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Mis padres leen mucho. Me he criado entre montones de novelas negras -de mi madre- y de libros de ciencia ficción -de mi padre-. Literariamente yo me he acabado decantando más por el realismo sucio de tipos como John Fante, Irvine Welsh o Ray Loriga, pero he tenido la enorme suerte de leer muchos de los libros que tanto veneran mis progenitores. Si nos centramos en la ciencia ficción, he leído grandes clásicos como la saga de la Fundación de Isaac Asimov, Cita con Rama de Arthur C. Clarke, Flores para Algernon de Daniel Keyes, El Juego de Ender de Orson Scott Card y, cómo no, todo cuanto ha caído en mis manos de un tal Philip K. Dick.
Para entender de forma rápida la figura que representa Philip K. Dick, debemos imaginarnos un Charles Bukowski a lo bestia: más excesos, más loco, más imaginación y más talento literario. Focalizada exclusivamente en la ciencia ficción, la obra de Philip K. Dick es prolífica y de una calidad superlativa; estamos hablando de unos de los mejores escritores ya no solo del siglo XX sino de la historia.
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Junto a Isaac Asimov, el otro gran tótem de la literatura de cienca ficción gracias a sus Tres Leyes de la Robótica y un legado literario descomunal, Philip K. Dick es el escritor más adaptado a la gran pantalla de los últimos treinta años. Blade Runner, Minority Report, Desafío Total, Paycheck y hasta diez películas más han nacido de sus novelas y relatos cortos. Las series también se han aprovechado de la brillante mente del escritor de Chicago, y los mejores ejemplos de ello son dos de las producciones estrella de Amazon: El hombre en lo alto del castillo -seriaza- y Philip K. Dick’s Electric Dreams. En este humilde artículo hablaremos de la segunda.
Philip K. Dick’s Electric Dreams son diez episodios independientes basados en relatos cortos de Dick, un formato muy parecido -volveremos a esta comparativa más tarde- al de Black Mirror. Los relatos cortos de Philip K. Dick destacan por su asombrosa capacidad de conseguir en sus diez/veinte primeras líneas describir perfectamente el protagonista, el mundo en el que vive, presentar la acción que se desarrollará a lo largo del relato y provocar en el lector esa sensación mágica de “no puedo para de leer”.
Philip K. Dick logra dibujar todo tipo de universos salpicados de ideas tecnológicas revolucionarias, distopías o razas alienígenas más humanas que el propio ser humano
Maestro de los relatos cortos -el género narrativo más complicado de escribir según la gran mayoría de literatos-, Philip K. Dick logra dibujar en ocho, diez, doce, quince páginas todo tipo de universos salpicados de ideas tecnológicas revolucionarias a veces, distopías en otras ocasiones o razas alienígenas más humanas que el propio ser humano cuando su mente volaba más allá de lo que tú o yo podemos soñar; en todos estos universos, un denominador común: la profundidad emocional de sus protagonistas que convierte los relatos en joyas. Era necesario hablar del Philip K. Dick escritor para discernir más adelante si Electric Dreams funciona o no, si se queda corto o está a la altura de su esquizo-paranoide inspirador.
Yendo de una vez por todas al grano, diré que Philip K. Dick’s Electric Dreams -nombre que homenajea claramente al relato de Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, en el que está basada la película de culto Blade Runner– deja un sabor agridulce. Empecemos por lo dulce. Philip K. Dick era un genio y todos sus relatos genialidades, por lo tanto las ideas sobre las que parten cada uno de los diez capítulos de la serie son obviamente buenísimas: una agencia de viajes especiales que recibe el encargo de llevar a una cliente a un planeta que ya no existe llamado Tierra; una mente compartida por una policía y una magnate de los negocios tecnológicos que dibuja dos realidades de las que no sabemos cuál es un sueño de la otra; una currele que entra en paranoia tras escuchar a la presidenta de su nación decir que hay que “matar a todos los otros” en televisión sin que a nadie parezca importarle; un padre fagotizado por una extraterrestre y la lucha del hijo por demostrar que ese ya no es su papá… como digo, ideas de muchos quilates que deben funcionar sí o sí.
Philip K. Dick’s Electric Dreams cuenta, además, con un catálogo de actores y actrices deslumbrantes. Steve Buscemi, Bryan Cranston -que también es productor ejecutivo de la serie-, Geraldine Chaplin, Terrence Howard, Thimoty Spall y otros muchos más que completan un elenco soberbio. Los diez episodios se ven rápido y pueden catalogarse de buenos, incluso muy muy buenos alguno de ellos. Entones, ¿dónde queda la parte agria de la serie?
