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La Caza. Monteperdido (Agustín Martínez, TVE, 2019 – presente) ambienta su primera temporada en el valle de Benasque. En este paraje del Pirineo aragonés reaparece Ana Montrell (Carla Díaz) cinco años después de su desaparición junto a Lucía Castán (Irene Jiménez). Reabren el caso, con ayuda de la Guardia Civil local, los agentes de la UCO de Madrid Santiago Baín (Francis Lorenzo) y Sara Campos (Megan Montaner). Estos forasteros aterrizan en una zona montañosa cuya belleza esconde peligros, secretos y rincones singulares que solo frecuentan los autóctonos de la zona.
La montaña habita dentro de cada vecino de Monteperdido debido al magnetismo que esta despierta en ellos. Conocer este monte y sus alrededores marca el curso de la investigación en torno a las niñas desparecidas. Por ello, este lugar aparentemente idílico da más información que cualquier aldeano de la zona, cobrando así el rol de un personaje clave en la trama.
El valle en el que se asienta Monteperdido rebosa de flora y fauna majestuosa que transmite tranquilidad. Bosques frondosos, un río que recorre la zona pausadamente, un lago plácido y claros entre las arboledas dan la impresión de que se acaba de aterrizar en el paraíso. Bajo esta capa de serenidad, se esconden escenarios de sucesos turbios que solo atestiguan las ramas de los árboles y algún habitante de los pueblos colindantes. Ellos conocen desde niños la oscuridad que subyace en la superficie del vergel al que llaman hogar.
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En esta región el clima engaña. De repente, un cambio en la dirección del viento puede atraer lluvias torrenciales que transforman el río en una lengua mortal de agua o mecer las hojas de los árboles, otorgándoles un sonido particular como les ocurre a los álamos temblones que se encuentran en unas zonas específicas del monte por el que desaparecieron Ana y Lucía.
El monte contribuye con su geografía a marcar una senda por la que avanza la investigación.
Este murmullo del bosque que solo saben identificar las personas que llevan toda la vida adentrándose en él ofrece una pista clave en la investigación que se da en la trama. Gran parte de los cinco años que dura el cautiverio de Ana, esta lo pasa en el exterior del zulo donde está secuestrada, agudizando sus sentidos a los sonidos de la montaña. Alrededor del lugar en el que pasó todo este tiempo, crecen álamos temblones que la chica describe a los agentes de la UCO como llorones o mentirosos debido a que cuando el viento mece sus hojas estas emulan el sonido de las gotas de lluvia sin que haya ningún aguacero.
La presencia de estos árboles sumado a que Ana no podía ver la puesta de sol pero sí su reflejo en la nieve de las cumbres establece las coordenadas exactas del lugar donde ella y Lucía estuvieron retenidas. Sin estos rasgos geográficos que el monte le transmite a la joven, la investigación se habría enfriado.
Las adversidades climatológicas que se presentan de forma repentina motivan a montañeros y cazadores a construir refugios salpicados por el monte cuya ubicación solo conoce un número reducido de residentes de Monteperdido, que pasan más tiempo explorando el valle y sus cimas que entre sus vecinos. El difícil acceso a estos rincones escondidos entre la vegetación los convierte en lugares perfectos de los que guarecerse del mal tiempo, habitarlos durante la temporada de caza u ocultarse en ellos. La inmensidad de la montaña unida a senderos desconocidos para mucha gente invisibiliza estas cabañas repartidas por las laderas del valle. Estos puntos de descanso se descubren cuando se presencia la ferocidad de un aguacero en el monte, ya que este nos advierte con el cambio de tiempo que si queremos guarecernos podemos hacerlo en estos lugares.
Estas alteraciones imprevistas del clima del monte ayudan a Sara Campos a deducir que el secuestrador y Lucía han estado moviéndose por los refugios de la montaña, de lo cual se puede deducir que él los conoce bien porque es cazador. El monte, si bien no desvela la identidad del criminal, contribuye con su geografía a marcar una senda por la que avanza la investigación.
La omnipresencia de la montaña en La Caza. Monteperdido conlleva a temerla, amarla y no perder de vista los recovecos que la conforman porque pueden dar cobijo a prácticas mal vistas por la sociedad, debido a que bajo la belleza de los bosques de este valle mora el rostro de la depravación humana. Este espacio natural que se presenta como paisaje de esta serie de televisión es mucho más que una localización. El monte mostrando las inclemencias del tiempo y los rincones ocultos que posee les cuenta a los investigadores del caso de las niñas desaparecidas de Monteperdido más que sus habitantes. Conocer la fisionomía de la zona equivale a estar un paso más cerca de la verdad.