R.W. Fassbinder: Berlín en pedazos
Televisión de autor (II)

R.W. Fassbinder: Berlín en pedazos

En esta segunda entrega de Televisión de Autor, recordamos a uno de los más prolíficos creadores europeos, analista de las grandes urbes germanas, el melodrama y la modernidad: Rainer Werner Fassbinder.

Rainer Werner Fassbinder (centro) junto a su actriz fetiche, Hanna Schygulla, y el actor Günter Lamprecht, en el rodaje de 'Berlin Alexanderplatz' (1979).

A pesar de su temprana muerte, Rainer Werner Fassbinder legó una extensa obra audiovisual fundamental para el entendimiento de la Alemania contemporánea y de la psique de la modernidad. El director germano trabajó muy de cerca con la pequeña pantalla, hecho lógico en tanto que la televisión jugó un papel fundamental en el Nuevo Cine Alemán y la renovación de la industria cinematográfica del país. Aunque fueron numerosas las películas para televisión que el director firmó, su obra magna es la fundamental para entender Berlín, la modernidad y la propia Alemania en la segunda mitad del siglo XX. Hablamos de Berlin Alexanderplatz (1980).

Frente a Ingmar Bergman, un erudito casi kantiano retirado en Färo, Fassbinder vivió de pleno una época de renovación que fue intelectual, política y social y que confrontó a un pasado reciente y convulso. Este espíritu contradictorio fue el de Europa, pero tuvo especial significación en el país germano durante el segundo tercio del siglo XX. Y ese mismo discurso es el que maneja una de las series más importantes de la historia de televisión, que en más de 900 minutos divididos en catorce episodios adapta la extensa novela de Alfred Döblin: Berlin Alexanderplatz.

La obra de Döblin recoge la epopeya trágica de Franz Biberkopf, un exconvicto reinsertado en una época y una sociedad que le ignoran. En su adaptación, Fassbinder nos sitúa de nuevo en la capital alemana durante la época de Weimar, una airada etapa en la que Biberkopf deambula en busca de una redención que se le niega continuamente. En un ataque de ira, mató por accidente a su pareja, por lo que fue encarcelado, y al volver a la libertad, comienza a buscarse la vida con honradez en Berlín.

Ya desde su inicio, Fassbinder muestra su respeto y admiración por la obra original, escrita a través de una particular combinación de elementos dispares. En la obra de Döblin conviven, al mismo tiempo, escenas azarosas en la zona obrera cercana al Alexanderplatz que recrean una ciudad fragmentada junto a noticias sacadas directamente de periódicos, anuncios, publicidad o la voz del propio autor, intercalada en la narración con opiniones sobre lo que le ocurre a su protagonista, remarcando su intención didáctica y añadiendo un nuevo punto de vista a la obra.

El interés que Döblin tenía en la ciudad -patente en la elección del ambiente de la novela- y la velocidad -marcado en el dinamismo narrativo de una novela con continuos exabruptos y cambios de registro- entronca directamente con las máximas futuristas, claves en la inclusión de estos dispares elementos que son las piezas de un todo nunca mostrado al completo. A través del montaje literario, Berlín se presenta descompuesto, construido pieza por pieza, y cada pincelada no retrata únicamente la ciudad, sino también el zeitgeist del final de Weimar, el sentir de una época.

Berlín no se representará a través de su espacio, sino mediante quienes lo habitan, los berlineses

Que durante los créditos iniciales de Berlin: Alexanderplatz se sucedan fotografías en las que aparecen personas mientras una locomotora avanza resulta clave para entender cómo, desde el inicio, Fassbinder muestra su intención de rescatar las claves de la obra original. Esta alusión a la velocidad y al ruido, en clara sintonía con las representaciones futuristas, se combinan con imágenes en las que se suceden retratos y escenas con personas al son de la música compuesta por Peer Raben, mítico colaborador del director alemán. En la sucesión de instantáneas cuyo hilo conductor es la locomotora en marcha, se avanza el metraje que continuará en una clave estética: Berlín no se representará a través de su espacio, sino mediante quienes lo habitan, los berlineses.

Así, la primera vía formal de Fassbinder, la contemplativa, no muestra una ciudad grandiosa, sino fragmentos de las calles por las que sus personajes transitan, al igual que hiciera Döblin. Los lentos travellings de acompañamiento presentan la vista urbana centrada en quienes recorren las calles, lo que hace protagonistas de la urbe a los propios viandantes, así como empequeñece a la propia ciudad. A esto se le suman las interrupciones, bien a través de intertítulos, lecturas de periódicos o exabruptos en forma de cortes a nuevas escenas. La fragmentación que deconstruye la ciudad para recomponerla también descompone la propia narración y, por extensión, a sus personajes, en especial, a su protagonista.

