Crítica: 'Para toda la Humanidad' (Temporada 2) - Apple TV+
'Para toda la Humanidad'

Qué es una buena serie sobre la Carrera Espacial

'Para toda la Humanidad' reescribe la Historia desde un profundo conocimiento de ella y nos ofrece una de las narraciones sobre la conquista del espacio más genuinamente épicas.
Para toda la Humanidad final

La segunda temporada de Para toda la Humanidad ha logrado algo que suele ser poco común en el mundo de las series. Por un lado, mejorar una entrega inicial evitando lo que los anglosajones llaman el «sophomore slump»: la decepción típica de cuando algo empieza fenomenal y luego no puede (o sabe) mantenerse. Y, por otro, encontrar un hueco en un mercado saturado estando en una plataforma como Apple TV+, un tanto en la retaguardia de las llamadas «guerras del streaming». Para toda la Humanidad formó parte de su lista de estrenos inaugural el 1 de noviembre de 2019 junto con See y The Morning Show. Decir que ese triple debut fue algo decepcionante es un acto de generosidad, pero el estándar de lo que es un éxito y lo que no se ha convertido en mera cuestión de perspectiva. Cuando dentro de unos años los contables de todas estas plataformas saquen los números del ejercicio de especulación en el que se ha convertido la producción de ficción, habrá muchos creadores diciendo aquello de «que me quiten lo bailao».

Un año y medio después, Para toda la Humanidad regresó con una segunda temporada, creciendo en relevancia tras cada capítulo hasta un final para el que hay que tener preparados los pañuelos y algo (o alguien) a lo que agarrarse bien fuerte. ¿Cómo se logra eso? Para toda la Humanidad es una buena serie. Y, al final, lo que es bueno se eleva como el aceite en el agua, aunque no tenga estrellas en el reparto, pedigrí cinematográfico o un equipo de prensa mandando miniaturas de cohetes espaciales, a ser posible con un neón resplandeciente.

Confieso que la Carrera Espacial es uno de mis temas favoritos para pensar la Historia a través de los medios, como saben muchos de los sufridores estudiantes a los que he dado clase. La más larga y cara campaña propagandística de la era de la televisión, la competición entre la Unión Soviética y los Estados Unidos por conquistar el espacio durante la Guerra Fría permitió un extraordinario desarrollo tecnológico del que todavía nos beneficiamos. Como narra Michael Allen en su libro Live from the Moon: Film, Television and the Space Race (I.B. Tauris), mientras unos científicos trabajaban para llevar a los astronautas al Espacio con cohetes, otros lo hacían para que se pudiera contar desde allí con nuevas cámaras y sistemas de transmisión. Su clímax, la llegada a la Luna, es el programa de televisión más importante de la historia: una sofisticada superproducción que incluyó animación y simulaciones en un plató hasta que Neil Armstrong pudo colocar y encender la cámara desde la que llegaría la señal lunar.




Por todo esto ha sido especialmente fatigoso ver el fracaso de la serielidad contemporánea por ofrecer una buena ficción dedicada a la exploración espacial. De la Tierra a la Luna (en HBO España) fue lo más cercano, pero en un nuevo visionado reciente constaté la impresión que tuve cuando se estrenó dos décadas atrás: es una serie irregular y muy marcada por algunos de los tics de las ficciones de HBO del periodo. Dos aproximaciones más recientes a la Carrera Espacial, The Astronaut Wives Club y Elegidos para la gloría (en Disney+), pasaron desapercibidas para el público y la crítica, que detectó en ambas un exceso de clichés. No le ha ido mejor a las series sobre una base ficcional. ¿Alguien se acuerda de Defying Gravity, vendida como Anatomía de Grey en el espacio?

Al menos en Estados Unidos, parecía imposible encontrar una ficción espacial desde la épica genuina en lugar que desde el drama psicoanalítico

Más recientemente, The First (en Starz) fracasó a pesar del pedigrí delante (Sean Penn) y detrás de las cámaras (Beau Willimon) por no entender el «teorema de Rubicón»: que una serie sobre el espacio no puede tardar una temporada entera en que se lance un cohete. No le fue mejor a Away (en Netflix), que producía sopor cada vez que las tramas regresaban a la Tierra y a las familias de sus protagonistas. Y es que muchas de estas series se han encallado en la obsesión por las relaciones paternofiliales que aflige a las aventuras espaciales cinematográficas, de Interstellar a Ad Astra pasando por El primer hombre. Al menos en Estados Unidos, parecía imposible encontrar una ficción espacial (la excelente Marte es un docudrama) desde la épica genuina en lugar que desde el drama psicoanalítico. O lo que es lo mismo, tomar la exploración espacial como tema, en lugar de ser una excusa argumental para ajustar cuentas con la familia.

