'The Knick': Los locos del bisturí
Sobre "The Knick"

Los locos del bisturí

Retroceded 114 años. Estáis en el hospital Knickerbocker de Nueva York. Hay una mujer abierta en canal en la mesa de operaciones. Una selva de instrumental médico surge de sus entrañas. Apartad la vista o seguidles, porque Steven Soderbergh y Clive Owen os meterán a hostias en una vagoneta infernal hacia las mismas entrañas de la medicina de principios del siglo pasado. El viaje es desagradable y nuestro cicerone, un yonqui de cuidado. Bienvenidos a la ciudad que nunca, pero nunca duerme.

El primer capítulo de The Knick comienza suave. Año 1900. Un tipo se despierta hecho trizas en lo que parece un prostíbulo, un fumadero de opio, Dios sabe qué… Víctima de una resaca catedralicia, nuestro hombre sale escopeteado del antro, se sube a un carruaje y, antes de llegar a su destino, se inyecta cocaína entre los dedos de los pies. ¡Boom! Como nuevo.

Acto seguido, le vemos enzarpado hasta la coronilla, al mando de una complicada operación de cirugía ante decenas de observadores, una cesárea que se torna carnicería chunga: en la mesa de operaciones, la paciente encinta muere desangrada, protagonizando un siniestro bodegón de instrumental médico decimonónico, entrañas desparramadas y charcos de hemoglobina. También el bebé arrancado de sus entrañas se suma a la tragedia. Tieso como la mojama. 0 de 2.

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«Putas, opio, cocaína en vena, sangre, vísceras, un bebé y su madre muertos…»

Poco más se puede pedir en la apertura. Putas, opio, cocaína en vena, sangre, vísceras, un bebé y su madre muertos… En apenas diez minutos, The Knick marca sus credenciales al rojo en la retina del televidente y le pone en estado de alerta máxima. Esta serie hay que verla con los dientes muy apretados, el cinturón abrochadísimo y una bolsa de papel a mano.

Turbulencias aparte, la nueva cabecera de Cinemax/HBO luce orgullosa el sello de calidad de Steven Soderbergh, que dirige los 10 episodios de la primera temporada –por cierto, han renovado la serie para una segunda campaña–. Como cabía esperar, Soderbergh aporta oficio, épica cinematográfica y un sentido apabullante de la puesta en escena. Con un pez gordo de esta magnitud al timón, era preceptivo reclutar a un protagonista de la misma entalladura, y esa importante casilla la ocupa con suma credibilidad un Clive Owen descomunal que desayuna Hugh Lauries como si fueran Frosties.

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«Soderbergh aporta oficio, épica cinematográfica y un sentido apabullante de la puesta en escena»

Con este dueto ganador, The Knick se desparrama en la pantalla con una mezcla sangrienta de rigor histórico, drama de época, gore muy hardcore, humor negro, retrato social y género hospitalario. Un mejunje estimulante, pero harto cabrón a la hora de buscar complicidades. Las escenas dedicadas a las operaciones son de una crudeza colosal; los cuerpos de los pacientes se reducen a meras carcasas de carne, chuletones que son destripados con el primitivo instrumental de la época y en la penumbra que transitaba la práctica médica a principios del  XX.

Ambientada en una Nueva York tenebrosa, pestilente, atmosférica a rabiar, la serie superpone con éxito diferentes líneas de interés. Por una parte, nos invita a conocer a machetazo limpio las inquietudes del equipo de cirujanos del hospital Kinckerbocker, un centro empeñado en ofrecer vías de futuro a la encorsetada y conservadora medicina del momento. La serie plasma esta lucha entre el Antiguo y el Nuevo Orden Clínico de forma notable, aireando también sombras y corruptelas del sistema a pie de calle que recuerdan enormemente a los trapis mafiosos de Peaky Blinders.

«Comparar al Doctor Thackery con House es como intentar comparar a Louis CK con Dani Rovira: Thackery es un hijo de la grandísima puta, House sólo lo parece.»

Por otra parte, The Knick nos obliga a lidiar con la frialdad y el egocentrismo del doctor Thackery, un mal nacido integral cuya brillantez con el escalpelo es inversamente proporcional a su capacidad para tratar a las personas como personas. Racista a ultranza, megalómano, misógino, putero, autodestructivo, frío como el nitrógeno, enganchado hasta las trancas a la cocaína inyectada, el perla se pasea por la pantalla de forma señorial, sobrado, más high que Macaulay Culkin, absorbiendo todas las miradas cual agujero negro. Para bien y para mal, Thackery es The Knick como House era House, no obstante, y aunque existan paralelismos de brocha gorda entre ambos doctores estrella, intentar compararlos es como intentar comparar a Louis CK y Dani Rovira: Thackery es un hijo de la grandísima puta, House sólo lo parece.

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La captura histórica, el drama médico, la profanación de la carne, el dragón inyectado, las sombras de Thackery, todos los elementos que definen The Knick agitan sus moléculas violentamente en un marco estético que es erección garantizada. La lobreguez victoriana y las levitas encuentran acomodo en un estilo de rodaje moderno, algo lento en algunos pasajes, aunque estimulado permanentemente por descargas de música de electrónica en la banda sonora, piezas futuristas que, paradójicamente, se deslizan como un camisón de seda china sobre las imágenes de carruajes, adoquines y edificios humeantes de la Vieja Nueva York. No creo que haya otra serie de médicos que pegue tan duro y en la encía. 74 años antes de su aparición en Inglaterra, el punk ya se practicaba en la sala de operaciones del Knickerbocker. Puto Thackery…

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