Tal como Susan Sontag recogiera en Vanity Fair, el cine de Fassbinder está repleto de Biberkopfs, de víctimas de falsa conciencia. El director incluso usó el nombre del protagonista de Berlin Alexanderplatz para otros personajes de su filmografía, como sucede en La ley del más fuerte (1975). Toda la serie sirve como preludio y conclusión a la obra del realizador alemán, que trata, en palabras de la crítica de la época, «vidas dañadas y existencias marginales».

Es el caso del protagonista, Franz Biberkopf, un expresidiario que intenta ser honrado pero es incapaz de reinsertarse en la sociedad, pero también el de Ida, Eva y Mieze, las tres mujeres que pasan por la vida de Biberkopf, torturadas ante la opresión física y emocional de las figuras masculinas -recogidas, especialmente, en el trato violento del protagonista hacia las mujeres con las que tiene alguna relación-, y también de otros personajes masculinos como Lüdder y, en especial, Reinhold, los manipuladores del voluble protagonista. Todas las obsesiones simbólicas de Fassbinder se concentran en ‘Berlin Alexanderplatz’, y ayudan a la exhaustiva descripción de personajes que pasan por la vida de Franz. Estos iconos sirven, además, para reforzar la psique del protagonista y reflejar el sentir de una ciudad que ignora a los marginados y encierra a quienes la habitan.

El encerramiento como plataforma a la verdad

El apartamento, gracias a una planificación en la que destacan elementos de mobiliario o paredes en los márgenes de la composición, flanqueando a los personajes, trasciende su importancia como espacio habitable, y se convierte en un lugar inhóspito que atrapa a quienes viven en él. Esta sensación carcelaria queda reforzada a través de líneas verticales de cabeceros de la cama y ventanas sucias con peinazos horizontales y verticales que se superponen a los personajes.

La marca definitiva es la de la jaula del pequeño pájaro que Mieze regala a Franz, explicitando visualmente la prisión de la que el protagonista, que quiere volar libre como un ave, no puede escapar. El encerramiento condiciona también que los personajes puedan mostrarse tal como son, incluso dentro de su propio habitáculo, y su único espacio para revelarse es el más íntimo de los posibles. La cama es el elemento que en Fassbinder une cotidianidad y realidad, donde Franz se desvela: es bruto, violento e impetuoso, pero también inseguro, manipulable, fracturado. Esta ambivalencia es llevada al extremo a través del espejo, anhelo de estos personajes de escapar hacia nuevas realidades en busca de esperanza, pero también en su naturaleza bífida, como reflejo de lo fragmentado, de naturalezas humanas contradictorias e identidades de género y sexualidad variadas que pueblan la obra de Fassbinder.

‘Berlin Alexanderplatz’ se estrenó en 1980 en Alemania y actualmente está disponible en Filmin.

Quizá la aportación más valiosa de esta brillante adaptación sea la que nace de la original relectura del director, una fantasmagoría erótico-infernal desarrollada durante el epílogo de Berlin Alexanderplatz, titulado «Mi sueño del sueño de Franz Biberkopf, por Alfred Döblin«. Al igual que Sally Potter hiciera en su versión de Orlando (1992), Fassbinder se concede el espacio para incluir una particular interpretación del final de la historia de su protagonista más allá de la propia conclusión de la obra, alejándose de la austeridad formal que maneja el resto de la serie para introducir iconografías religiosas y homoeróticas.

A través de una puesta en escena excesiva y teatralizada, el epílogo presenta el delirio del protagonista e introduce nuevas interpretaciones alrededor de hechos que se han sucedido durante toda la serie. Fassbinder, personificado en la imagen como un espectador más del martirio de Biberkopf, exalta el sufrimiento de su protagonista hasta un nivel que roza lo hagiográfico, al mismo tiempo que los personajes que han pasado por su vida le achacan sus errores en la pesadilla final de Berlin Alexanderplatz.

Biberkopf, voluble, alcohólico, bruto, sensible, impulsivo, es una transfiguración de Fassbinder, algo lógico teniendo en cuenta que el director alemán quedó fuertemente impactado en su juventud tras la lectura de la novela y también sabiendo la vida de excesos que llevó el realizador, muerto con tan sólo 37 años por sobredosis.

Pero la verdadera valía de su lectura reside en su reinterpretación de la obra original. Añadiendo nuevas capas de significado y reencuadrando la novela de Döblin en un contexto diferente en el que fue concebido, pero teniendo siempre presente el texto original, Berlin Alexanderplatz se convierte en un espejo en pedazos con tres reflejos. El primero: el recuerdo de una ciudad encaminada al desastre. El segundo: el turbio camino de un país hacia su época más oscura. Y el tercero, una advertencia: la senda que llevó al Tercer Reich es una sombra que aún sigue presente por la ingenuidad y la ignorancia.

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