'Altered Carbon' o el eterno retorno - Serielizados
Existencialismo de combate

‘Altered Carbon’ o el eterno retorno

En la balanza entre entretenimiento y profundidad filosófica, 'Altered Carbon' ha encontrado el equilibrio perfecto. Te engancha a la pantalla con historias de venganza y cuestiones como la no-muerte y nuestro papel en la existencia de Dios.
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“Oh, Mr. Kovacks, haven’t you heard? God is dead. We have taken his place”

– Laurens Bancroft

El ouroboros es un símbolo representado por una serpiente que se come su propia cola y que alude a la eternidad. Al tragarse su propio ser, lo que esta serpiente quiere plasmar es el eterno retorno; la naturaleza cíclica del tiempo. A pesar de que el símbolo del ouroboros (o uróboros) ha sido hallado en vestigios arqueológicos del Antiguo Egipto y la Antigua Grecia, adquirió su pleno significado de la mano de un tal Nietzsche, del que volveremos a hablar más adelante. El ouroboros es la repetición de la vida una y otra vez, un bucle eterno del cual no hay escapatoria. Y no es casualidad que ese mismo ouroboros -ligeramente modificado, pues el clásico tiene forma circular y en la serie de infinito- sea santo y seña de Altered Carbon, la última gran perla de Netflix.

El ouroboros aparece en el opening de la serie y también tatuado en la piel de su protagonista, Takeshi Kovacs, un rebelde/héroe/terrorista -depende de para quién es una u otra opción- que tras dos cientos cincuenta años preso en, literalmente, la oscuridad de la no-conciencia, es devuelto a la vida para completar una misión a sueldo de uno de los hombres más ricos de la galaxia. ¿Y cómo puede volver alguien a la vida tras dos cientos cincuenta años de ausencia? Richard K. Morgan -recuerden esa K entre su nombre y apellido, tiene su importancia-, escritor de la trilogía en la que se basa la serie, tiene la respuesta: en el futuro, la identidad humana y la conciencia que esta conlleva, se pueden almacenar en un dispositivo digital de pequeño tamaño e ir cambiando de cuerpo. Es decir, cuando un cuerpo se marchita o muere de forma accidental, basta con instalar el dispositivo en otro cuerpo para que el yo siga viviendo. Como se dice en la serie, los cuerpos se convierten en fundas. Y siguiendo esta lógica, si eres lo suficientemente rico para ir cambiando eternamente de funda, tienes al alcance de tu mano la inmortalidad. Eterno anhelo del ser humano, concepto sobre el que orbita en todo momento Altered Carbon.

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Para analizar Altered Carbon hay que diferenciar entre fondo y forma. Empezaremos por la segunda, para alivio del lector. Resulta muy evidente que la serie, a nivel estético, bebe de la fuente del cyberpunk. La acción se desarrolla en una colosal ciudad con aires a Bangkok, oscura y repleta de prostíbulos, neones, ropa extravagante, charcos e inteligencia artifical. Antes he resaltado la K que se esconde entre el nombre del escritor de Altered Carbon y su apellido, Richard K. Morgan, y tiene que ver con todo esto. Los escenarios donde la trama de la serie tienen lugar recuerdan sobremanera a Blade Runner, que a su vez está basada en un relato de Philip K. Dick. Ahí es donde se establece la constante K -la de Morgan y la de Dick-, cuyas historias se sitúan en un futuro que por lo menos a nivel urbanístico y moral son muy parecidos.

En Altered Carbon también tienen gran relevancia las casas de los Mat -aristócratas del futuro, cuyo nombre proviene del bíblico Matusalén, con dinero suficiente para clonarse y adquirir las fundas que quieran y así lograr la inmortalidad-, situadas por encima de las nubes y decoradas con deliciosos lujos. Estas ostentosas casas de los Mat, como la de Laurens Bancroft -quien contrata los servicios de Kovacs para investigar el asesinato de una de sus fundas-, sirven como contrapunto a la asquerosa realidad terrestre, la de la plebe. Cuando vives en la mierda, lo que más te jode es que alguien viva en los cielos. Y esa sensación de injusticia crece poco a poco en el interior del espectador de Altered Carbon.

Antes de pasar a hablar del fondo de la serie, un último apunte sobre su forma. Altered Carbon es una serie de acción, y eso no se debe olvidar. Hay tiros por doquier, sangre a chorros, patadas dignas de Jean-Claude Van DammeJoel Kinnaman, actor que interpreta a Kovacs, tiene un físico esculpido por los Dioses, ideal para repartir mamporros a todo lo que se mueva-, tramas de amor y armas futuristas que harían las delicias de cualquier fan del videojuego Halo. Y no, no menciono los videojuegos bélicos futuristas en vano, pues Altered Carbon también toma muchas referencias estéticas prestadas de ellos. Como decíamos, Altered Carbon es una serie de acción, sí, pero a la vez filosófica. O pseudofilosófica, para que los puristas no se me enfaden. Del primer capítulo al último está impregnada de una aura reflexiva y metafísica innegable, en la que ahora nos centraremos.

