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Quizá haya quien esté en desacuerdo, pero cualquier forma de humor es política. Política, literalmente, pero también en el sentido más amplio de esa palabra: la comedia está relacionada directamente con el tipo de sociedad en el que se produce. Hay, por supuesto, ciertos tipos de humor que son universales, porque la experiencia humana (y sobre eso se construye, como lo hace el drama, la risa) es hasta cierto punto universal; pero también es innegable que el humor consiste en transgredir los límites de lo considerado «normal», y eso en cada país, en cada comunidad, significa una cosa completamente distinta.
Match, como idea, quizá podía haberse producido en muchos otros países. Reinterpretar la vida como un partido constante, en el que cada oportunidad de interacción social se juega entre el éxito y el fracaso, es un concepto ciertamente universal, y en el que radica gran parte del éxito de la propuesta. Match (que, por cierto, puede verse en España gracias una vez más al esfuerzo de Filmin) no empalaga en exceso porque consigue combinar constantemente esa premisa brillante (dos comentaristas deportivos hacen las veces de subconsciente de nuestro protagonista, un simpático bobo que se debate entre las chicas que le gustan y su inmadurez) con sutiles nuevas variaciones que casi siempre funcionan. Match es interesante precisamente porque sabe muy bien lo que es, y no busca la ambición más allá de eso.
Pero la serie, en fin, se ha producido en Noruega, y eso hace que decline su premisa universal de formas muy particulares. Decíamos antes que la idea podría haberse producido en otros países. Sobre todo en sus primeros compases, podríamos estar presenciando perfectamente un sketch del Saturday Night Live, por poner un ejemplo bien conocido por todos. La diferencia es que aquí no estamos ante un sketch aislado, sino ante la repetición, capítulo tras capítulo, de unas mismas dinámicas de éxito versus fracaso social en las que el polo negativo suele estar asociado invariablemente a lo escatológico, lo vergonzoso o el desastre sexual.
Podemos aprender mucho sobre la sociedad noruega viendo Match, al igual que podíamos aprender mucho sobre la española viendo a Javier Gutiérrez representarnos a todos en Vergüenza. Y he ahí la gran diferencia: si Gutiérrez nos hace reír porque le es imposible callarse, porque en el equilibrio éxito/fracaso social decide saltarse todas las reglas; mientras que el pobre diablo que protagoniza Match es gracioso precisamente porque su estricta observancia de los rituales sociales le ha llevado a convertirlos todos en un partido a vida o muerte.
Estamos ante una comedia romántica que en algunos de sus compases no tiene nada que envidiar al ímpetu deconstructor de los hermanos Farrelly
Match es interesante también por cómo consigue reinterpretar, desde la pirueta formal, el clásico boy meets girl: estamos ante una comedia romántica que en algunos de sus compases no tiene nada que envidiar al ímpetu deconstructor de, por ejemplo, los hermanos Farrelly de Algo Pasa con Mary. En Match hay penes, pies capaces de apestar casas enteras y mierdas que flotan en vasos de agua. Sobre la elegancia de su premisa, y su brillante ejecución formal, flota un gamberrismo muy agradecido al que uno se pregunta si RTVE (no olvidemos que Match está producida por la tele pública noruega NRK) se atrevería a hacer referencia alguna vez.
En un momento en el que los límites de lo que significa un formato cómico seriado se están redefiniendo, y en el que la mayoría de plataformas prefieren recurrir al drama que a la comedia, Match ha emergido como un interesantísimo experimento (con remake canadiense ya en camino, por cierto) que vuelve a confirmar que, ¡sorpresa!, hay vida cómica más allá de EE.UU.