Toda adaptación lleva trazos personales de las personas que han llevado el libro/relato a la gran/pequeña pantalla. Obvio. A veces eso supone un valor añadido, otras veces se convierte en una herejía. Sin llegar al extremo de blasfemia, en Philip K. Dick’s Electric Dream sí que, en varias ocasiones, vemos que el toque personal de los guionistas desafina bastante con la esencia de la serie: la ciencia ficción. Un ejemplo. En el capítulo “The Hood Maker” se describe un futuro distópico donde ciertas personas -todas ellas con una cicatriz enorme en la cara- pueden leer la mente del resto; la policía las usa para detener delincuentes y contrarrestar la oposición al gobierno, hasta que una enigmática figura llamada Hood Maker empieza a fabricar unas capuchas que impiden la lectura de la mente. Los protagonistas del capítulo son una telépata y un inspector de policía, compañeros ambos, que deben dar con el fabricante de capuchas.
La historia de “The Hood Maker” da para mucho. Pues bien, con el objetivo de hacer la trama más ¿televisiva? ¿actual? ¿moderna?, a los guionistas no se les ocurre hacer otra cosa que añadir un tórrido romance entre la telépata y su compañero inspector sin necesidad alguna. El capítulo hubiera sido más fiel si se hubiera limitado a describir un futuro inquietante donde las autoridades te leen la mente y la consiguiente lucha para evitar el control total del gobierno sobre el individuo, como hizo en su día Philip K. Dick; pero no, tenían que colar un lío amoroso no vaya a ser que los millennials se nos enfaden. Esa es la tónica general de la serie: cuanto más fieles son los capítulos a los relatos originales, mejores son.
“Real life” y “Human is” -en el que aparece Bryan Cranston- son los mejores ejemplos de esta máxima. Ambos respetan al máximo el relato de K. Dick y el resultado son dos maravillas que te tienen pegado frente al televisor dudando en todo momento si estás loco tú, los personajes o la humanidad en general. ESO exactamente, esa sensación, es Philip K. Dick. En el extremo contrario tenemos a “Crazy Diamond”, protagonizado por Steve Buscemi, el episodio que se adaptó más libremente y que en ciertos momentos roza el ridículo absoluto.
Sin el legado literario de Philip K. Dick, ‘Black Mirror’ ni hubiera existido, porque él es el padre de las píldoras sci-fi que te sacuden el pensamiento
Lo último a comentar sobre Philip K. Dick’s Electric Dreams, y que ha suscitado cierta polémica, es su parecido a Black Mirror. Ambas series presentan capítulos independientes sobre ciencia ficción –Black Mirror más enfocada a las distopías y Electric Dreams a la ciencia ficción clásica-, sus ritmos narrativos son parecidos y buscan dejar huella en la mente del espectador una vez terminadas con la pregunta de “¿Se va a la mierda la especie humana?”. Seré breve, pero espero que claro: sin Black Mirror y su éxito, no creo que nadie hubiera tenido el valor de sacar una serie como Philip K. Dick’s Electric Dreams; a su vez, sin el legado literario de Philip K. Dick, Black Mirror ni hubiera existido, porque él es el padre de ese estilo basado en píldoras sci-fi que te sacuden el pensamiento. Por lo tanto, la cosa queda tal que así: sin Philip K. Dick no hay Black Mirror y sin Black Mirror no hay Electric Dreams. Es estúpido enfrentar a las dos series porque resulta evidente que una es consecuencia de la otra y viceversa. En esencia son lo mismo, con sus particularidades y sus puntos más fuertes y más débiles, y por eso mismo no son excluyentes una de la otra y se puede disfrutar al máximo de ambas sin odiosas comparaciones.
Mi recomendación es que veáis Philip K. Dick’s Electric Dreams. Algunos capítulos os gustarán más y otros menos, pero habrá valido la pena si al final os entran ganas de ir a esa librería de segunda mano de vuestro barrio y buscar un polvoriento libro de relatos de K. Dick. Una vez vista su serie y leídos sus libros, os acostaréis por la noche y soñaréis con androides que sueñan con ovejas eléctricas que sueñan con humanos que sueñan con androides y llegará un punto de la noche que os despertaréis de golpe, sudados, dudando de si bajo el pecho tenéis corazón o un circuito eléctrico. Y entonces sabréis que Philip K. Dick os ha atrapado para siempre.