'BoJack Horseman': madurar en el Hollywood salvaje
Este caballo es más humano que tú

‘BoJack Horseman’: madurar en el Hollywood salvaje

Netflix nos invita a conocer las andanzas crepusculares de una vieja estrella de la comedia televisiva, en una serie de animación que comprende que lo adulto consiste en aprender a vivir con nuestro pasado. Ah, y el protagonista es un caballo

La misma historia de siempre: estamos en un bulevar desierto, quemado por el implacable sol californiano, en una esquina cualquiera de un Hollywood que se aleja de los eslóganes románticos y las guías turísticas sacacuartos. Un Hollywood veloz, salvaje e inhumano que deshecha a sus creadores e intérpretes al ritmo de los mandatos del mercado, que reparte alcohol y drogas a su inacabable prole de nuevas promesas y viejas glorias en decadentes mansiones de estilo posmoderno, que grita a los cuatro vientos (a los cinco continentes, en fin) que the show must go on. Mientras, en sus entrañas, prostitutas, ejecutivos sedientos de poder, efímeros genios del Arte y demás fauna hacen del nihilismo su bandera. El Hollywood, en fin, del que parte en términos generales BoJack Horseman, serie de animación producida por Netflix cuya tercera temporada está en fase de producción. Nada nuevo bajo el sol, parece. Billy Wilder tiene El crepúsculo de los dioses, Sturgess Los viajes de Sullivan, o Jerry Lewis, quien fue un pionero en la actualización paródica de los estereotipos hollywoodienses y la vida disoluta de la jet set.

Pero vayamos más allá. Decíamos que estamos en un bulevar; adentrémonos en ese teatro medio vacío, en el que se presenta la biografía de una vieja gloria de las sitcom, y que es la quintaesencia del Hollywood miserable que se esconde más allá de las grandes letras blancas. En el escenario del teatro, se sitúa la autora de la biografía, una escritora fantasma que ya ronda la mitad de su treintena y ha visto reducidas sus ansias por cambiar el mundo a través de la escritura a trabajos de encargo para gente con mucho más dinero -y mucho menos inteligente- que ella. Su público, un puñado de freaks trasnochados que parecen vivir de la nostalgia por esas amables comedias televisivas de los noventa, empalidecidas ante el cínico panorama serial actual. Sumemos a la crítica salvaje de las costumbres de las celebrities un acercamiento metalingüístico al género de las sitcom, peaje del inevitable filtro posmoderno y referencial, y empecemos a entender BoJack Horseman como un interesante, aunque tampoco particularmente rompedor, comentario a la alegría ubicua que reinó en la comedia de las televisiones generalistas en los noventa y que se ha visto saboteada por el régimen de oscuridad de la ficción actual. De la comunidad feliz y unida, auto-contenida, pasamos al círculo infernal.

Matt Leblanc en 'Episodes'

«La meta-comedia, en fin, está ya en todas partes y se podría decir que es incluso la sal del ‘mainstream’ actual, tan cargado de ironía y empeñado en conectar con públicos de diversa sensibilidad estética y nivel cultural»

Este acercamiento a la herencia de la sitcom del pasado no es, como decíamos, especialmente nuevo: pensemos en Episodes, donde Matt Leblanc asume definitivamente su unión espiritual con Joey Tribbiani, interpretando una versión trasnochada de sí mismo que es un mix entre ficción y realidad (y que, escrita como está por David Crane, creador también de Friends, es una obvia enmienda a su propio legado); o en The Comeback, donde Lisa Kudrow (Phoebe en, de nuevo, Friends) juega directamente con la percepción pública de su papel como actriz, aprovechando además la libertad y el riesgo que ofrece una cadena como la HBO, y un cierto don de la oportunidad, para dejar un espacio de ¡una década! entre su primera y segunda temporada, con el consiguiente añadido referencial que esto aporta. La meta-comedia, en fin, está ya en todas partes y se podría decir que es incluso la sal del mainstream actual, tan cargado de ironía y empeñado en conectar con públicos de diversa sensibilidad estética y nivel cultural.

Retrato descarnado del Hollywood decadente y comentario a la herencia de las sitcom del pasado, si BoJack Horseman, desde sus primeros compases, se anuncia como la undécima comedia de animación adulta que se atreve a tocar estos palos, ¿por qué narices estamos dedicándole un artículo? ¿Por qué ha encandilado al público y a los críticos televisivos de medio mundo una serie que en su episodio piloto no nos dice nada nuevo? La respuesta se encuentra en parte en el nuevo modelo del streaming: Netflix, liberándose de entregar sus ficciones con cuentagotas, un episodio a la semana, decidió estrenar sus series de producción propia de golpe, confiando (y no sin base científica: la web posee algoritmos de consumo muy afinados) en que sus usuarios abandonarían el modelo tradicional para tragarse seguidas por mitades, o incluso enteras, las temporadas de sus series. La tanda de doce episodios, así, se convierte simbólicamente en un larguísimo piloto: antes había que explicar la serie en cuarenta minutos y esperar una semana al segundo episodio; ahora, la serie se puede ir explicando poco a poco a sí misma, construyendo matices, evolucionando dentro de su serialidad y confiando en que, de los cuarenta minutos de presentación, hayamos pasado efectivamente a los cuatrocientos. Un piloto de Netflix, en fin, ya no es un micro-universo, sino la primera parte del primer acto de una narración de largo aliento.

