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Christine Baranski es Agnes van Rhijn, y Cynthia Nixon interpreta a su hermana soltera, Ada.
Cuando Downton Abbey se estrenó, la serie se convirtió en un fenómeno en todo el mundo, pero especialmente en Estados Unidos, donde hay una fascinación por todo lo británico, especialmente si es de época. Los amores y los dramas de la aristocrática familia Crawley se convirtieron en una obsesión para muchos espectadores del otro lado del atlántico –también europeos– y en el emblema de las series de ‘tacitas’, un género que parecía que solo podía tener ADN británico.
Con La Edad Dorada, Julian Fellowes, creador de Downton Abbey, repite la esencia de la serie que le dio la fama pero trasladándose al Nueva York de finales del siglo XIX, una época retratada por algunos de los autores de cabecera de la literatura norteamericana, como Henry James y su amiga Edith Warthon, pero poco explotada en la televisión.
Si en Downton Abbey nos encontrábamos con una familia que asistía con cierto pasmo a la llegada de la modernidad –el nuevo mundo–, en La Edad Dorada la alta sociedad se enfrenta a la aparición de una nueva clase social, los ricos que han hecho su fortuna a través de negocios como la implantación del ferrocarril. Los nuevos ricos pueden tener dinero a mansalva, pero que nunca serán aceptados como parte de la alta sociedad de la ciudad.
Si en Downton Abbey teníamos a Maggie Smith como representante del viejo mundo y lanzadora olímpica de frases lapidarias, en La Edad Dorada tenemos a Christine Baranski cogiendo el revelo como Agnes van Rhijn, una señora bien, señora fetén, garante del que para ella es el orden natural de la ciudad. Ninguna queja con el recambio: es difícil coger en un renuncio a una actriz que tanto te canta y baila ABBA como se dedica a lanzar hachas frustrada por el mundo postTrump. Con un par de escenas es fácil ver que Baranski se lo está pasando pipa y que le valió la pena ofrecerse a Fellowes hace más de una década en una gala de los Emmy.
Las grandes mansiones siguen en pie pero con edificios modernos al lado, motivo por el cual han optado por reconstrucciones en platós
El caso de Baranski es un buen ejemplo de unos de los aciertos de la serie. La trama de La Edad Dorada no es especialmente original, incluso se podría decir que la hemos visto antes con diversas variantes, pero tiene la suerte de contar con unas actrices que le dan solemnidad y cuerpo. Además de Baranski, aparece Cynthia Nixon, la Miranda de Sexo en Nuevo York, interpretando a Ada, la hermana soltera de Agnes, un personaje al cual dota de una ternura y comicidad que no le habíamos visto explotar en la serie que la hizo famosa.
La antagonista de Agnes es Bertha Russell, mujer de un industrial del ferrocarril de ambición desmesurada y deseosa de formar parte de la clase alta de Nueva York, un papel que defiende a la perfección Carrie Coon (sustituyó a Amanda Peet), que emparejada con Morgan Spector forma la power couple que toda serie melodramática necesita. Con un reparto así, La Edad Dorada entra mejor que un te a media tarde, aunque no sea una serie especialmente innovadora.
Son las tres ‘veteranas’ (este adjetivo entre muchas comillas) las que destacan por encima del reparto más joven, formado, entre otras, por Louisa Jacobson (hija de Meryl Streep), que interpreta a la sobrina pobre de Agnes y Ada, i Denée Benton, que da vida a Peggy Scott, una chica negra que acaba trabajando como secretaria en casa de los Van Rhijn. Ellas son, teóricamente, dos de las grandes protagonistas de la serie y quizás por eso –sus tramas no van de grandes frases lapidarias– necesitamos más tiempo para ver cómo se desarrollan.
Si un fan del género le quiere poner un ‘pero’ a La Edad Dorada seria que en un su primer capítulo –incomprensiblemente de una hora y veinte de duración– la ambientación rezuma un poco de cartón piedra. Esa cojera es justificable. Reproducir el mundo de Downton Abbey es relativamente fácil porque Inglaterra está llena de castillos y casa señoriales por lo general bastante bien cuidadas y disponibles para filmaciones. Volver el Nueva York del finales del XIX no es tan sencillo: algunas de las grandes mansiones de la clase alta de la ciudad siguen en pie pero a menudo tienen edificios modernos justo al lado, motivo por el cual la serie ha tenido que optar por reconstrucciones en platós.
Así que sí, La Edad Dorada no tiene la misma belleza visual que Downton Abbey y sus verdes prados, pero cuando en el segundo episodio te cuelan una escena en Central Park delante de la fuente Bethesda te olvidas de todos los reparos que puedas tener. Arriba los corsés y el drama, que de esta edad dorada no me pienso mover.