamos de ellos).
Decía David Chase (que estuvo al mando de la serie en su quinta temporada) que aceptó el trabajo en ella por dinero. Y que odiaba a unos personajes que “se comportaban como si estuvieran curando un cáncer”. No es de extrañar que la serie perdiera fuelle con él. Aunque como creó Los Soprano, se lo podemos perdonar. Pocas veces (o ninguna) alguien a quien le gustaban tan poco las series ha creado una obra maestra del género mafioso. Lo uno por lo otro.
No es el único (aunque con su cargo lo podía haber evitado) en criticar la serie. En sus inicios, un crítico (Richard Zoglin en Time) escribió que eso no era Alaska. Que no se veía el vaho cuando respiraban los personajes. Que no hacía tanto frío. Y que los habitantes de Cicely parecían todos intelectuales que citaban a D.H. Lawrence y a Voltaire. Si Zoglin llega a ver Amanece que no es poco, le da un parraque. Sobre todo cuando un guardia civil –interpretado por el gran Sazatornil– detiene a un escritor por plagiar a Faulkner (“Pero hombre, que en este pueblo todos tenemos devoción por Faulkner”).
Y es que Cicely es un Brigadoon. O un Macondo. O el pueblo inventado por José Luis Cuerda, más manchego que el Quijote. Un lugar mágico que, en este caso, nos hace mejores a los que lo visitamos. Pero no se lo digáis nunca a Chase ni al tipo del Time. Ni a tantos otros que no saben porque no beben el vino de las tabernas.
Mirando hacia atrás sin ira
Doctor en Alaska fue creada por Joshua Brand y Jonathan Falsey. Se estrenó en los EEUU en 1990 (aquí llegó creo que un par de años después a la 2). Y tuvo seis temporadas y 110 episodios hasta que la CBS decidió cancelarla. Ganó el premio a mejor serie (drama) en los Globos de Oro en 1991 y 1992, año en el que también ganó el Emmy. 1992… Eran tiempos de televisión en abierto con series que ahora se emitirían en plataformas de pago (no me imagino a nadie de Cicely abonado a ninguna de ellas).
Ver ‘Doctor en Alaska’ para el espectador es un disfrute. Y para el profesional, un master
De la serie, en plan histórico, temático, dramático… se podrían escribir muchas cosas. No lo haré yo aquí. Esencialmente porque nunca mejoraría el texto que la siempre excelente Aurea Ortiz Villeta escribió para Valencia Plaza: “Un lugar feliz llamado Cicely: Elegía a Doctor en Alaska” (24-11-2018). En él habla de la serie, su entorno, Twin Peaks… con citas maravillosas de la propia ficción.
Lo que me interesa es ubicar la vuelta de Doctor en Alaska dentro del fenómeno nostalgia o revisión del pasado que nos asola. Y diferenciarla de ello. Tengo la certeza (que dan los años) de que se vive para recordar. Y para que te recuerden, si lo mereces (y si es para bien, mejor). Pero también creo que la calidad de los recuerdos es algo muy importante. En este sentido, la posibilidad de volver a ver series que son parte esencial de la Historia de la ficción televisiva, acercarlas (ojalá) a un nuevo público, me parece siempre un acierto.
Otra cosa sería (por ahí ronda) un remake de Doctor en Alaska… o que el doctor esté en Oklahoma y las claves sean las mismas. Porque eso más que nostalgia es necedad creativa. Como repetir los mismos esquemas en busca de un éxito comercial que nunca suele ir emparejado con estos fenómenos de mímesis o nostalgia pura y dura. Nostalgia porque sí. Ver Doctor en Alaska para el espectador es un disfrute. Y para el profesional, un master. No es la pura acepción de la palabra (“tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”).
Hay (es mi opinión) joyas nostálgicas de nueva creación, como la primera temporada (y para de contar) de Stranger Things. A veces, incluso la nostalgia se convierte en premonitoria: siempre recuerdo al respecto el cortometraje que creó mi hermano Pablo Olivares titulado Campeones (dirigido por Antonio Conesa), en el que se juntaba la pérdida del padre, el amor por unos colores… llevado a los años 70.
Luego, en la vida real, cuando su padre (y el mío) falleció vivimos en carne y hueso (que no en celuloide) la misma historia, la misma pérdida, la misma emoción que nos recuerda quienes somos. Tal vez por eso cuando el Atleti ganó el doblete, fuimos al cementerio a contárselo. Ahí supimos que no es nostalgia si la emoción sigue viva.