«Es una animación occidental, por episodios, dirigida al gran público, que se atreve a confrontar a sus personajes de manera sincera y libre de sentimentalismos con conflictos como la depresión profunda, el vacío de los días o la nostalgia inasible de saber que uno se hace viejo»

Esto ya empieza a alterar la percepción tradicional de una serie de animación para adultos, percepción que venía ligada a lo autoconclusivo y al reinicio de las tramas cada semana. Estos elementos, que las han acompañado a lo largo de su historia, empiezan a perder fuerza en favor del desarrollo profundo de los personajes, sostenido, de manera sutil, aparentemente sin problemas en su convivencia con el humor de brocha gorda, a lo largo de temporadas enteras. Y es aquí donde BoJack Horseman se convierte en algo especial, casi único: es una animación occidental, por episodios, dirigida al gran público, que se atreve a confrontar a sus personajes de manera sincera y libre de sentimentalismos con conflictos como la depresión profunda, el vacío de los días o la nostalgia inasible de saber que uno se hace viejo. Pues hay vida más allá de Mad Men y el constante elogio a la época dorada del drama serial como exploración de los pormenores del ser-en-el-mundo: BoJack Horseman demuestra que se puede hacer dramedy profunda e importante partiendo de un mundo animado en el que conviven personas y animales antropomórficos. Porque sí, BoJack, nuestro protagonista, es un caballo que habla. Lo bueno es que, tras dos o tres episodios, uno se olvida de ello, aunque sea inconscientemente.

BoJack Horseman

«‘Diane, sé que soy mala persona. Lo sé desde que te conocí. Por eso, no vengo a quejarme, sino a preguntarte una cosa… ¿Crees que puedo cambiar?»

Y hablando del rey de Roma: por ahí entra BoJack en persona, nuestro caballo cincuentón alcohólico favorito. Con cara de no haber dormido en días, avanza por el pasillo del teatro y se sitúa frente al micrófono, queriendo preguntarle algo a su biógrafa. Ella está visiblemente nerviosa, preocupada por lo que su egocéntrico cliente, que no acepta las duras verdades que han quedado plasmadas en el libro, le pueda decir. Al fin y al cabo, esto podría haber sido el empuje que su decadente carrera necesitaba, la maniobra de publicidad perfecta, una hagiografía que le devolviese al candelero; pero el libro es sincero y le construye como un ser falible, penoso, infeliz. Es por esto que la pregunta de BoJack la pilla desprevenida: “Diane, sé que soy mala persona. Lo sé desde que te conocí. Por eso, no vengo a quejarme, sino a preguntarte una cosa… ¿Crees que puedo cambiar? ¿Crees que todavía no es demasiado tarde?” Pero ella no le podrá responder: como la vida, la solución es complicada, volátil, imprevisible. Quizá, que seas consciente de lo malo que eres es el primer paso para cambiarlo. Y así, triste pero sinceramente, finaliza otro episodio más.

Por lo general, las series de animación para adultos han venido jugando a dos bandas a lo largo de su historia, salvo honrosas excepciones y puntos de ruptura como el que tenemos ahora entre manos. Construían una imagen de lo adulto que pasa básicamente por el uso indiscriminado de insultos y blasfemias, la presencia constante de sexo o tabúes sociales por lo general negados a los niños, y una actitud cínica generalizada centrada en socavar los puntos inestables y contradictorios de la vida adulta cotidiana (dicho rápidamente, crítica social, política, cultural). Jugaban a dos bandas, decimos, porque su público nunca ha sido solo el adulto: gran parte de los seguidores de Los SimpsonSouth Park o los productos multiformes de Seth McFarlane, éramos adolescentes o incluso más jóvenes, mentes inexpertas y calenturientas que quedaban fascinadas con ese cortocircuito de representación que es ver a un niño cagándose en todo lo que le rodea, que deseaban fuertemente imitar a los blasfemos personajes de la tele porque se supone que así es como uno maduraba y se convertía en un adulto. Aún a riesgo de llevarse una colleja.

Futurama

«‘Futurama’ estaba más preocupada por las consecuencias a largo plazo de nuestros actos, por enfrentar a sus personajes al dolor de la pérdida y, en definitiva, por explorar la dimensión temporal de sus aventuras»

Sin embargo, una serie como Futuramamás preocupada por las consecuencias a largo plazo de nuestros actos, por enfrentar a sus personajes al dolor de la pérdida y, en definitiva, por explorar la dimensión temporal de las aventuras de sus protagonistas (es decir, por la continuidad, contraria al reset de series como las mencionadas en el párrafo anterior, que decíamos que interesa tanto a Netflix) mostraba una idea de lo adulto menos interesada en lo escatológico y lo polémico y mucho más en las sutilezas de una relación romántica a largo plazo, el debate entre responsabilidad o libertad o el conflicto entre nuestras aspiraciones y la realidad. Es decir, cosas que de verdad significan hacerse adultoBoJack Horseman recoge este testigo y lo amplifica, porque ya no se interesa tanto por el presente eterno y repleto de tacos como por el largo penacho de lamentos, querencias y penas que el pasado va colgando de nuestras espaldas. En este sentido, no creemos que un chiquillo pudiese disfrutar BoJack como disfrutaba de las series mencionadas antes: sus puntos oscuros y tramas de decadencia le resultarán aburridas, desconocidas, lejanas.

Por suerte para nosotros, ya no somos chiquillos y podemos disfrutar de una serie que trasciende sus premisas iniciales para erigirse en un canto repleto de humanismo y esperanza a las partes más oscuras del madurar, que sorprende episodio tras episodio mediante la construcción de un universo tan único como reconocible y que cuenta con uno de los voice cast más impresionantes del medio animado (capitaneado por Will Arnett, Aaron Paul, Alison Brie y una larga serie de cameos inesperados). Bojack es importante y necesaria, un paso más en la lucha por equiparar animación e imagen real en trascendencia y ambición. Al final, no sabemos si Bojack conseguirá ser feliz o no, pero, una vez más, la respuesta estará en el intento.

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