'Big Mouth' (T4): Crecer duele
'Big Mouth' (T4)

Crecer duele

La cuarta temporada de la serie de Netflix es a la vez la más salvaje y la menos problemática: sigue haciéndonos reír mientras se enfrenta a algunos de los conflictos que la han aquejado en el pasado.

Cuando eres adolescente, hay días que te levantas y sientes que has crecido unos milímetros. Otros que al incorporarte notas que tienes un brazo derecho ligeramente más largo que el izquierdo. Otros simplemente te mata la espalda. Son esos dolores de crecimiento propios de un periodo intermedio en el que ya no eres lo que creías que eras pero todavía no eres lo que te gustaría ser.

En su cuarta temporada, Big Mouth experimenta estos dolores y acaba por asemejarse más que nunca a los ritmos de la adolescencia, dejando atrás algunas dinámicas tóxicas anteriormente criticadas por la comunidad fan (su tratamiento de la pansexualidad o, más importante, del personaje de Missy), mutando en una serie en la que nuevas dinámicas más propias de la edad adulta empiezan a hacer acto de presencia (hola, ansiedad) y sobre todo incorporando la idea del paso del tiempo. En su cuarta temporada, los protagonista de Big Mouth empiezan un nuevo curso por primera vez, lo que sugiere la posibilidad de un final, y más aún, de que Jessi, Nick, Andrew y compañía empiecen a crecer ante nuestros ojos. Big Mouth, en un momento en el que debe reinventarse para seguir evolucionando, apunta ya a nuevos caminos pero sin llegar a ser todavía esa nueva serie que parecen prometer las temporadas cinco y seis (por cierto, ya confirmadas).

Pero su condición de paso intermedio entre lo que empezó siendo la serie y en lo que se va a convertir no hace que la temporada se sienta como de relleno, ni mucho menos. De hecho, su afinado trabajo con los personajes (al final, una de las razones del éxito de una propuesta cuyas peregrinas tramas se sostienen muchas veces por lo mucho que nos identificamos con sus protagonistas) cristaliza en esta ocasión en el arco de evolución de Missy, una de las cosas más importantes que ha hecho la serie hasta el momento.

En esta temporada, ‘Big Mouth’ se corrige a sí misma colocando a Missy en el lugar simbólico que se merece, haciendo que por primera vez se interese por la cultura negra

En sus anteriores tres temporadas, bajo el personaje de esta joven afroamericana latía una contradicción que acabó por estallar el año pasado, tras la polémica por el doblaje de Apu en Los Simpson: ni su legado cultural parecía tener mucha importancia, ni su intérprete (Jenny Slate, blanca) se sentía cómoda con un papel que se le hacía más problemático año tras año. Slate abandonó la serie hace unos meses y sus responsables decidieron que Missy pasaría a ser interpretada por la actriz, guionista y cómica Ayo Edebiri, esta vez sí, negra.

Pero con este cambio viene en la cuarta temporada también un proceso de autocrítica muy interesante, en el que la propia serie convierte en material dramático esa contradicción que tantos espectadores habían pasado por alto: en esta temporada, Big Mouth se corrige a sí misma colocando a Missy en el lugar simbólico que se merece, haciendo que por primera vez se interese por la cultura negra y consiguiendo además que el pase de la antorcha entre intérpretes, en los compases finales de la temporada, se convierta en uno de los momentos más emocionantes para el personaje.

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Missy se interesa por la cultura negra en la T4 / Netflix

Pero la serie se hace más adulta también en tramas como la de Nick, enfrentado por primera vez a un nuevo monstruo: Tito, el Mosquito de la Ansiedad, que junto con el Gato de la Depresión que aqueja a Jessi vuelve a confirmar que, bajo la capa de absurdo, Big Mouth sigue siendo una de las series que mejor trata la problemática de las enfermedades mentales durante la adolescencia.

Lo que, por otro lado, nos lleva también hacia una cierta sobreacumulación de monstruos, en una serie que si bien consigue mantener la atención del espectador gracias a un delicadísimo equilibrio entre la estimulación constante y el cuidado por los personajes, corre más que nunca el riesgo de descarrilar y perderse entre sus personajes secundarios. Aunque Big Mouth sigue sin rival a la hora de convertir en divertidísima metáfora cada una de las miserias de la adolescencia, uno tiene miedo de que la serie empiece a olvidarse de que sus monstruos son eso, una metáfora, una comparsa que amplifica lo que en realidad siempre ha sido el corazón de la propuesta: esa identificación con problemas tan reales que casi duelen cada vez que los recordamos.

En ese sentido, Big Mouth siempre ha navegado muy bien las aguas entre esos dos mundos, el literal y el imaginario, respetando una regla básica: todo lo que ocurre en el segundo está solo en la cabeza de los personajes (¡que en una serie de animación en la que todo es posible ya es muchísimo!). Pero en los compases finales de la cuarta temporada, la serie se lanza de lleno a una aventura en la que el fantástico hace un claro acto de presencia sin excesiva justificación. Es una buena forma de hacer avanzar la trama y generar situaciones espectaculares, pero el poder de Big Mouth siempre ha residido en la metáfora, no en lo literal. Esperemos que la serie nunca se olvide de eso, ahora que empieza a hacerse mayor.

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