La sociedad genera momentos que son hitos que perduran con el tiempo. Y las series viajan atrás a recuperarlos. Un ejemplo en España es la interesante La Ruta (Atresmedia). Fuera, analizando su propia Historia, también hay series notables al respecto. Como Babylon Berlin, viajando al mítico Berlín de entreguerras. En general, cada sociedad se define por aquello que rememora y, sobre todo, por aquello que olvida y / o que se impide recordar. En este sentido, España es un país de prensa del corazón. Prefiere recordar a Bosé, Bárbara Rey o Nacho Vidal que a La Nueve que conquistó París o al luchador por la democracia que «cayó» de una ventana de la Dirección de Seguridad franquista.
Mientras en el resto de Europa la ficción ha saldado cuentas con los momentos más duros de su Historia, aquí silbamos mirando para otro sitio
Desde el punto de vista del diccionario, nada que objetar. Si nostalgia es añorar un tiempo pasado, ¿cómo se va a querer volver a los años de plomo?. Pero si un país echa de menos a sus verdaderos héroes es más sano y más grande. No es nuestro caso. Mientras en el resto de Europa la ficción ha saldado cuentas con los momentos más duros de su Historia, aquí silbamos mirando para otro sitio, tal vez temiendo que si miramos atrás para contemplar la catástrofe nos podemos convertir en estatuas de sal.
Así, mientras la RAI ahonda el asesinato de Aldo Moro (por poner un ejemplo), nosotros preferimos el porno, la doma de leones y un ídolo juvenil (luego convertido en militante antivacunas: de eso no se hará serie). O series en plena posguerra en las que en Madrid de los 40 / 50 no existía la represión ni la miseria. Ficción soma, en un mundo feliz a lo Aldous Huxley.
El museo de las series
Si una serie te habla de algo que pasó en unos tiempos añorados, tampoco tiene necesariamente por qué serlo. Es una nueva experiencia. No importa en qué año haya nacido esa serie. Porque si nos punza el alma, nos hace reír o llorar, es presente eterno. Como Doctor en Alaska y otras series referenciales que abarcan cualquier género. Desde Allo, Allo…, Sí,ministro, La chica de la tele hasta Lou Grant, Policías de Nueva York, Homicidio, la obra de Bochco, Mash… y tantas y tantas joyas de la historia televisiva.
Todas ellas (citarlas haría este artículo enciclopédico) forman parta de la cultura de la ficción. Ésa que muchos desconocen aunque vivan de ella. El propio Spielberg (un maestro) juega con las emociones del pasado como motor de creación: Los Fabelman es esencialmente eso. No es que sea de mi entera devoción, pero como ejercicio sobre la materia de la que aquí hablo es excepcional.
El pasado, el nuestro y el de otros, está ahí para aprender de él. Para admirarlo. Incluso para descubrirlo en persona viendo el original y no una reproducción en un libro. En arte, por eso existen los museos. ¿Se imaginan que desaparecieran todas las obras del Renacimiento, del Barroco, del Romanticismo, de las Vanguardias… porque sólo tuviéramos que ver lo que se ha creado recientemente?
Si eso pasara, el arte sería –aparte de insoportable– sólo una feria. Y las ferias lo son por su interés mercantil. Y el arte es eso, pero también otra cosa. La ficción, lo mismo. Por cierto, las dos disciplinas mueven gran cantidad de dinero. Si lo hacen es porque son importantes, si no necesarias. El ser humano necesita convertir en tangible (dinero) lo intangible (la creación). Y la creación necesita lo tangible para seguir existiendo.
Tanto en el arte como en la ficción, al final sólo se recuerda al artesano más brillante y al que abre una nueva vía para los demás
Y sí, en el gran museo de las series (ese que está en nuestra memoria y nuestros sentimientos), estaría Doctor en Alaska. Quienes no estarían serían esas series de reencuentros. O las que vuelven a su tumba como el perro dando vueltas a la lápida de su amo. Esos remakes que nos recuerdan las series con las que crecimos de jóvenes (muchas veces sin los autores que las crearon al mando) como mero reclamo comercial. Porque hay series que estuvieron bien, pero que están bien donde estaban. No reviviéndolas sin aportar nada. Para eso existe el vídeo. Y las plataformas que las siguen emitiendo.
Tanto en el arte como en la ficción TV, al final sólo se recuerda al artesano más brillante y al que abre una nueva vía para los demás. Cuando eso ocurre (como con Doctor en Alaska), las series son metáforas de la vida. O la vida misma.
Porque cuando paseamos por Cicely sentimos cosas que nos ocurrieron en ciudades reales, en nuestra propia vida. Se nos pone la piel de gallina y no se lo decimos a nadie porque la emoción que nos genera es personal, intransferible e impagable. Al contrario, cuando una serie es lo que se ve, sin capacidad de metáfora, de generar referencias, paralelismos ni empatías, es eso: pura nostalgia. Pero de la mala. Porque la nostalgia es como el colesterol: que hay bueno y malo.