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Usando terminología de primer curso de espías, un Tótem es un mensajero, un portador de información que se convierte en intocable para los servicios de inteligencia, alguien al que proteger por sus influencias o su talento, alguien tan sagrado como los tótems indios.
Sin comerlo ni beberlo, el protagonista de esta serie se convierte en uno de esos elementos insustituibles para el SDECE (Service de Documentation Extérieure et de Contre-Espionnage, así se llamaban los servicios de inteligencia franceses entre 1946 y 1982), por su trabajo como ingeniero en el Centro Nacional de Estudios Espaciales, el cual le da acceso directo a un científico ruso con un rol clave en el asunto. Pero también por una cuestión genética que conviene no revelar. Francis, nuestro hombre en París, hierático padre de família, se meterá de cabeza en una trama que le hará cruzar el Muro y pisar Berlín Oriental, correr perseguido por la KGB y arriesgar su vida, y la de los suyos, en aras de la estabilidad y la ¿paz? entre bloques.
Estamos en 1965, cuando la Guerra Fría está más congelada que nunca, con el recuerdo fresco de la Crisis de los Misiles en Cuba que estuvo a punto de hacer estallar la Tercera Guerra Mundial, y Tótems comienza cuando unos, los rusos, ponen en órbita una bomba con una cabeza nuclear de cinco toneladas. La clásica medida disuasoria, “solo respondemos a las agresiones de América”, afirmación con resonancias bien actuales, que pone en alerta a los otros, los franceses y los norteamericanos. Ambos conocen que el control del explosivo necesita de un sistema de navegación creado por el sabio doctor Golubev, ingeniero de pasado pacifista (y condena stalinista en un gulag) ignorante de las aplicaciones bélicas de su diseño.
Así las cosas, unos y otros hacen lo suyo: el tablero de juego incluye a espías, contraespías, agentes dobles y topos infiltrados, torturas y asesinatos, persecuciones, escuchas telefónicas con pequeños micrófonos, nada de Pegasus, y miradas de reojo siguiendo el eterno mantra: “No te puedes fiar de nadie”. Menos aún cuando los personajes se cruzan, sin un minuto de descanso, con la CIA, la KGB, la Stasi y el SDECE.
Esta producción destila un evidente amor por el género de espías en su concepción más clásica
Como no podía ser de otra manera, en la inesperada peripecia del apocado ingeniero Francis, en su plácida vida puesta patas arriba, tendrá algo, mucho, que ver la aparición en escena de Lyudmila, la hija del científico ruso, una joven pianista presionada para colaborar con la patria y participar en el embrollo con resignación soviética. El hermoso y silente primer encuentro de ambos, con una reproducción de la Luna de por medio, ya apunta a una historia de amor que quizás solo sea posible a miles de años luz, entre las estrellas.
Creada por Olivier Dujols (en cuyos créditos brilla otra serie de espías bastante distinta, Oficina de infiltrados) y Juliette Soubrier (guionista de la versión francesa de Polseres Vermelles), esta producción de Gaumont para Amazon Prime destila, a lo largo de sus ocho episodios, un evidente amor por el género de espías en su concepción más clásica. Es inevitable pensar en la prolífica producción literaria de John le Carré, o en la magistral El puente de los espías, de Steven Spielberg.
Incluso en aquella disfrutable trilogía sesentera (Ipcress, Funeral en Berlín, Un cerebro de un billón de dólares) con Michael Caine y sus gafas de pasta solucionando problemas a uno y otro lado del Muro, ampliada en los 90 con dos films más (El expreso de Pekín y Medianoche en San Petesburgo) y ahora resucitada con Joe Cole de protagonista en la serie Harry Palmer: el expediente Ipcress.
Pese a su sobriedad tonal, Tótems explota las posibilidades de un holgado presupuesto, destinado a recrear una época y unos espacios tan reconocibles como el Checkpoint Charlie berlinés, con un cuidadísimo diseño de producción y vestuarios, y el uso de efectos visuales digitales. Además, la serie es muy hábil en su construcción narrativa, utilizando cliffhangers sin abusar, jugando con la tensión de las persecuciones en algunas escenas, y poniendo el foco en las traiciones y las mentiras, tomando prestadas las claves del suspense más tradicional y clásico.
La serie equilibra estupendamente la acción realista con la intimidad de los personajes, con sus dudas y sus incertidumbres, con los dilemas morales de sus actos. Y también añade cierto contexto social en algunas subtramas: una de ellas, que gira alrededor de un aborto y reflexiona sobre el tremendamente machista sistema legal francés de la época, conecta directamente con la escalofriante El acontecimiento, estupendo León de Oro del Festival de Venecia 2021.
Todo en Tótems funciona sin alardes, sin levantar la voz, sin golpes de efecto que trasciendan la templanza narrativa
Dirigida con solvencia por dos tipos con la sobrada experiencia de Jérôme Salle (firmante de films como Largo Winch o El secreto de Anthony Zimmer) y Frédéric Jardin (con créditos que incluyen la serie Braquo), otro de los puntos a favor de Tótems está en su reparto. La pareja protagonista, formada por Niels Schneider y Vera Kolesnikova, se unen veteranos poco habituales en el universo serielizado, como José García, Lambert Wilson o Ana Girardot.
Todo en Tótems funciona sin alardes, sin levantar la voz, sin golpes de efecto que trasciendan la templanza narrativa. Poniendo el foco en el realismo y sin evitar el aura trágica y el dolor que sobrevuelan el relato, la sobriedad y el clasicismo por encima del espectáculo vacío y los fuegos artificiales.
Escrito por Àlex Montoya en 09 junio 2022.
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