Comparte
Nada mejor que pasar una tarde de domingo conociendo las historias salvajes de los personajes más lamentables, delirantes y representativos del género que triunfó en los años 50 y 60 en Estados Unidos. Un roadtrip que va de Nashville a Austin en un autobús conducido por Mike Judge. Nunca había tenido tanto sentido la máxima: drogas, sexo y rock and roll. Agárrense porque vienen curvas.
En la mítica peli Alguien voló sobre el nido del cuco había locos. Muchos. Locos de atar. ¿Cierto? Pues bien, el elenco de esa obra maestra que tenía a Jack Nicholson (pre-Joker, pre-El Resplandor) como su protagonista no le llega ni a la altura del betún a los personajes que protagonizan Tales From The Tour Bus. ESO es perder la chaveta. No existe manicomio en la Tierra para dar cobijo al aquelarre de chalados sin camisa de fuerza, pero armados hasta los dientes a base de guitarras, micros y alguna que otra arma de fuego de gatillo fácil.
Vuestras madres, padres, abuelos y abuelas pensarán que la música heavy la trae el demonio, que el rock es sinónimo de drogas y sexo y que el rap es cosa de pandillas malrolleras. Todo esto puede ser más o menos cierto, pero lo que es irrefutable es que el estilo que ha engendrado más energúmenos es la música country. Detrás de esos ritmos cálidos, de esas líneas vocales graves y angelicales y de esas letras moja bragas se esconde un mundo oscuro y andrajoso que tiene como escenario principal la América Profunda. La cuna de Johnny Paycheck, de Jerry Lee Lewis, de George Jones… toda esta fauna variopinta de cantautores que encontraron en el country la pasarela a la fama internacional son los protagonistas de Mike Judge Presents: Tales From The Tour Bus.
Una colección de los mitos del género que colocó Texas en el mapa musical de Estados Unidos. Y por si faltara un poco de carisma y mitología, a los mandos de este trayecto lleno de disparos, drogas, alcohol y antidepresivos encontramos al conductor perfecto, al chófer ideal: Mike Judge. El padre de seriones como Beavies and Butt-Head, The King of the Hill o más recientemente Silicon Valley se sale de lo habitual y nos regala este viaje. Tales From the Tour Bus es una joya escondida en el catálogo de HBO España. Parece un capricho que se ha tomado el bueno de Mike en sus vacaciones entre temporada y temporada de Silicon Valley. Una serie documental que transpira libertad creativa y pasión por todos sus poros. Un regalo que nos permite conocer el behind the scenes de personajes absolutamente extraordinarios y, algunos de ellos, olvidados. Un in memoriam psicotrópico y merecido a unos genios sinvergüenzas que fueron el palo de la bandera de su género musical.
Lo original de todo esto es cómo lo cocina Judge. Su sello de identidad siempre ha sido la animación y la comedia y en Tales from the Tour Bus mezcla ambos a la perfección. La idea de combinar animación e imágenes de archivo a parte de resultar hipnótico, te sumerge en lo que realmente cuenta la serie: cómo de irreal parece el mundo del rockstar. Lo tiñe de fantasía y hace volar tu imaginación. Si sólo fueran imágenes documentales y entrevistas en imagen real estaríamos delante de una obra más. Pero el cómo aquí es definitivo. Nunca te habían explicado esta historia así. Por mil documentales, libros e historias que sepas sobre estos personajes, Tales From The Tour Bus te aportará originalidad en la forma y en el punto de vista. Mike Judge contándolo de primera mano. Explicándote la historia de leyendas del country como si estuviera en el salón de tu casa, copa de vino en mano, con un buen leño humeante y vinilo exquisito en tocadiscos. Y aquí descubrimos la otra cara de Mike Judge: su capacidad de narrar historias oralmente y de contarlas con rigor periodístico. Una de las mentes más brillantes de Hollywood en lo que a comedia se refiere consigue moldear su humor llevándolo a ese tono irónico y revelador.
Quién diría que habría más outlaws, más peleas y más pistoletazos aquí que en ‘Sons of Anarchy’ o ‘The Shield’
Una serie documental trufada de momentos cómicos, cósmicos, etílicos y denunciables, sobre todo, denunciables. Quién diría que habría más outlaws, más peleas y más pistoletazos aquí que en Sons of Anarchy o The Shield. Si Jerry Lee Lewis, Billy Joe Shaver o Waylon Jennings hubieran hecho una banda de moteros probablemente hubieran exterminado en dos días a Los Ángeles del Infierno y hubieran retado a Hunter S. Thompson a una rave de drogas duras sinfín. Y es que su pose en el escenario ya sea en sus actuaciones musicales en vivo o en el prime time de la televisión norteamericana de los 70 no tenía nada que ver con la realidad. Lo que viene a decirnos Tales From The Tour Bus es que ninguno de los iconos del country supo llevar como tocaba la fama. Al contrario, preferían pelear a puño con sus parejas, estamparse con el coche, acabarse todo el fatu del estado de Texas o entrar en un bar y amenazar a punta de revólver a toda la clientela sacando la pipa con la misma frecuencia que Nacho Vidal se saca la chorra. Vida de rockstar a otro nivel. Bob Dylan, Jimi Hendrix o Bon Scott eran unas nenazas en comparación a estos cafres. Lo de Keith Richards es tontería al lado de la vida que llevaron las estrellas del country.
La serie os descubrirá todo un elenco de artistas fuera del foco. De todas las anécdotas me quedo con esta: El cantautor Waylon Jennings consiguió que los hippies y los cowboys se dejaran de dar mecos entre ellos para ir a sus bolos. Un tratado de paz en forma de concierto que se denominó como el ‘Outlaw movement’. Unió lo hipster con lo mainstream de esa época. Jennings, el mismo tipo que hizo del country un estilo de bar o de local andrajoso lo convirtió en un género musical de estadios. Antes que Cash que Willie Nelson o cualquier nombre más popular. Waylon fue el primero, pero no el más famoso, como la mayoría de los protagonista de esta historia.
- Nota al pie
Cuando acabéis la primera temporada, entrad directos a la segunda centrada en el movimiento Funk. Cada entrega se centra en un estilo distinto y cada episodio en un músico en concreto. Eso sí, cambian los géneros y los personajes, pero la bañera de estupefacientes sigue siendo del mismo tamaño.