Decía Nietzsche que nos encontramos inmersos en un eterno retorno, que nuestras vidas están condenadas a un ciclo circular sin fin en el que nos tocará revivir una y otra vez lo ya vivido. Una idea tan fascinante como aterradora. También era Nietzsche muy dado a soltar la frase “Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado”. Iba fuerte. Del mismo modo que en la serie el ouroboros tatuado en la piel de Kovacs no es casualidad, tampoco lo es que sea Bancroft, el Mat inmortal, quien pronuncie en el episodio tres la misma frase que popularizó el filósofo del siglo XIX. Aunque Bancroft, en vez de decir “Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado” dice “Dios ha muerto, y nosotros lo hemos substituido”. Este también va fuerte. Como plasma a la perfección el inquietante e hijoputesco personaje Mr. Leung con sus reflexiones de pirado, en el futuro de Altered Carbon no es descabellado hablar de que los humanos -los Mat, para ser más exactos- han substituido a Dios. Son eternos y tienen el poder absoluto sobre toda la población del universo. Ejercen de facto como dioses. La pregunta es, ¿dioses malos o dioses buenos?

La tecnología avanza de forma mucho más rápida que la capacidad de adaptación a nuevas realidades que tiene la conciencia humana

Esta es otra de las grandes cuestiones de Altered Carbon. La inherente corrupción y degradación moral y ética que conlleva la inmortalidad humana. Si resulta evidente que el poder en una vida caduca corrompe a las mentes hasta límites insospechados, ¿cómo reaccionarían estas mismas mentes tras quinientos años de vida y millones de años más por delante? Es imposible afrontar esta idea sin enloquecer puesto que -y ahí radica el gran problema- ha llegado un punto en que la tecnología avanza de forma mucho más rápida que la capacidad de adaptación a nuevas realidades que tiene la conciencia humana. El ser inmortal no comprende la magnitud del poder que le ha sido concebido, y por eso siempre se tornará en un monstruo. Sobre esta base teórica nace en Altered Carbon el ejército rebelde del que formaba parte Takeshi Kovacs siglos antes del desarrollo de la acción en la serie. El objetivo último de este grupo de brigadas rebeldes ultra entrenadas para el combate es por eso mismo –SPOILER– devolver a la humanidad su bien más preciado: la mortalidad. Profundo, ¿verdad? Mucho.

La gran virtud de Altered Carbon es que trata un tema profundo sin caer en ningún momento en el error de la pedantería y la grandilocuencia, como sí ocurre por ejemplo en Westworld. No le hacen falta diálogos de minutos y minutos divagando sobre el alma humana y todos sus entresijos, las dudas metafísicas en Altered Carbon se presentan naturales y sin pomposidad alguna. Va al grano, van apareciendo píldoras durante toda la serie que te hacen pensar una vez terminado el capítulo. Esto es clave. Te golpean una vez se apaga la pantalla, puesto que Altered Carbon no olvida en ningún momento que se debe a la acción y no da espacio al espectador a meditar durante la hora de capítulo. En Westworld, por ejemplo, y siento volver a ella, casi se percibían los segundos de silencio que dejaban los guionistas después de una de esas grandes frases que supuestamente debía cambiar tu forma de entender el mundo y el laberinto que supone ser humano. En Altered Carbon eso no sucede nunca. Los puñetazos físicos se combinan sin cesar con los puñetazos existenciales, generándose un hipnótico torbellino que resulta adictivo.

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¿Cómo aceptaría nuestra mente ir cambiando de cuerpo constantemente, que nuestro reflejo frente a un espejo no fuera fijo? ¿Tienen razón los católicos de la serie al decir que al reenfundarse en un nuevo cuerpo, el alma se evapora? ¿Tiene derecho una IA, de intelecto infinito, a despreciar al ser humano y discriminarlo como nosotros hacemos con los animales por el simple hecho de ser más listos que ellos? Todas estas cuestiones van surgiendo a lo largo de la serie, perfectamente combinadas con altas dosis de acción que evitarán que nos durmamos como -ya paro- en Westworld. Por cierto, ya que he sacado el tema de las IA’s en la serie, destaco la figura del Edgar Allan Poe virtual que regenta el hotel donde se hospeda Kovacks. Sus diatribas mentales -e incluso emocionales, ojo- a la hora de estudiar el ser humano desde su punto de vista como ser virtual son uno de los mayores aciertos de Altered Carbon. Y como curiosidad, en el libro original, el hotel es regentado por una representación virtual de Jimi Hendrix y no de Edgar Allan Poe. Siempre está bien soltar un dato chorras entre tanto análisis serio.

Altered Carbon, y no hay que tener miedo a decirlo, es una serie redonda. En la balanza entre entretenimiento y profundidad filosófica, ha encontrado el equilibrio perfecto. Te engancha a la pantalla con peleas de todo tipo, escenarios grotescos, personajes malvados y historias de venganza; a la vez, te araña los sesos por dentro planteando de forma sencilla cuestiones tan grandiosas como la posibilidad de la no-muerte, la nimiedad del género o el papel de Dios en nuestra existencia y nuestro papel en la existencia de Dios, que no es lo mismo. Altered Carbon, sin pretensiones de querer entrar en el Salón de la Fama de las grandes series de la historia, es sincera y orgullosa en su propuesta. Y funciona. Funciona tanto que a pesar de ser enero, tengo la sensación de haber visto ya una de las mejores series del año. Porque repito, Altered Carbon es una serie redonda. Como el ouroboros. El ciclo que nunca termina. Como el eterno retorno de descubrir una serie, devorarla, lamentar el vacío existencial tras su final y volver a empezar ese mismo proceso con otra. Una y otra vez.

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