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'Nobel' se estrenó el Filmin el pasado 12 de enero.
Si realmente existe, como asegura una antigua creencia china, un hilo rojo e invisible que conecta a aquellos destinados a conocerse y enamorarse y que modula las relaciones uniéndonos a todos en una especie de continuo mágico, no es descabellado pensar que también podría existir un hilo negro que simbolice todo lo contrario: las relaciones de poder que se establecen entre los que están arriba y los que están abajo, las desigualdades de un sistema global que nos conecta a todos en un juego de vencedores y vencidos del que es imposible escapar. Colonizadores y colonizados. Explotadores y explotados. Fuertes y débiles.
Allá por su estreno, a finales de 2016 (¡es un absoluto crimen que tengamos que esperar tanto para ver legalmente tantas y tantas ficciones europeas!), Nobel se alzó con el premio a la Mejor Miniserie en el Prix Europa, además de con la Rose d’Or. Ahora nos llega, gracias a Filmin, esta verdadera joya.
Nobel recorre muy inteligentemente los caminos invisibles de ese hilo negro, conectando a las élites pudientes y políticamente influyentes de un país desarrollado como Noruega con todos los escalones inferiores que permiten su supervivencia. Con los militares que participan en misiones de paz creadas para encubrir intereses personales. Con esos tentáculos que da el ser uno de los países con más petróleo de Europa occidental. Con los talibanes afganos y su compleja agenda del terror. Y, en última instancia, con los civiles del mismo Afganistán, los peones desfavorecidos de un sistema injusto en el que jamás podrán ser los ganadores.
‘Nobel’ es a la vez un drama urbano, un thriller político anclado en la conspiranoia y una serie bélica
La serie lo hace al convertir esta dicotomía (la paz y la guerra, Noruega y Afganistán, los civilizados y los bárbaros) en el centro narrativo y estructural de su propuesta. Nobel es a la vez un drama urbano, un thriller político anclado en la conspiranoia y una serie bélica: son estos los tres universos por los que transita el teniente Erling Riiser (estupendo Aksel Hennie), un soldado destinado en Afganistán que al volver a Noruega para un permiso se verá envuelto en una conspiración que alcanza a los puestos más altos del gobierno del país.
La ficción equilibra estos universos apostando por un dibujo de los personajes absolutamente redondo (más allá de Hennie, Tuva Novotny, que interpreta a su esposa, brilla en su construcción de una mujer inteligente y calculadora) pero sobre todo teniendo claro ya desde sus créditos de qué va todo esto: como decíamos, de militares y conciertos de música clásica. Y de cómo ambas cosas están íntimamente relacionadas.
No estamos, pues, simplemente ante una serie sostenida sobre una gran conspiración, sino ante un intento por retratar los pequeños cambios imperceptibles que se operan en alguien que ha pasado demasiado tiempo cerca de la muerte, sobre lo sencillo que es convertirse en un peón cuando estás convencido de que, hagas lo que hagas, sigues trabajando. Riiser asesina a un hombre y se convierte así en el centro de una vorágine política de ramificaciones inesperadas, pero no lo hace porque le hayan lavado el cerebro, porque sea un agente dormido, porque tenga una agenda oculta, como tal vez hemos visto muchas veces en las películas y series de corte conspiranoico estadounidenses. Lo hace porque es su trabajo. Porque es una pieza más en un engranaje que va desde sus superiores y los superiores de sus superiores (a la postre, políticos) hasta ese niño al que tiene que disparar en una plaza afgana al sospechar que carga con un chaleco antibalas.
En sus compases más bélicos, siguiendo a Riiser y sus compañeros en Afganistán, Nobel brilla por su pormenorizado retrato de las condiciones de trabajo de los soldados noruegos destinados en aquel país. No está aquí en juego el heroísmo o siquiera la idea de vencer ninguna guerra: la serie se recrea en el aguante silencioso y sufrido de los militares en Afganistán, en la idea de que, como decíamos, convertir la violencia en algo cotidiano es difícil que no consiga alienarte completamente. Una idea del trastorno de estrés postraumático (y de otras heridas muchísimo más físicas, como las que acarrea el teniente Jon Petter) que se filtra hacia los entornos urbanos en los que veremos al personaje durante el resto del metraje.
Es indudable también, claro está, que Nobel impacta por su valentía a la hora de hablar de las partes más oscuras de la sociedad noruega precisamente al amparo de su televisión pública. Un modelo de éxito que no solo produce thrillers políticos, sino también brillantes reinvenciones de, por ejemplo, el drama adolescente de instituto (el ejemplo de Skam es muy conocido). O nuevos acercamientos al concepto mismo de la televisión, como en esas primeras propuestas de slow tv que cumplen hoy ya más de diez años. Nobel es, en fin, un caso de éxito que nos hace soñar con un modelo similar por estos lares, ahora que tantas plataformas multinacionales nos aseguran un futuro de creatividad y libertad… mientras cuadre la cuenta de resultados.
Escrito por Ricardo Jornet en 09 febrero 2021.
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