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Un dilema clásico del ser humano, que recogieron los utilitaristas, es el del fin y los medios para llegar a éste. ¿Está justificada cualquier acción para la consecución de un fin concreto y que, de hecho, supone algún bien común? No entraré en las consideraciones éticas que se derivan de este interrogante, pero lo aplicaré al sector televisivo: ¿vale cualquier contenido que procure la búsqueda de un bien común? Reformulando la pregunta: ¿hasta qué punto el tratamiento de una temática de la que hay que hablar justifica la mediocridad de los contenidos?
Muchos tópicos polémicos y de actualidad son tratados en numerosas ficciones televisivas. De hecho, dada la evidente capacidad de los medios de transformar y hacer pensar a la sociedad, tratar estos temas ha sido fundamental para que las personas normalicen situaciones antes anómalas. Quizá el caso más evidente sea la miniserie Raíces. Y, en la actualidad, también hay muchas otras series que abarcan temáticas complejas o denuncian circunstancias de dudosa moral: es el caso de The night of, Muerte en León o Shameless.
Hasta el momento, he nombrado cuatro títulos cuya calidad no creo discutible. Con sus más y sus menos, todas ellas tienen interés más allá de sus temáticas: en lo técnico, en lo interpretativo, en lo narrativo, en el formato… Y aquí entramos con Netflix, que ya había sentado precedente hace apenas un año con una serie que, sin ser excepcional, tuvo un éxito abrumador: Stranger Things. No seré yo el que diga que es mala, porque no lo creo, pero tengo claro que al lado de las que he nombrado, se queda un paso por debajo. Inesperadamente para el público, pero con una estrategia muy clara por parte del gigante rojo, llegó Por trece razones y arrasó. De nuevo Netflix ha conseguido hacer de una serie mediocre un verdadero éxito. Porque si Stranger Things ya se quedaba un paso por debajo, 13 reasons why apenas llega al primer escalón.
Los personajes están construidos en torno a una temática y no respecto a sus propias motivaciones como seres humanos
Admito, en lo consecuente, todo lo que se le puede reprochar a la serie en el sentido plenamente técnico y narrativo: adolece de una gran irregularidad en lo referido al ritmo dramático, algunas subtramas se antojan accesorias e innecesarias, los personajes están construidos en torno a una temática y no respecto a sus propias motivaciones como seres humanos, intenta disfrazar de madura una serie casi específicamente para adolescentes… Y habrá aún más cosas que decir en contra de la serie, y tendréis razón, porque Por trece razones no es una buena serie ni de lejos.
Pero no creo que lo importante sea su calidad audiovisual o narrativa. Tampoco su originalidad, o la inclusión -parece que asentada en gran parte de la ficción televisiva americana- de etnias y realidades sexuales variadas con cierta naturalidad. Porque Por trece razones ya se basta de su potentísima premisa, que, hay que reconocerlo, suena atractiva, y es mucho más que todo lo anterior, porque cuenta una historia que es necesaria. Aunque corre el riesgo de diluirse entre las costumbres del espectador que espera finales felices.
Recupero un tuit de @Iriagparente sobre el que desgranar algunas claves para entender por qué es necesaria y peligrosa:
https://twitter.com/Iriagparente/status/853625051584884738
Por mucho que se quiera entender como tal, y por mucho que como espectadores habituales esperemos que la historia pivote sobre una relación, Por trece razones no puede concebirse como una historia romántica, porque no lo es. Es una historia de mucha dureza y complejidad que habla sobre la muerte, el suicidio, el sufrimiento, la depresión, la soledad, los abusos, la violencia machista… Reducirla al estadio amoroso es no sólo una muestra enorme de falta de perspectiva, sino también una injusticia con una historia que quiere abarcar temáticas tan variadas y necesarias.
Por supuesto, existe una relación amorosa -idealizada- dentro de la serie. Incluso varias, si me apuráis. La romantización es de introducción obligada en prácticamente cualquier ficción televisiva, y el espectador la toma como natural por costumbre. Pero eso no debe engañarnos. ¿O es que la historia de Don Draper giraba en torno a lo romántico? ¿Stranger Things no insiste en la amistad por encima del amor? Pues bien, el idilio de Clay y Hannah tampoco es el tronco sobre el que gira la serie, por muy bonito que nos resulte. Por trece razones nos recuerda la mierda de seres humanos que hemos sido y aún hoy somos, tristemente, a menudo.
Otro de los riesgos que corremos es pensar que Hannah no era una persona enferma, que sólo estaba mal y necesitaba apoyo de la gente que le rodea. No, Hannah sufría depresión y necesitaba ser tratada, y el bueno de Clay no la podría haber salvado. Se echa de menos que se haga hincapié en la serie en que Hannah tenía que buscar, por voluntad propia, ayuda en ámbitos especializados y no tanto en la gente que la rodeaba, pero ese es otro debate respecto a la representación de los problemas psicológicos de los adolescentes.
El instituto se presenta como un microcosmos donde se produce la inseminación del sistema heteropatriarcal en el imaginario de nuestra juventud
No puedo obviar otro de los puntos que más se ha ignorado en la crítica de Por trece razones, que es el que me parece incluso más evidente que el bullying: la violencia machista. El instituto americano se nos presenta como un microcosmos donde se produce la construcción de roles y la inseminación del sistema heteropatriarcal en el imaginario de nuestra juventud: los chicos tienen que tener éxito en el ámbito deportivo y mostrar su poder, o de lo contrario, serán ninguneados por las élites populares -que no se dediquen a la poesía, por favor-, mientras que las chicas son las que deben supeditarse a éstos, renegar por completo de sus ambiciones y, a ser posible, aspirar a ser animadoras de los jóvenes más fuertes y atléticos.
Dentro de este ámbito aparece Hannah Baker como una persona completamente contraria a imposiciones y roles sociales. Aunque la serie no habla en términos explícitamente feministas, se empeña en mostrar no sólo la opresión femenina en estructuras de aprendizaje, sino realidades aún más preocupantes y que son fomentadas por estas mismas estructuras: la cultura de la violación y la violencia machista. Hay víctimas de violación en la serie, y en ambos casos el violador sale indemne e incluso es respaldado por parte del instituto. Las propias cintas hablan de estas violaciones, y los que las escuchan no creen lo que éstas dicen, o deciden que no han de sacar el tema a la luz.
Por trece razones es de esas historias que se cuentan porque hace falta hablar de ciertos temas, crear conciencia sobre ciertos problemas. No es el capricho de un creador que quiere hablar sobre el amor y la muerte; es una apuesta valiente de alguien consciente de que hay personas que necesitan escuchar testimonios que se parezcan a los suyos, aunque vengan de la ficción. Es la voz que muchos necesitan oír para saber que no están solos, y también los que no lo están. Será mejor o peor serie, sus tramas narrativas tendrán mayor o peor calidad, contará mejor o peor lo que se propone, pero Por trece razones ya ha conseguido su objetivo: crear debate sobre una realidad que parecía olvidada.