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Jueves, 7:30 de la tarde, Gran Vía de Madrid. Allí estaba, de pie, enfrente del Cine Capitol, cuyas marquesinas anunciaban bien grande la celebración de un evento fan de The Walking Dead en su interior. Con mi móvil en una mano, mi chaqueta en la otra y las botas cómodas como calzado, se había quedado una tarde estupenda para ir a una manifestación por la educación pública y luego enfilar calle arriba hacia un evento seriéfilo. Uno de los carriles de la avenida más transitada de Madrid ya estaba cortado. El día anterior el Ayuntamiento no había cerrado la calle Alcalá para la manifestación de la Día Internacional de la Mujer, generando un caos y un peligro como pocas veces he vivido en las calles de la ciudad. Pero, claro, con un evento fan uno se arriesga menos que con unas miles de feministas, sobre todo porque que varias decenas de chavales hubieran dormido en la puerta del cine ya anticipaba asistencia masiva. De hecho, a una hora y media de empezar la cola giraba Gran Vía, recorría toda la calle Jacometrezo y vislumbraba el final de Silva: unos 350 metros de fans, con cuatro o cinco por fila. Unos 100 metros más, y la cola hubiera dado la vuelta a la manzana para volver a llegar al Cine Capitol. Entrar en la sala para el evento ya era un empeño imposible para los recién llegados, y la policía local de Madrid se afanaba en contener a los cientos de personas que se seguían agolpando en la entrada del cine con la esperanza al menos de poder ver unos segundos a tres de los protagonistas de The Walking Dead, Andrew Lincoln, Norman Reedus y Jeffrey Dean Morgan.

Hago ahora un apunte con cierto afán provocador, pero a la vez con la convicción de que es totalmente cierto. Hay una sustancial diferencia entre la seriefilia en Barcelona y Madrid. En Barcelona, la seriefilia se mueve entre bibliotecas y centros expositivos. En Madrid, cabalga a lomos de eventos promocionales como el protagonista de este texto. En una ciudad, un seriéfilo irá la mayor parte de las veces a un espacio cultural. En la otra, a un cine comercial. No es juicio de valor, no creo que una opción sea mejor que la otra, pero no me cabe duda de que son bien diferentes. Con eso en mente, se entiende que Madrid lograra ser parada del llamado “The Walking Dead European Tour”, un evento que a todas luces parece un desagravio ante el batacazo creativo más espectacular en una serie desde la segunda temporada de Homeland (o si os sirve de True Detective, aunque sigo convencida de que aquello nunca fue para tanto). Y esto lo dice alguien que ha amado mucho The Walking Dead, y ha defendido hasta la extenuación hasta aquellos capítulos de American Gothic total de la granja de Herschel. Pero los buenos showrunners que ha tenido esta serie o los han echado o se han ido, no sé si por los problemas crónicos de presupuesto o por las interferencias de Robert Kirkman. Si habéis visto ese engendro titulado Outcast ya sabéis como yo que sin Frank Darabont probablemente The Walking Dead hubiera estado condenada al desastre. Y llegamos a la séptima temporada y con ella el capítulo de Negan y su bate Lucille, que seguramente es lo más icónico que ha producido esta serie desde la niña zombi del comienzo, pero que se ha convertido en un agujero negro en términos creativos.
Así que, ¿por qué si ver cada capítulo de esta temporada de The Walking Dead ha sido una decepción y una pesada carga estaba yo allí, de pie, un jueves por la tarde en la Gran Vía? Pues porque era un evento para fans, y para el fan (para esta fan) que una serie no sea buena realmente no es un factor determinante, porque su relación con la misma no se basa en lo racional sino en lo emocional. Sólo así se entiende que a mi lado una chica hiciera un salvaje análisis que dejaba las opiniones de ese célebre crítico de cine, conocido por su acidez, como tiernas caricias. Y no pasaba nada, estaba allí igual. Yo a los fans los admiro a rabiar porque dicen bien claro lo que piensan. Por eso me gusta ir a estos eventos, a escuchar lo que dicen mientras esperan. A los fans no los puedes intentar comprar. No se preocupan si por decir algo no les van a invitar al siguiente junket en, digamos, Berlín, o los van a sacar de la lista de envíos de regalitos para prensa (ay, esos infames Chromecasts…). Si aman, aman. Y si odian, odian. A las puertas del Cine Capitol hubo mucho odio y mucho amor.
«Para el fan que una serie no sea buena realmente no es determinante, porque su relación con la misma no es racional, sino emocional»
El odio se concentró al principio. Cada vez que un invitado o alguien de prensa pasaba por su acceso, le caía una generosa lista de improperios propios de un paseíllo judicial de Rodrigo Rato. “Tongo”, “caraduras” y “sinvergüenzas” fueron lo más suave. Cuando al filo de la hora de comienzo del evento tres despistados que se autodenominaron “con pase de prensa” intentaron pasar a la puerta por el centro en vez del lateral temí genuinamente por su integridad física (y dudé de que realmente fueran periodistas, porque no se puede ser más torpe…). Para entonces la cosa ya estaba caldeada. Una sucesión de cámaras se había puesto delante del escenario donde se esperaba a los protagonistas, amenazando con privar a los fans de ver bien a sus ídolos. Y ahí comenzó una sucesión de gritos e insultos a los chicos de la prensa. “Hemos venido a verlos a ellos, no a vosotros” se coreaba. Cuando la cosa pasó a “prensa fuera” yo ya me imaginaba a Victoria Prego redactando en ese mismo momento un comunicado de la Asociación de la Prensa de Madrid denunciando que los fans de The Walking Dead intimidaban a los informadores. Vi en el escenario a un periodista amigo y temí que alguien le tirara un zapato, sobre todo porque creo que, envalentonado por una reciente victoria épica del Barça, hubiera bajado a devolverlo. Con el “Negan saca el bate, Negan saca el bate” la cosa entró en la hilaridad.
Otro periodista empezó a grabar un vídeo del público, pero aquello se entendió como una provocación, y empezaron a proliferar las peinetas. La (sensata) retirada de la prensa del escenario fue recibida con ovación cerrada. Qué demonios pintaban allí periodistas, decían dos chicas en un lenguaje más cargado que el mío, cuando ellas venían expresamente a esto desde una ciudad del Levante (cuando la antigua alcaldesa de esa ciudad tuvo que ir a declarar al Supremo agarrada a su bolso de Louis Vuitton como Negan se agarra a Lucille, debió decir lo mismo). Yo pensaba en las pobres almas de la organización del evento, que quizás empezaron a temer que iba a salir en las noticias por motivos diferentes a los anticipados.

