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Durante las últimas temporadas, los críticos de Juego de Tronos (yo, de vez en cuando, con ellos) se han recreado en señalar cómo la serie-evento que tiene a medio planeta en vilo empezó siendo una estupenda narración de intrigas palaciegas en la que la psicología importaba más que las batallas y ha acabado convirtiéndose en un popurrí de dragones, zombis de hielo y absurdas huidas hacia adelante. No les falta razón. El problema es que «La Larga Noche«, el tercer episodio de la última temporada, podría haberles callado la boca para siempre. Puede que al final lo importante sigan siendo los personajes. Sí, la mayor batalla de la historia de la televisión ha desembocado en un final inesperado: en realidad, el Rey de la Noche no era para tanto.
Todo empieza, eso sí, de forma muy ominosa: los primeros compases del episodio, previos a la batalla definitiva entre los vivos y los muertos, son un prodigio del ritmo televisivo que se juega entre las insondables oscuridades del ejército venido de más allá del Muro y la esperanzadora luz de las espadas Dothraki que, ¡sorpresa!, Melisandre prende en su inesperada vuelta a la serie. El resto del episodio jugará a este contraste entre luz y oscuridad, entre fuego y hielo, que ha recorrido temáticamente todo Juego de Tronos desde sus inicios (no olvidemos que la primera escena de la serie estaba dedicada ya a los zombis de hielo) pero que ahora estalla en el asedio más tenso que jamás nos ha ofrecido la televisión.
Porque a los muertos no hay quien los pare: hay que celebrar que, aun estando los espectadores acostumbrados a ficciones heroicas en las que la salvación siempre llega en el último momento, estoy seguro de que prácticamente todos hemos temido realmente por lo peor. Cuando el ejército del Rey de la Noche liquida sin mucho problema las defensas humanas y empieza a escalar los muros de Invernalia, la batalla se convierte en otra cosa, y el episodio deja de jugarse a campo abierto, deja de pertenecer al género bélico, para empezar a discurrir por los angostos pasillos del terror. La escena en la que una aterrorizada Arya se esconde entre estanterías del imparable avance de los muertos no pertenece a la épica, sino al relato que se cuenta entre murmullos en las frías noches de invierno: la serie reduce su escala de repente dando el primer golpe de efecto de un episodio que todavía se guarda otro para el final.
Si para algo ha servido la amenaza de la Muerte ha sido para enseñar a todos que su humanidad era lo más preciado que tenían
Entre tanto, van cayendo los personajes, y los que suscitan más emoción al morir son precisamente aquellos que lo hacen en un último acto de sacrificio, de valentía sin medida: Lyanna Mormont, Beric Dondarrion, Theon y ser Jorah mueren salvando a los suyos, en medio de un panorama de heroísmo adelantado por la cercanía y humanidad del episodio anterior. Aquí no hay puñales por la espalda para quedarse con un trono, sino un altruismo que contrasta con el mundo de traidores con el que comenzó Juego de Tronos: si para algo ha servido la amenaza de la Muerte definitiva ha sido para enseñar a todos nuestros protagonistas que su humanidad era lo más preciado que tenían.
Y es precisamente esa humanidad que surge cuando todo parece perdido lo que al final permite que los vivos ganen la batalla: Arya salva a Bran y de paso se carga al Rey de la Noche gracias al sacrificio de los cientos de combatientes que lo han dado todo en su último combate. La luz gana a las tinieblas, y de algún modo el episodio se cierra dando la razón al arco humanista que la serie ha ido dibujando en su segunda mitad y especialmente en esta última temporada. Lo interesante, y el mayor golpe de efecto del episodio (¡de la temporada!) es que yo esperaba escribir esto después del último episodio de la serie, y no cuando todavía quedan tres para el final. La amenaza sobrenatural de más allá del Muro ha muerto. El señuelo apocalíptico que la serie había ido mostrándonos durante tanto tiempo no era el fin, sino un medio más para llegar hasta lo que parece el verdadero final: un tablero de juego devastado en el que las alianzas mágicas no van a significar nada frente a la profunda rabia de Cersei Lannister.
Es un gesto que ya ha levantado ampollas entre algunos miembros de las legiones de fans de la serie, que lo han interpretado como una solución demasiado simple al conflicto: ¡¿cómo puede ser que el plan haya salido tal y como se planteó?! Sin embargo, no es la vía fácil, sino la más valiente, la más complicada de encauzar ahora que solo quedan tres episodios. Porque muchos esperábamos un enfrentamiento definitivo entre el Rey de la Noche y los vivos en los muros de Desembarco del Rey. Tal y como ha acabado el episodio, se abren muchísimas posibilidades, pero todas huyen de la fantasía para volver a centrarse en el drama de personajes.
¿Qué espectacular batalla queda, ahora que las fuerzas del Norte han quedado completamente diezmadas? Vencidos los muertos literales, solo existe la posibilidad de que empiece el enfrentamiento contra la muerte en vida de la reina de Poniente. Un enfrentamiento que tal vez ya no se dé en enormes campos de batalla, sino en los oscuros pasillos en los que empezó todo. Ahora, eso sí, uno de los bandos va cargado con esa humanidad de la que carecía al principio, pero puede que el heroísmo, que ha vencido a las hordas de la noche, no pueda hacer nada contra la voluntad de acero de una mujer a la que ya no le queda nada que perder.