Hasta que llegó Para toda la Humanidad. Laurent Jullier, en su libro ¿Qué es una buena película? (Paidós), aportaba criterios con los que valorar el cine que perfectamente pueden valer para las series. Concretamente, podemos pensar en Para toda la Humanidad como un logro técnico y un relato que es a la vez edificante y coherente. O dicho de otro modo, Para toda la Humanidad está bien hecha, pero no se deja llevar por la exuberancia en lanzamientos de cohetes y paseos espaciales. Más bien, crea situaciones dramáticas para el goce indisimulado ante el logro inimaginable, el mismo simbolizado por aquel «Boy!» que Walter Conkrite soltó superado por la emoción cuando el Águila se posó en la superficie lunar. No pongo ejemplos para no estropear la diversión, pero los hay generosamente en las dos temporadas de la serie.




Y luego está la virtuosa construcción que Para toda la Humanidad hace de sus personajes. Hace unas semanas escuché a una conocida guionista explicar la importancia de trabajar a los personajes teniendo como referencia sus profesiones. Sin simplificar y sin categorías cerradas, hay profesiones que atraen a un tipo de personas, como hay personas que, por su carácter, florecen en determinadas profesiones. No es que Para toda la Humanidad se olvide del todo de los problemas familiares, es simplemente que esos problemas no son su rasgo definitorio. Y sí lo es el impulso interior para subir al espacio, o la experiencia vicaria de enviar a personas a él. Los éxitos y fracasos como astronautas Gordo (Michael Dorman) y Tracy Stevens (Sarah Jones) tienen más que ver con quiénes son por separado y no cómo se comportan cuando están juntos. Siempre lamentaré que la película basada en el libro de Tom Wolfe The Right Stuff se tradujera con el absurdo Elegidos para la gloria, cuando el original «Lo que hay que tener» es mucho más iluminador.

Por su parte, Margo Madison (Wrenn Schmidt) toma el camino que la lleva a escalar posiciones como administradora en la NASA no como renuncia sino elección. En realidad, aquí nadie sufre demasiado por sus renuncias, y si lo hace al menos se consuela como puede: Wayne Cobb (Lenny Jacobson) y Karen Baldwin (Shantel VanSanten), con nada en común salvo cónyuges astronautas, liberan tensiones en una escena fumando marihuana y aceptando que es lo que te toca cuando te enamoras de alguien cuyo principal objetivo vital es salir a un sitio donde no hay ni gravedad ni oxígeno.

En esta realidad, Ted Kennedy gana las elecciones a Nixon, Reagan ocupa la Casa Blanca cuatro años antes y la Guerra de Vietnam terminó de forma temprana

Como trasfondo de toda esta estructura dramatúrgica, Para toda la Humanidad reescribe la Carrera Espacial a partir de un punto de rotura: los soviéticos llegaron primero a la Luna, una humillación que cambia el curso de la Historia de Estados Unidos de parecida manera a como lo haría en la realidad los atentados del 11-S. En los últimos años, la ucronía se ha vuelto habitual en la ficción televisiva, particularmente como derivación de su emergencia como subgénero literario, de The Man in the High Castle (en Amazon Vídeo) a La Conjura contra América (en HBO España) pasando por 22/11/63 y SS-GB (en Filmin). En su libro Contrafactuales ¿Y si todo hubiera sido diferente? (Editorial Turner) Richard J. Evans analiza el fenómeno sobre todo en la derivación historiográfica de lo contrafactual, alertando de que estas visiones lo fían casi todo a un rechazo a los excesos del determinismo en el que late un pensamiento conservador. Pensemos un momento en Hollywood (en Netflix) y lo que dice o no de la lucha colectiva para alcanzar objetivos de progreso. Pero a pesar de la visión crítica del libro hacia el pensamiento contrafactual, Evans, le encuentra una cierta utilidad en su uso limitado para comprender las decisiones que determinan el curso de Historia.

Traigo a colación el libro de Evans no solo porque la portada de su edición original mostrara precisamente la bandera soviética en lugar de la estadounidense en la llegada a la Luna, sino porque Evans no obvia tampoco el atractivo de los escenarios contrafactuales en la ficción. En Para toda la Humanidad el cocreador Ronald D. Moore y su equipo creativo encuentran en su escenario contrafactual un concepto atractivo sin que nunca sea una distracción. Los cambios en la dirección de la Historia están al fondo y solo muy puntualmente se colocan en el centro del relato. La lucha por los recursos lunares en ese contexto parece más importante que el combate geopolítico: en esta realidad, Ted Kennedy gana las elecciones a Nixon, Reagan ocupa la Casa Blanca cuatro años antes y la Guerra de Vietnam terminó de forma temprana. Y es ahí donde la serie encuentra un rico potencial para su narrativa central reflexionando sobre desarrollo tecnológico, progreso social y las contradicciones de la naturaleza humana.