«Determinadas demostraciones de la cultura popular pueden subvertir las estructuras dominantes del heteropatriarcado del actual capitalismo tardío.»
Pero igual que hubo mucho odio, también hubo mucho amor. En el mismo momento que las pantallas mostraron la llegada de Lincoln, Reedus y Morgan aquello fue un éxtasis de chillidos y saltos, fotos y vídeos. Porque aquello había que vivirlo, pero a ser posible también había que documentarlo. Lincoln y Morgan parecían en otra onda, con la mirada un poco ida, y tardaron un cierto rato en entrar en el juego. Cansancio quizás, o quizás la sensación de sentirse un poco fuera de lugar. Y es que una de las cosas curiosas de The Walking Dead, a pesar de su éxito internacional, es su fracaso a la hora de lanzar a sus actores. Sin embargo, Reedus se comportó como una auténtica estrella del rock, saltando, gritando, entregándose al público y haciéndose selfis imposibles. Y claro, los fans, cuando dejaban de chillar era para empezar a corear “Norman, Norman”. Fue el que tuvo el detalle de volver a salir, a recibir otra salva de fervor y, por qué ocultarlo, de deseo. Porque allí a la puerta del Cine Capitol había un porcentaje mayoritariamente femenino que no paraba de suspirar. Una teórica de los estudios de género podría decir mucho de cómo determinadas demostraciones de la cultura popular pueden subvertir las estructuras dominantes del heteropatriarcado del actual capitalismo tardío. Una analista cínica, que lo que había allí era una lujuria desatada hacia tres señores de mediana edad con diferentes grados de canas, tripa y carisma, pero con la absoluta convicción de que nunca en su vida actoral se iban a volver a ver en una igual. Yo, que no soy ni una teórica ni una cínica, sólo puedo reproducir lo que pensé cuando vi en la lejanía durante medio segundo tres cuartas partes de la cara de Norman Reedus: “Madre. Mía”.
Fue el éxtasis, pero pasaron tres minutos y todo había terminado. Eran las 9:30. Los actores entraron a su evento. Las luces del escenario se apagaron. Las pantallas del Cine Capitol volvieron a anunciar su programación de películas. A mi lado una chica grababa un mensaje de WhatsApp con un extraño giro cartesiano: “Ya puedo morir tranquila. Le he visto. He visto a Norman y ahora ya sé que es real. Existe”. Lentamente los fans se fueron dispersando. Dos chicas comentaban lo vivido mientras andaban lentamente atesorando en sus manos unas fotos, una de ellas firmada allí mismo, y amablemente me dejaron tomar una instantánea para acompañar el texto que ya sabía que iba a escribir.

A pesar de que ya no cabía nadie en el interior del cine, todavía había una cola de gente de unos ciento cincuenta metros. A la entrada de la calle Jacometrezo una chica hablaba por teléfono rodeada de amigos: “Sí, mamá, les he visto. Sí, a los tres. Te cuento luego cuando se me pase”. Estaba llorando descontroladamente, pero sonreía. Unos metros más allá, el SAMUR atendía a otra chica, aunque la cosa no parecía tener importancia. La policía local volvía a abrir Gran Vía, pero no para los coches, sino para la docena de lecheras de la policía nacional que venían de la manifestación contra los recortes en educación. Fans y manifestantes: hay que tenerlos bien vigilados porque nunca se sabe. Qué noche para andar se había quedado en Madrid.
Al llegar a casa tenía fuerzas y convicción renovadas para terminar de ver el capítulo de la semana de The Walking Dead, que se había anunciado con algo que nunca habíamos visto hasta ahora (modo ironía on): “El grupo sale en busca de suministros. Mientras, en Alejandría alguien debe tomar una decisión moralmente desafiante”. Pero me hubiera puesto otro al final, había recuperado la fe. La valoración más certera de esta temporada de The Walking Dead no la he leído en una crítica, se la escuché a una fan durante la espera: “Es una mierda, pero ha tenido muertes muy guays”. Bienaventurados los fans, porque de ellos será el reino de las series.
Escrito por Concepción Cascajosa en 10 marzo 2017.
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