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Portada del libro «Altered Pasts: Counterfactuals in History» de Richard J. Evans

Para toda la Humanidad empieza con el astronauta Edward Baldwin (Joel Kinnaman) lamentando la temprana llegada soviética a la Luna en un bar con su patriotismo herido y su masculinidad algo tóxica doliente. Cuando una vez que la NASA, de forma accidentada, ha logrado el alunizaje del Apolo 11, se encuentra con una sorpresa: los soviéticos les vuelven a ganar, esta vez con una mujer. Eso lleva a Nixon a dar luz verde a un programa específico para mujeres astronautas en la NASA, a cuya formación Para toda la Humanidad dedica un tercer capítulo que mete en una coctelera la historia del Mercury 7 y la del Mercury 13, el programa privado que quiso demostrar la viabilidad de las mujeres en el Programa Espacial.

El paso de los capítulos muestra que Estados Unidos logra tomar velocidad en la Carrera Espacial en parte por la incorporación de las astronautas al programa. Lo que inicialmente tiene una intención propagandística acaba siendo catalizador de cambios de mayor calado: la proyección de astronautas como Molly Cobb (Sonya Walger) y Tracy Stevens impulsa la aprobación en la línea temporal de la serie de la Enmienda de Igualdad de Derechos, cuyo fracaso en la realidad narra con maestría Mrs. America (en HBO España). Para ello, estas mujeres se convierten en iconos familiares que protagonizan anuncios y se dejan ver frecuentemente en televisión. Libros como Another Science Fiction: Advertising the Space Race, 1957–1962 (Blast Books) de Megan Prelinger y Marketing the Moon: The Selling of the Apollo Lunar Program (M.I.T. Press) de David Meerman Scott y Richard Jurek vienen a la cabeza cuando Para toda la Humanidad muestra de forma recurrente a Tracy Stevens apareciendo en el popular talk-show de Johnny Carson, incluso desde el espacio. Al contrario que El primer hombre, donde la carrera espacial es metáfora de una búsqueda terapéutica individual, Para toda la Humanidad nunca olvida que fue un empeño colectivo con una profunda significación social. Es decir, le enmienda la plana empezando por el título.

No es casual que la base norteamericana en la Luna se llame Jamestown, como el primer asentamiento permanente inglés en el actual territorio de los Estados Unidos

Ronald D. Moore es quizás el creador de series norteamericano con una obsesión más sostenida por el espacio. Se hizo mayor de edad como guionista en Star Trek: la Próxima Generación (en Netflix) antes de reinventar el universo de la popular franquicia con esa space-opera tamizada por la geopolítica que fue Star Trek: Espacio Profundo Nueve (en Netflix). Cuando tuvo la oportunidad de rehacer el delirio camp que fue la Galáctica: Estrella de Combate (en Amazon Vídeo) original, lo hizo inventándose aquello de la «ciencia-ficción naturalista«. Se basaba en cosas tan lógicas como que sus naves no hacen ruido porque no hay sonido en el espacio. Los ecos de la exploración espacial han latido en su trabajo, como en la fracasada Virtuality. Su trabajo (hasta Outlander) siempre explora una idea que también nutre a Para toda la Humanidad: que las miserias humanas nos van a acompañar allá donde estemos. En este universo, la Guerra Fría simplemente se hubiera desplazado a otro lugar.

La utilidad de la Carrera Espacial para encontrar recursos naturales permite su extensión y muy pronto se reproducen las viejas lógicas colonialistas. No es casual que la base norteamericana en la Luna se llame Jamestown, como el primer asentamiento permanente inglés en el actual territorio de los Estados Unidos. Ni que la sombra del desarrollo armamentístico planee permanente sobre el Programa Apolo. Y, a partir de ahí, digamos que se aplica literalmente el principio dramático de Chéjov: los rifles que aparecen, más pronto que tarde, acabarán por ser disparados. En esos momentos la serie pone el foco en el papel de las decisiones individuales en los grandes cruces de caminos de la Historia, justo la utilidad que veía Richard J. Evans en el pensamiento contrafactual.

la base lunar jamestown en para toda la humanidad

La base lunar «Jamestown» en la T2 de ‘Para toda la humanidad’.

Todo esto lo plantea Para toda la Humanidad en una narrativa que dedica su tiempo a colocar las piezas en el tablero y hacer que cada una de ellas importe. Y no tiene problema en llevar al fondo a algunos personajes durante varios capítulos hasta que pueden regresar de forma orgánica. Dice cosas relevantes sobre la Historia del siglo XX y los retos a los que nos aboca el desarrollo tecnológico sin poner en boca de sus personajes parlamentos obvios. Reescribe la Historia desde un profundo conocimiento de ella. Es clásica en sus formas sin caer en lo convencional, y sabe la función justa de su concepto inicial. Entre tanta serie perdida en su exhibicionismo, no pretende inventar la rueda. Para toda la Humanidad es, sencillamente, una buena serie.

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